El corazón de las tinieblas (12 page)

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Authors: Joseph Conrad

Tags: #Relato, #Clásico

BOOK: El corazón de las tinieblas
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No estoy revelando ningún secreto comercial. En efecto, el director dijo más tarde que los métodos del señor Kurtz habían constituido la ruina de aquella región. No puedo opinar al respecto, pero quiero dejar claramente sentado que no había nada provechoso en el hecho de que esas cabezas permanecieran allí. Sólo mostraban que el señor Kurtz carecía de frenos para satisfacer sus apetitos, que había algo que faltaba en él, un pequeño elemento que, cuando surgía una necesidad apremiante, no podía encontrarse en su magnífica elocuencia. Si él era consciente de esa deficiencia, es algo que no puedo decir. Creo que al final llegó a advertirla, pero fue sólo al final. La selva había logrado poseerlo pronto y se había vengado en él de la fantástica invasión de que había sido objeto. Me imagino que le había susurrado cosas sobre él mismo que él no conocía, cosas de las que no tenía idea hasta que se sintió aconsejado por esa gran soledad… y aquel susurro había resultado irresistiblemente fascinante. Resonó violentamente en su interior porque tenía el corazón vacío… Dejé los gemelos, y la cabeza que había parecido estar lo suficientemente cerca como para poder hablar con ella, pareció saltar de pronto a una distancia inaccesible.

El admirador del señor Kurtz estaba un poco cabizbajo. Con una voz apresurada y confusa, comenzó a decirme que no se había atrevido a quitar aquellos símbolos, por así llamarlos. No tenía miedo de los nativos; no se moverían a menos que el señor Kurtz se lo ordenara. Su ascendiente sobre ellos era extraordinario. Los campamentos de aquella gente rodeaban el lugar y sus jefes iban diariamente a visitarlo. Se hubieran arrastrado… 'No quiero saber nada de las ceremonias realizadas para acercarse al señor Kurtz', grité.

Es curioso, pero en aquel momento tuve la sensación de que aquellos detalles resultarían más intolerables que las cabezas que se secaban sobre los postes, frente a las ventanas del señor Kurtz. Después de todo, aquello no era sino un espectáculo salvaje, mientras que yo me sentía de pronto transportado a una región oscura de sutiles horrores, donde un salvajismo puro y sin complicaciones era un alivio positivo, algo que tenía derecho a existir, evidentemente, bajo la luz del sol. El joven me miró con sorpresa. Supongo no concebía que para mí el señor Kurtz no fuera un ídolo. Olvidaba que yo no había escuchado ninguno de aquellos espléndidos monólogos sobre, ¿sobre qué?, el amor, la justicia, la conducta del hombre, y otras cosas por el estilo. Si hubiera tenido necesidad de arrastrarse ante el señor Kurtz, lo hubiera hecho como el salvaje más auténtico de todos ellos. Yo no tenía idea de la situación, el ruso me dijo que aquellas cabezas eran cabezas de rebeldes. Le ofendió extraordinariamente mi risa. ¡Rebeldes! ¿Cuál sería la próxima definición que debía yo oír? Había oído hablar de enemigos, criminales, trabajadores… ahora de rebeldes. Aquellas cabezas rebeldes me parecían muy apaciguadas desde sus postes.

'Usted no sabe cómo ha fatigado esta vida al señor Kurtz', gritó su último discípulo. 'Bueno, ¿y a usted?', le dije. '¡A mí! ¡A mí! Yo soy un hombre sencillo. No tengo grandes ideas. No quiero nada de nadie. ¿Cómo puede compararme con…?' Apenas acertaba a expresar sus sentimientos, de pronto se detuvo. 'No comprendo', gimió. 'He hecho todo lo posible para conservarle con vida, y eso es suficiente. Yo no he participado en todo esto. No tengo ninguna capacidad para ello. Durante meses no ha habido aquí ni una gota de medicina ni un bocado para un hombre enfermo. Había sido vergonzosamente abandonado. Un hombre como él, con aquellas ideas. ¡Vergonzosamente! ¡Vergonzosamente! Yo no he dormido durante las últimas diez noches…'

Su voz se perdió en la calma de la tarde. Las amplias sombras de la selva se habían deslizado colina abajo mientras conversábamos, llegando más allá de la ruinosa cabaña, más allá de la hilera de postes simbólicos. Todo aquello estaba en la penumbra, mientras nosotros, abajo, estábamos aún bajo los rayos del sol, y el espacio del río extendido ante la parte aún no sombreada brillaba con un fulgor tranquilo y deslumbrante, con una faja de sombra oscura y lóbrega encima y abajo. No se veía un alma viviente en la orilla. Los matorrales no se movían.

De pronto, tras una esquina de la casa apareció un grupo de hombres, como si hubieran brotado de la tierra. Avanzaban en una masa compacta, con la hierba hasta la cintura, llevando en medio unas parihuelas improvisadas. Instantáneamente, en aquel paisaje vacío, se elevó un grito cuya estridencia atravesó el aire tranquilo como una flecha aguda que volara directamente del corazón mismo de la tierra, y, como por encanto, corrientes de seres humanos, de seres humanos desnudos, con lanzas en las manos, con arcos y escudos, con miradas y movimientos salvajes, irrumpieron en la estación, vomitados por el bosque tenebroso y plácido. Los arbustos se movieron, la hierba se sacudió por unos momentos, luego todo quedó tranquilo, en una tensa inmovilidad.

'Si ahora no les dice lo que debe decirles, estamos todos perdidos', dijo el ruso a mis espaldas. El grupo de hombres con las parihuelas se había detenido a medio camino, como petrificado. Vi que el hombre de la camilla se semincorporaba, delgado, con un brazo en alto, apoyado en los hombros de los camilleros. 'Esperemos que el hombre que sabe hablar tan bien del amor en general, encuentre alguna razón particular para salvarnos esta vez', dije.

Presentía amargamente el absurdo peligro de nuestra situación, como si el estar a merced de aquel atroz fantasma fuera una necesidad vergonzosa. No podía oír ningún sonido, pero a través de los gemelos vi el brazo delgado extendido imperativamente, la mandíbula inferior en movimiento, los ojos de aquella aparición que brillaban sombríos a lo lejos, en su cabeza huesuda, que oscilaba con grotescas sacudidas. Kurtz… Kurtz, eso significa pequeño en alemán, ¿no es cierto? Bueno el nombre era tan cierto como todo lo demás en su vida y en su muerte. Parecía tener por lo menos siete pies de estatura. La manta que lo cubría cayó y su cuerpo surgió lastimoso y descarnado como de una mortaja. Podía ver la caja torácica, con las costillas bien marcadas. Era como si una imagen animada de la muerte, tallada en viejo marfil, hubiese agitado la mano amenazadora ante una multitud inmóvil de hombres hechos de oscuro y brillante bronce. Le vi abrir la boca; lo que le dio un aspecto indeciblemente voraz, como si hubiera querido devorar todo el aire, toda la tierra, y todos los hombres que tenía ante sí. Una voz profunda llegó débilmente hasta el barco. Debía de haber gritado. Repentinamente cayó hacia atrás. La camilla osciló cuando los camilleros caminaron de nuevo hacia adelante, y al mismo tiempo observé que la multitud de salvajes se desvanecía con movimientos del todo imperceptibles, como si el bosque que había arrojado súbitamente aquellos seres se los hubiera tragado de nuevo, como el aliento es atraído en una prolongada aspiración.

Algunos peregrinos, detrás de las parihuelas, llevaban preparadas las armas: dos escopetas, un rifle pesado y un ligero revólver carabina; los rayos de aquel Júpiter lastimoso. El director se inclinaba sobre él y murmuraba algo mientras caminaba. Lo colocaron en uno de los pequeños camarotes, el espacio justo para una cama y una o dos sillas de campaña. Le habíamos llevado su correspondencia atrasada, y un montón de sobres rotos y cartas abiertas se esparcía sobre la cama. Su mano vagaba débilmente sobre esos papeles. Me asombraba el fuego de sus ojos y la serena languidez de su expresión. No parecía ser tan grande el agotamiento que había producido en él la enfermedad. No parecía sufrir. Aquella sombra parecía satisfecha y tranquila, como si por el momento hubiera saciado todas sus emociones.

Arrugó una de las cartas, y, mirándome directamente a la cara, me dijo: 'Me alegro'. Alguien le había escrito sobre mí. Aquellas recomendaciones especiales volvían a aparecer de nuevo. El volumen de su voz, que emitió sin esfuerzo, casi sin molestarse en mover los labios, me asombró. ¡Qué voz! ¡Qué voz! Era grave, profunda y vibrante, a pesar de que el hombre no parecía emitir un murmullo. Sin embargo, tenía la suficiente fuerza como para casi acabar con todos nosotros, como vais a oír.

El director volvió a aparecer silenciosamente en el umbral de la puerta. Salí en seguida y él corrió la cortina detrás de mí. El ruso, observado con curiosidad por los peregrinos, miraba hacia la playa. Seguí la dirección de su mirada.

Oscuras formas humanas podían verse a distancia, deslizándose frente al tenebroso borde de la selva, y cerca del río dos figuras de bronce apoyadas en largas picas estaban en pie a la luz del sol, las cabezas tocadas con fantásticos gorros de piel moteada; un par de guerreros inmóviles en un reposo estatutario. De derecha a izquierda, a lo largo de la orilla iluminada, se movía una salvaje y deslumbrante figura femenina.

La mujer caminaba con pasos mesurados, envuelta en una tela rayada, guarnecida de flecos, pisando el suelo orgullosamente, con un ligero sonido metálico y un resplandor de bárbaros ornamentos. Mantenía la cabeza erguida, sus cabellos estaban arreglados en forma de yelmo, llevaba anillos de bronce hasta las rodillas, pulseras de bronce hasta los codos, innumerables collares de abalorios en el cuello; objetos estrambóticos, amuletos, presentes de hechiceros, que colgaban sobre ella, que brillaban y temblaban a cada paso que daba. Debía de tener encima objetos con valor de varios colmillos de elefante. Era feroz y soberbia, de ojos salvajes y espléndidos; había algo siniestro y majestuoso en su lento paso… Y en la quietud que envolvió repentinamente toda aquella tierra doliente, la selva inmensa, el cuerpo colosal de la fecunda y misteriosa vida parecía mirarla, pensativa, como si contemplara la imagen de su propia alma tenebrosa y apasionada.

Llegó frente al barco y se detuvo de cara hacia nosotros. La larga sombra de su cuerpo llegaba hasta el borde del agua. Su rostro tenía un trágico y feroz aspecto de tristeza salvaje y de un mudo dolor mezclado con el temor de alguna decisión apenas formulada con la que luchaba. De pie, inmóvil, nos miraba como la misma selva, con aire de cobijar algún proyecto inescrutable. Dejó transcurrir un minuto entero, y entonces dio un paso hacia adelante. Se oyó un ligero repiqueteo, brilló el metal dorado, oscilaron los flecos de la túnica, y entonces se detuvo como si el corazón le hubiera fallado. El joven que estaba a mi lado refunfuñó algo. Los peregrinos murmuraron a mis espaldas. Ella nos miró a todos como si su vida dependiera de la dureza e inflexibilidad de su mirada. De pronto abrió los brazos desnudos y los elevó rígidos por encima de su cabeza como en un deseo indómito de tocar el cielo, y al mismo tiempo las tinieblas se precipitaron de golpe sobre la tierra, pasaron velozmente sobre el río, envolviendo el barco en un abrazo sombrío. Un silencio formidable acompañó la escena.

Se dio vuelta lentamente, comenzó a caminar por la orilla y se dirigió hacia los arbustos de la izquierda. Sólo una vez sus ojos volvieron a contemplarnos, en la oscuridad de la espesura, antes de desaparecer.

'Si hubiera insistido en subir a bordo, creo que realmente habría disparado contra ella', dijo el hombre de los remiendos, con gran nerviosismo. 'He arriesgado mi vida todos los días durante la última quincena tratando de mantenerla fuera de la casa. Un día logró entrar y armó un gran escándalo debido a unos miserables harapos que yo había recogido del almacén para remendar mis ropas. Debió haberle parecido un robo. Al menos eso imagino, porque estuvo hablando durante una hora y señalándome de vez en cuando. Yo no entiendo el dialecto de esta tribu. Por fortuna para mí, Kurtz se sentía ese día demasiado enfermo como para hacerle caso, de otro modo lo hubiera pasado muy mal. No comprendo… No… es demasiado para mí. Bueno, ahora todo ha pasado.'

En ese momento escuché la profunda voz de Kurtz detrás de la cortina: '¡Salvarme!… Salvar el marfil querrá usted decir. Usted interrumpe mis planes. ¡Enfemo! ¡Enfermo! No tan enfermo como a usted le gustaría creer. No importa. Yo llevaré a cabo mis proyectos… Yo volveré. Le mostraré lo que puede hacerse. Usted, con sus pequeñas ideas mezquinas… usted interfiere ahora en mi trabajo. Yo regresaré. Yo…'

El director salió. Me hizo el honor de cogerme por un brazo y llevarme aparte. 'Está muy mal, muy mal', dijo. Consideró necesario suspirar, pero prescindió de mostrarse afligido. 'Hemos hecho por él todo lo que hemos podido, ¿no es cierto? Pero no podemos dejar de reconocer que el señor Kurtz ha hecho más daño que bien a la compañía. No ha entendido que el tiempo no está aún maduro para emprender una acción vigorosa. Cautela, cautela, ése es mi principio. Debemos ser todavía cautos. Esta región quedará cerrada para nosotros por algún tiempo. ¡Deplorable! En conjunto, el comercio va a sufrir mermas. No niego que hay una cantidad considerable de marfil… en su mayor parte fósil. Debemos salvarlo a toda costa, pero mire usted cuán precaria es nuestra situación… ¿Todo por qué? Porque el método es inadecuado.' '¿Llama usted a eso', dije yo, mirando hacia la orilla, 'un método inadecuado?' 'Sin duda', declaró con ardor. '¿Usted no?'

'Yo no llego a considerarlo un método', murmuré después de un momento. 'Exactamente', exclamó. 'Yo ya preveía todo esto. Demuestra una absoluta falta de juicio. Es mi deber comunicarlo al lugar oportuno.' 'Oh', dije, 'aquel tipo… ¿cómo se llama?… el fabricante de ladrillos, podrá hacerle un buen informe.' Pareció turbarse por un momento. Tuve la sensación de no haber respirado nunca antes una atmósfera tan vil, y mentalmente me dirigí a Kurtz en busca de alivio, sí, es verdad, en busca de alivio. 'De cualquier manera pienso que el señor Kurtz es un hombre notable', dije con énfasis. El director se sobresaltó, dejó caer sobre mí una mirada pesada y luego respondió en voz baja: 'Era.' Y me volvió la espalda. Mi hora de favoritismo había pasado; me encontraba unido a Kurtz como partidario de métodos para los cuales el momento aún no estaba maduro. ¡Métodos inadecuados! ¡Ah, pero de cualquier manera era algo poder elegir entre las pesadillas!

En realidad yo había optado por la selva, no por el señor Kurtz, quien, debía admitirlo, no servía ya sino para ser enterrado. Y por un momento me pareció que yo también estaba enterrado en una amplia tumba llena de secretos indecibles. Sentí un peso intolerable que oprimía mi pecho, el olor de la tierra húmeda, la presencia invisible de la corrupción victoriosa, las tinieblas de la noche impenetrable… El ruso me dio un golpecito en el hombro. Lo oí murmurar y balbucear algo: 'Hermano marino… no puedo ocultar el conocimiento de asuntos que afectarán la reputación del señor Kurtz.' Esperé que continuara. Para él, evidentemente Kurtz no estaba al borde de la tumba. Sospecho que, para él, el señor Kurtz era inmortal. 'Bueno', dije finalmente, 'hable. Como usted puede ver, en cierto sentido soy amigo del señor Kurtz.'

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