Reflexiona
.
… La mujer juega en la música un papel secundario. Me refiero a la creación musical, a la composición. La mujer juega un papel secundario. ¿O conoce usted
una
compositora de renombre? ¿Una sola? ¿Lo ve? ¿Había pensado en ello antes? Debería reflexionar sobre esta cuestión. Sobre la mujer en relación con la música, tal vez. En cuanto al contrabajo, es un instrumento femenino. Pese a su género gramatical, es un instrumento femenino… pero inflexible como la muerte. Del mismo modo que la muerte —ahora asocio ideas— es femenina en su tremenda crueldad o —si se quiere— en su ineludible función acogedora; y complementaria también del principio de la vida, de la fertilidad, la madre tierra y todo lo demás, ¿acaso no tengo razón? Y en esta función —para volver a la música— el contrabajo lucha como símbolo de la muerte contra la Nada en la que amenazan con sumergirse al mismo tiempo la música y la vida. Así visto, nosotros, los contrabajos, somos considerados los Cerberos de la Nada, o también el Sísifo que escala la montaña con la carga sensorial de toda la música sobre los hombros —¡le ruego que lo vea en su imaginación!—, despreciado, escupido, con el hígado hecho pedazos… no, ése fue Prometeo… A propósito, el verano pasado fuimos con la ópera nacional a Orange, en el sur de Francia, a los festivales. Representación especial de
Sigfrido
, imagíneselo: en el anfiteatro de Orange, de casi dos mil años de antigüedad, una estructura clásica de una de las épocas más civilizadas de la humanidad, bajo los ojos del emperador Augusto, braman todos los dioses germanos, resopla el dragón, corretea Sigfrido por el escenario, vulgar, grueso,
boche
, como dicen los franceses… Cobramos mil doscientos marcos por cabeza, pero toda la representación me resultó tan penosa, que toqué como máximo la quinta parte de las notas. Y después… ¿sabe qué hicimos después todos los de la orquesta? Nos emborrachamos, nos comportamos como la más vulgar de las plebes, gritando hasta las tres de la madrugada, como
boches
; tuvo que intervenir la policía y todo porque estábamos desesperados. Por desgracia, los cantantes fueron a emborracharse a otra parte, nunca se sientan con nosotros, los de la orquesta. Sarah —ya sabe, esa joven cantante— también cenó con ellos. Interpretó el canto de un pajarillo del bosque. Los cantantes también se alojaron en otro hotel; de no ser así, quizá nos habríamos encontrado entonces…
Un conocido mío tuvo una vez relaciones con una cantante durante un año y medio, pero era violoncelista. El
cello
no es tan voluminoso como el bajo. No se interpone de forma tan contundente entre dos personas que se aman. O desean amarse. Hay además gran cantidad de solos para el
cello
—prestigio, ahora—: el
Concierto para Piano
de Tchaikovsky, la
Cuarta Sinfonía
de Schumann, el
Don Carlos
, etcétera. Y a pesar de ello, debo decirle que este conocido mío quedó muy desmoralizado tras sus relaciones con la cantante. Tuvo que aprender a tocar el piano para poder acompañarla. Ella se lo exigió y, por amor… En cualquier caso, el hombre se convirtió al poco tiempo en el acompañante de la mujer que amaba, y un acompañante mediocre, además. Cuando tocaban juntos, ella le superaba en gran medida. Le humillaba con rotundidad; ésta es la otra cara de la luna del amor. Sin embargo, él era como violoncelista mejor virtuoso que ella como
mezzosoprano
, mucho mejor, sin comparación. Pero tenía que acompañarla sin falta, quería tocar siempre con ella. Y para
cello
y
soprano
no hay muchas obras. Muy pocas. Casi tan pocas como para
soprano
y contrabajo…
Me siento solo muy a menudo, ¿sabe? Estoy casi siempre solo en casa, cuando no hay representación; pongo un par de discos y ensayo de vez en cuando, pero sin ilusión, siempre es lo mismo. Esta noche iniciamos el festival con
El oro del Rin
, con Carlo Maria Giulini como director invitado y el primer ministro en la primera fila; el público más elegante, las entradas cuestan hasta trescientos cincuenta marcos, una locura. Pero a mí me importa un bledo. No estudio. En
El oro del Rin
somos ocho, así que la interpretación de uno solo no tiene la menor importancia. El maestro concertador da el tono y el resto le sigue… Sarah también canta
Wellgunde
. Ya al principio. Un gran papel para ella, que podría significar su revelación. Sólo es lástima que tenga que debérsela a Wagner, pero no se puede escoger, ni en esto ni en nada. Normalmente ensayamos de diez a una y trabajamos de siete a diez. El resto del tiempo lo paso en casa, en mi habitación acústica. Bebo varias cervezas para compensar la pérdida de líquido. Y muchas veces lo coloco en el sillón de mimbre que tengo delante, lo apoyo, dejo el arco a su lado, me siento en la butaca y lo contemplo. Y entonces pienso: ¡Qué horrible instrumento! ¡Se lo ruego, mírelo! Mírelo bien. Parece una mujer vieja y gorda. Tiene las caderas demasiado anchas y la cintura desastrosa, excesivamente alta y poco estrecha, y luego la parte de los hombros, caída y raquítica… es para volverse loco. Esto se debe a que la historia de su evolución ha convertido al contrabajo en un híbrido. La parte inferior parece la de un violín grande y la superior, la de una viola grande. El contrabajo es el instrumento más monstruoso y rechoncho y menos elegante que se ha inventado jamás. Un sátiro de instrumento. Muchas veces siento deseos de romperlo en mil pedazos. Aserrarlo. Cortarlo a hachazos. Desmenuzarlo, molerlo, pulverizarlo, meterlo en el carburador de un coche a leña y… ¡listos! No, no puedo decir honradamente que lo amo. Además, también es odioso para tocar. Para tres semitonos se necesita todo el ancho de la mano. ¡Para tres semitonos! Esto, por ejemplo…
Toca tres semitonos
.
… Y cuando pulso una cuerda de arriba abajo…
Lo hace
.
… Tengo que cambiar once veces de posición. Es un puro deporte de atleta. Hay que pulsar cada cuerda como un loco, observe bien mis dedos. ¡Fíjese! Callos en las yemas, mírelos, y estrías muy duras. En estos dedos ya no tengo tacto. Hace pocos días me quemé uno y no sentí nada, no me enteré hasta que percibí el hedor del callo quemado. Automutilación. Ningún herrero tiene estas yemas. Y para colmo, mis manos son más bien delicadas, nada apropiadas para este instrumento. En casa tocaba también el trombón. Al principio no tenía mucha fuerza en el brazo derecho y se requiere mucha para el arco, pues de lo contrario no se saca ningún tono a esta mierda de caja, o, por lo menos, ninguno que sea bello. Mejor dicho, un tono bello no se le puede sacar nunca, sencillamente porque no lo contiene. Esto… esto no son tonos, son… no querría ser ordinario, pero podría decirle qué son… ¡lo más feo que hay en el ámbito de los ruidos! Nadie puede tocar algo bello con un contrabajo, en el sentido estricto de la palabra. Nadie, ni siquiera los grandes solistas; esto depende de la física, no de la habilidad, porque un contrabajo no encierra estas armonías, carece de ellas, simplemente, y por esto suena siempre tan mal, siempre, y por esto es un gran disparate tocar un solo con el contrabajo y aunque desde hace ciento cincuenta años la técnica sea cada vez más refinada y aunque aparezcan conciertos para contrabajo y sonatas y suites para solos y aunque dentro de poco surja tal vez un prodigio que toque la
Chacona
de Bach con el contrabajo o un
Capriccio
de Paganini, es y será espantoso porque el tono es y seguirá siendo espantoso. Bien, y ahora le tocaré
la
obra estándar, lo mejor que existe para contrabajo, en cierto modo el concierto cumbre para contrabajo, de Karl Ditters von Dittersdorf; preste mucha atención…
Pone la primera parte del Concierto en Mi Mayor de Dittersdorf
… Ya está. Éste es el
Concierto en Mi Mayor
para Contrabajo y Orquesta de Dittersdorf. En realidad se llamaba Ditters, Karl Ditters y vivió de 1739 a 1799. También era guardabosque. Y ahora dígame con franqueza: ¿es hermoso? ¿Quiere escucharlo otra vez? ¿Escuchar cómo suena, sin atender a la composición? ¿O la cadencia? ¿Quiere escuchar de nuevo la cadencia? ¡La cadencia es para morirse de risa! ¡El sonido de toda la obra es para echarse a llorar! Toca el primer solista, pero prefiero no mencionar su nombre porque él no tiene la culpa de nada, en realidad. Y Dittersdorf… Dios mío, antes la gente tenía que escribir así, por encargo de los de arriba. Escribió como un poseído, Mozart era un gandul a su lado; más de cien sinfonías, treinta óperas, un montón de sonatas para piano y otras piezas menores y treinta y cinco conciertos para solistas, entre ellos para contrabajo. En total existen en la literatura más de cincuenta conciertos para contrabajo y orquesta, todos de compositores menos conocidos. ¿O conoce usted a Johann Sperger? ¿O a Domenico Dragonetti? ¿A Bottesini? ¿A Simandl o Kussewitzki o Hotl o Vanhal u Otto Geier o Hoffmeister u Othmar Klose? ¿Conoce a uno de ellos? Son los grandes del contrabajo. En el fondo, todos ellos hombres como yo. Contrabajos que, por pura desesperación, se dedicaron a componer y esto se nota en los conciertos, porque un compositor decente no escribe para el contrabajo, tiene demasiado buen gusto para ello. Y cuando escribe para el contrabajo, es para burlarse. Hay un pequeño minueto de Mozart,
Köchel 344
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¡que es para morirse de risa! O el número cinco de Saint-Saëns en el baile de máscaras de los animales:
El elefante
, para contrabajo y piano,
allegretto pomposo
, que dura un minuto y medio… ¡para morirse de risa! O en
Salomé
, de Richard Strauss, el pasaje para contrabajo en cinco partes, donde Salomé mira hacia el interior del aljibe: «¡Qué negro es el fondo! Debe ser espantoso vivir en un agujero tan negro. Es como una tumba…». Un pasaje para contrabajo a cinco voces. El efecto es aterrador. Al oyente se le ponen los pelos de punta. Y al músico también. ¡Aterrador!
Habría que hacer más música de cámara. Quizá sería incluso divertido. Pero ¿quién me acepta en un quinteto con mi contrabajo? No compensa. Cuando necesitan a uno, lo alquilan. Y lo mismo ocurre con un septeto o un octeto. Pero no a mí. En Alemania hay dos o tres contrabajos que lo tocan todo. Uno, porque tiene su propia agencia de conciertos, el otro, porque toca en la Filarmónica de Berlín y el tercero porque tiene una cátedra en Viena. Ante ellos, nosotros no somos nada. Tocar un quinteto tan bello como el de
Dvořák
. O el de
Janáček
. O el octeto de Beethoven. O quizá incluso el
Quinteto de las Truchas
de Schubert. Esto sería lo máximo, ¿sabe?, hablando de la carrera musical. El sueño de un contrabajo, Schubert… Pero esto queda lejos, muy lejos. No soy más que uno del montón, quiero decir que me siento en el tercer atril. En el primer atril está nuestro solista y, junto a él, el solista adjunto; en el segundo se sientan el concertador y el concertador adjunto y detrás vienen los del montón. Esto no tiene nada que ver con la calidad, es un orden de colocación. Porque debe usted tener en cuenta que una orquesta es y debe ser una formación estrictamente jerarquizada y, como tal, una imagen de la sociedad humana. No de una sociedad humana determinada, sino de la sociedad en general: Sobre todos nosotros planea el DGM, director general de música, a continuación viene el primer violín, detrás de éste el segundo primer violín y después los restantes primeros y segundos violines, violas,
cellos
, flautas, oboes, clarinetes, fagotes, los instrumentos de metal y, a la cola, el contrabajo. Detrás de nosotros sólo está el timbal, pero esto es en teoría, porque el timbal se sitúa aislado y en un lugar más alto, para que todos puedan verlo. Además, tiene más volumen. Cuando suena el timbal, se oye hasta la última fila y todo el mundo dice: Ah, los timbales. De mí nadie dice: Ah, el contrabajo, porque yo me confundo con la masa. Por esto puede decirse que el timbal está prácticamente por encima del contrabajo. Aunque, bien mirado, el timbal, con sus cuatro tonos, no es un instrumento. Sin embargo, existen solos de timbal, por ejemplo el
Concierto número 5 para Piano
de Beethoven, al final de la primera parte. Entonces todos los que no miran al pianista miran al timbal, y esto significa, en un teatro grande, de mil doscientas a mil quinientas personas.
A mí no me miran tantos ni en toda una temporada.
Pero no piense que soy envidioso. La envidia es un sentimiento que desconozco, porque sé lo que valgo. No obstante, poseo un sentido de la justicia y hay cosas en el mundo de la música que son absolutamente injustas. El solista es abrumado por los aplausos, los espectadores se consideran defraudados cuando tienen que dejar de aplaudir; el director del teatro recibe grandes ovaciones y estrecha la mano del director de orquesta por lo menos dos veces; la orquesta entera se levanta muchas veces de sus asientos… Los contrabajos ni siquiera pueden levantarse con comodidad. ¡Los contrabajos —y perdone la expresión— somos en todos los aspectos el último trozo de mierda!
Y por esto digo que la orquesta es la imagen de la sociedad humana, porque aquí, como allí, los que hacen el trabajo sucio son, para colmo, despreciados por los demás. En la orquesta es todavía peor que en la sociedad, porque en la sociedad yo tendría —al menos teóricamente—, la esperanza de ir progresando en el orden jerárquico y alcanzar algún día la cumbre de la pirámide para mirar desde allí a los gusanos… Digo que tendría la esperanza…
En voz más baja
.
… En cambio, en la orquesta no hay ninguna esperanza. Aquí gobierna la terrible jerarquía del poder, la espantosa jerarquía de la decisión ya tomada, la tremenda jerarquía del talento, la inflexible jerarquía física, impuesta por la naturaleza, de las vibraciones y los tonos, ¡no ingrese jamás en una orquesta…!
Ríe con amargura
.
… Se han producido cambios, sin duda, pero relativos. El último fue hace aproximadamente ciento cincuenta años y afectó al orden de colocación. Weber situó los instrumentos de metal detrás de los de cuerda; fue una auténtica revolución. Para los contrabajos no cambió nada, seguimos estando atrás, igual que antes. Desde que concluyó la época del bajo continuo, alrededor de 1750, nos sentamos atrás. Y así seguiremos. Y no me quejo. Soy realista y sé conformarme. Sé conformarme. ¡Bien sabe Dios que he aprendido a hacerlo…!