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Authors: Matthew Pearl

Tags: #Intriga,

El club Dante

BOOK: El club Dante
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Boston, 1865. Importantes personalidades están siendo brutalmente asesinadas por un criminal inspirado en los tormentos del Infierno de Dante. Sólo los miembros del club Dante —poetas y profesores de Harvard dirigidos por Henry Wadsworth Longfellow— pueden anticiparse al asesino e identificarle. Mientras preparan la primera traducción americana de La divina comedia enfrentándose a la oposición de la puritana vieja guardia de Harvard, los intelectuales deberán convertirse en detectives y pasar a la acción.

Nicholas Ray, el primer policía negro del departamento de Boston, dirigirá la investigación oficial mientras los miembros del club llevan a cabo sus insólitas pesquisas. Un dantesco infierno medieval se cierne sobre las calles de la ciudad, en una época que toca a su fin, convulsa por la recién terminada guerra civil, el asesinato del presidente Lincoln y los disturbios raciales.

Comparada insistentemente con El nombre de la rosa, de Umberto Eco, aclamada por la crítica con una unanimidad asombrosa y refrendada por el público con su presencia en las listas de los libros más vendidos de New York Times, Boston Globe, Washington Post, Los Angeles Times, The Guardian, entre otros. Matthew Pearl ha logrado un equilibrio perfecto entre realidad y ficción, una novela histórica de suspense que sorprende de principio a fin.

Matthew Pearl

El club Dante

ePUB v1.0

Crubiera
24.09.12

Título original:
The Dante Club

Matthew pearl, 2003.

Traducción: Vicente Villacampa

Editor original: Crubiera (v1.0)

ePub base v2.0

A Lino, mi profesor, y a Ian, mi maestro

Advertencia al lector

Prefacio de C. Lewis Watkins

Profesor de la Cátedra Baker–Valerio de Civilización y Literatura de Italia y de Retórica

Pittsfield Daily Reporter,

«Notas locales», 15 de septiembre de 1989

El insecto que infectó al muchacho de Lexington desencadena una «renovación»

El martes por la tarde, los equipos de búsqueda recuperaron sano y salvo a Kenneth Stanton, de diez años, en un remoto paraje de las montañas Catamount. El muchacho, alumno de quinto de primaria, fue atendido en el centro médico Berkshire de inflamación y molestias producidas por la deposición en sus heridas de larvas de insectos en principio no identificados.

El entomólogo doctor K. L. Landsman, del Instituto y Museo Harve–Bay, de Boston, informa de que las muestras de mosca azul halladas en el lugar son históricamente desconocidas en Massachusetts. Lo más notable, afirma Landsman, es que los insectos y sus larvas parecen corresponder a una especie que los entomólogos consideraban extinguida desde hace casi cincuenta años, la
Cochliomyia hominivorax
, conocida comúnmente como gusano barrenador primario del Nuevo Mundo, clasificado en 1859 por un médico francés en una isla sudamericana. A finales del siglo XIX, la presencia de esta peligrosa especie alcanzó niveles de epidemia, causando la muerte de cientos de miles de cabezas de ganado en todo el hemisferio occidental.

Durante la década de 1950, un masivo programa impulsado por Norteamérica erradicó la especie, introduciendo entre la población moscas macho esterilizadas mediante radiaciones gamma. De esta manera se puso fin a la capacidad reproductora de las hembras.

El caso de Kenneth Stanton puede haber contribuido a lo que se conoce como una «renovación», producida en el laboratorio a partir de insectos utilizados por los investigadores. «Aunque la erradicación fue una inteligente iniciativa de salud pública —dice Landsman—, hay mucho que aprender en una instalación controlada y equipada con nuevas técnicas de observación». Preguntado por su reacción ante su buena suerte taxonómica, Stanton replicó: «¡Mi profesor de ciencias cree que soy muy bueno!».

Usted podrá preguntarse, a la vista del título del presente volumen, qué relación existe entre Dante y el artículo que antecede, pero no tardará en advertir que dicha relación es alarmante. Como autoridad reconocida en la recepción norteamericana de la
Divina Comedia
de Dante, fui contratado el pasado verano por Random House para escribir, a cambio de su acostumbrada mísera retribución, algunas observaciones preliminares a este libro.

El texto del señor Pearl deriva de los orígenes de la presencia de Dante en nuestra cultura. En 1867, el poeta H. W. Longfellow completó la primera traducción norteamericana de la
Divina Comedia
, el revolucionario poema de Dante sobre el más allá. En la actualidad existen más traducciones al inglés de la poesía de Dante que a cualquier otro idioma, y Estados Unidos edita más traducciones del autor que cualquier otro país. La Dante Society of America, de Cambridge, Massachusetts, se enorgullece de ser la organización más antigua existente en el mundo dedicada al estudio y promoción de Dante. Como señalaba T. S. Eliot, Dante y Shakespeare se reparten entre los dos el mundo moderno, y la mitad del mundo correspondiente a Dante se ensancha de año en año. Pero antes del trabajo de Longfellow, Dante permanecía casi desconocido en Norteamérica. No hablábamos la lengua italiana ni ésta solía enseñarse, no viajábamos al extranjero en número significativo, y los italianos que vivían en Estados Unidos no pasaban de un puñado disperso.

Con toda la fuerza de mi perspicacia crítica, observé, más allá de que se narran en
El club Dante
prevalecía la fábula sobre la historia. No obstante, buscando en la base de datos Lexis–Nexis para confirmar mi valoración, descubrí la inquietante noticia periodística reproducida más arriba del
Pittsfield Daily Reporter
. Inmediatamente me puse en contacto con el doctor Landsman, del Instituto Harve–Bay, y reconstruí un cuadro completo del accidente que había ocurrido casi catorce años antes.

Kenneth Stanton se alejó de su familia, que había salido de excursión para pescar en los Berkshires, y tropezó con una extraña sucesión de animales muertos en un sendero cubierto de hierba: primero, un mapache con el ombligo rebosando de sangre; luego, un zorro; más allá, un oso negro. El muchacho contó después a sus padres que experimentó una especie de hipnosis ante aquella grotesca visión. Perdió el equilibrio y cayó, golpeándose con una hilera de rocas puntiagudas. Quedó inconsciente y con fractura de un tobillo, lo atacaron los gusanos barrenadores primarios de las moscas azules Cinco días más tarde, Kenneth Stanton, de diez años de edad, sucumbió a unas súbitas convulsiones mientras convalecía en su cama. La autopsia encontró doce larvas de
Cochliomyia hominivorax
, una de las especies de insectos más mortífera, extinguida desde hacía cincuenta años, o eso se creía.

La especie rediviva de mosca, mostrando una capacidad de supervivencia en distintos climas de la que no se tenía noticia previa, ha sido introducida desde entonces en el Próximo Oriente, al parecer en cargamentos de mercancías, y mientras escribo diezma el ganado y la economía del norte de Irán. Con posterioridad se ha formulado la teoría, a partir de hallazgos científicos publicados en
Abstract of Entomology
, del pasado año, de que la evolución divergente manifestada por las moscas se originó en el noreste de Estados Unidos en torno a 1865.

Para la pregunta de cómo empezó allí, al parecer no hay respuesta salvo, ahora estoy dolorosamente convencido, en los detalles de
El club Dante
. Desde hace más de cinco semanas, me he impuesto la tarea de someter el original de Pearl a un examen adicional a cargo de ocho de los catorce colegas docentes que tengo este semestre. Han analizado y catalogado los aspectos filológicos e historiográficos achacables únicamente al ego del autor. Cada día que pasa, somos testigos de alguna prueba más del notable grado de tristeza y de gloria que experimentaron Longfellow y sus protectores el año del sexto centenario del nacimiento de Dante. He renunciado a cualquier retribución, pues esto ya no era el prefacio que empecé a escribir como una advertencia. La muerte de Kenneth Stanton ha abierto de par en par la puerta cerrada de la llegada de Dante a nuestro mundo y de los secretos que aún permanecen por desvelar en nuestro tiempo. De ellos sólo quiero prevenirlo a usted, lector. Por favor, si continúa, recuerde ante todo que las palabras pueden sangrar.

Profesor C. L
EWIS
W
ATKINS

Cambridge, Massachusetts

Canto primero
I

John Kurtz, jefe de la policía de Boston, hizo un esfuerzo para acomodarse entre las dos criadas. A un lado, la irlandesa que había descubierto el cadáver lloraba a lágrima viva y gimoteaba plegarias que no resultaban familiares (porque eran católicas) ni inteligibles (a causa del llanto), y con sus cabellos producía picazón en la oreja de Kurtz. Al otro lado se sentaba la sobrina, muda y desesperada. La sala estaba profusamente amueblada con butacas y canapés, pero las mujeres se habían colocado muy apretadas contra el visitante mientras aguardaban. Él tenía que concentrarse en no derramar su té, pues las criadas imprimían fuertes sacudidas al diván de tela de crin negra.

Como jefe de policía, Kurtz se había enfrentado a otros asesinatos. Pero no a los suficientes para que aquello se convirtiera en una rutina: por lo general se perpetraban uno o dos al año, y en Boston podía transcurrir un período de doce meses sin un homicidio digno de señalarse. Los pocos asesinados eran de baja extracción, de manera que consolar no había formado parte de las funciones de Kurtz. De todos modos era un hombre demasiado impaciente con las emociones para haberse desempeñado bien en ese terreno. El subjefe de policía, Edward Savage, que ocasionalmente escribía poesía, hubiera podido hacerlo mejor.

Aquello, —
aquello
era el único nombre que el jefe Kurtz podía permitirse dar a la horrible situación que iba a cambiar la vida de una ciudad— no se limitaba a un asesinato. Era el asesinato de un brahmán de Boston, un miembro de la casta de los salones de Nueva Inglaterra, pasada por Harvard y bendecida por el unitarismo. Y la víctima era más que eso: se trataba del más alto magistrado de los tribunales de Massachusetts.
Aquello
no sólo había matado a un hombre, como en ocasiones hacen los asesinos casi compasivamente, sino que lo había destrozado por completo.

La mujer a la que estaban aguardando en el mejor salón de Wide Oaks, había tomado el primer tren que pudo en Providence, después de recibir el telegrama. Los vagones de primera avanzaban ruidosamente, con irresponsable lentitud, pero ahora aquel viaje, como todo cuanto lo había antecedido, parecía formar parte de algo irreconocible y olvidado. Ella había hecho una apuesta consigo misma y con Dios: que el ministro de su familia no habría llegado a su casa antes que ella, y que el mensaje contenido en el telegrama sería una equivocación. Aquella apuesta suya no tenía ningún sentido, pero debía inventar algo en lo que creer, algo para mantener alejado al difunto de figura borrosa. Ednah Healey, basculando en el umbral del terror y el sentimiento de pérdida, miraba al vacío. Al entrar en su salón sólo percibió la ausencia de su ministro y se agitó con un irreal sentimiento de victoria.

Kurtz, un hombre robusto, que exhibía una coloración mostaza bajo su híspido bigote, se dio cuenta de que él también estaba temblando. Había ensayado el encuentro en el carruaje que lo llevaba a Wide Oaks:

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