Read El corredor del laberinto Online

Authors: James Dashner

Tags: #Fantasía, #Ciencia ficción

El corredor del laberinto (13 page)

BOOK: El corredor del laberinto
8.34Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Tú te lo has buscado, Ben —afirmó Alby.

Luego negó con la cabeza y miró hacia la choza a la que Newt había ido. Thomas siguió su mirada justo a tiempo de ver a Newt saliendo por la puerta inclinada. Estaba sujetando varias barras de aluminio que conectó por los extremos para hacer una vara de al menos seis metros de largo. Cuando terminó, puso algo con una forma extraña en una de las puntas y arrastró aquella cosa hasta el grupo. Un escalofrío subió por la espalda de Thomas al oír el chirrido metálico de la barra sobre el suelo de piedra mientras Newt caminaba.

Thomas estaba horrorizado por todo aquel asunto. No podía evitar sentirse responsable, aunque no hubiera hecho nada para provocar a Ben. ¿Cómo iba a ser aquello culpa suya? No dio con ninguna respuesta, pero siguió sintiendo la culpa como una enfermedad en su sangre.

Finalmente, Newt llegó hasta Alby y le pasó el extremo de la barra que estaba sujetando. Ahora Thomas veía aquel extraño accesorio. Era una lazada de basto cuero pegado al metal con una enorme grapa. Un gran botón de presión revelaba que la lazada se abría y cerraba, y su función le resultó evidente.

Era un collar.

Capítulo 14

Thomas observó cómo Alby desabrochaba el botón del collar para ponérselo a Ben en el cuello. Por fin, Ben levantó la mirada justo cuando la lazada de cuero se cerró con un fuerte sonido. Los ojos le brillaban por las lágrimas y las fosas nasales le moqueaban. Los clarianos seguían mirando sin decir ni una palabra.

—Por favor, Alby —suplicó Ben con una voz temblorosa tan conmovedora que Thomas no podía creer que fuera el mismo chico que intentó arrancarle la garganta de un mordisco el día anterior—. Te juro que se me fue la olla por el Cambio. No le habría matado. Sólo perdí la cabeza un segundo. Por favor, Alby, por favor.

Cada palabra que pronunciaba el muchacho era como un puñetazo en la tripa de Thomas, le hacía sentirse más culpable y confundido.

Alby no respondió a Ben. Tiró del collar tanto para asegurarse de que estaba bien cerrado como para ver que estaba firmemente pegado a la larga barra. Cruzó por delante de Ben, cogió el palo, lo levantó y se lo pasó cuan largo era por la palma de la mano y los dedos. Cuando llegó a la punta, lo agarró con fuerza y se volvió de cara a la multitud. Con los ojos inyectados en sangre, la cara arrugada por la ira y respirando con dificultad, a Thomas de repente le pareció malvado.

Y era muy extraño lo que veía al otro lado: Ben temblando, llorando, con un collar de cuero viejo cortado toscamente, alrededor de su pálido y famélico cuello, pegado a una barra larga que se extendía de él hasta Alby, a seis metros de distancia. El asta de aluminio se arqueaba por la mitad, pero sólo un poco. Incluso desde donde estaba Thomas, parecía sorprendentemente fuerte.

Alby hablaba en voz alta y ceremoniosa, mirando a nadie y a todos al mismo tiempo:

—Ben de los constructores, has sido sentenciado al destierro por intentar asesinar a Thomas, el novato. Los guardianes han hablado y su palabra no cambiará. Y tú no vas a volver. Nunca —hubo una larga pausa—. Guardianes, colocaos en la pértiga de destierro.

Thomas odiaba que hubiera hecho pública su relación con Ben, odiaba la responsabilidad que sentía. Volver a ser el centro de atención sólo podía acarrear más sospechas sobre él. Su culpa se transformó en vergüenza y cargo de conciencia. Más que nada, lo que quería era que Ben se fuera para que todo terminase.

Uno a uno, los chicos fueron saliendo de la muchedumbre para acercarse a la larga barra; la cogieron con ambas manos y la agarraron como si se prepararan para el juego del tira y afloja. Newt era uno de ellos; Minho, otro, lo que confirmaba la sospecha de Thomas de que era el guardián de los corredores. Winston, el Carnicero, también ocupó su puesto.

Una vez que estuvieron todos en su sitio, diez guardianes separados uniformemente entre Alby y Ben, el ambiente se fue tranquilizando hasta quedar todo en silencio. Los únicos sonidos eran los sollozos apagados de Ben, que seguía secándose la nariz y los ojos. Miraba a izquierda y derecha, aunque el collar que tenía en el cuello le impedía ver la barra y los guardianes que tenía detrás.

Los sentimientos de Thomas volvieron a cambiar. Era evidente que no estaba bien lo que le estaban haciendo a Ben. ¿Por qué se merecía ese destino? ¿No había nada que pudiera hacer por él? ¿Pasaría Thomas el resto de sus días sintiéndose responsable?

«¡Venga ya! —gritó en su cabeza—. ¡Acabad!».

—Por favor —dijo Ben, alzando la voz por la desesperación—. ¡Por favoooooooor! ¡Que alguien me ayude! ¡No podéis hacerme esto!

—¡Cállate! —rugió Alby desde atrás.

Pero Ben le ignoró y siguió suplicando ayuda mientras empezaba a tirar del objeto que le rodeaba el cuello:

—¡Que alguien los detenga! ¡Ayudadme! ¡Por favor!

Fue mirando a los chicos uno a uno, rogando con los ojos. Todos y cada uno de ellos apartaron la vista. De inmediato, Thomas se puso detrás de un chico más alto para evitar su propio enfrentamiento con Ben.

«No puedo volver a ver esos ojos», pensó.

—Si dejásemos que los pingajos como tú hicieran este tipo de cosas —dijo Alby—, no habríamos sobrevivido tanto tiempo. Guardianes, preparaos.

—No, no, no, no, no —decía Ben en voz medio baja—. ¡Os juro que haré cualquier cosa! ¡Juro que nunca más lo volveré a hacer! Pooooor faaaaaa…

Su agudo chillido fue interrumpido por el estruendo de la Puerta Este, que comenzaba a cerrarse. Unas chispas salieron de la piedra mientras el sólido muro de la derecha se deslizaba hacia la izquierda y crujía con un ruido atronador conforme realizaba su trayecto para cerrar el Claro y separarlo del Laberinto durante la noche. La tierra tembló bajo sus pies y Thomas no supo si podría ver lo que estaba a punto de suceder.

—¡Guardianes, ahora! —gritó Alby.

Ben giró hacia atrás la cabeza mientras los guardianes le empujaban con aquella barra hacia el Laberinto en el exterior del Claro. Un grito ahogado salió de la garganta de Ben, más alto que los sonidos que hacía la puerta al cerrarse. Se dejó caer de rodillas, tan sólo para que un guardián, un tipo grueso con pelo negro y cara de refunfuño, tirara de él hasta volver a ponerlo de pie.

—¡Nooooooooo! —aulló Ben, saliéndole saliva por la boca mientras se retorcía y tiraba del collar con las manos. Pero la fuerza conjunta de los guardianes era demasiada, obligaba al chico condenado a acercarse cada vez más al límite del Claro, justo cuando el muro derecho estaba casi cerrado—. ¡Noooo! —gritó una y otra vez. Trató de plantar los pies en el umbral, pero sólo aguantó unas décimas de segundo; la barra le metió en el Laberinto de un bandazo. Enseguida estuvo a cuatro patas fuera del Claro, con el cuerpo tambaleándose de un lado a otro mientras intentaba librarse del collar. Faltaban unos segundos para que se cerraran los muros de la puerta.

Con un último esfuerzo violento, Ben por fin pudo girar el cuello en el aro de cuero para que su cuerpo entero se diera la vuelta de cara a los clarianos. Thomas no se podía creer que aún estuviera mirando a un ser humano cuando vio la locura en los ojos de Ben, la flema que salía volando de su boca y la pálida piel que se extendía tirante sobre sus venas y huesos. Era lo más extraño que Thomas había visto en toda su vida.

—¡Aguantad! —vociferó Alby.

Entonces Ben gritó con un sonido incesante y tan desgarrador que Thomas se tapó los oídos. Fue un alarido lunático y bestial que seguro que le hizo pedazos las cuerdas vocales al chico. En el último segundo, el guardián de delante soltó la gran barra de la pieza pegada a Ben y retrocedió hacia el Claro, dejando al muchacho en su destierro. Los últimos gritos de Ben se interrumpieron cuando los muros se cerraron con un terrible estruendo.

Thomas apretó los ojos y se sorprendió al notar que unas lágrimas le caían por las mejillas.

Capítulo 15

Thomas llevaba dos noches seguidas yéndose a dormir con la angustiosa imagen de la cara de Ben grabada en la mente, atormentándolo. ¿Cómo serían de distintas las cosas si no fuera por aquel chico? Casi se había convencido a sí mismo de que sería totalmente feliz y estaría entusiasmado por conocer su nueva vida y alcanzar el objetivo de convertirse en corredor. Casi. En el fondo sabía que Ben sólo era una parte de todos sus problemas.

Pero ahora ya no estaba, le habían desterrado al mundo de los laceradores, que se lo llevarían a donde fuera que llevaran a sus presas; era una víctima de lo que fuese que se hiciera allí. Aunque tenía muchas razones para despreciar a Ben, más que nada sentía lástima por él.

Thomas no podía imaginarse cómo sería salir de esa manera, pero, por los últimos momentos de Ben, en los que se sacudió, escupió y gritó como un psicótico, ya no dudaba de la importancia de la norma del Claro que decía que nadie debía entrar en el Laberinto, salvo que fuera un corredor y, en ese caso, sólo durante el día. A Ben ya le habían picado una vez y, seguramente, sabía mejor que nadie lo que le esperaba allí fuera.

«Pobre chico —pensó—. Pobre, pobre chico».

Thomas se estremeció y se dio la vuelta sobre un costado. Cuanto más lo pensaba, peor le resultaba la idea de convertirse en un corredor. Pero, inexplicablemente, todavía le atraía.

• • •

A la mañana siguiente, apenas había amanecido antes de que los sonidos de los trabajadores despertaran a Thomas del sueño más profundo que había tenido desde que había llegado. Se incorporó y se restregó los ojos, tratando de librarse del amodorramiento. Se dio por vencido y volvió a tumbarse con la esperanza de que nadie le molestara.

No duró ni un minuto. Alguien le dio unos golpecitos en el hombro y Thomas abrió los ojos para ver que Newt le miraba fijamente.

«Y ahora, ¿qué?», pensó.

—Levántate, torpe.

—Sí, buenos días a ti también. ¿Qué hora es?

—Las siete en punto, verducho —contestó Newt con una sonrisa burlona—. Te habías creído que iba a dejarte dormir hasta tarde después de estos dos días tan duros, ¿eh?

Thomas se sentó, aunque no soportaba la idea que no le dejaran quedarse allí tumbado un par de horas más.

—¿Dormir hasta tarde? ¿Vosotros qué sois, un puñado de granjeros?

¿Cómo se acordaba tan bien de los granjeros? Una vez más, su memoria le había dejado desconcertado.

—Eeeh… sí, ahora que lo mencionas —Newt se dejó caer en el suelo a su lado y se sentó sobre las piernas cruzadas. Se quedó allí en silencio unos instantes, contemplando todo el ajetreo y el bullicio que empezaba a levantarse en el Claro—. Hoy te voy a poner con los excavadores, verducho. A ver si eso te pega más que cortar puñeteros cerditos y esas cosas.

Thomas estaba harto de que le trataran como a un bebé.

—¿No se supone que ya no tendrías que llamarme eso?

—¿El qué? ¿Puñetero cerdito?

Thomas forzó una sonrisa y negó con la cabeza.

—No, «verducho». Ya no soy el más novato, ¿no? Ahora lo es la chica en coma. Llámala a ella «verducha». Yo me llamo Thomas.

Empezó a pensar de pronto en la chica y se acordó de la conexión que sentía. Una sensación de tristeza le abordó como si la echara de menos y quisiera verla. «Eso no tiene sentido —pensó—. Ni siquiera sé cómo se llama».

Newt se recostó y arqueó las cejas.

—¡Vaya! Te han crecido los huevos hasta un buen tamaño esta noche, ¿eh?

Thomas le ignoró y siguió hablando:

—¿Qué es un excavador?

—Es como llamamos a los tíos que curran en los Huertos: labran, quitan hierbajos, plantan y ese tipo de cosas.

Thomas asintió en aquella dirección.

—¿Quién es el guardián?

—Zart. Es buen tío, siempre y cuando no te escaquees del trabajo. Es el que iba delante de todo ayer por la noche.

Thomas no dijo nada después de aquello, pues esperaba pasar el día entero sin hablar de Ben y el destierro. Aquel tema sólo le hacía ponerse enfermo y sentirse culpable, así que pasó a otra cosa:

—¿Y por qué has venido tú a despertarme?

—¿Qué pasa, no te gusta ver mi cara antes que nada?

—No especialmente. Bueno…

Pero, antes de que pudiera terminar la frase, le interrumpió el estruendo de las puertas abriéndose por el día. Miró hacia la Puerta Este, casi esperando ver a Ben allí de pie, al otro lado; pero, en su lugar, vio a Minho estirándose. Entonces, Thomas observó cómo avanzaba y recogía una cosa del suelo.

Era la parte de la barra que tenía pegado el collar de cuero. Minho no pareció pensar en nada; se lo lanzó a otro de los corredores, que fue a devolverlo al cobertizo que había junto a los Huertos.

Thomas se volvió hacia Newt, confundido. ¿Cómo podía actuar Minho de forma tan indiferente?

—¿Qué demonios…?

—Sólo he visto tres destierros, Tommy. Todos fueron tan desagradables como el que viste a hurtadillas ayer por la noche. Pero todas las puñeteras veces los laceradores dejaron el collar en el umbral. No hay nada que me ponga los pelos más de punta.

Thomas no pudo llevarle la contraria.

—¿Qué hacen con los que atrapan? —¿De verdad lo quería saber?

Newt se encogió de hombros con una indiferencia no muy convincente. Lo más seguro era que no quisiera hablar de ello.

—Cuéntame algo de los corredores —dijo Thomas de repente.

No sabía de dónde habían salido aquellas palabras, pero permaneció tranquilo, a pesar de las ganas que le entraron de disculparse y cambiar de tema; quería saberlo todo sobre ellos. Incluso después de lo ocurrido la noche anterior, incluso después de ver con sus propios ojos el lacerador a través de la ventana, quería saber más. Lo deseaba con mucha fuerza y no comprendía por qué. Le parecía haber nacido para convertirse en uno de los corredores.

BOOK: El corredor del laberinto
8.34Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

A Race Against Time by Carolyn Keene
Hunter's Prize by Marcia Gruver
Taking Flight by Siera Maley
Fealty Of The Bear by T.S. Joyce