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Authors: Bram Stoker

Tags: #Clásico, Fantástico, Terror

Drácula (24 page)

BOOK: Drácula
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—No se mueva —me dijo—, pues temo que al recobrar las fuerzas ella despierte; y eso sería muy, muy peligroso. Pero tendré precaución. Le aplicaré una inyección hipodérmica de morfina.

Entonces procedió, veloz y seguramente, a efectuar su proyecto. El efecto en Lucy no fue malo, pues el desmayo pareció transformarse sutilmente en un sueño narcótico. Fue con un sentimiento de orgullo personal como pude ver un débil matiz de color regresar lentamente a sus pálidas mejillas y labios. Ningún hombre sabe, hasta que lo experimenta, lo que es sentir que su propia sangre se transfiere a las venas de la mujer que ama.

El profesor me miraba críticamente.

—Eso es suficiente —dijo.

—¿Ya? —protesté yo—. Tomó usted bastante más de Art.

A lo cual él sonrió con una especie de sonrisa triste, y me respondió:

—Él es su novio, su
fiancé
. Usted tiene trabajo, mucho trabajo que hacer por ella y por otros; y con lo que hemos puesto es suficiente.

Cuando detuvimos la operación, él atendió a Lucy mientras yo aplicaba presión digital a mi propia herida. Me acosté, mientras esperaba a que tuviera tiempo de atenderme, pues me sentí débil y un poco mareado. Al cabo de un tiempo me vendó la herida y me envió abajo para que bebiera un vaso de vino. Cuando estaba saliendo del cuarto, vino detrás de mí y me susurró:

—Recuerde: nada debe decir de esto. Si nuestro joven enamorado aparece inesperadamente, como la otra vez, ninguna palabra a él. Por un lado lo asustaría, y además de eso lo pondría celoso. No debe haber nada de eso, ¿verdad?

Cuando regresé, me examinó detenidamente, y dijo:

—No está usted mucho peor. Vaya a su cuarto y descanse en el sofá un rato; luego tome un buen desayuno, y regrese otra vez acá.

Seguí sus órdenes, pues sabía cuán correctas y sabias eran. Había hecho mi parte y ahora mi siguiente deber era recuperar fuerzas. Me sentí muy débil, y en la debilidad perdí algo del placer de lo que había ocurrido. Me quedé dormido en el sofá; sin embargo, preguntándome una y otra vez como era que Lucy había hecho un movimiento tan retrógrado, y como había podido perder tanta sangre, sin dejar ninguna señal por ningún lado de ella. Creo que debo haber continuado preguntándome esto en mi sueño, pues, durmiendo y caminando, mis pensamientos siempre regresaban a los pequeños pinchazos en su garganta y la apariencia marchita y maltratada de sus bordes a pesar de lo pequeños que eran.

Lucy durmió hasta bien entrado el día, y cuando despertó estaba bastante bien y fuerte, aunque no tanto como el día anterior. Cuando van Helsing la hubo visto, salió a dar un paseo, dejándome a mí a cargo de ella, con instrucciones estrictas de no abandonarla ni por un momento. Pude escuchar su voz en el corredor, preguntando cuál era el camino para la oficina de telégrafos más cercana.

Lucy conversó conmigo alegremente, y parecía completamente inconsciente de lo que había sucedido. Yo traté de mantenerla entretenida e interesada. Cuando su madre subió a verla, no pareció notar ningún cambio en ella, y sólo me dijo agradecida: ¡Le debemos tanto a usted, doctor Seward, por todo lo que ha hecho! Pero realmente ahora debe usted tener cuidado de no trabajar en exceso. Se ve usted mismo un poco pálido. Usted necesita una mujer para que le sirva de enfermera y que lo cuide un poco; ¡eso es lo que usted necesita!

A medida que ella hablaba, Lucy se ruborizó, aunque sólo fue momentáneamente, pues sus pobres venas desgastadas no pudieron soportar el súbito flujo de sangre a la cabeza. La reacción llegó como una excesiva palidez al volver ella sus ojos implorantes hacia mí. Yo sonreí y moví la cabeza, y me llevé el dedo a los labios; exhalando un suspiro, la joven se hundió nuevamente entre sus almohadas.

Van Helsing regresó al cabo de unas horas, y me dijo:

—Ahora usted váyase a su casa, y coma mucho y beba bastante. Repóngase. Yo me quedaré aquí hoy por la noche, y me sentaré yo mismo junto a la señorita. Usted y yo debemos observar el caso, y no podemos permitir que nadie más lo sepa. Tengo razones de peso. No, no me las pregunte; piense lo que quiera. No tema pensar incluso lo más improbable. Buenas noches.

En el corredor, dos de las sirvientas llegaron a mí y me preguntaron si ellas o cualquiera de ellas podría quedarse por la noche con la señorita Lucy. Me imploraron que las dejara, y cuando les dije que era una orden del doctor van Helsing que fuese él o yo quienes veláramos, me pidieron que intercediera con el «caballero extranjero». Me sentí muy conmovido por aquella bondad. Quizá porque estoy débil de momento, y quizá porque fue por Lucy que se manifestó su devoción; pues una y otra vez he visto similares manifestaciones de la bondad de las mujeres. Regresé aquí a tiempo para comer; hice todas mis visitas y todos mis pacientes estaban bien; y luego me senté mientras esperaba que llegara el sueño. Ya viene.

11 de septiembre.
Esta tarde fui a Hillingham. Encontré a van Helsing de excelente humor y a Lucy mucho mejor. Poco después de mi llegada, el correo llevó un paquete muy grande para el profesor. Lo abrió con bastante prisa, así me pareció, y me mostró un gran ramo de flores blancas.

—Estas son para usted, señorita Lucy —dijo.

—¿Para mí? ¡Oh, doctor van Helsing!

—Sí, querida, pero no para que juegue con ellas. Estas son medicinas.

Lucy hizo un encantador mohín.

—No, pero no es para que se las tome cocidas ni en forma desagradable; no necesita fruncir su encantadora naricita, o tendré que indicarle a mi amigo Arthur los peligros que tendrá que soportar al ver tanta belleza, que él quiere tanto, distorsionarse en esa forma. Ajá, mi bella señorita, eso es: tan bonita nariz esta muy recta otra vez. Esto es medicinal, pero usted no sabe cómo. Yo lo pongo en su ventana, hago una bonita guirnalda y la cuelgo alrededor de su cuello, para que usted duerma bien. Sí; estas flores, como las flores de loto, hacen olvidar las penas. Huelen como las aguas de Letos, y de esa fuente de la juventud que los conquistadores buscaron en la Florida, y la encontraron, pero demasiado tarde.

Mientras hablaba, Lucy había estado examinando las flores y oliéndolas. Luego las tiró, diciendo, medio en risa medio en serio:

—Profesor, yo creo que usted sólo me está haciendo una broma. Estas flores no son más que ajo común.

Para sorpresa mía, van Helsing se puso en pie y dijo con toda seriedad, con su mandíbula de acero rígida y sus espesas cejas encontrándose:

—¡No hay ningún juego en esto! ¡Yo nunca bromeo! Hay un serio propósito en lo que hago, y le prevengo que no me frustre. Cuídese, por amor a los otros si no por amor a usted misma —añadió, pero viendo que la pobre Lucy se había asustado como tenía razón de estarlo, continuó en un tono más suave—: ¡Oh, señorita, mi querida, no me tema! Yo sólo hago esto por su bien; pero hay mucha virtud para usted en esas flores tan comunes. Vea, yo mismo las coloco en su cuarto. Yo mismo hago la guirnalda que usted debe llevar. ¡Pero cuidado! No debe decírselo a los que hacen preguntas indiscretas. Debemos obedecer, y el silencio es una parte de la obediencia; y obediencia es llevarla a usted fuerte y llena de salud hasta los brazos que la esperan. Ahora siéntese tranquila un rato. Venga conmigo, amigo John, y me ayudará a cubrir el cuarto con mis ajos, que vienen desde muy lejos, desde Haarlem, donde mi amigo Vanderpool los hace crecer en sus invernaderos durante todo el año. Tuve que telegrafiar ayer, o no hubieran estado hoy aquí.

Entramos en el cuarto, llevando con nosotros las flores. Las acciones del profesor eran verdaderamente raras y no creo que se pudiera encontrar alguna farmacopea en la cual yo encontrara noticias. Primero cerró las ventanas y las aseguró con aldaba; luego, tomando un ramo de flores, frotó con ellas las guillotinas, como para asegurarse de que cada soplo de aire que pudiera pasar a través de ellas estuviera cargado con el olor a ajo. Después, con el manojo frotó los batientes de la puerta, arriba, abajo y a cada lado, y alrededor de la chimenea de la misma manera. Todo me pareció muy grotesco, y al momento le dije al profesor:

—Bien, profesor, yo sé que usted siempre tiene una razón por lo que hace, pero esto me deja verdaderamente perplejo. Está bien que no hay ningún escéptico a los alrededores, o diría que usted está haciendo un conjuro para mantener alejado a un espíritu maligno.

—¡Tal vez lo esté haciendo! —me respondió rápidamente, al tiempo que comenzaba a hacer la guirnalda que Lucy tenía que llevar alrededor del cuello.

Luego esperamos hasta que Lucy hubo terminado de arreglarse para la noche, y cuando ya estaba en cama entramos y él mismo colocó la guirnalda de ajos alrededor de su cuello. Las últimas palabras que él le dijo a ella, fueron:

—Tenga cuidado y no la perturbe; y aunque el cuarto huela mal, no abra hoy por la noche la ventana ni la puerta.

—Lo prometo —dijo Lucy, y gracias mil a ustedes dos por todas sus bondades conmigo. ¡Oh! ¿Qué he hecho para ser bendecida con amigos tan buenos?

Cuando dejamos la casa en mi calesín, que estaba esperando, van Helsing dijo:

—Hoy en la noche puedo dormir en paz, y quiero dormir: dos noches de viaje, mucha lectura durante el día intermedio, mucha ansiedad al día siguiente y una noche en vela, sin pegar los ojos. Mañana temprano en la mañana pase por mí, y vendremos juntos a ver a nuestra bonita señorita, mucho más fuerte por mi «conjuro» que he hecho. ¡Jo!, ¡jo!

Estaba tan confiado que yo, recordando mi misma confianza de dos noches antes y los penosos resultados, sentí un profundo y vago temor. Debe haber sido mi debilidad lo que me hizo dudar de decírselo a mi amigo pero de todas maneras lo sentí, como lágrimas contenidas.

XI
Del diario del Lucy Westenra

12 de septiembre.
¡Qué buenos son todos conmigo! Casi siento que quiero a ese adorable doctor van Helsing. Me pregunto por qué estaba tan ansioso acerca de estas flores. Realmente me asustó. ¡Parecía tan serio! Sin embargo, debe haber tenido razón, pues ya siento el alivio que me llega de ellas. Por algún motivo, no temo estar sola esta noche, y puedo acostarme a dormir sin temor. No me importará el aleteo fuera de la ventana. ¡Oh, la terrible lucha que he tenido contra el sueño tan a menudo últimamente!

¡El dolor del insomnio o el dolor del miedo a dormirme, y con los desconocidos horrores que tiene para mí! ¡Qué bendición tienen esas personas cuyas vidas no tienen temores, ni amenazas; para quienes el dormir es una dicha que llega cada noche, y no les lleva sino dulces sueños! Bien, aquí estoy hoy, esperando dormir, y haciendo como Ofelia en el drama: con
virgin crants and maiden strewments
. ¡Nunca me gustó el ajo antes de hoy, pero ahora lo siento admirable! Hay una gran paz en su olor; siento que ya viene el sueño. Buenas noches, todo el mundo.

Del diario del doctor Seward

13 de septiembre.
Pasé por el Berkeley y encontré a van Helsing, como de costumbre, ya preparado para salir. El coche ordenado por el hotel estaba esperando. El profesor tomó su maletín, que ahora siempre lleva consigo.

Lo anotaré todo detalladamente. Van Helsing y yo llegamos a Hillingham a las ocho en punto. Era una mañana agradable; la brillante luz del sol y todo el fresco ambiente de la entrada del otoño parecían ser la culminación del trabajo anual de la naturaleza. Las hojas se estaban volviendo de todos los bellos colores, pero todavía no habían comenzado a caer de los árboles. Cuando entramos encontramos a la señora Westenra saliendo del recibidor. Ella siempre se levanta temprano. Nos saludó cordialmente, y dijo:

—Se alegrarán ustedes de saber que Lucy está mejor. La pequeñuela todavía duerme. Miré en su cuarto y la vi, pero no entré, para no perturbarla.

El profesor sonrió, y su mirada era alegre. Se frotó las manos, y dijo:

—¡Ajá! Pensé que había diagnosticado bien el caso. Mi tratamiento está dando buenos resultados.

A lo cual ella respondió:

—No debe usted llevarse todas las palmas solo, doctor. El buen estado de Lucy esta mañana se debe en parte a mi labor.

—¿Qué quiere usted decir con eso, señora? —preguntó el profesor.

—Bueno, estaba tan ansiosa acerca de la pobre criatura por la noche, que fui a su cuarto. Dormía profundamente; tan profundamente, que ni mi llegada la despertó. Pero el aire del cuarto estaba terriblemente viciado. Por todos lados había montones de esas flores horribles, malolientes, e incluso ella tenía un montón alrededor del cuello. Temí que el pesado olor fuese demasiado para mi querida criatura en su débil estado, por lo que me las llevé y abrí un poquito la ventana para dejar entrar aire fresco. Estoy segura de que la encontrarán mejor.

Se despidió de nosotros y se dirigió a su recámara donde generalmente se desayunaba temprano. Mientras hablaba, observé la cara del profesor y vi que se volvía gris como la ceniza. Fue capaz de retenerse por autodominio mientras la pobre dama estaba presente. Pues conocía su estado y el mal que le produciría una impresión; de hecho, llegó hasta a sonreírse y le sostuvo la puerta abierta para que ella entrara en su cuarto. Pero en el instante en que ella desapareció me dio un tirón repentino y fuerte, llevándome al comedor y cerrando la puerta tras él.

Allí, por primera vez en mi vida, vi a van Helsing abatido. Se llevó las manos a la cabeza en una especie de muda desesperación, y luego se dio puñetazos en las palmas de manera impotente; por último, se sentó en una silla, y cubriéndose el rostro con las manos comenzó a sollozar, con sollozos ruidosos, secos, que parecían salir de su mismo corazón roto. Luego alzó las manos otra vez, como si implorara a todo el universo.

—¡Dios! ¡Dios! ¡Dios! —dijo—. ¿Qué hemos hecho, qué ha hecho esta pobre criatura, que nos ha causado tanta pena? ¿Hay entre nosotros todavía un destino, heredado del antiguo mundo pagano, por el que tienen que suceder tales cosas, y en tal forma? Esta pobre madre, ignorante, y según ella haciendo todo lo mejor, hace algo como para perder el cuerpo y el alma de su hija; y no podemos decirle, no podemos siquiera advertirle, o ella muere, y entonces mueren ambas. ¡Oh, cómo estamos acosados! ¡Cómo están todos los poderes de los demonios contra nosotros! —añadió, pero repentinamente saltó—. Venga —dijo—, venga; debemos ver y actuar. Demonios o no demonios, o todos los demonios de una vez, no importa: nosotros luchamos con él, o ellos y por todos.

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