Bajó por la escalera, haciendo un alto para mirar el retrato de su tío Raistlin.
«Él lo sacrificó todo por la magia, por su arte —pensó—. ¿Estaré haciendo lo mismo?»
Contra los ogros
Después de despedirse del Custodio y del Hechicero Oscuro, que de repente habían cambiado de opinión respecto a acompañar al grupo a Palanthas, Palin transportó mágicamente a los compañeros y a sí mismo a las afueras de la ciudad. Shaon se puso a la cabeza, abriendo la marcha a través de Palanthas con paso ligero, espoleada por el olor de la brisa marina y la perspectiva de reunirse con Rig. Sostuvo el paso marcado por
Furia,
y los dos no tardaron en dejar atrás a los demás.
Ampolla trotaba al lado de Palin, acribillando al paciente mago con una andanada interminable de preguntas acerca de los sitios en los que había estado, qué aspecto tenía y cómo olía el Abismo, y si había en él muchos kenders. Palin contestó a lo que pudo hasta quedarse prácticamente sin aliento.
Dhamon y Feril caminaban en silencio unos metros detrás; la kalanesti llevaba con todo cuidado la vasija en la que iba el drac; la criatura atraía las miradas curiosas de los transeúntes, que señalaban el recipiente. Por su parte, el guerrero cargaba la caja de nogal con el mango de lanza y el estandarte dentro.
—¿Dónde encontraremos la lanza? —preguntó Dhamon a Palin.
—Nos está esperando aquí, en la ciudad. La recuperaremos tan pronto como veáis a vuestros amigos en el barco para informarles de vuestro regreso.
Shaon llegó al embarcadero donde estaba atracado el
Yunque.
Los tablones crujían bajo sus pies conforme acortaba la distancia que la separaba del barco, remangando la falda del vestido lila hasta las rodillas para no tropezar con el repulgo.
—¡Rig! —llamó, excitada, mientras el lobo y ella subían por la plancha que iba del embarcadero a la carraca—. ¿Rig?
Furia
husmeo la batayola y echó la cabeza atrás al tiempo que aullaba. A pesar de la distancia que todavía los separaba de Shaon, Dhamon y los demás la vieron correr por cubierta de un lado a otro y escucharon los aullidos del lobo.
Dhamon le entregó a Palin la caja de nogal, desenvainó la espada y echó a correr hacia el barco justo en el momento en que Shaon desaparecía bajo cubierta. ¿Habrían estado las criaturas aquí también?
—¿Rig? —siguió llamando la mujer; la voz se fue apagando de manera gradual a medida que se internaba más en la estructura del
Yunque.
Dhamon se unió a sus llamadas, pero siguió sin haber respuesta.
—No hay nadie a bordo —comentó Palin mientras Feril, Ampolla y él se acercaban a la carraca verde. El mago cerró los ojos, concentrándose—. No ha habido nadie aquí desde hace días.
Echó una ojeada por encima del hombro a un pequeño barco de carga que estaba amarrado cerca, y vio a un viejo marinero apoyado en la desgastada batayola. El lobo de mar sacudió la cabeza tristemente.
Ampolla y Feril subieron a bordo del
Yunque
mientras Palin volvía sobre sus pasos, en dirección al barco del viejo marinero.
—Esto es de Groller —musitó Dhamon, que había recogido del suelo una cabilla. Se la mostró a Feril, que soltó el recipiente con el drac junto al palo mayor y se puso a registrar el barco.
—¡Rig! —gritó Shaon una última vez mientras subía a cubierta—. ¡Dhamon, no está aquí!
—Cálmate, es posible que esté en la ciudad. —El hombre le puso las manos en los hombros. Por el rabillo del ojo vio que
Furia
iba de un lado para otro, nervioso; la agitación del lobo echaba por tierra sus palabras de ánimo.
—¡No lo entiendes! —insistió la mujer bárbara—. No hay nadie en el
Yunque,
ni los marineros ni Jaspe ni Groller. Rig no dejaría ningún barco desatendido, cuanto menos el suyo. Y faltan otras cosas. Mis joyas, por ejemplo. —Tenía los ojos desorbitados, relucientes. Reparó entonces en la cabilla que Dhamon había encontrado y se mordió el labio inferior—. Casi esperaba que el barco no estuviera, que Rig no hubiera aguardado mi regreso, pero no contaba con encontrar el barco sin ellos. Algo terrible tiene que haber pasado.
—Sí, muchacha. Algo muy malo ha pasado. Fueron unas bestias. —Era el anciano y tambaleante marinero al que Palin conducía hacia cubierta.
»
Los vi, ya lo creo, pero nadie me cree. Unas bestias grandes, que vinieron en plena noche.
Shaon se adelantó rápidamente hacia el recién llegado. El viejo retrocedió, intimidado por su brusquedad, y alzó la vista hacia la mujer. Los azules ojos pitañosos parpadearon sobre la bulbosa nariz llena de venitas rojas.
—¿Qué estás diciendo? —inquirió la mujer.
—Bestias, eso he dicho. —El viejo lobo de mar se frotó la barbilla, en la que crecía una barba incipiente, sonrió y le guiñó un ojo a Feril, que se había acercado al grupo por detrás de Shaon—. Se llevaron a vuestros hombres, y a muchos otros, pero nadie me cree. Sin embargo, aquí estoy yo... por si necesitáis uno.
—Estás borracho —acusó Shaon, dando un respingo. No sólo el aliento del viejo marinero apestaba a cerveza, sino también sus ropas, con las que parecía que hubiera fregado el suelo de alguna taberna.
—Sí, muchacha. Por eso es por lo que nadie me cree. —Su comentario fue acentuado por un sonoro eructo—. Pero, borracho o no, los vi. Estaba tumbado en la cubierta de
El Cazador,
allí, con la cabeza colgando por la borda porque me había pasado un poco con los tragos. Entraron remando al puerto, con todo descaro, y empezaron a sacar hombres de los barcos. A mí no me quisieron.
—No imagino por qué —gruñó Shaon.
—¿Adónde llevaron a los hombres? —intervino Dhamon.
—Salieron del puerto otra vez. —El viejo marinero se tambaleó, y Feril adelantó un paso para sujetarlo—. Los llevaron mar adentro, esas bestias. Se perdieron de vista tras aquel cabo. Probablemente se los zamparon. Las bestias comen hombres, ¿sabéis? Cada una tenía tres cabezas y montones de brazos. Sus pies eran grandes como anclas, y en vez de pelo tenían algas. Sus ojos brillaban como ascuas, como si hubieran salido del Abismo.
—No te creo —repuso Shaon con un escalofrío, aunque una parte de su mente daba crédito a las palabras del viejo. La mujer bárbara había visto cosas muy raras recientemente: una aldea vacía, dracs, edificios que aparecían de repente. Así que cualquier monstruo entraba dentro de lo posible.
—Puedo descubrir si su historia es verdad. —Feril tomó asiento al borde de la cubierta, cerca de una sección de la batayola en la que se apreciaban profundos arañazos. Quizás eran marcas de garras, pensó la kalanesti mientras buscaba en su bolsa y sacaba un pegote de arcilla. Lo trabajó con los dedos mientas canturreaba al tiempo que se mecía atrás y adelante. En cuestión de segundos, la arcilla tenía la forma de un pequeño bote.
La elfa miró por la borda y su tatuado rostro se reflejó en la quieta superficie del agua. Apretó los labios en una fina línea y su canturreo se hizo más alto. Era difícil hacer magia ese día, y el conjuro parecía burlarse de ella desde muy lejos. Con todo, Feril no se dio por vencida y su mente siguió buscando contacto con la energía.
Por fin el contacto mental se produjo, y la elfa tuvo poder suficiente para ejecutar el encantamiento. Bajo ella, el agua titiló y se agitó, y a continuación apareció una imagen duplicada del
Yunque.
Groller estaba en cubierta, rodeado por cuatro horrendos ogros, que rápidamente lo redujeron y después bajaron a la cubierta inferior y secuestraron a los demás. Lo ocurrido a bordo del barco se reflejó en el agua de principio a fin, de manera que todos los compañeros pudieron presenciarlo.
—Eso es lo que vi —dijo el viejo marinero en actitud fanfarrona—. Salvo que las bestias eran enormes y estaban vivas, no eran imágenes en el agua. Y su aspecto era cruel, con ocho ojos cada una y un montón de dientes.
Los dedos de Shaon se cerraron crispados sobre la batayola mientras el agua volvía a la normalidad y Feril guardaba la arcilla en la bolsa.
—Quizás estén ilesos —intentó tranquilizarla la elfa—. Rig y Groller son duros, y Jaspe es ingenioso. Las barcas parecían demasiado pequeñas para adentrarse en mar abierto, así que los ogros tuvieron que desembarcar en algún sitio que no esté muy lejos de aquí. No podrían aguantar mucho en alta mar.
—¿Por qué razón querrían unos ogros secuestrar marineros? —se preguntó Ampolla.
—Porque utilizan esclavos —respondió Palin—. Los marineros son fuertes y resultarían unos buenos trabajadores. Pero los ogros no los tendrán mucho tiempo en su poder. Los rescataremos. —«Si es que aún están vivos», añadió para sus adentros. Señaló la cabilla que Dhamon sostenía aún en la mano—. Quizá pueda usar algo de mi magia para rastrearlos. —El mago le entregó a Shaon la caja de nogal.
»
Protégela con tu vida, porque las de muchos otros pueden depender de lo que guarda —dijo. Después cogió la cabilla, la sostuvo en la palma de la mano derecha, y concentró en ella su mirada mientras los demás observaban.
Las palabras que Palin pronunció sonaron claras, aunque eran en un lenguaje desconocido para todos los que estaban en el barco. Al tiempo que salían de sus labios, la cabilla tembló y adoptó otra forma, semejando una réplica de Groller a pequeña escala. La frente del mago estaba perlada de sudor, y también brillaba la humedad en sus manos. Las palabras siguieron saliendo de sus labios, ahora con más rapidez. Entonces terminaron de manera repentina, y la imagen de Groller volvió a ser una simple cabilla, aunque en ella había dos marcas o impresiones donde antes habían estado los ojos del muñeco.
Palin respiró hondo, sacudió la cabeza, y levantó la cabilla.
—Esto funcionará como un imán y nos conducirá hasta vuestro amigo. —Se arrodilló y llamó a
Furia.
El lobo acudió obedientemente a su lado y se sentó mientras Palin se quitaba el fajín de la cintura y lo enrollaba varias veces en torno al cuello del animal, metiendo a continuación la cabilla debajo del improvisado collar.
»¡Furia,
búscalos! —ordenó. El hechicero vio que los dorados ojos del lobo brillaban con una extraña luz.
Furia
empezó a ladrar y trotó hacia la plancha que bajaba hasta el muelle. Palin corrió tras él, dejando al viejo marinero mirando de hito en hito a él y a los demás mientras se balanceaba precariamente en la cubierta del
Yunque.
—¿Adónde va tan deprisa? —se preguntó el viejo en voz alta—. ¿Es que no le gusta mi compañía?
—¡Vamos, Feril! —llamó Dhamon.
La kalanesti se puso de pie de un brinco. Shaon también empezó a bajar por la plancha, pero Feril la cogió del brazo.
—Alguien tiene que quedarse en el barco —le recordó—, en caso de que Rig y los otros escapen y vuelvan aquí. Además, tienes que proteger esa caja.
Shaon se mostró de acuerdo, y Feril echó a correr en pos de Dhamon.
—Rig no querría que le pasara nada al barco —agregó Ampolla—. Podrían robarlo si no hay nadie en él. —La kender hizo un gesto de dolor al cerrar los dedos sobre la mano de Shaon, y llevó a la mujer de vuelta a cubierta—. Me quedaré contigo.
—Y yo ¿qué? —dijo el viejo marinero, soltando otro eructo.
—Vuelve a tu barco —replicó Shaon secamente.
El viejo se encogió de hombros y descendió por la plancha con torpeza, dando trompicones y rezongando sobre bestias amarillas con colas prensiles y hermosas mujeres descorteses que no sabían apreciar sus obvios encantos.
La mujer bárbara toqueteó el cuello de encaje de su vestido, que de repente le parecía ajustado, áspero e incómodo; sus ojos se habían enrojecido y estaban llenos de lágrimas. ¡Cuánto había deseado que Rig la viera así, tan bonita!
* * *
El lobo condujo a Palin, Feril y Dhamon fuera de la ciudad, hacia el este, a las estribaciones de las montañas. Caminaron durante horas y horas, hasta que el día quedó atrás y el mago empezó a jadear por el esfuerzo. Palin estaba acostumbrado a subir y bajar escaleras aparentemente interminables en la Torre de Wayreth, pero ya no era aquel jovencito que había recorrido muchos kilómetros con su primo, Steel Brightblade, y que había luchado contra Caos en el Abismo. Esta caminata era larga y agotadora, y su orgullo le impidió quedarse retrasado o pedir a los demás que bajaran el ritmo de la marcha. Trató de hacer caso omiso de las punzadas en el pecho concentrándose en teorías mágicas, la amenaza de los señores supremos dragones, y pensando en Usha.
Feril y Dhamon parecían incansables. La kalanesti había acortado la larga falda de manera expeditiva, y había creado un astroso atuendo verde que le llegaba justo por encima de las rodillas. Se disculpó con Palin por estropear el vestido, pero el mago sacudió la cabeza y contestó que lo comprendía. Las zancadas de Feril eran aún más rápidas ahora que no tenía el estorbo de los largos pliegues.
El atardecer los sorprendió a muchos kilómetros de los puestos de vigilancia exteriores de Palanthas, sentados en el húmedo suelo y reposando contra el enorme tronco de un árbol muerto. Palin cerró los ojos. Le ardían los músculos de las piernas, y sentía pinchazos en los pies; imaginó que tendría las plantas llenas de ampollas. A pesar de los dolores y de la aspereza de la corteza del tronco contra su espalda, el sueño lo venció enseguida.
Dhamon estaba sentado junto a Feril y la miraba tristemente a los ojos.
—Los ogros son brutales y perversos. He estado en sus campamentos, y sé que no tratan bien a los prisioneros. Es posible que nuestros amigos no estén ilesos... o vivos.
—Mantengamos la esperanza —susurró ella—. Con Palin y conmigo, tenemos la magia de nuestra parte. Las cosas pueden salir bien. Tienen que salir bien. Sería incapaz de llevar malas noticias a Shaon.
La kalanesti se arrimó más al guerrero y apoyó la cabeza en su hombro. Entre los rizos asomó una oreja encantadoramente puntiaguda que le hizo cosquillas a Dhamon en la mejilla. El hombre suspiró y recostó la cabeza en el tronco mientras echaba el brazo sobre los hombros de la kalanesti.
«Tal vez no tenga mucha fe en la magia, Feril, pero la tengo en ti», se dijo.
Los dos no tardaron en dormirse, y sus suaves ronquidos se unieron a los de Palin.
Poco después de medianoche, el lobo se escabulló.
* * *
Feril siguió el rastro de
Furia
a la mañana siguiente, aunque no la preocupaba mucho el hecho de que el lobo no los hubiera esperado. Sus huellas estaban claramente impresas en el barro y en las zonas de suelo arenoso, e incluso Palin y Dhamon podían seguirlas sin demasiada dificultad.