Drácula (39 page)

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Authors: Bram Stoker

Tags: #Clásico, Fantástico, Terror

BOOK: Drácula
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—¡Vaya! ¡Esto es todavía más rápido que la taquigrafía! ¿Me permite oír el aparato un poco?

—Naturalmente —replicó con amabilidad y se puso en pie para preparar el artefacto de modo que hablara.

Entonces, se detuvo y apareció en su rostro una expresión confusa.

—El caso es —comenzó en tono extraño que sólo registro mi diario; y se refiere enteramente…, casi completamente…, a mis casos. Sería algo muy desagradable… Quiero decir…

Guardó silencio y traté de ayudarlo a salir de su confusión.

—Usted ayudó en la asistencia a mi querida Lucy en los últimos instantes. Déjeme escuchar cómo murió. Le agradeceré mucho todo lo que pueda saber sobre ella. Me era verdaderamente muy querida.

Para mi sorpresa, respondió, con una expresión de profundo horror en sus facciones:

—¿Quiere que le hable de su muerte? ¡Por nada del mundo!

—¿Por qué no? —pregunté, mientras un sentimiento terrible se iba apoderando de mí.

El doctor hizo nuevamente una pausa y pude ver que estaba tratando de buscar una excusa. Finalmente, balbuceó:

—¿Ve usted? No sé como retirar todo lo particular que contiene el diario.

Mientras hablaba se le ocurrió una idea, y dijo, con una simplicidad llena de inconsciencia, en un tono de voz diferente y con el candor de un niño:

—Esa es la verdad, le doy mi palabra de ello. ¡Sobre mi honor de indio honrado!

No pude menos de sonreír y el doctor hizo una mueca.

—¡Esta vez me he traicionado! —dijo—. Pero, ¿sabe usted que aún cuando hace ya varios meses que mantengo al día el diario, nunca me preocupé de cómo podría encontrar cualquier parte en especial de él que deseara examinar?

Pero esta vez me convencí de que el diario del doctor que asistió a Lucy tendría algo que añadir a nuestra suma de conocimientos sobre el terrible ser, y dije llanamente:

—Entonces, doctor Seward, lo mejor será que me deje que le haga una copia en mi máquina de escribir.

Se puso intensamente pálido, al tiempo que me decía:

—¡No! ¡No! ¡No! ¡Por nada en el mundo dejaré que usted conozca esa terrible historia!

Por consiguiente, era terrible. ¡Mi intuición no me había engañado! Por unos instantes estuve pensando, y mientras mis ojos examinaban cuidadosamente la habitación, buscando algo o alguna oportunidad que pudiera ayudarme, vi un montón de papeles escritos a máquina sobre su mesa. Los ojos del doctor se fijaron en los míos, e involuntariamente, siguió la dirección de mi mirada. Al ver los papeles, comprendió qué era lo que estaba pensando.

—Usted no me conoce —le dije—. Cuando haya leído esos papeles, el diario de mi esposo y el mío propio, que yo misma copié en la máquina de escribir, me conocerá un poco mejor. No he dejado de expresar todos mis pensamientos y los sentimientos de mi corazón en ese diario; pero, naturalmente, usted no me conoce… todavía; y no puedo esperar que confíe en mí para revelarme algo tan importante.

Desde luego, es un hombre de naturaleza muy noble; mi pobre Lucy tenía razón respecto a él. Se puso en pie y abrió un amplio cajón, en el que estaban guardados en orden varios cilindros metálicos huecos, cubiertos de cera oscura, y dijo:

—Tiene usted razón. No confiaba en usted debido a que no la conocía. Pero ahora la conozco; y déjeme decirle que debí conocerla hace ya mucho tiempo. Ya sé que Lucy le habló a usted de mí, del mismo modo que me habló a mí de usted. ¿Me permite que haga el único ajuste que puedo? Tome los cilindros y óigalos. La primera media docena son personales y no la horrorizarán; así podrá usted conocerme mejor. Para cuando termine de oírlos, la cena estará ya lista. Mientras tanto, debo leer parte de esos documentos, y así estaré en condiciones de comprender mejor ciertas cosas.

Llevó él mismo el fonógrafo a mi salita y lo ajustó para que pudiera oírlo. Ahora voy a conocer algo agradable, estoy segura de ello, ya que me va a mostrar el otro lado de un verdadero amor del que solamente conozco una parte…

Del diario del doctor Seward

29 de septiembre.
Estaba tan absorto en la lectura del diario de Jonathan Harker y en el de su esposa que dejé pasar el tiempo sin pensar. La señora Harker no había descendido todavía cuando la sirvienta anunció que la cena estaba servida.

—Es probable que esté cansada. Será mejor que retrasemos la cena una hora —le dije, y volví a enfrascarme en mi lectura.

Acababa de terminar la lectura del diario de la señora Harker cuando ella entró al estudio. Se veía muy bonita y dulce, pero un poco triste, y sus ojos estaban un poco hinchados, signo inequívoco de que había estado llorando. Por alguna razón, eso me emocionó profundamente. Unos instantes antes había tenido yo mismo ganas de llorar, ¡Dios lo sabe!; pero el alivio que las lágrimas procuran me había sido negado, y entonces, el ver aquellos ojos de mirada dulce, que habían estado llenos de lágrimas, me impresionó. Por consiguiente, le dije con toda la amabilidad que pude:

—Me temo que mi diario la ha desconsolado.

—¡Oh, no! No estoy desconsolada —replicó—; pero me han emocionado más de lo que puedo decir sus lamentaciones. Es una máquina maravillosa, pero cruelmente verdadera. Me hizo escuchar, en el tono exacto, las angustias de su corazón. Era como un alma que se dirige a Dios Todopoderoso. ¡Nadie debe volver a escribir nunca eso! He tratado de serle útil. He copiado sus palabras en mi máquina de escribir y nadie más necesita oír ahora los latidos de su corazón, como lo he hecho yo.

—Nadie necesita saberlo nunca, ni lo sabrá —le dije, en tono muy bajo.

Ella colocó su mano sobre las mías y me dijo con gravedad:

—¡Deben conocerlo!

—¡Deben! ¿Por qué? —preguntó.

—Porque es una parte de la terrible historia, una parte de la muerte de la pobre y querida Lucy y de las causas que la provocaron; porque en la lucha que nos espera, para librar a la tierra de ese terrible monstruo, debemos adquirir todos los conocimientos y toda la ayuda que es posible obtener. Creo que los cilindros que me confió contienen más de lo que usted deseaba que yo conociera; pero he visto que en ese registro hay muchos indicios para la solución de este negro misterio. ¿No va a dejarme usted que le ayude? Conozco todo hasta cierto punto; y comprendo ya, aunque su diario me condujo sólo hasta el siete de septiembre, cómo estaba siendo acosada la pobre Lucy y cómo se iba desarrollando su terrible destino. Jonathan y yo hemos estado trabajando día y noche desde que el profesor van Helsing estuvo con nosotros. Mi esposo ha ido a Whitby a conseguir más información y llegará aquí mañana, para tratar de ayudarnos a todos. No debemos tener secretos entre nosotros; trabajando juntos y con entera confianza podremos ser, con toda seguridad, más útiles y efectivos que si alguno de nosotros está sumido en la oscuridad.

Me miró de modo tan suplicante, y al mismo tiempo manifestando tanto valor y resolución en su actitud, que cedí inmediatamente ante sus deseos.

—Haga usted lo que mejor le parezca con respecto a este asunto —le dije—. ¡Que Dios me perdone si hago mal! Hay aún cosas terribles que va a conocer; pero si ha recorrido ya tanto trecho en lo referente a la muerte de la pobre Lucy, no se contentará, lo sé, permaneciendo en la ignorancia. No, el fin mismo podrá darle a usted un poco de paz. Venga, la cena está servida. Debemos fortalecernos para soportar lo que nos espera; tenemos ante nosotros una tarea cruel y peligrosa. Cuando haya cenado podrá conocer todo el resto y responderé a todas las preguntas que usted quiera hacerme…, en el caso de que haya algo que no comprenda; aunque estaba claro para todos los que estábamos presentes.

Del diario de Mina Harker

29 de septiembre.
Después de cenar, acompañé al doctor Seward a su estudio.

Llevó el fonógrafo de mi salita y yo tomé mi máquina de escribir. Hizo que me instalara en un asiento cómodo y colocó el fonógrafo de tal modo que pudiera manejarlo sin necesidad de levantarme, y me mostró como detenerlo, en el caso de que deseara hacer una pausa. Entonces, muy preocupado, tomó asiento de espaldas a mí, para que me sintiera con mayor libertad, y comenzó a leer. Yo me coloqué en los oídos el casco, y escuché.

Cuando conocí la terrible historia de la muerte de Lucy y de todo lo que siguió, permanecí reclinada en mi asiento, como paralizada, absolutamente sin fuerzas.

Afortunadamente no soy dada a desmayarme. En cuanto el doctor Seward me vio, se puso en pie de un salto, con expresión horrorizada, y apresurándose a sacar de una alacena una botella me dio una copita de brandy, que, en unos minutos, me devolvió las fuerzas. Mi cerebro era un verdadero caos, y solamente entre todos los horrores surgía un ligero rayo de luz al saber que mi pobre y querida Lucy estaba finalmente en paz. De no ser por eso, no creo haber podido tolerarlo sin hacer una escena. Era todo tan salvaje, misterioso y extraño, que si no hubiera conocido la experiencia de Jonathan en Transilvania, no hubiera podido creerlo. En realidad, no sabía qué creer y procuré salir del paso ocupándome de otra cosa. Le quité la cubierta a mi máquina de escribir, y le dije al doctor Seward:

—Déjeme que le escriba todo esto. Debemos estar preparados para cuando regrese el doctor van Helsing. Le he enviado un telegrama a Jonathan para que venga aquí en cuanto llegue a Londres, procedente de Whitby. En este caso, las fechas son importantes, y creo que si preparamos todo el material y lo disponemos todo en orden cronológico, habremos adelantado mucho. Me ha dicho usted que lord Godalming y el señor Morris van a venir también. Así podremos estar en condiciones de ponerlo al corriente de todo en cuanto llegue.

El doctor, de acuerdo con lo dicho, hizo que el fonógrafo funcionara más lentamente y comencé a escribir a máquina desde el principio del séptimo cilindro.

Usaba papel carbón y saqué tres copias, lo mismo que había hecho con todo el resto. Era ya tarde cuando concluí el trabajo, pero el doctor fue a cumplir con su deber, en su ronda de visita a los pacientes; cuando terminó, regreso y se sentó a mi lado, leyendo, para que no me sintiera demasiado sola mientras trabajaba. ¡Qué bueno y comprensivo es! ¡El mundo parece estar lleno de hombres buenos, aun cuando haya también monstruos! Antes de despedirme de él recordé lo que Jonathan había escrito en su diario sobre la perturbación del profesor cuando leyó algo en un periódico de la tarde en la estación de Exéter; así, al ver que el doctor Seward guardaba clasificados sus periódicos, me llevé a la habitación, después de pedirle permiso para ello, los álbumes de The Westminster Gazette y The Pall Mall Gazette. Recordaba lo mucho que nos habían ayudado los periódicos The Dailygraph y The Whitby Gazette, de los que había guardado recortes, para comprender los terribles sucesos de Whitby cuando llegó el conde Drácula. Por consiguiente, tengo el propósito de examinar cuidadosamente, desde entonces, los periódicos de la tarde, y quizá pueda así encontrar algún indicio. No tengo sueño, y el trabajo servirá para tranquilizarme.

Del diario del doctor Seward

30 de septiembre.
El señor Harker llegó a las nueve en punto. Había recibido el telegrama de su esposa poco antes de ponerse en camino. Tiene una inteligencia poco común, si es posible juzgar eso por sus facciones, y está lleno de energía. Si su diario es verdadero, y debe ser, a juzgar por las maravillosas experiencias que hemos tenido, es también un hombre enérgico y valiente. Su ida a la tumba por segunda vez era una obra maestra de valor. Después de leer su informe, estaba preparado a encontrarme con un buen espécimen de la raza humana, pero no con el caballero tranquilo y serio que llegó aquí hoy.

Más tarde.
Después del almuerzo, Harker y su esposa regresaron a sus habitaciones, y al pasar hace un rato junto a su puerta, oí el ruido que producía su máquina de escribir. Trabajan mucho. La señora Harker me dijo que estaban poniendo en orden cronológico todas las pruebas que poseían. Harker había recibido las cartas entre la consigna de las cajas en Whitby y los mozos de cuerda que se ocuparon de ellas en Londres. Ahora esta leyendo la copia mecanografiada por su esposa de mi diario. Me pregunto qué conclusiones sacarán. Aquí está…

¡Es extraño que no se me ocurriera pensar que la casa vecina pudiera ser el escondrijo del conde! ¡Sin embargo, Dios sabe que habíamos tenido suficientes indicios a causa del comportamiento del pobre Renfield! El montón de cartas relativas a la adquisición de la casa se encontraba con las copias mecanografiadas. ¡Si lo hubiéramos sabido antes, hubiéramos podido salvarle la vida a la pobre Lucy! ¡Basta! ¡Esos pensamientos conducen a la locura! Harker ha regresado a sus habitaciones y está otra vez poniendo en orden el material que posee. Dice que para la hora de la cena estarán en condiciones de presentar una narración que tenga una relación absoluta entre todos los hechos. Piensa que, mientras tanto, debo ir a ver a Renfield, puesto que hasta estos momentos ha sido una especie de guía sobre las entradas y salidas del conde. Me es difícil verlo todavía; pero, cuando examine las fechas, supongo que veré claramente la relación existente. ¡Qué bueno que la señora Harker mecanografió el contenido de mis cilindros! Nunca hubiéramos podido encontrar las fechas de otro modo…

Encontré a Renfield sentado plácidamente en su habitación y sonriendo como un bendito. En ese momento parecía tan cuerdo como cualquier otra persona de las que conozco. Me senté a su lado y hablé con él de infinidad de temas, que él desarrolló de una manera absolutamente natural. Entonces, por su propia voluntad, me habló de regresar a su casa, un tema que nunca había tocado, que yo sepa, durante su estancia en el asilo. En efecto, me habló confiado de que podría ser dado de alta inmediatamente.

Creo que de no haber conversado antes con Harker y haber leído las cartas y las fechas de sus ataques, me hubiera sentido dispuesto a firmar su salida, al cabo de un corto tiempo de observación. Tal y como están las cosas, sospecho de todo. Todos esos ataques estaban ligados en cierto modo a la presencia del conde en las cercanías. ¿Qué significaba entonces aquella satisfacción absoluta? ¿Quiere decir que sus instintos están satisfechos a causa del convencimiento del triunfo final del vampiro? Es el mismo zoófago y en sus terribles furias, al exterior de la puerta de la capilla de la casa, habla siempre del
amo
. Todo esto parece ser una confirmación de nuestra idea. Sin embargo, al cabo de un momento, lo dejé; mi amigo estaba en esos instantes demasiado cuerdo para poder ponerlo a prueba seriamente con preguntas. Puede comenzar a reflexionar y, entonces… Por consiguiente, me alejé de él. Desconfío de esos momentos de calma que tiene a veces, y le he dado al enfermero la orden de que lo vigile estrechamente y que tenga lista una camisa de fuerza para utilizarla en caso de necesidad.

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