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Authors: Deborah Harkness

Tags: #Fantástico

El descubrimiento de las brujas (80 page)

BOOK: El descubrimiento de las brujas
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La cocina parecía un campo de batalla, como de costumbre. Todas las superficies estaban llenas de platos. Mientras se calentaba el agua para el té y se hacía el café, me arremangué para lavar los platos.

El teléfono de Matthew zumbó en su bolsillo. No le hizo caso, decidido a poner más troncos en la chimenea, ya sobrecargada.

—Deberías atender esa llamada —le dije, echando un chorrito de líquido lavavajillas en el fregadero.

Sacó su teléfono. Por su expresión se notó que no le hacía mucha gracia responder a esa llamada.


Oui
?

Debía de ser Ysabeau. Algo había salido mal, alguien no estaba donde se suponía que debía estar… Me resultaba imposible seguir los detalles pues hablaban muy rápido, pero el fastidio de Matthew era claro. Gritó algunas órdenes y cortó la comunicación.

—¿Ysabeau está bien? —Sacudí los dedos en el agua caliente, esperando que no hubiera una nueva crisis.

Matthew me agarró suavemente los hombros, y masajeó mis tensos músculos.

—Ella está bien. Esto no tenía nada que ver con Ysabeau. Es Alain. Se estaba ocupando de algunos negocios de la familia y ha tropezado con una situación inesperada.

—¿Negocios? —Cogí el estropajo y empecé a fregar—. ¿Para los caballeros de Lázaro?

—Sí —dijo cortante.

—¿Quién es Alain? —Coloqué el plato limpio en el escurreplatos.

—Empezó como escudero de mi padre. Philippe no podía arreglárselas sin él, en la guerra o en la paz, así que Marthe lo hizo vampiro. Él conoce todos los aspectos de las actividades de la hermandad. Cuando mi padre murió, Alain traspasó su lealtad de Philippe a mí. Llamó para advertirme que Marcus no se encontraba muy contento de haber recibido mi mensaje.

Me volví para mirarlo a los ojos.

—¿Fue el mismo mensaje que le diste a Baldwin en La Guardia?

Asintió con la cabeza.

—Sólo soy un problema para tu familia.

—Esto ya no es un asunto de la familia De Clermont, Diana. Los caballeros de Lázaro protegen a quienes no pueden protegerse por sí mismos. Marcus lo sabía cuando aceptó un puesto en la orden.

El teléfono de Matthew zumbó otra vez.

—Y ése debe de ser Marcus —dijo sombríamente.

—Ve y habla con él en privado. —Señalé hacia la puerta con la barbilla. Matthew besó mi mejilla antes de presionar el botón verde en su teléfono y dirigirse al jardín trasero.

—Hola, Marcus —dijo cautelosamente, cerrando la puerta tras de sí.

Seguí haciendo pasar el agua enjabonada sobre los platos y el movimiento repetitivo resultó tranquilizador.

—¿Dónde está Matthew? —Sarah y Em estaban de pie en la entrada, cogidas de la mano.

—Fuera, hablando con Inglaterra —dije, haciendo otra vez un gesto con la cabeza en dirección a la puerta trasera.

Sarah sacó otra taza limpia del armario, la cuarta que usaba aquella mañana según mis cálculos, y la llenó de café recién hecho. Emily recogió el periódico. De todas formas, en los ojos de ambas hormigueaba la curiosidad. La puerta trasera se abrió y se cerró. Me preparé para lo peor.

—¿Cómo está Marcus?

—Él y Miriam están camino a Nueva York. Tienen algo que comentarte. —La cara de Matthew parecía una nube de tormenta.

—¿A mí? ¿De qué se trata?

—No ha querido decírmelo.

—Marcus no quería que estuvieras tú solo sin más compañía que la de las brujas. —Le sonreí y un poco de la tensión abandonó su rostro.

—Estarán aquí antes del anochecer y se alojarán en el hotel que vimos al pasar por el pueblo. Iré y los veré esta noche. Sea lo que sea que tengan que decirte, puede esperar hasta mañana. — Matthew echó una mirada de preocupación a Sarah y a Em.

Volví al fregadero otra vez.

—Llámalos, Matthew. Deben venir directamente aquí.

—No querrán molestar a nadie —dijo con suavidad. Matthew no quería alterar a Sarah y al resto de los Bishop trayendo a dos vampiros más a la casa. Pero mi madre nunca habría permitido que Marcus viajara desde tan lejos y después se quedara en un hotel.

Marcus era el hijo de Matthew. Era mi hijo.

Me picaban los dedos y la taza que estaba lavando se escapó de mis manos. Flotó en el agua durante algunos momentos y luego se hundió.

—Ningún hijo mío se quedará en un hotel. Debe estar en la casa de los Bishop, con su familia, y Miriam no debe quedarse sola. Ambos se quedarán aquí. Está decidido —dije con firmeza.

—¿Hijo? —dijo Sarah con voz débil.

—Marcus es el hijo de Matthew, lo que lo convierte en hijo mío también. Y eso lo convierte en un Bishop, y esta casa le pertenece a él tanto como a ti, a mí o a Em. —Me volví para mirarlas, agarrando con fuerza las mangas de mi camisa con las manos mojadas, que me temblaban.

Mi abuela se deslizó por el pasillo para ver de qué se trataba tanto escándalo.

—¿Me has oído, abuela? —grité.

«Creo que todos te hemos oído, Diana», respondió con su voz susurrante.

—¡Bien! Que todo el mundo se comporte correctamente. Y eso vale para todos los Bishop de esta casa…, vivos y muertos.

La casa abrió sus puertas delanteras y traseras en un gesto prematuro de bienvenida, enviando una ráfaga de aire frío por las habitaciones de abajo.

—¿Dónde dormirán? —gruñó Sarah.

—No duermen, Sarah. Son vampiros. —La picazón en mis dedos aumentó.

—Diana —dijo Matthew—, por favor, apártate del fregadero. La electricidad,
mon coeur
.

Agarré mis mangas con más fuerza. Los bordes de mis dedos eran de color azul brillante.

—Hemos recibido el mensaje —se apresuró a decir Sarah, mirando mis manos—. Ya tenemos un vampiro en casa.

—Iré a preparar sus habitaciones —dijo Emily, con una sonrisa que parecía auténtica—. Me alegra que tengamos la oportunidad de conocer a tu hijo, Matthew.

Matthew, que había estado apoyado contra una antigua alacena de madera, se irguió y caminó lentamente hacia mí.

—Muy bien —dijo, apartándome del fregadero y poniendo mi cabeza debajo de su barbilla—. Está claro lo que dices. Llamaré a Marcus y le haré saber que son bienvenidos aquí.

—No le comentes a Marcus que he dicho que era mi hijo. A lo mejor no le hace mucha gracia tener una madrastra.

—Eso es algo que tendréis que aclarar vosotros —dijo Matthew, tratando de disimular que eso lo divertía.

—¿Qué te parece divertido? —Levanté la cara para mirarlo.

—Con todo lo que ha ocurrido esta mañana, lo único que te preocupa es si Marcus quiere una madrastra. Me confundes. —Matthew sacudió la cabeza—. ¿Todas las brujas son así de sorprendentes, Sarah, o sólo las Bishop?

Sarah consideró su respuesta.

—Sólo las Bishop.

Le dirigí una mirada de agradecimiento asomándome por el costado del hombro de Matthew.

Mis tías fueron rodeadas por una muchedumbre de fantasmas, que asentían solemnemente con la cabeza mostrándose de acuerdo.

Capítulo
35

U
na vez lavados los platos, Matthew y yo recogimos la carta de mi madre, la misteriosa nota y la página del Ashmole 782 y las llevamos al comedor. Extendimos los papeles sobre la enorme y desgastada mesa. En los últimos tiempos se había usado en muy contadas ocasiones, ya que no tenía sentido que dos personas se sentaran en el extremo de un mueble diseñado para dar cabida fácilmente a doce comensales. Mis tías se reunieron con nosotros con humeantes tazas de café en las manos.

Sarah y Matthew se agacharon sobre la página del manuscrito de alquimia.

—¿Por qué es tan pesada? —Sarah cogió la página y la sopesó cuidadosamente.

—No siento nada especial con el peso —confesó Matthew, cogiéndola de las manos de ella—, pero hay algo raro en su olor.

Sarah olió profundamente.

—No, simplemente huele a viejo.

—Es más que eso. Sé cómo huelen las cosas viejas —dijo él sardónicamente.

Em y yo estábamos más interesadas en la enigmática nota.

—¿Qué crees que significa? —pregunté, arrastrando una silla y sentándome.

—No estoy segura. —Em vaciló—. La sangre significa generalmente la familia, la guerra o la muerte. Pero ¿y la ausencia? ¿Quiere decir que esta página está «ausente» del libro? ¿O advertía a tus padres que ellos no iban a estar presentes mientras tú crecías?

—Mira la última línea. ¿Mis padres descubrieron algo en África?

—¿O fuiste tú el descubrimiento de brujas? —sugirió Em suavemente.

—La última línea debe de tratar sobre el descubrimiento del Ashmole 782 por parte de Diana —intervino Matthew, levantando la mirada de la boda química.

—Tú crees que todo se refiere a mí y a ese manuscrito —mascullé—. La nota menciona el tema de tu ensayo para All Souls, el miedo y el deseo. ¿No te parece que es extraño?

—No más extraño que el hecho de que la reina blanca en esta imagen lleve mi escudo. — Matthew me acercó la ilustración.

—Se trata de la encarnación del mercurio…, el principio de la volatilidad en la alquimia —dije.

—¿Mercurio? —Matthew parecía divertido—. ¿Una máquina metálica de movimiento perpetuo?

—Podría decirse así. —Sonreí también, pensando en la pelota de energía que yo le había dado.

—¿Y el rey rojo?

—Es estable y con los pies en la tierra. —Fruncí el ceño—. Pero también se supone que es el sol, y normalmente no se le suele representar vestido de negro y rojo. Lo habitual es sólo de rojo.

—Así que tal vez el rey no sea yo y la reina no seas tú. —Tocó la cara de la reina blanca delicadamente con la punta de su dedo.

—Quizás —dije lentamente, recordando un pasaje del manuscrito del
Aurora
de Matthew. «Prestad atención todos y escuchadme, todos aquellos que habitáis el mundo: Mi amado, que es rojo, me ha llamado. Me buscó, y me encontró. Soy la flor del campo, un lirio que crece en el valle. Soy la madre del amor verdadero, y del miedo, y de la comprensión y la esperanza bendita».

—¿Qué es eso? —Matthew tocó mi cara en ese momento—. Parece bíblico, pero las palabras no son las adecuadas.

—Es uno de los pasajes sobre la boda química del
Aurora Consurgens
. —Nuestros ojos se encontraron y así permanecieron. Cuando el aire se puso denso, cambié de tema—. ¿A qué se refería mi padre cuando mencionó que tendríamos que viajar lejos para descubrir la trascendencia de la imagen?

—El matasellos es de Israel. Tal vez Stephen quiso decir que tendríamos que regresar allí.

—Hay muchos manuscritos alquímicos en Jerusalén, en la Universidad Hebrea. La mayoría de ellos pertenecían a Isaac Newton. —Dada la historia de Matthew en ese lugar, por no mencionar a los caballeros de Lázaro, no era una ciudad que yo tuviera muchos deseos de visitar.

—Para tu padre, viajar a Israel no era «viajar lejos» —dijo Sarah, que estaba sentada enfrente. Em caminó alrededor de la mesa y se puso a su lado.

—¿Y qué era viajar lejos para él? —Matthew cogió la carta de mi madre y echó un vistazo a la última página buscando nuevas pistas.

—El interior australiano. Wyoming. Mali. Ésos eran sus lugares favoritos para viajar en el tiempo.

La expresión me impresionó con la misma intensidad que la palabra «encantamiento» me había producido hacía sólo unos días. Ya sabía que algunas brujas podían moverse entre el pasado, el presente y el futuro, pero nunca se me ocurrió preguntar si alguien de mi familia tenía esa habilidad. Era poco frecuente, casi tanto como el fuego de brujos.

—¿Stephen Proctor podía viajar en el tiempo? —La voz de Matthew adquirió el tono de neutralidad deliberada que a menudo adoptaba cuando se mencionaba la magia.

Sarah asintió con la cabeza.

—Sí. Stephen iba al pasado o al futuro por lo menos una vez al año, generalmente después del congreso anual de antropólogos de diciembre.

—Hay algo en la parte de atrás de la carta de Rebecca. —Em dobló el cuello para ver debajo de la página.

Matthew le dio la vuelta rápidamente.

—Dejé caer la página para sacarte antes de que el manantial de brujos comenzara a brotar. No había visto esto. No es la letra de tu madre —dijo, pasándomela.

La letra de la nota escrita a lápiz tenía largas curvas y agudos picos. ·Recuerda, Diana: ―La experiencia más hermosa que podemos tener es la del misterio. Es la emoción fundamental que está en la cuna del verdadero arte y la verdadera ciencia. Quien no lo sepa y ya no pueda hacerse preguntas, no pueda maravillarse, es como si estuviera muerto y sus ojos están oscurecidos. Yo había visto esa letra en alguna parte antes. En los huecos remotos de mi memoria, revisé imágenes tratando de saber dónde, pero sin éxito.

—¿Quién habrá escrito una cita de Albert Einstein en la parte de atrás de la nota de mi madre? —les pregunté a Sarah y a Em, moviendo la página hacia ellas e impresionada otra vez por lo conocida que me resultaba.

—Eso parece obra de tu padre. Había ido a clases de caligrafía. Rebecca bromeaba con eso. Hacía que su letra pareciera muy anticuada.

Giré lentamente la página para observar con detenimiento la letra otra vez. Efectivamente su estilo parecía del siglo XIX, como la letra de los encargados de compilar los catálogos de la Bodleiana durante la época victoriana. Me puse tensa, miré con cuidado la escritura y sacudí la cabeza.

—No, no es posible. Mi padre no puede haber sido uno de aquellos empleados de la biblioteca, él no habría podido, en modo alguno, escribir el subtítulo del siglo XIX en el Ashmole 782.

Pero mi padre podía viajar en el tiempo. Y el mensaje de Einstein era para mí indiscutiblemente. Dejé caer la página en la mesa y metí la cabeza entre mis manos.

Matthew permaneció sentado junto a mí y esperó. Cuando Sarah emitió un bufido de impaciencia, él la hizo callar con un gesto decidido. Cuando mi mente dejó de girar, hablé:

—Había dos descripciones en la primera página del manuscrito. Una estaba escrita con tinta, y era de Elias Ashmole:
Antropología o tratado que contiene una breve descripción del hombre
. La letra de la otra, a lápiz, era diferente:
En dos partes: la primera, anatómica; la segunda, psicológica.

—El segundo subtítulo debió de ser escrito mucho más tarde —observó Matthew—. No creo que hubiera algo que pudiera llamarse «psicología» en la época de Ashmole.

—Pensé que databa del siglo XIX. —Volví a coger la nota de mi padre—. Pero esto me hace pensar que la escribió mi padre.

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