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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

El Bastón Rúnico (75 page)

BOOK: El Bastón Rúnico
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—Sí…, me parece muy bonito. Pero ¿podrá detenerme antes de que le arranque al muchacho uno de sus ojos como si le quitara un corcho a una botella?

D'Averc observó todo el salón, se fijó en los dibujos formados por la luz, en constante movimiento, en las peculiares paredes y en las sombras brillantes que ahora se hallaban muy por encima de ellos y que parecían observar la escena.

—Esto parece haber terminado en tablas, Hawkmoon —murmuró—. No podemos esperar más ayuda de las sombras brillantes. Es evidente que no poseen ningún poder para intervenir en los asuntos humanos.

—Si dejáis al muchacho sin hacerle daño, consideraré el dejaros marchar de Dnark desarmado —dijo Hawkmoon.

Shenegar Trott se echó a reír. —¿De veras? ¿Y vosotros dos solos arrojaréis a todo un ejército de la ciudad?

—Tenemos aliados —le recordó Hawkmoon.

—Es posible. Pero sugiero que dejéis en el suelo vuestras espadas para permitirme llegar hasta donde está el Bastón Rúnico. Una vez que lo tenga en mi poder, os entregaré al muchacho. —¿Vivo?

—Vivo. —¿Cómo vamos a confiar en Shenegar Trott? —preguntó D'Averc—. Matará al chico y después se encargará de nosotros. Los nobles de Granbretan no tienen la costumbre de cumplir su palabra.

—Si al menos tuviéramos alguna garantía —susurró Hawkmoon con desesperación.

En ese momento, una voz familiar habló desde detrás de donde ellos se encontraban, y ambos se volvieron, sorprendidos. —¡No tenéis otra elección que soltar al muchacho, Shenegar Trott! —dijo una voz profunda desde detrás del casco de colores negro y oro—. ¡Ah!, mi hermano no dice más que la verdad…

Desde el otro lado de la tarima apareció entonces la figura de Orland Fank, con su gigantesca hacha de guerra y su chaleco de cuero. —¿Cómo habéis llegado aquí? —preguntó Hawkmoon atónito.

—Yo podría preguntaros lo mismo —replicó Fank con una sonrisa—. Al menos, ahora contáis con amigos con quienes discutir vuestro dilema.

10. El espíritu del Bastón Rúnico

Shenegar Trott, conde de Sussex, volvió a reír con socarronería y sacudió la cabeza.

—Bien, ahora sois cuatro, pero eso no altera la situación lo más mínimo. Dispongo a mis espaldas de mil hombres. Tengo al muchacho en mi poder. Os ruego que os apartéis, caballeros, para que pueda apoderarme del Bastón Rúnico.

El rostro anguloso de Orland Fank se dividió en una amplia sonrisa, mientras que el Guerrero de Negro y Oro se limitó a mover un poco uno de sus pies, cubierto por la armadura. Hawkmoon y D'Averc les miraron interrogativamente.

—Me temo que hay un punto débil en vuestra argumentación, amigo mío —dijo Orland Fank.

—Oh, no, sir…, no hay ninguno —replicó Shenegar Trott al tiempo que iniciaba el movimiento de avanzar.

—He dicho que sí lo hay. —¿De qué se trata? —preguntó Trott, deteniéndose.

—Estáis suponiendo que sois capaz de sujetar al muchacho, ¿no es así?

—Podría matarlo antes de que os apoderarais de él.

—Es posible…, pero estáis suponiendo que el muchacho no tiene medio alguno de deslizarse entre sus vestiduras y escapar así de vos, ¿no es así? —¡No se puede liberar! —exclamó Shenegar Trott que sostuvo al muchacho con más fuerza por la tela de sus vestiduras, sin dejar de lanzar risotadas—. ¡Miradlo!

Y entonces, el granbretaniano lanzó un grito de asombro cuando el muchacho pareció flotar, desprendiéndose de sus garras, extendiéndose por el salón con la forma de una larga línea de luz, con los rasgos aún visibles, aunque extrañamente prolongados. La música se esparció por todo el salón y el aroma también aumentó de intensidad.

Shenegar Trott hizo inefectivos movimientos para sujetar la tenue sustancia del muchacho, pero era imposible agarrarle, como lo era sujetar a las sombras brillantes que ahora latían en el aire por encima de ellos. —¡Por el globo de Huon…, si no es humano! —gritó Shenegar Trott con una frustrada cólera—. ¡No es humano!

—Jamás afirmó serlo —comentó Orland Fank con suavidad, dirigiéndole un guiño burlón a Hawkmoon—. ¿Estáis ahora preparado, vos y vuestro amigo para librar un buen combate?

—Lo estamos —contestó Hawkmoon, también con una sonrisa—. ¡Claro que lo estamos!

El muchacho, o lo que fuera, se extendía por encima de su cabeza para tocar el Bastón Rúnico. Las configuraciones de luz cambiaron con rapidez y el salón se vio lleno de muchas más, de modo que los rostros de todos se vieron cruzados por rayos de luz cambiante.

Orland Fank lo observó todo con una gran atención, y pareció como si el rostro del hombre se oscureciera con una expresión de tristeza cuando la línea luminosa en que se había convertido el muchacho fue absorbida por el Bastón Rúnico.

Poco después no quedó en el salón la menor señal del muchacho, y el Bastón Rúnico brillaba ahora más que antes, con un intenso color negro que parecía haberle dotado de conciencia. —¿Quién era ese muchacho, Orland Fank? —preguntó Hawkmoon asombrado—. ¿Quién? —replicó Fank parpadeando—. Pues el espíritu del Bastón Rúnico. Raras veces se materializa adquiriendo forma humana. Habéis sido especialmente honrados por ello.

Shenegar Trott estaba gritando, lleno de furia, pero se calló cuando una voz más profunda sonó desde el casco que llevaba el Guerrero de Negro y Oro.

—Ahora tenéis que prepararos para morir, conde de Sussex.

—Seguís estando equivocado —replicó Trott riendo de un modo de–mencial—. Sólo sois cuatro… contra mil. Moriréis todos, y yo me apoderaré del Bastón Rúnico.

—Duque de Colonia —dijo el Guerrero volviéndose hacia Hawkmoon—, ¿no os importaría llamar para que vengan a ayudarnos?

—Con gran placer —contestó Hawkmoon sonriendo. Levantó la espada rosada en el aire y gritó—: ¡A mí la legión del Amanecer!

Y entonces, una luz rosada llenó el salón, flotando en el aire por encima de los dibujos de colores. Y allí aparecieron cien feroces guerreros, cada uno de ellos rodeado por su propia aura escarlata.

Tenían un aspecto bárbaro, como si procedieran de una época anterior, mucho más primitiva. Llevaban grandes mazas provistas de picos, decoradas con grabados ornamentales, lanzas con penachos de cabellera. Llevaban los bronceados cuerpos y rostros pintados y vestían taparrabos de brillantes telas. En los brazos y en las piernas llevaban atadas planchas de madera, a modo de protección. Sus grandes y feroces ojos negros mostraban una remota melancolía y hablaban un lenguaje extraño y gimiente.

Eran los guerreros del Amanecer.

Hasta los miembros más endurecidos de la legión del Halcón gritaron de horror cuando los guerreros aparecieron de modo tan súbito, sin que se supiera de dónde procedían.

Shenegar Trott retrocedió un paso.

—Os aconsejo que depongáis las armas y os constituyáis en prisioneros nuestros —dijo Hawkmoon con una mueca burlona.

—Jamás —contestó Trott sacudiendo la cabeza—. ¡Os seguimos superando en número!

—En tal caso, debemos iniciar nuestra batalla —dijo Hawkmoon, y empezó a bajar los escalones, enfrentándose a sus enemigos.

Shenegar Trott desenvainó su gran espada y adoptó una posición de combate.

Hawkmoon le lanzó una estocada con la Espada del Amanecer, pero Trott se hizo a un lado y devolvió el golpe fallando por poco, describiendo una línea ante su estómago.

Hawkmoon se hallaba en desventaja, pues Trott estaba completamente cubierto por la armadura, mientras que él sólo llevaba vestiduras de seda.

El extraño lenguaje de los guerreros del Amanecer se convirtió en un gran aullido al tiempo que descendían los escalones en pos de Hawkmoon y empezaban a blandir las mazas y las lanzas contra sus enemigos. Los feroces guerreros halcones se enfrentaron a ellos con valentía, dando tantas estocadas como recibían, pero se sintieron muy desmoralizados cuando se dieron cuenta de que, en cuanto caía un guerrero del Amanecer, su lugar era ocupado inmediatamente por otro que no se sabía de dónde surgía.

D'Averc, Orland Fank y el Guerrero de Negro y Oro descendieron los escalones con mayor lentitud, blandiendo sus espadas al unísono y haciendo retroceder a los guerreros halcones con sus tres péndulos de acero.

Shenegar Trott volvió a lanzar una estocada contra Hawkmoon, desgarrándole la manga de la camisa. El duque de Colonia extendió entonces la espada del Amanecer, que alcanzó a Trott en la máscara, abollándola tanto que los rasgos adquirieron un aspecto aún más grotesco.

Pero en el momento en que Hawkmoon se echó hacia atrás para recuperar la posición de combate, sintió un golpe repentino en la espalda, se giró a medias y vio a un guerrero halcón que le había golpeado con la parte plana de un hacha. Trató de recuperar el equilibrio, pero no lo consiguió y empezó a caer hacia el suelo. Al tiempo que perdía la conciencia, aún distinguió nebulosamente al Guerrero de Negro y Oro. Trató desesperadamente de recuperarse porque, al parecer, los guerreros del Amanecer no podían existir a menos que él estuviera en plena posesión de sus sentidos.

Pero ya era demasiado tarde. Al caer sobre los escalones escuchó la risa burlona de Shenegar Trott.

11. Un hermano muerto

Hawkmoon escuchó el estrépito distante de la batalla, sacudió la cabeza y miró a través de una neblina roja y negra. Trató de levantarse, pero se dio cuenta de que por lo menos cuatro cadáveres se lo impedían. Sus amigos se habían cuidado muy bien de sí mismos.

Forcejeó con toda su energía, y vio entonces que Shenegar Trott había llegado hasta donde estaba el Bastón Rúnico. Y allí estaba también el Guerrero de Negro y Oro, evidentemente malherido, rodeado por cien hombres, tratando de impedir que el granbretaniano se apoderara del Bastón Rúnico. Pero Shenegar Trott levantó entonces una enorme maza y la descargó contra el casco del Guerrero. Éste se tambaleó ante el impacto y el casco se le hundió.

Hawkmoon reunió todas sus fuerzas y gritó con voz ronca: —¡A mí la legión del Amanecer! ¡Regresad! ¡Legión del Amanecer!

Y los guerreros bárbaros aparecieron de inmediato, golpeando y destrozando a los asombrados halcones.

Hawkmoon logró desembarazarse de los cuerpos que le aprisionaban y empezó a subir los escalones para acudir en ayuda del Guerrero, incapaz de comprobar en aquellos momentos si los demás vivían aún. Pero en ese instante el enorme peso de la armadura negra y dorada empezó a caer hacia él, haciéndole retroceder. Hawkmoon la sostuvo lo mejor que pudo, pero sabía por la sensación del peso que ya no quedaba vida alguna en el cuerpo que hasta entonces había protegido.

Intentó abrirle la visera, ver al hombre al que nunca había considerado como un amigo hasta ahora, curioso por contemplar los rasgos de quien había guiado su destino durante tanto tiempo. Pero la visera apenas se movió, pues el golpe de maza de Shenegar Trott la había abollado gravemente.

—Guerrero… —¡El Guerrero ha muerto! —gritó entonces Shenegar Trott al tiempo que se quitaba la máscara y se inclinaba sobre el Bastón Rúnico, mirando por encima del hombro a Hawkmoon con expresión de triunfo—. ¡Como lo estaréis vos mismo en un instante, Dorian Hawkmoon!

Hawkmoon lanzó un grito de furia, dejó en el suelo el cadáver del Guerrero y subió precipitadamente los escalones que le separaban de su enemigo. Desconcertado, Trott se volvió levantando de nuevo la enorme maza.

Hawkmoon se agachó, evitando el golpe, y rodeó a Trott con sus brazos, forcejeando con él en el último escalón, mientras la roja carnicería se extendía a su alrededor.

Mientras forcejeaba con el conde, vio a D'Averc, a medio camino de los escalones, con la camisa desgarrada y cubierta de sangre, con un brazo inmóvil colgándole de un costado, enfrentándose a cinco de los guerreros halcones. Más allá, Orland Fank seguía vivo y balanceaba la enorme hacha de guerra sobre su cabeza, lanzando un extraño aullido.

La respiración de Trott jadeó entre sus gruesos labios y Hawkmoon quedó asombrado al comprobar la fuerza que tenía.

—Vais a morir, Hawkmoon… ¡Tenéis que morir para que el Bastón Rúnico sea mío!

Hawkmoon también jadeó mientras forcejeaba con el conde. —¡Nunca será vuestro! ¡No puede poseerlo ningún hombre!

Le dio un repentino empujón hacia arriba, rompiendo la guardia de Trott y le golpeó con el puño en el rostro. El conde lanzó un grito, pero en seguida se lanzó de nuevo hacia adelante. Hawkmoon levantó un pie, enfundado en la bota, y le golpeó en el pecho, haciéndole retroceder hacia la tarima del escalón superior. Rápidamente, Hawkmoon recuperó su espada y cuando Shenegar Trott volvió a lanzarse sobre él, ciego de cólera, lo hizo directamente sobre la punta de la Espada del Amanecer. Murió emitiendo una obscena maldición entre los labios y dirigiendo hacia atrás una última mirada al Bastón Rúnico.

Hawkmoon extrajo la espada de su cuerpo y miró a su alrededor. Su legión del Amanecer se dedicaba a terminar el trabajo emprendido, alcanzando con sus mazazos a los últimos guerreros halcones. D'Averc y Fank, jadeantes y exhaustos, se apoyaron contra la tarima, por debajo de donde estaba el Bastón Rúnico.

Los pocos gemidos que aún se escuchaban fueron apagados por las mazas de guerra que aplastaron las últimas cabezas. Después se hizo un profundo silencio, a excepción del débil murmullo melódico y de la pesada respiración de los tres supervivientes.

En cuanto murió el último de los granbretanianos, la legión del Amanecer desapareció corno por encanto.

Hawkmoon contempló el grueso cadáver de Shenegar Trott y frunció el ceño.

—Hemos matado a uno…, pero si éste ha logrado llegar hasta aquí, vendrán más.

Dnark ya no está a salvo del Imperio Oscuro.

Fank sorbió por la nariz y se la limpió con el antebrazo.

—A vos os corresponde garantizar la seguridad de Dnark… y, de hecho, la seguridad del resto del mundo. —¿Y cómo creéis que voy a conseguirlo? —preguntó él sonriendo sardónicamente.

Fank se disponía a contestarle cuando su mirada se fijó en el enorme cadáver del Guerrero de Negro y Oro. —¡Hermano! —exclamó y empezó a bajar los escalones, tambaleándose. Dejó caer el hacha de guerra y arropó entre sus brazos a la figura cubierta por la armadura—.

Hermano…

—Está muerto —dijo Hawkmoon con suavidad—. Murió a manos de Shenegar Trott, defendiendo el Bastón Rúnico. Yo maté a Trott…

Fank se echó a llorar.

Algún tiempo después los tres hombres se incorporaron y miraron la carnicería que se había producido a su alrededor. Todo el salón del Bastón Rúnico se hallaba lleno de cadáveres. Hasta los dibujos del aire parecían haber adquirido una coloración rojiza y el aroma amargo–dulzón no se podía distinguir del olor producido por la muerte.

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