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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 (22 page)

BOOK: El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1
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—¿El baño? —Se puso en pie de un salto en cuanto se quitó las cuerdas de encima, pero luego soltó un gemido—. Mis músculos... ¿Por qué demonios tuviste que atarme tan fuerte? —Le dirigió una mirada furiosa.

—Puede que quisiera igualar los tantos. —Se frotó la garganta con la mano.

—Creí que te gustaba el dolor.

Esbozó una sonrisa siniestra, llena de susurros perversos capaces de herir con delicioso placer.

—Pero tú no pensabas quedarte a jugar.

Elena olfateó el aire con recelo. No percibía ningún aroma. El vampiro se comportaba con normalidad. Y a pesar de que era increíblemente apuesto, no la volvía loca de lujuria. Tal vez estuviera un poco afectada, pero ¿qué mujer no lo estaría?

—Por última vez, ¿dónde está el...? —Siguió la dirección de la mano que el vampiro había alzado hacia una pequeña puerta—. Gracias.

Una vez dentro, frunció el ceño e intentó utilizar aquel «escudo» que podría no haber sido más que un invento de su imaginación. No quería a Rafael dentro de su cabeza en aquellos momentos. Diez minutos más tarde, había hecho uso de las instalaciones, se había lavado la cara, se había cepillado los dientes con uno de los cepillos desechables que había bajo el lavabo y se había peinado el pelo con un diminuto cepillo de usar y tirar. Encontró incluso un pequeño coletero blanco que utilizó para recogerse el cabello en una coleta, ya que había perdido el que llevaba quién sabía cuándo.

Al mirarse al espejo, decidió que no estaba mal. Los finos cortes de su rostro apenas se notaban, y aunque los de las palmas aún le dolían un poco, no limitarían sus movimientos. En cuanto a la ropa, la camiseta verde militar estaba bien, y los pantalones cargo negros no estaban demasiado arrugados. Era un atuendo para morir tan bueno como cualquier otro. Aunque no pensaba ponérselo fácil al arcángel. Con aquella idea en mente, desarmó una de las maquinillas de afeitar desechables con la intención de sacar la hoja.

—¡Joder!

—¿Has encontrado las maquinillas de afeitar, Elena? —dijo Dmitri desde el otro lado—. Me insultas subestimando tanto mi coeficiente de inteligencia.

Ella tiró el plástico a la basura. El vampiro había conseguido de alguna manera quitar la hoja sin destrozar la maquinilla entera.

—Muy gracioso. —Abrió la puerta y salió del cuarto de baño.

Dmitri se encontraba al otro extremo de la estancia, con la mano sobre el picaporte.

—Rafael desea verte. —Cualquier tipo de actitud amigable había desaparecido.

—Estoy preparada.

Eso pareció divertirlo.

—¿De veras?

—¿Te importaría darme al menos un cuchillo? —regateó—. ¿Para que sea una pelea justa?

Dmitri abrió la puerta.

—Si las cosas se ponen feas, no habrá lucha. No obstante, por alguna razón, creo que Rafael no tiene planes de matarte.

Aquello era lo que temía Elena.

—¿Adónde vamos?

—A la azotea.

Intentó permanecer calmada mientras caminaban hasta los ascensores y durante la subida. Sin embargo, no podía olvidar la última vez que había ido a la azotea. Apretó la mano al recordar la crueldad con la que Rafael había demostrado el control que tenía sobre ella. ¿Por qué coño se empeñaba en olvidar cómo era realmente su naturaleza?

Incluso mientras se decía aquello, mantenía su mente concentrada en pensamientos «prohibidos».

Las puertas se abrieron y dejaron al descubierto el cubículo de cristal del tejado... y una sensación de
déjà vu
la aplastó de repente. Al igual que la otra vez, había una mesa con un mantel blanco, llena de cruasanes, pomelos, zumo y café, situada en el solitario esplendor de la hermosa azotea. La única diferencia era que, en esta ocasión, Rafael permanecía de espaldas a ella en el extremo más alejado.

Elena olvidó por completo a Dmitri y salió del ascensor para encaminarse hacia la salida. Las puertas del elevador se cerraron a su espalda, pero apenas fue consciente de aquello (ni del hecho de que Dmitri se había marchado con él). Estaba absorta en las alas del arcángel a quien había visto por última vez sangrando sobre el suelo de su apartamento.

—Rafael —dijo tan pronto como salió de la cabina de cristal.

Él se volvió un poco, gesto que ella tomó como una invitación para que se acercara. Tenía que ver con sus propios ojos que el daño que le había hecho había sanado por completo. Desde lejos, sus alas parecían perfectas, y solo cuando se aproximó más descubrió un cambio asombroso.

—Es como si hubieses recreado el dibujo del disparo.

Rafael alzó el ala para que ella pudiera verla en su totalidad.

—Creí que el dibujo estaba solo en la parte interna, pero está por ambos lados.

Ella asintió, desconcertada. Era una cicatriz, pero la cicatriz más increíble que hubiera visto en su vida.

—¿Sabes que esto hace que tus alas sean aún más únicas? —Ahora poseían una belleza incluso más sobrenatural.

El ala descendió.

—¿Me estás diciendo que me disparaste para someterme a un tratamiento de belleza?

Elena no pudo averiguar nada por su tono de voz. Recelosa, se situó detrás de él... aunque a varios pasos de distancia.

Rafael habló de nuevo antes de que ella pudiera hacerlo, y la miró a los ojos.

—Estás herida.

—Son solo cortes superficiales. —Le enseñó las palmas de las manos—. Apenas me escuecen.

—Tuviste suerte.

—Sí. —El cristal era grueso, así que resultaba menos afilado que los trozos de un plato—. ¿Y bien?

Los ojos del arcángel se oscurecieron de una manera increíble, hasta volverse casi negros.

—Las cosas han cambiado. Ya no hay tiempo para jugar.

—¿Consideras que amenazarme con arrojarme al vacío era un juego?

—No te amenacé, Elena.

Ella entrecerró los ojos.

—Me sujetabas frente a un espacio vacío muy, muy negro.

El cabello del arcángel se apartó de su rostro cuando lo agitó el viento.

—Pero sobreviviste. Y yo he gastado una considerable cantidad de energía regenerándome.

—Lo siento. —Cruzó los brazos y frunció el ceño, a la defensiva—. ¿Cuál será el castigo?

—¿Lo aceptarás sin rechistar? —Las alas se extendieron tras él y se movieron para cubrir también el espacio que había por detrás de ella.

—Ni de coña —murmuró—. No he olvidado lo que desencadenó todo este asunto.

—No me excita poseer a una mujer que no está dispuesta.

Sorprendida, Elena dejó caer los brazos a los costados.

—¿Estás diciendo que no lo hiciste a propósito?

—Eso carece de importancia. Lo importante es que me causaste el daño que yo necesitaba para... recargarme.

Un escalofrío de incomodidad recorrió la espalda de Elena.

—¿Qué se supone que significa eso? ¿Necesitabas descansar?

—No. Necesitaba una infusión de energía.

—¿Del mismo modo que los vampiros necesitan sangre?

—Si quieres decirlo así.

La frente de Elena se llenó de arrugas.

—No sabía que los ángeles necesitaran ese tipo de cosas.

—No ocurre a menudo. —Volvió a plegar las alas antes de acercarse—. Hace falta sacar mucha agua del pozo para que se quede seco.

En aquel instante estaba justo a su lado, y Elena no sabía cómo lo había conseguido. No, en eso se mentía. Estaba tan cerca porque ella se lo había permitido.

—Anoche me asustaste.

Los ojos azul oscuro reflejaron una abierta sorpresa.

—¿Es que por lo general no te asusto?

—No de esa forma. —Sin poder evitarlo, estiró una mano para acariciarle el ala antes de que sus neuronas gritaran una advertencia y la obligaran a retirarla. Nadie tocaba las alas de un ángel sin permiso—. Lo siento.

Rafael extendió el ala «marcada».

—¿Necesitas convencerte de que es real, de que no es una ilusión?

Le daba igual que a él le resultara gracioso, así que deslizó los dedos por la parte del ala que había destrozado con el disparo. La sensación era...

—Tan suave... —murmuró, aunque notaba el enorme músculo y la fuerza que había bajo las plumas. Su cálida vitalidad era como un latido que la incitaba a seguir acariciándolo. A sabiendas de que debía hacerlo, apartó la mano a regañadientes y descubrió que las yemas de sus dedos brillaban—. Polvo de ángel...

—Pruébalo.

Ella levantó la vista, muy consciente de las alas que se cerraban a su alrededor.

—¿Que lo pruebe?

—¿Por qué crees que los humanos pagan una fortuna por eso?

—Creí que era algo relacionado con la posición social... ya sabes, algo así como «Mira mi frasco de polvo de ángel, es mucho más grande que el tuyo». —Contempló las motitas brillantes que cubrían las puntas de sus dedos—. ¿Sabe bien?

—Algunos lo consideran una droga.

Elena se quedó inmóvil con el dedo índice muy cerca de los labios.

—¿Me nublará la mente?

—No, no tiene un efecto narcótico ni de ningún otro tipo sobre el cerebro. Solo el sabor.

Elena contempló los hermosos y peligrosos ojos azules y supo que aquel hombre podría tentarla incluso a bajar a los infiernos.

—¿Es posible que esta sea tu venganza? —Sacó un poco la lengua y lo probó con cautela.

Ambrosía.

Un estremecimiento sacudió su cuerpo. Encogió los dedos de los pies y estuvo a punto de ronronear.

—Vaya... un orgasmo encapsulado. —Y un buen orgasmo, la verdad—. ¿Vas tirando esto por ahí? —Un ramalazo de celos reptó por su cuerpo. Pero lo aplastó diciéndose que tendría que tatuar la palabra «Gran» antes de la de «Imbécil» en su frente—. Supongo que es algo así como una demostración de grandeza ver cómo los mortales se arrastran para recogerlo.

Rafael sonrió.

—Bueno, esta es una mezcla especial para ti. —Le sujetó uno de los dedos que no había lamido y lo frotó contra sus labios—. Por lo general, el que dejamos caer puede compararse con el más delicioso de los chocolates o el mejor de los vinos. Voluptuoso, rico y muy caro.

Elena se prometió que no lamería las motitas brillantes que se le habían quedado pegadas a los labios.

—¿Y esta mezcla? —El sabor estaba en su boca, aunque ella no era consciente de haberse chupado los labios. Además, Rafael estaba increíblemente cerca. Sus alas creaban un muro blanco y dorado alrededor de ellos, y sentía sus enormes manos, cálidas y fuertes, sobre la cintura—. ¿Qué la hace tan especial?

—Esta mezcla —murmuró él al tiempo que inclinaba la cabeza— está relacionada con el sexo.

Elena apoyó las manos sobre su pecho, pero no para protestar. Después de la sangre, después del miedo que había pasado, necesitaba tocarlo, comprobar que aquella gloriosa criatura existía de verdad.

—¿Otra forma de control mental?

Él sacudió la cabeza. Tenía la boca a un suspiro de la suya.

—Es solo lo justo.

—¿Lo justo? —Elena deslizó la lengua por el labio inferior del hombre que tenía delante. Y aquello hizo que él le aferrara las caderas con las manos.

—Cuando pruebe lo que tienes entre las piernas, tu sabor tendrá el mismo efecto afrodisíaco sobre mí.

22

N
inguna mujer en el mundo habría podido resistirse al atractivo sexual de Rafael en aquellos momentos.

—¿Esta es tu idea de una recarga? —murmuró Elena mientras mordía con suavidad su labio inferior.

El arcángel la rodeó con los brazos.

—El poder y el sexo siempre han estado relacionados. —Y a continuación, la besó.

Elena se puso de puntillas para intentar acercarse más. Los brazos de él la aplastaban contra su pecho y sus alas ocultaban el resto del mundo mientras ella se aferraba a su camisa y trataba de no ahogarse con la sobrecarga de placer. Aquel polvo de ángel, erótico y afrodisíaco, parecía haberse colado por todos y cada uno de los poros de su piel para viajar por su cuerpo y acumularse en el lugar cálido y palpitante que había entre sus muslos. Y lo poco que no se había acumulado allí, invadía su sangre como una especie de marea de calor líquido. Le dolían los pechos, y sus labios ansiaban los de él.

—¿Cómo va lo de la regeneración de los poderes? —preguntó en un jadeo cuando él le permitió coger aire.

Los ojos del ángel todavía estaban oscuros, pero unas chispas eléctricas azules brillaban en sus profundidades.

—De maravilla.

La réplica de Elena se perdió en la furia de su siguiente beso. Bajo sus manos sentía un pecho duro, escultural, cálido. Quería acariciarlo, saborearlo, mimarlo. Alzó los brazos en busca del cuello de la camisa y deslizó una mano en el interior para tocarle el hombro. Rafael reaccionó colocándole una mano bajo el trasero y alzándola para frotarle la dura silueta de su erección contra la entrepierna.

No había nada raro ni angelical en él en aquellos momentos. Era la encarnación de un hombre atractivo y extraordinario. Y fuerte, tan increíblemente fuerte que hacía que se sintiera de lo más femenina. Por primera vez en su vida, Elena no se vio obligada a contener su fuerza de cazadora. Eso era algo que nadie sabía sobre los cazadores natos: eran más fuertes que los seres humanos normales y corrientes, más aptos para sobrevivir a un encuentro con un vampiro cabreado.

—Bien —fue lo único que dijo Rafael cuando ella le rodeó la cintura con las piernas. La sostenía como si no pesara nada, y su forma de acariciarla con las manos, con fuerza y confianza, resultaba casi igual de erótica.

—Besas bastante bien para ser un tipo con alas —murmuró en la intimidad de su boca. Lo cierto era que estaba a punto de volverla loca.

—Y esa boca tuya volverá a traerte problemas. —Metió una mano bajo su camiseta y extendió aquellos dedos fuertes contra su columna, provocándole un estallido de asombroso placer—. ¿Te sientes coaccionada?

—Muchísimo. —Rafael le había dicho la verdad sobre el polvo de ángel: sabía a puro sexo, pero no parecía haber afectado a su mente... al menos, no más que la lujuria que le recorría las venas.

Él cambió de posición en aquellos momentos. Continuó sujetando su trasero con una mano, pero deslizó la otra entre sus cuerpos para cubrirle un pecho. Elena se sintió sacudida por una corriente eléctrica.

—No pierdes el tiempo, ¿eh? —dijo, interrumpiendo el beso para coger aliento.

—Los mortales no viven mucho. —Le pellizcó el pezón por encima del sujetador—. Tengo que aprovecharme de ti mientras pueda.

—Eso no tiene gracia. Oh... —Le sujetó las manos mientras se cuestionaba algunas cosas. Jamás, ni una sola vez, se había colado por un vampiro, a pesar de que tenía contacto con ellos muy a menudo. Más de un cazador lo había ello... Joder, los vampiros antiguos no solo eran hermosos, también eran inteligentes y sabían con exactitud cómo complacer a un amante. Dmitri era el ejemplo perfecto.

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