El Día Del Juicio Mortal (27 page)

Read El Día Del Juicio Mortal Online

Authors: Charlaine Harris

BOOK: El Día Del Juicio Mortal
3.04Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Y cuál es el propósito de Claude? —pregunté, ya que la cuestión había suscitado todo mi interés —. No es que no quiera hablar de ti, pero pensar que Claude puede tener planes concretos me llama mucho la atención.

—Ya he traicionado a una amiga —dijo. Al cabo de un momento me di cuenta de que se refería a mí—. No quiero traicionar a otro.

Ahora sí que me preocupaban los planes de Claude. No obstante, eso tendría que esperar.

—¿Por qué crees que sientes esa inercia? —pregunté, retomando el tema.

—Porque no le debo lealtad a nadie. Desde que Niall se aseguró de que me quedase fuera de nuestro mundo, desde que pasé tanto tiempo vagando en la locura, ya no me siento parte del clan del cielo, y el clan del agua no me aceptaría aunque quisiera aliarme con ellos. Mientras siguiera maldito —añadió precipitadamente—. Pero no soy humano y no me siento como uno. Apenas puedo hacerme pasar por un hombre durante varios minutos. Los demás seres feéricos del Hooligans, el grueso de ellos, sólo se han unido por casualidad. — Dermot agitó su rubia cabeza. Si bien su pelo era más largo que el de Jason (le llegaba a los hombros y le cubría las orejas), jamás se había parecido tanto a mi hermano —. Ya tampoco me siento como un hada. Me siento…

—Como un extraño en una tierra extraña —dije.

Se encogió de hombros.

—Puede ser.

—¿Sigues queriendo acondicionar el desván?

Exhaló sostenida y lentamente. Me miró de soslayo.

—Sí, tengo muchas ganas. ¿Me dejarías?

Entré en casa, cogí las llaves del coche y el dinero que guardaba en mi hueco secreto. La abuela me había inculcado su creencia en lo bueno que es tener un rincón oculto para guardar los ahorros. El mío se encontraba en un bolsillo interior de cremallera de mi impermeable, que estaba colgado al fondo del armario.

—Puedes coger mi coche para ir al Home Depot de Clarice —le propuse—. Toma. Sabes conducir, ¿verdad?

—Claro —asintió, mirando las llaves y el dinero ávidamente—. Hasta tengo carné de conducir.

—¿Cómo te lo has sacado? —pregunté, profundamente sorprendida.

—Acudí a una oficina de la administración un día que Claude estaba ocupado —explicó —. Me las arreglé para que creyeran ver los papeles necesarios. Tenía magia suficiente para hacerlo. Responder las preguntas del test no fue complicado. Observé a Claude, así que persuadir al funcionario tampoco me costó demasiado.

Me pregunté si muchas de las personas que me cruzaba al volante habrían hecho lo mismo. Eso explicaría muchas cosas.

—Está bien. Dermot, ten cuidado, por favor. Ah, ¿sabes cómo funciona el dinero?

—Sí, la secretaria de Claude me lo enseñó. Sé contarlo e identificar las monedas.

«Si es que eres todo un hombrecito», pensé, pero no habría sido nada educado verbalizarlo. La verdad es que se había adaptado muy bien para ser un hada enloquecida por la magia.

—Muy bien —asentí—. Pásalo bien, no te gastes todo mi dinero y vuelve antes de una hora porque tengo que ir al trabajo. Sam dijo que podía entrar más tarde hoy, pero no quiero pasarme.

—No te arrepentirás de esto, sobrina. — Abrió la puerta de la cocina, metió su bolsa de deportes, brincó los peldaños, se metió en mi coche y se quedó mirando el salpicadero con mucha atención.

—Eso espero —me dije mientras se abrochaba el cinturón y emprendía la marcha (lentamente, a Dios gracias) —. Sinceramente, eso espero.

Mis ex huéspedes no se habían sentido en la obligación de fregar los platos. No podía decir que me sorprendiera. Me encargué yo y despejé la encimera a continuación. La inmaculada cocina me hizo sentir que había hecho un buen progreso.

Mientras doblaba las sábanas, aún calientes de la secadora, me dije a mí misma que lo estaba llevando bien. Ojalá pudiera decir que no pensé en Amelia, que me arrepentí de todo, que me reafirmé en que había tomado la decisión correcta.

Dermot volvió antes de la hora. Estaba más feliz y animado de lo que nunca lo había visto. No me había dado cuenta de lo deprimido que había estado hasta que vi cómo se encendía, casi literalmente, con un propósito. Había alquilado una lijadora y había comprado pintura y plásticos, cinta adhesiva y rasquetas, brochas y rodillos, así como un dosificador para la pintura. Tuve que recordarle que tenía que comer algo antes de ponerse a trabajar. Y también tuve que recordarle que tenía que irme a trabajar en un plazo no demasiado largo.

Además, esa noche había reunión de la cumbre en mi casa.

—Dermot, ¿conoces a alguien con quien puedas pasar la noche hoy? —pregunté con cautela—. Eric, Pam y dos humanos vendrán a verme esta noche, después del trabajo. Somos como una especie de comité de planificación y tenemos trabajo. Ya sabes lo que pasa cuando los vampiros y tú coincidís en una casa.

—No tengo por qué ir a ninguna parte con nadie —respondió Dermot, sorprendido—. Puedo quedarme en el bosque. Es un sitio que me encanta. Por lo que a mí respecta, el cielo nocturno es tan bueno como el diurno.

Pensé en Bubba.

—Puede que Eric haya situado un vampiro en el bosque para que vigile la casa durante la noche —expliqué—. ¿Te importaría ir a un bosque más alejado? —Me sentía fatal por imponerle tantas restricciones, pero no me quedaba más remedio.

—Supongo que no —dijo con la voz de quien se esfuerza por ser tolerante y servicial—. Me encanta esta casa —añadió—. Hay en ella algo increíblemente hogareño.

Viéndolo sonreír mientras paseaba la mirada en derredor, estuve más segura que nunca de que la presencia oculta del
cluviel dor
era la razón por la que mi familia feérica había venido a quedarse conmigo, más que por mi fracción de sangre en común. Pero estaba dispuesta a admitir que Claude creía genuinamente que la razón de la atracción era mi sangre. Si bien sabía que tenía un lado más dulce, también estaba convencida de que si tenía noticia del valioso artefacto feérico, un artefacto que le permitiría cumplir su sueño más preciado (volver al otro mundo), no dudaría en derruir la casa para encontrarlo. Instintivamente pensé que no me gustaría interponerme entre Claude y el
cluviel dor
. Y a pesar de que sentía algo más cálido y genuino en Dermot, aún no estaba dispuesta a confiar plenamente en él.

—Me alegra que seas feliz aquí —dije a mi tío abuelo—. Y buena suerte con el proyecto del desván. —Lo cierto era que no necesitaba otro dormitorio arriba, ahora que Claude se había ido, pero opté por que Dermot tuviera algo que hacer—. Si me disculpas, iré a prepararme para ir a trabajar. Puedes ponerte a lijar el suelo. —Me había contado que empezaría por ahí. No sabía si ése era el orden adecuado o no, pero preferí dejárselo a él. A fin de cuentas, teniendo en cuenta el estado del desván cuando él y Claude me ayudaron a despejarlo, cualquier trabajo que emprendiese sería una mejora. Me aseguré, eso sí, de que utilizase una mascarilla mientras lijaba. Era una lección que había aprendido viendo programas de televisión sobre reformas hogareñas.

Jason se presentó durante su pausa del almuerzo mientras me estaba maquillando. Salí de la habitación y me lo encontré escrutando todo el material que había traído Dermot.

—¿Qué vas a hacer? —le preguntó a su casi gemelo. Era evidente que Jason albergaba sentimientos encontrados hacia Dermot, pero me di cuenta de que se sentía mucho más relajado con nuestro tío abuelo cuando Claude no estaba. Interesante. Subieron juntos las escaleras para echar un vistazo al desván vacío. Dermot no dejaba de hablar.

A pesar de que se me estaba haciendo tarde, les preparé unos sándwiches, dejándolos en un plato sobre la mesa, junto con dos vasos con hielo y sendas Coca-Colas antes de ponerme el uniforme del Merlotte’s. Al volver, me los encontré en la mesa manteniendo una viva conversación. No había dormido lo suficiente, había tenido que espantar a los invitados de mi casa y no había llegado a ninguna conclusión con Mustafá o su acompañante. Pero ver a Dermot y Jason conversando sobre lechadas, pinturas en espray y ventanas a prueba de humedades, hizo que sintiera que el mundo volvía a enderezarse un poco.

Capítulo
11

Como el Merlotte’s estaba casi vacío, nadie dijo nada porque llegase tarde. De hecho, Sam estaba tan preocupado que no creo que se diese cuenta siquiera. Su abstracción me hizo sentir un poco mejor. Me preguntaba si Jannalynn le habría contado algún cuento para disimular su malicia, por si me quejaba por haber metido a otro hombre en mi cama. Sam no parecía tener ni idea de que su novia se hubiera esforzado tanto para ponerme en ridículo, recomendando a su jefe que jugase al escondite entre mis sábanas.

Pero enfadarse con Jannalynn era demasiado fácil, ya que no me caía bien. Pensándolo mejor, Alcide debió sopesar mejor las cosas antes de aceptar un mal consejo. Si había sido tan estúpido como para dar cancha a su propuesta, Jannalynn se quedaba con toda la maldad por habérsele ocurrido en primer lugar. Me había quedado claro que éramos enemigas. Por lo visto, era mi día de los desengaños.

Sam estaba absorto en sus libros de contabilidad. Cuando discerní por sus pensamientos que intentaba imaginar cómo pagar los recibos de su proveedor de cerveza, decidí que ese día tenía más problemas de los que era capaz de manejar. No necesitaba que nadie le calentase la oreja sobre su novia.

Cuanto más lo pensaba, más convencida estaba de que era un problema entre Jannalynn y yo, por muy tentada que estuviese de alertar a Sam sobre el verdadero carácter de su novia. Me sentí más lista y mejor persona tras adoptar esa actitud, así que serví comida y bebidas con una sonrisa y palabras amables durante todo mi turno. En consecuencia, las propinas fueron muy generosas.

Trabajé hasta más tarde para recuperar el tiempo perdido, y nos vino muy bien porque Holly llegó tarde. Eran pasadas las seis cuando entré en el despacho para recoger mi bolso. Sam estaba hundido tras su escritorio. La preocupación lo carcomía.

—¿Necesitas hablar de algo? —me ofrecí.

—¿Contigo? Supongo que ya sabrás en qué estoy pensando —dijo, pero no como si lo estuviese importunando—. El bar cae en picado, Sook. Es el peor bache que he pasado nunca.

No se me ocurrió nada que no fuese una exageración o una verdad a medias. «Siempre surge algo. La noche parece más oscura justo antes del amanecer. Cuando Dios cierra una puerta, abre una ventana. Todas las cosas ocurren por una razón. En toda vida ha de llover un poco. Lo que no nos mata, nos hace más fuertes». Al final, me limité a acercarme y darle un beso en la mejilla.

—Llámame si me necesitas —dije, y me fui al coche con el alma compungida. Puse el subconsciente a trabajar en un plan para ayudar a Sam.

Me encanta el verano, pero a veces odio el horario de ahorro de energía. Si bien había trabajado hasta más tarde y ya me iba a casa, el sol brillaba todavía, y le quedaba una hora y media más de vida antes del ocaso. Y aun entonces, cuando Eric y Pam llegasen a mi casa, tendríamos que esperar a que Colton terminase de trabajar.

Al entrar en el coche, me di cuenta de que quizá habría una posibilidad de que oscureciese antes de lo normal. Una ominosa masa de nubarrones se acumulaba hacia el oeste, nubarrones muy oscuros que avanzaban a gran velocidad. El día no acabaría tan bonito y brillante como había comenzado. Recordé a mi abuela cuando decía: «En toda vida ha de llover un poco». Me preguntaba si había sido profético.

Las tormentas no me asustan. Jason tuvo una vez un perro que corría al piso de arriba para esconderse debajo de su cama cada vez que oía un trueno. Sonreí al recordarlo. A mi abuela no le gustaba tener perros en casa, pero no pudo hacer nada para mantener a
Rocky
fuera. Siempre se las arreglaba para entrar cuando hacía mal tiempo, aunque eso tenía más que ver con el buen corazón de Jason que con la inteligencia canina. Ésa era una de las cosas buenas de mi hermano; siempre era amable con los animales. «Y ahora es uno de ellos —pensé—. «Al menos una vez al mes». No sabía qué pensar al respecto. Las nubes se habían acercado más mientras miraba al cielo y sentí la urgencia de llegar a casa lo antes posible para comprobar que mis antiguos huéspedes no se hubieran dejado ninguna ventana abierta.

A pesar de la ansiedad, miré el indicador de combustible y me di cuenta de que tenía que repostar. Mientras el surtidor hacía lo suyo, salí de debajo de la cubierta de la gasolinera Grabbit Kwik para echar un vistazo al cielo. Ojalá hubiese puesto el canal del tiempo esa mañana.

El viento arreciaba, arrastrando fragmentos de todo tipo por el aparcamiento. El aire era tan denso y húmedo que el pavimento desprendía olor. Cuando el surtidor se detuvo, me alegró poder colgar la manguera a toda prisa y meterme en el coche. Vi a Tara de paso, quien miró hacia mí y me saludó con la mano. Al verla, pensé en la fiesta y en sus bebés con una pizca de culpabilidad. A pesar de tenerlo todo dispuesto para la fiesta, no había pensado en ella durante toda la semana, ¡y ya sólo quedaban dos días! ¿Debería pensar más en la ocasión social que en mi plan de asesinato?

En momentos así mi vida parecía… compleja. Unas pocas gotas se estrellaron contra el parabrisas cuando salía de la gasolinera. Esperaba tener suficiente leche para el desayuno, porque no había comprobado las existencias antes de salir. ¿Me quedaba sangre embotellada para ofrecer a los vampiros? Por si las moscas, hice una parada en Piggly Wiggly y compré algunas. Aproveché y también compré leche. Y algo de beicon. Hacía mil años que no me tomaba un bocadillo de beicon, y Terry Bellefleur me había regalado unos tomates frescos.

Coloqué las bolsas en el asiento del copiloto y me precipité detrás, ya que el cielo rompió a llover con toda su furia sin previo aviso. Tenía la espalda empapada y la coleta pegada a la nuca. Rescaté del asiento trasero mi paraguas. Era el viejo paraguas que usaba mi abuela cuando iba a verme jugar a softball. Se me escapó una sonrisa al ver sus difuminadas franjas negras, verdes y cereza.

Hice el resto del camino a casa conduciendo lenta y cuidadosamente. La lluvia se estrellaba en el coche y rebotaba en la calzada como si estuviese formada de taladros en miniatura. Los faros apenas lograban hendir la espesa capa de agua y oscuridad. Miré el reloj del salpicadero. Eran pasadas las siete. Tenía mucho tiempo antes de la reunión del Comité para el Asesinato de Victor, pero sería todo un alivio poner el pie en casa. Sopesé mentalmente el trecho que tendría que cubrir desde el coche hasta la puerta. Si Dermot ya se había ido, habría dejado la puerta trasera cerrada con llave. Estaría totalmente expuesta a la lluvia mientras me peleaba con las llaves y las dos pesadas bolsas con leche y sangre. No era la primera vez (ni sería la última) que pensaba en gastar mis ahorros —el dinero que había recibido de Claudine y la menguada suma de la herencia de Hadley (Remy no había llamado, así que asumí que iba en serio con su rechazo del dinero) — para construir un cobertizo para el coche comunicado con la casa.

Other books

Love That Dog by Sharon Creech
Past by Hadley, Tessa
Partner In Crime by J. A. Jance
Porcelain Keys by Beard, Sarah
The Last Place God Made by Jack Higgins
Caught Up by Amir Abrams
The Maze by Will Hobbs
Christmas in Bruges by Meadow Taylor
The Gone Dead Train by Lisa Turner