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Authors: Deborah Harkness

Tags: #Fantástico

El descubrimiento de las brujas (56 page)

BOOK: El descubrimiento de las brujas
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Ysabeau estaba en el salón, arreglando flores en un alto florero encima de un escritorio Luis XIV de un valor incalculable, en estado impecable… y con un único propietario.

—¿Ysabeau? —dije, vacilante—. ¿Podría utilizar el teléfono?

—Él te llamará cuando quiera hablar contigo. —Puso con gran cuidado una ramita con hojas nuevas todavía adheridas entre las flores blancas y doradas.

—No voy a llamar a Matthew, Ysabeau. Tengo que hablar con mi tía.

—¿La bruja que llamó la otra noche? —preguntó—. ¿Cómo se llama?

—Sarah —informé, con el ceño fruncido.

—Y vive con una mujer…, otra bruja, no? —Ysabeau siguió colocando rosas blancas en el florero.

—Sí. Emily. ¿Representa eso un problema?

—No —dijo Ysabeau, mirándome por encima de las flores—. Ambas son brujas. Eso es lo único que importa.

—Eso, y el hecho de que se aman.

—Sarah es un buen nombre —continuó Ysabeau, como si yo no hubiera dicho nada—. Conoces la leyenda, por supuesto.

Sacudí la cabeza. Los cambios en la conversación de Ysabeau confundían casi tanto como los cambios repentinos del estado de ánimo de su hijo.

—La madre de Isaac se llamaba Sarai, «pendenciera», pero cuando se quedó embarazada Dios lo cambió por Sarah, que quiere decir «princesa».

—En el caso de mi tía, Sarai es mucho más apropiado. —Esperé a que Ysabeau me dijera dónde estaba el teléfono.

—Emily es también un buen nombre, un nombre fuerte, romano. —Ysabeau cortó un tallo de rosa con sus uñas afiladas.

—¿Qué quiere decir Emily, Ysabeau? —Afortunadamente me estaba quedando sin miembros de la familia.

—Significa «trabajadora». Por supuesto, el nombre más interesante pertenecía a tu madre. Rebecca significa «cautiva» o «atada» —informó Ysabeau con un gesto fruncido de concentración en su cara mientras estudiaba el florero de un lado y luego del otro—. Un nombre interesante para una bruja.

—¿Y qué significa tu nombre? —pregunté impaciente.

—No fue siempre Ysabeau, pero era el nombre que a Philippe le gustaba para mí. Quiere decir «promesa de Dios». —Ysabeau vaciló, escrutó atentamente mi rostro, y tomó una decisión—. Mi nombre completo es Geneviève Mélisande Hélène Ysabeau Aude de Clermont.

—Es hermoso. —Mi paciencia volvió a aparecer cuando pensé en la historia que habría detrás de cada nombre.

Ysabeau me ofreció una pequeña sonrisa.

—Los nombres son importantes.

—¿Matthew tiene otros nombres? —Cogí una rosa blanca de la cesta y se la pasé. Ella murmuró un agradecimiento.

—Por supuesto. A todos nuestros hijos les ponemos muchos nombres cuando renacen como nosotros. Pero Matthew era el nombre con el que nos llegó, y él quiso conservarlo. El cristianismo era muy nuevo entonces, y Philippe pensó que podría ser útil que nuestro hijo llevara el nombre de un evangelista.

—¿Cuáles son sus otros nombres?

—Su nombre completo es Matthew Gabriel Philippe Bertrand Sébastien de Clermont. Era también un muy buen Sébastien, y un Gabriel pasable. Odia Bertrand y no responde a Philippe.

—¿Qué tiene Philippe que le molesta?

—Era el nombre favorito de su padre. —Ysabeau se detuvo un instante—. Debes saber que está muerto. Los nazis lo atraparon luchando a favor de la Resistencia.

En la visión que yo había tenido de Ysabeau, ella había dicho que el padre de Matthew fue capturado por brujas.

—¿Los nazis, Ysabeau, o las brujas? —pregunté en voz baja, temiéndome lo peor.

—¿Matthew te lo dijo? —Ysabeau parecía sorprendida.

—No. Lo vi en una de mis visiones ayer. Tú estabas llorando.

—Ambos, brujas y nazis, mataron a Philippe —dijo, tras una pausa larga—. La pena es reciente, y profunda, pero se desvanecerá con el tiempo. Durante años después de su desaparición, yo sólo cazaba en Argentina y Alemania. Eso me mantenía cuerda.

—Ysabeau, lo siento mucho. —Las palabras eran inadecuadas, pero sentidas. La madre de Matthew pareció percibir mi sinceridad, y me dedicó una sonrisa vacilante.

—No es culpa tuya. Tú no estabas allí.

—¿Qué nombre me pondrías si tuvieras que elegir uno para mí? —pregunté con voz suave, pasándole otra flor a Ysabeau.

—Matthew tiene razón: tú eres solamente Diana —respondió, pronunciándolo al estilo francés como siempre hacía, sin la vocal final—. No hay otros nombres para ti. Es lo que tú eres. —Ysabeau apuntó con su dedo blanco hacia la puerta de la biblioteca—. El teléfono está ahí dentro.

Sentada en el escritorio en la biblioteca, encendí la lámpara y llamé a Nueva York, con la esperanza de que tanto Sarah como Em estuvieran en casa.

—Diana. —Sarah parecía aliviada—. Em ha dicho que eras tú.

—Lamento no haber podido devolver la llamada anoche. Han ocurrido muchas cosas. —Cogí un lápiz y empecé a hacerlo girar por entre mis dedos.

—¿Quieres hablar de eso? —preguntó Sarah. Casi se me cae el teléfono. Mi tía exigía que habláramos de las cosas, nunca lo preguntaba.

—¿Em está ahí? Prefiero contar la historia una sola vez.

Em cogió el supletorio y su voz sonó cálida y reconfortante:

—Hola, Diana. ¿Dónde estás?

—Con la madre de Matthew, cerca de Lyon.

—¿La madre de Matthew? —Em era una entusiasta de la genealogía. No sólo de la propia, que era larga y complicada, sino también de la de todos los demás.

—Ysabeau de Clermont. —Hice todo lo posible por pronunciarlo tal como lo hacía Ysabeau, con sus vocales largas y comiéndome las consonantes—. Es todo un personaje, Em. A veces creo que ella es la razón por la que los seres humanos tienen tanto miedo de los vampiros. Ysabeau parece salida directamente de un cuento de hadas.

Hubo una pausa.

—¿Quieres decir que estás con
Mélisande
de Clermont? —La voz de Em era intensa—. Ni siquiera pensé en los Clermont cuando me hablaste de Matthew. ¿Estás segura de que su nombre es Ysabeau?

Fruncí el ceño.

—En realidad, su nombre es Geneviève. Creo que hay un Mélisande por ahí también. Sólo que ella prefiere Ysabeau.

—Ten cuidado, Diana —advirtió Em—. Mélisande de Clermont es bien conocida. Odia a las brujas y se abrió paso devorándolo todo a través de medio Berlín después de la Segunda Guerra Mundial.

—Tiene una buena razón para odiar a las brujas —dije, frotándome las sienes—. Me sorprende que me dejara entrar en su casa. —Si la situación fuera la inversa y los vampiros estuvieran implicados en la muerte de mis padres, yo no sería tan indulgente.

—¿Y el agua? —intervino Sarah—. Estoy más preocupada por la visión de una tempestad que tuvo Em.

—¡Oh! Empecé a convertirme en agua anoche, después de que Matthew se marchara. —El acuoso recuerdo hizo que me estremeciera.

—Manantial de brujos —suspiró Sarah. Esta vez el tono fue de comprensión—. ¿Qué lo provocó?

—No lo sé, Sarah. Me sentí… vacía. Cuando Matthew se alejó por el sendero de la entrada, las lágrimas que había estado conteniendo desde que Domenico apareció comenzaron simplemente a salir a borbotones.

—¿Qué Domenico? —Emily comenzó a revisar su lista mental de criaturas legendarias otra vez.

—Michele…, un vampiro veneciano. —Mi voz se llenó de furia—: Y si me molesta otra vez, le voy a arrancar la cabeza, vampiro o no vampiro.

—¡Él es peligroso! —reaccionó Em—. Esa criatura no juega de acuerdo con las reglas.

—Ya me lo han dicho muchas veces, y puedes quedarte tranquila sabiendo que estoy en guardia veinticuatro horas al día. No te preocupes.

—Nos preocuparemos hasta que dejes de estar todo el tiempo en compañía de vampiros — observó Sarah.

—Estarás preocupada durante algún tiempo, entonces —dije tercamente—. Estoy enamorada de Matthew, Sarah.

—Eso es imposible, Diana. Vampiros y brujas… —empezó a decir Sarah.

—Domenico me habló del acuerdo —la interrumpí—. No le estoy pidiendo a nadie más que lo rompa, y tengo entendido que eso podría significar que vosotras no podéis o no vais a querer tener nada que ver conmigo. Para mí no hay opciones.

—¡Pero la Congregación hará lo que debe hacer para terminar con esa relación! —dijo Em alarmada.

—También me han dicho eso. Tendrán que matarme para conseguirlo. —Hasta ese momento no había pronunciado las palabras en voz alta, pero las había estado pensando desde la noche anterior—. No es sencillo deshacerse de Matthew, pero yo soy un objetivo muy fácil.

—No puedes ir hacia el peligro como si nada. —Em luchaba contra sus lágrimas.

—Su madre lo hizo —dijo Sarah en voz baja.

—¿Qué es eso de mi madre? —La voz me salió entrecortada al hablar de ella, y perdí parte de mi compostura.

—Rebecca se dirigió directamente a los brazos de Stephen, aunque la gente decía que era mala idea que una bruja y un brujo con los poderes que ellos tenían se unieran. Y se negó a escuchar cuando muchos le advirtieron que se mantuviera lejos de Nigeria.

—Razón de más por la que Diana debe escucharnos ahora —observó Em—. Sólo lo conoces desde hace unas cuantas semanas. Vuelve a casa y trata de olvidarlo.

—¿Olvidarlo? —Eso era ridículo—. Esto no es un enamoramiento pasajero. Nunca he sentido nada parecido por nadie.

—No la molestes, Em. Ya hemos tenido muchas conversaciones así en esta familia. Yo no me olvidé de ti, y ella no va a olvidarse de él. —Sarah dejó escapar un suspiro que pudo oírse a lo largo de todo el camino hasta Auvernia—. Puede que ésta no sea la vida que yo habría escogido para ti, pero todos tenemos que decidir por nosotros mismos. Tu madre lo hizo. Yo lo hice… y, dicho sea de paso, a tu abuela tampoco le resultó nada fácil. Ahora es tu turno. Pero ninguna Bishop le dará jamás la espalda a otra Bishop.

Las lágrimas me hacían arder los ojos.

—Gracias, Sarah.

—Además —continuó Sarah, esforzándose por recobrar la compostura—, si la Congregación está formada por individuos como Domenico Michele, entonces pueden irse todos al infierno.

—¿Qué dice Matthew de todo esto? —preguntó Em—. Me sorprende que te deje una vez que habéis decidido romper con mil años de tradición.

—Matthew no me ha dicho cuáles son sus sentimientos todavía. —Enderecé metódicamente un clip.

Se produjo un silencio total en la línea.

—¿A qué está esperando? —preguntó Sarah finalmente.

Me reí con ganas.

—No has hecho otra cosa que advertirme para que me aleje de Matthew, ¿y ahora te molesta que se niegue a ponerme en un peligro más grande del que ya me acecha?

—Tú quieres estar con él. Eso debe ser suficiente.

—Éste no es una especie de matrimonio mágico concertado, Sarah. Yo tomo mis decisiones. Y él hace lo mismo. —El diminuto reloj con esfera de porcelana que estaba sobre el escritorio indicaba que habían pasado veinticuatro horas desde su partida.

—Si estás decidida a quedarte ahí, con esas criaturas, entonces ten cuidado —advirtió Sarah cuando nos despedimos—. Y si necesitas volver a casa, hazlo.

Después de colgar, el reloj dio una campanada. Ya habría oscurecido en Oxford.

Al demonio con eso de esperar. Levanté el auricular otra vez y marqué su número.

—¿Diana? —Estaba evidentemente preocupado.

Me reí.

—¿Supiste que era yo o fue el identificador de llamadas?

—¿Estás bien? —La preocupación fue reemplazada por el alivio.

—Sí, tu madre me tiene sumamente entretenida.

—Precisamente eso me temía. ¿Qué mentiras te ha estado contando?

Las partes más difíciles del día podían esperar.

—Solamente la verdad —respondí—: que su hijo es una especie de combinación diabólica de Lancelot y Superman.

—Eso es muy de Ysabeau —dijo con aire risueño—. ¡Qué alivio saber que no se ha transformado de manera irreversible por dormir bajo el mismo techo que una bruja!

Sin duda la distancia me ayudaba a distraerlo con mis verdades a medias. Sin embargo, la lejanía no podía disminuir la imagen viva que yo tenía de él sentado en su sillón Morris en All Souls. La habitación estaría iluminada por las lámparas, y su piel parecería una perla pulida. Lo imaginé leyendo, con una arruga profunda de concentración entre sus cejas.

—¿Qué estás bebiendo? —Ése era el único detalle que mi imaginación no podía proporcionar.

—¿Desde cuándo te interesa el vino? —Parecía realmente sorprendido.

—Desde que descubrí cuánto había que saber. —«Desde que descubrí que te gusta el vino, idiota».

—Algo español esta noche… Vega Sicilia.

—¿De cuándo?

—¿Te refieres a la cosecha? —bromeó Matthew—. Es de 1964.

—Muy joven entonces, ¿no? —Le devolví la broma, aliviada por el cambio en su humor.

—Muy joven —estuvo de acuerdo. No necesité un sexto sentido para saber que estaba sonriendo.

—¿Cómo ha ido todo hoy?

—Muy bien. Hemos aumentado nuestra seguridad, aunque no faltaba nada. Alguien trató de piratear el contenido de los ordenadores, pero Miriam me asegura que no hay forma de que alguien pueda meterse en su sistema.

—¿Vas a regresar pronto? —Las palabras se escaparon antes de que pudiera detenerlas, y el silencio subsiguiente se extendió durante más tiempo de lo que resultaba cómodo. Me dije que era la comunicación.

—No lo sé —respondió fríamente—. Volveré cuando pueda.

—¿Quieres hablar con tu madre? Puedo llamarla. —Su alejamiento súbito me dolió, y tuve que esforzarme por mantener la voz tranquila.

—No, puedes decirle que los laboratorios están bien. La casa, también.

Nos despedimos. Tenía un nudo en el pecho y me resultaba difícil respirar. Cuando logré ponerme de pie y dar media vuelta, la madre de Matthew estaba esperando en la entrada.

—Era Matthew. No hay daños ni en el laboratorio ni en la casa. Estoy cansada, Ysabeau, y no tengo mucha hambre. Creo que me iré a la cama. —Eran casi las ocho, una hora perfectamente respetable para acostarse.

—Por supuesto. —Ysabeau se apartó de mi camino mientras sus ojos emitían destellos—. Que duermas bien, Diana.

Capítulo
25

M
arthe había subido al estudio de Matthew mientras yo estaba en el teléfono, y allí me esperaban sándwiches, té y agua. Había cargado la chimenea con troncos para quemar toda la noche y un puñado de velas despedía brillos dorados. Encontraría la misma luz acogedora y la misma calidez arriba, en el dormitorio, pero mi mente no se iba a detener y tratar de dormir sería inútil. El manuscrito del
Aurora
me estaba esperando sobre el escritorio de Matthew. Me senté frente a mi ordenador, evité mirar la armadura y sus reflejos y encendí la luz de su mesa, diseño de la era espacial y minimalista, para leer: «Hablé en voz alta: decidme cuándo será mi final y la medida de mis días para que pueda conocer mi fragilidad. Mi vida es no más larga que el ancho de mi mano. Es sólo un momento, comparada con la tuya».

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