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Authors: James Dashner

Tags: #Fantasía, #Ciencia ficción

El corredor del laberinto (34 page)

BOOK: El corredor del laberinto
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—¿Asegurarte de qué? —preguntó Newt—. Has tenido suerte de que no se te llevaran como a Gally.

Minho se irguió y se puso las manos en las caderas, todavía con la respiración afectada.

—¡Cortad el rollo, chicos! Sólo quería ver si iban hacia el Precipicio. Hacia el Agujero de los Laceradores.

—¿Y? —dijo Thomas.

—¡Bingo! —Minho se limpió el sudor de la frente.

—No me lo puedo creer —murmuró Newt casi en un susurro—. Menuda noche.

Thomas trató de pensar en el Agujero y en qué significaba todo aquello, pero no podía quitarse de la cabeza lo que Newt estaba a punto de decir antes de que viera a Minho regresar.

—¿Qué estabas a punto de contarme? —inquirió—. Has dicho que teníamos problemas…

—Sí —Newt señaló con el pulgar por encima del hombro—. Aún puede verse el puñetero humo.

Thomas miró en aquella dirección. La pesada puerta metálica de la Sala de Mapas estaba entornada y una fina estela de humo negro se elevaba hacia el cielo gris.

—Alguien ha quemado los baúles de los mapas —dijo Newt—. Hasta el último de ellos.

• • •

Por alguna razón, a Thomas no le importaba mucho lo de los mapas. De todos modos, parecían inútiles. Estaba al otro lado de la ventana del Trullo, después de separarse de Newt y Minho, que habían ido a investigar el sabotaje de la Sala de Mapas. Thomas se había dado cuenta de la extraña mirada que habían intercambiado antes de marcharse, casi como si se comunicaran un secreto con los ojos. Pero él sólo podía pensar en una cosa:

—¿Teresa? —la llamó.

Su cara apareció; se restregó los ojos con las manos.

—¿Han matado a alguien? —preguntó, un poco dormida.

—¿Estabas durmiendo? —inquirió Thomas. Se sintió aliviado, relajado, al ver que parecía estar bien.

—Sí —respondió—, hasta que oí que algo se hacía pedazos en la Hacienda. ¿Qué ha pasado?

Thomas negó con la cabeza, sin dar crédito.

—No sé cómo has podido dormir con el ruido que hacían todos esos laceradores.

—Si alguna vez te despiertas de un coma, ya verás cómo puedes.

Responde a mi pregunta
—dijo dentro de su cabeza.

Thomas parpadeó, por un instante sorprendido por la voz, ya que hacía rato que la chica no le hablaba mentalmente.

—Corta ya ese rollo.

—Dime lo que ha pasado.

Thomas suspiró. Era una historia muy larga y no le apetecía contarlo todo.

—No conoces a Gally, pero es un chaval que está como una cabra y huyó hace unos días. Apareció, saltó encima de un lacerador y entraron los dos en el Laberinto. Fue muy raro —todavía no podía creerse que hubiera ocurrido de verdad.

—Que ya es decir mucho —añadió Teresa.

—Sí —miró detrás de él, con la esperanza de ver a Alby por algún lado, seguro de que ahora soltaría a la chica. Los clarianos estaban esparcidos por todo el complejo, pero no había ni rastro de su líder. Volvió a mirar a Teresa—. No lo entiendo. ¿Por qué se han marchado los laceradores después de llevarse a Gally? Dijo algo de que matarían a un chico por noche hasta que estuviésemos todos muertos. Lo dijo por lo menos dos veces.

Teresa pasó las manos por entre los barrotes y apoyó los antebrazos en el alféizar de cemento.

—¿Sólo uno cada noche? ¿Por qué?

—No lo sé. También dijo que tenía que ver con… unas pruebas. O unas variables. Algo así.

Thomas sentía el mismo impulso que la noche anterior: quería cogerla de las manos, aunque se contuvo.

—Tom, he estado pensando sobre lo que me comentaste que dije. Que el Laberinto era un código. Al estar aquí encerrada, el cerebro se pone a funcionar.

—¿Qué crees que significa?

Sumamente interesado, trató de ignorar los gritos y el parloteo que comenzaron a oírse por todo el Claro a medida que los demás iban descubriendo que alguien había quemado la Sala de Mapas.

—Bueno, las paredes se mueven todos los días, ¿no?

—Sí.

Parecía que de verdad había averiguado algo.

—Y Minho opina que siguen un patrón, ¿verdad?

—Sí.

Los engranajes empezaron a funcionar también en la cabeza de Thomas, casi como si un recuerdo empezara a desatarse.

—Bien, no me acuerdo de por qué te dije lo del código. Sé que, cuando estaba saliendo del coma, daban vueltas en mi mente muchas ideas y recuerdos, como si pudiera sentir cómo alguien me la vaciaba, absorbiéndolo todo. Y sentí que tenía que decir lo del código antes de que lo perdiera. Así que debe de haber una razón importante.

Thomas apenas la oía. Estaba esforzándose mucho por pensar.

—Siempre comparan las secciones del mapa con las del día anterior y el día anterior a ese, y así sucesivamente, todos los días; cada corredor analiza su sección. ¿Y si se supone que deberían comparar los mapas con los de las otras secciones…? —se calló porque tuvo la sensación de estar a punto de llegar a algún sitio.

Teresa parecía ignorarle y continuaba con sus propias teorías:

—La palabra
código
me hace pensar en letras. En las letras del alfabeto. A lo mejor, el Laberinto está intentando deletrear algo.

Todo encajó tan rápido en la mente de Thomas que casi oyó un clic, como si las piezas se colocaran en su sitio todas a la vez.

—Tienes razón, ¡tienes razón! Pero los corredores lo han estado mirando mal todo este tiempo. ¡Lo han estado analizando de forma equivocada!

Teresa se agarró a los barrotes y los nudillos se le pusieron blancos; apretó la cara contra las barras de hierro.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando?

Thomas se aferró a las dos barras que había junto a las que ella sujetaba y se acercó lo bastante como para olería; un aroma sorprendentemente agradable a sudor y a flores.

—Minho dijo que los patrones se repetían, sólo que no habían averiguado qué significaba. Pero siempre los habían estudiado sección por sección, comparando un día con el siguiente. ¿Y si cada día es una pieza distinta del código y se supone que tienen que usar las ocho secciones juntas de algún modo?

—¿Crees que tal vez cada día revela una palabra? —preguntó Teresa—. ¿Con los movimientos de los muros?

Thomas hizo un gesto de asentimiento.

—Quizás una letra al día, no sé. Pero siempre han creído que los movimientos revelarían la manera de escapar, no que deletrearían algo. Lo estudiaban como un mapa, no como la imagen de algo. Tenemos que… —entonces se calló al recordar lo que le acababa de decir Newt—. Oh, no.

Los ojos de Teresa brillaron de preocupación.

—¿Qué pasa?

—Oh, no, oh, no, oh, no…

Thomas soltó los barrotes y retrocedió un paso a trompicones cuando se dio cuenta. Se dio la vuelta hacia la Sala de Mapas. El humo había disminuido, pero aún salía por la puerta, una nube oscura y neblinosa que tapaba toda la zona.

—¿Qué pasa? —repitió Teresa, que no veía la Sala de Mapas desde aquel ángulo.

Thomas volvió a mirarla.

—No creía que importase…

—¡Qué! —insistió ella.

—Alguien ha quemado todos los mapas. Si había un código, ya no está.

Capítulo 41

—Volveré —dijo Thomas, y se dio la vuelta para marcharse. Sentía el estómago lleno de ácido—. Tengo que encontrar a Newt y ver si algunos de los mapas se han salvado.

—¡Espera! —chilló Teresa—. ¡Sácame de aquí!

Pero no había tiempo, y Thomas se sintió fatal por ello.

—No puedo… Volveré, te lo prometo.

Se dio la vuelta antes de que ella pudiese protestar y echó a correr hacia la Sala de Mapas y su oscura y brumosa nube de humo. Unas agujas de dolor le pincharon por dentro. Si Teresa tenía razón y habían estado tan cerca de llegar a algún tipo de pista para salir de allí, verlo perderse literalmente en las llamas era tan preocupante que hasta dolía.

Lo primero que Thomas vio al llegar fue a un grupo de clarianos apiñados junto a la puerta de acero, que aún estaba entreabierta y tenía el borde ennegrecido por el hollín. Pero, al acercarse más, se dio cuenta de que estaban rodeando algo que había en el suelo y todos lo miraban. Allí en medio vio a Newt, arrodillado, inclinado sobre un cuerpo.

Minho estaba detrás de él; parecía sucio y consternado, y fue el primero en advertir la presencia de Thomas.

—¿Adonde has ido? —preguntó.

—A hablar con Teresa. ¿Qué ha pasado?

Esperó ansioso el siguiente montón de malas noticias. Minho arrugó la frente por el enfado.

—Nuestra Sala de Mapas se incendia, ¿y tú te vas corriendo a hablar con tu fuca novia? ¿Tú de qué vas?

Thomas sabía que la reprimenda debería haberle afectado, pero su mente estaba demasiado preocupada.

—No creo que eso importe ya. Si no habíais averiguado para qué eran los mapas…

Minho parecía indignado, y la luz pálida y el humo hacían que su rostro fuera casi siniestro.

—Sí, es justo el mejor momento para rendirse. ¿Qué demo…?

—Lo siento. Cuéntame qué ha pasado.

Thomas se apoyó en el hombro de un chico delgaducho que había delante de él para echar un vistazo al cuerpo tendido en el suelo.

Era Alby; estaba boca arriba, con un enorme corte en la frente. La sangre le caía por ambos lados de la cabeza y también hacia los ojos, donde se acumulaba. Newt se la estaba limpiando con un trapo húmedo, con cuidado, y le susurraba preguntas demasiado bajo para oírlas. Thomas, preocupado por Alby a pesar de su reciente mal humor, se volvió hacia Minho y repitió su pregunta.

—Winston le encontró aquí fuera, medio muerto, y con la Sala de Mapas ardiendo. Algunos pingajos entraron y sofocaron el fuego, pero era demasiado tarde. Todos los baúles se han quemado hasta volverse cenizas. Al principio, sospeché de Alby, pero fuera quien fuera el que hizo esto le golpeó la fuca cabeza contra la mesa, ya ves dónde. Es asqueroso.

—¿Quién crees que lo ha hecho?

Thomas dudó si debía contarle el posible descubrimiento que Teresa y él habían hecho. Sin mapas, era discutible.

—Tal vez fue Gally antes de presentarse en la Hacienda y volverse loco. O quizás los laceradores. Ni lo sé ni me importa. Da igual.

A Thomas le sorprendió el repentino cambio de actitud.

—Y ahora, ¿quién es el que se rinde?

La cabeza de Minho se levantó con tanta rapidez que Thomas retrocedió un paso. Vio una ligera expresión de ira que enseguida se convirtió en sorpresa o confusión.

—No me refiero a eso, pingajo.

Thomas entrecerró los ojos, lleno de curiosidad.

—¿Qué…?

—Mantén el pico cerrado de momento —Minho se llevó los dedos a los labios y miró a su alrededor para ver si alguien le estaba observando—. Tú mantén el pico cerrado. Lo sabrás muy pronto.

Thomas respiró hondo y se quedó reflexionando. Si esperaba que los demás fueran honestos, él también tenía que serlo, así que decidió compartir lo del posible código del Laberinto, hubiera mapas o no.

—Minho, necesito contaros algo a ti y a Newt. Y tenemos que soltar a Teresa. Seguro que se está muriendo de hambre y puede servirnos de ayuda.

—Lo último que me preocupa es esa estúpida chica.

Thomas ignoró el insulto.

—Danos unos minutos, tenemos una idea. Quizá funcione si hay suficientes corredores que recuerden sus mapas.

Aquello pareció atraer la atención de Minho, pero seguía habiendo una expresión rara en su rostro, como si Thomas estuviera saltándose algo evidente.

—¿Qué idea?

—Venid conmigo al Trullo. Newt y tú.

Minho se quedó pensando un segundo.

—¡Newt! —le llamó.

—¿Sí?

Newt se levantó y volvió a doblar el trapo ensangrentado en busca de algún trozo limpio. Thomas se dio cuenta de que estaba totalmente manchado de rojo. Minho señaló a Alby.

—Dejemos que los mediqueros se ocupen de él. Tenemos que hablar.

Newt le lanzó una mirada inquisidora y, después, le dio el trapo al clariano más próximo.

—Ve a buscar a Clint y dile que tenemos problemas más gordos que chicos con astillas clavadas —cuando el chico se marchó corriendo para hacer lo que le habían mandado, Newt se apartó de Alby—. ¿De qué tenemos que hablar?

Minho señaló a Thomas con la cabeza, pero no dijo nada.

—Venid conmigo —dijo Thomas.

Luego se dio la vuelta y se dirigió al Trullo sin esperar una respuesta.

• • •

—Sacadla de ahí —Thomas estaba junto a la celda, con los brazos cruzados—. Soltadla y después hablaremos. Confiad en mí: vais a querer oírlo.

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