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Authors: Charlaine Harris

El Día Del Juicio Mortal (19 page)

BOOK: El Día Del Juicio Mortal
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Estaba agradecida a Terry, que siempre había sido agradable conmigo aun cuando pasaba por sus malas rachas. Vino a despejar el lugar cuando un pirómano prendió fuego a la cocina de mi casa. Me había ofrecido uno de sus cachorrillos. Y ahora había dañado el frágil equilibrio de su mente para salvarme la vida. Mientras lo mecía y le daba palmadas en la espalda y él sollozaba, escuché el constante flujo de sus palabras mientras los pocos clientes que quedaban en el Merlotte’s hacían todo lo posible para mantener una buena distancia de nosotros.

—Hice lo que me dijo —se justificó Terry— el hombre brillante, seguí a Sookie y evité que le hicieran daño, nadie debe hacerle daño, intenté vigilarla, y entonces entró esa zorra y supe que quería matar a Sook, lo supe, no quería volver a mancharme las manos de sangre, pero no podía dejar que le hiciese daño, no podía, y no quería matar a otra persona en todo lo que me quedaba de vida, nunca lo quise.

—No está muerta, Terry —le dije, besándole en la cabeza—. No has matado a nadie.

—Sam me pasó el bate —explicó Terry, que parecía algo más alerta.

—Claro, porque no podía salir de la barra a tiempo. Muchas gracias, Terry, siempre has sido un buen amigo. Que Dios te bendiga por salvarme la vida.

—¿Sookie? ¿Sabías que ellos querían que te vigilase? Venían a mi caravana por la noche, durante meses, primero el alto y rubio y luego el brillante. Siempre querían que les contase cosas acerca de ti.

—Claro —lo tranquilicé, pensando: «¿Cómo?»

—Querían saber cómo te iba y con quién estabas y quién te odiaba y quién te quería.

—Está bien —contesté—. Está bien que se lo dijeras.

Eric y mi bisabuelo, supuse. Habían escogido al más débil, al más fácil de persuadir. Sabía que Eric tenía a alguien vigilándome mientras salía con Bill y más tarde, cuando, pasé una temporada sola. Imaginé que mi bisabuelo también tendría alguna fuente de información. Ya hubiese conocido a Terry por Eric o por su propia cuenta, era muy típico de Niall emplear la herramienta más a mano, se rompiese éste o no durante su uso.

—Una noche me encontré a Elvis en tu bosque —contó Terry. Uno de los sanitarios le había inyectado un calmante, y creí que empezaba a hacerle efecto—. En ese momento supe que estaba como una regadera. Me estaba diciendo cuánto le gustaban los gatos. Yo le expliqué que a mí me iban más los perros.

El vampiro anteriormente conocido como Elvis no había hecho una buena transición debido a que estaba saturado de drogas cuando un ferviente fan de Memphis lo convirtió. Bubba, como prefería que lo llamasen ahora, tenía debilidad por la sangre de los felinos, afortunadamente para
Annie
, la catahoula de Terry.

—Nos llevamos muy bien —seguía Terry mientras su voz se volvía cada vez más lenta y adormilada—. Creo que será mejor que me vaya a casa.

—Te vamos a llevar a la caravana de Sam —le sugerí—. Allí es donde te despertarás. —No quería que Terry se despertara presa del pánico. Dios, no.

La policía me tomó declaración de forma bastante apresurada. Al menos tres personas aseguraron haber oído a Sandra decir que había lanzado la bomba incendiara contra el bar.

Por supuesto, tuve que quedarme hasta mucho más tarde de lo que tenía previsto y empezaba a oscurecer. Sabía que Eric estaba fuera esperándome, y no veía la hora de levantarme y cargarle el problema de Terry a otro, pero era sencillamente incapaz. Terry se había hecho mucho más daño a sí mismo salvándome la vida y yo no tenía forma alguna de corresponderle. No me molestaba que me hubiese estado vigilando (vale, espiando) a cuenta de Eric antes de salir con él o a cuenta de mi bisabuelo. No me había hecho daño alguno. Como lo conocía, estaba segura de que debieron de presionarlo de alguna manera.

Sam y yo lo ayudamos a ponerse de pie y empezamos a movernos por el pasillo que daba a la parte de atrás del bar, al aparcamiento de empleados y a la caravana de Sam.

—Me prometieron que nunca dejarían que le pasase nada a mi perra —susurró Terry—. Y me prometieron que dejaría de tener pesadillas.

—¿Mantuvieron su palabra? —le pregunté con el mismo tono de voz.

—Sí —dijo con agradecimiento—. Nada de pesadillas y tengo a mi perra.

Tampoco parecía un precio demasiado alto. Debería estar más enfadada con Terry, pero era incapaz de aunar mi energía emocional. Estaba agotada.

Eric estaba de pie a la sombra de unos árboles. Permaneció oculto para no alarmar a Terry con su presencia. Por la repentina rigidez de la cara de Sam, supe que también era consciente del vampiro, pero no dijo nada.

Dejamos a Terry en el sofá de Sam, y cuando se quedó dormido en un profundo sueño, abracé a mi jefe.

—Gracias —le dije.

—¿Por qué?

—Por darle el bate a Terry.

Sam dio un paso atrás.

—Fue lo único que se me ocurrió. No podía salir de la barra sin alertarla. Había que pillarla por sorpresa, o todo se habría acabado.

—¿Tan fuerte es?

—Sí —asintió—. Y parecía bastante convencida de que su mundo sería mucho mejor si el tuyo no lo fuera para ti. Es difícil aplacar a los fanáticos. Insisten mucho.

—¿Estás pensando en la gente que intenta que cierre el Merlotte’s?

Esbozó una sonrisa amarga.

—Es posible. No puedo creer que esto esté pasando en nuestro país, y a un veterano como yo. Nacido y criado en los Estados Unidos de América.

—Me siento culpable, Sam. Parte de todo esto es culpa mía. El incendio… Sandra no lo habría hecho de no estar yo aquí. Y la pelea. Quizá deberías prescindir de mí. Ya sabes, puedo trabajar en otra parte.

—¿Es lo que quieres?

No podía interpretar la expresión de su cara, pero al menos sabía que no era de alivio.

—No, por supuesto que no.

—Entonces sigues teniendo un empleo. Vamos todos en el paquete.

Sonrió, pero esa vez sus ojos azules no se iluminaron como otras veces que sonreía, aunque lo decía en serio. Cambiante o no, de mente iracunda o no, estaba segura de ello.

—Gracias, Sam. Será mejor que vaya a ver lo que quiere mi media naranja.

—Sea lo que sea Eric para ti, Sook, no es tu media naranja.

Hice una pausa con la mano en el pomo, pero no se me ocurrió nada que decir. Me fui sin más.

Eric me esperaba con impaciencia. Tomó mi cara entre sus grandes manos y la examinó bajo el tenue destello de las luces de seguridad que prendían desde las esquinas del bar. India salió por la puerta trasera, nos dedicó una mirada desconcertada, se subió a su coche y se alejó. Sam se quedó en la caravana.

—Quiero que te vengas a vivir conmigo —me pidió Eric—. Puedes quedarte en uno de los dormitorios del piso de arriba si quieres. El que solemos usar. No tienes por qué quedarte abajo, en la oscuridad, conmigo. No quiero que estés sola. No quiero volver a sentir tu miedo. Me vuelvo loco cada vez que sé que alguien te está atacando y no puedo hacer nada.

Habíamos cogido la costumbre de hacer el amor en el dormitorio grande de arriba (despertarme en el cuarto sin ventanas de abajo me ponía los pelos de punta). Ahora Eric me ofrecía esa habitación permanentemente. Sabía que era importante para él, muy importante. Y para mí también. Pero no podía tomar una decisión tan importante en un momento en el que aún no había vuelto en mí, y esa noche era un ejemplo perfecto.

—Tenemos que hablar —dije—. ¿Tienes tiempo?

—Esta noche lo saco —respondió—. ¿Están tus hadas en casa?

Llamé a Claude con el móvil. Cuando lo cogió, oí el ruido del Hooligans de fondo.

—Sólo quería comprobar dónde estabas antes de ir a casa con Eric —dije.

—Pasaremos la noche en el club —respondió Claude—. Que lo pases bien con tu chorbo vampiro, prima.

Eric me siguió en su coche hasta mi casa. Lo hizo porque, tan pronto como hubiera sabido que estaba en peligro, lo solucionaría y se pudo tomar el tiempo de conducir hasta allí.

Me serví una copa de vino (poco habitual en mí) y puse en el microondas una botella de sangre para Eric. Nos sentamos en el salón. Me recosté en el sofá, apoyando la espalda en el brazo para tenerlo de cara. Él se volvió ligeramente hacia mí desde el otro extremo.

—Eric, sé que no pides a nadie que se vaya a vivir contigo a la ligera. Por eso quiero que sepas lo emocionada y halagada que me siento por ello.

Justo en ese momento me di cuenta de que había dicho las palabras equivocadas. Sonó demasiado impersonal.

Eric entrecerró sus ojos azules.

—Oh, no es molestia —contestó fríamente.

—No me he explicado bien. —Tomé aire—. Escucha, te quiero. Me encanta que quieras que viva contigo. —Pareció relajarse un poco—. Pero antes de tomar esa decisión, tenemos que aclarar algunas cosas.

—¿Qué cosas?

—Te casaste conmigo para protegerme. Contrataste a Terry Bellefleur para que me espiase y lo presionaste más allá de lo que era capaz de soportar para que cumpliese.

—Eso ocurrió antes de conocerte, Sookie.

—Sí, lo sé. Pero se trata del tipo de presión que empleaste con un hombre cuyo estado mental es delicado en el mejor de los casos. Es la forma en que conseguiste que me casase contigo, sin que supiera lo que estaba pasando.

—De lo contrario no lo habrías aceptado —se excusó Eric, siempre tan práctico y al grano.

—Tienes razón, no lo habría hecho —contesté intentando sonreír. Pero no era fácil—. Y Terry no te habría contado nada sobre mí si sólo le hubieses ofrecido dinero. Sé que ves estas cosas de la misma manera inteligente que haces los negocios, y estoy convencida de que un montón de gente estaría de acuerdo contigo.

Eric intentaba seguir mi hilo de pensamiento, pero saltaba a la vista que no acababa de entender nada. Seguía luchando a contracorriente.

—Ambos vivimos con este vínculo. Estoy segura de que muchas veces preferirías que no supiese lo que sientes. ¿Seguirías queriendo que viviese contigo si no compartiésemos ese vínculo? ¿Si no pudieses sentir cada vez que estoy en peligro? ¿O enfadada? ¿O asustada?

—Qué cosas dices, amor mío. —Eric tomó un sorbo de su bebida y posó la botella en la mesa de centro—. ¿Me estás insinuando que si no supiese que me necesitabas, no te necesitaría a ti?

¿Era eso lo que insinuaba?

—No. Lo que intento decir es que no creo que quisieras que me fuese a vivir contigo si no pensases que hay alguien que va a por mí. —¿Estaba diciendo lo mismo? Por el amor de Dios, cómo odiaba ese tipo de conversaciones. Y no era la primera que tenía una.

—¿Y qué diferencia hay? —replicó con algo más que impaciencia en la voz—. Si quiero que estés conmigo, quiero que lo estés. Las circunstancias no importan.

—Sí que importan. Somos muy diferentes.

—¿Qué?

—Bueno, hay muchas cosas que das por sentado que yo no tengo tan claras.

Eric puso los ojos en blanco. Típico de un hombre.

—¿Como qué?

Busqué rápidamente un ejemplo.

—Pues como que Apio se acostara con Alexei. No le diste demasiada importancia aunque Alexei tuviese trece años. — Apio Livio Ocella, el creador de Eric, se había convertido en vampiro cuando los romanos gobernaban buena parte del mundo.

—Sookie, era un hecho consumado mucho antes de siquiera saber que tenía un hermano. En los tiempos de Ocella, se consideraba que ya eras una persona desarrollada a esa edad. Incluso se casaban. Ocella nunca comprendió algunos de los cambios sociales que trajeron los siglos posteriores. Además, Ocella y Alexei están muertos ahora. —Se encogió de hombros —. Esa moneda tenía otra cara, ¿recuerdas? Alexei se aprovechó de su juventud aparente, de su aspecto aniñado, para acabar con todos los humanos y los vampiros que se le pusieron delante. Hasta Pam tuvo dudas sobre liquidarlo, a pesar de saber lo destructivo y desquiciado que estaba. Y eso que es la vampira más despiadada que conozco. Era un lastre para todos nosotros, succionándonos la fuerza y la voluntad con toda la hondura de sus necesidades.

Y con esa inesperadamente poética frase, Eric dio por concluido el debate sobre Alexei y Ocella. Su rostro se volvió pétreo. Intenté recordar el fondo de la cuestión: nuestras diferencias irreconciliables.

—¿Y qué piensas del hecho de que yo moriré y tú seguirás existiendo para, digamos, siempre?

—Podemos encargarnos de eso con suma facilidad.

Me lo quedé mirando.

—¿Qué? —saltó Eric, casi sorprendido genuinamente—. ¿No quieres vivir para siempre? ¿Conmigo?

—No lo sé —expresé finalmente. Intenté imaginármelo. La noche para siempre. Interminable. ¡Pero con Eric!—. Eric —continué—, sabes que no puedo… —Y me quedé sin palabras. Casi le había lanzado un insulto imperdonable. Sabía que sentía la oleada de dudas que estaba proyectando.

Casi le dije: «No soy capaz de imaginarte conmigo cuando empiece a envejecer».

Si bien había más temas que deseaba tratar en nuestra conversación, sentía que se nos iba hacia el borde del desastre. A lo mejor fue una suerte que llamaran a la puerta de atrás. Había oído un coche acercarse, pero mi atención había estado tan centrada en mi interlocutor que no llegué a asimilar el significado.

Eran Amelia Broadway y Bob Jessup. Amelia estaba como siempre: saludable y fresca, su corta melena marrón recogida y la piel y los ojos claros. Bob, no más alto que ella e igual de delgado, era un chico de complexión estrecha con toques de misionero mormón sexy. Sus gafas de montura negra le daban un aspecto retro más que empollón. Llevaba unos vaqueros, una camisa de cuadros blanca y negra y unos mocasines adornados con borlas. Como gato, había sido muy mono, pero su atractivo humano se me escapaba (o quizá sólo se mostraba muy de vez en cuando).

Los recibí con una sonrisa. Era genial volver a ver a Amelia, y me alegraba sobremanera de ver interrumpida mi conversación con Eric. Tendríamos que retomarla en el futuro, pero tenía la escalofriante sensación de que al terminarla los dos acabaríamos descontentos. Posponerla probablemente no cambiaría el desenlace, pero tanto Eric como yo ya teníamos bastantes problemas a mano.

—¡Adelante! —los invité—. Eric está aquí y se alegrará de veros.

Por supuesto, no era verdad. A Eric le dejaba completamente indiferente no volver a ver a Amelia en toda su vida (su larga, larga vida) y ni siquiera se dio cuenta de Bob.

No obstante sonrió (no una sonrisa amplia) y les expresó la alegría que le producía que nos visitasen (si bien había un toque de interrogación en su voz, ya que no sabía realmente por qué estaban allí). Por muy largas que fuesen nuestras conversaciones, nunca nos daba tiempo de abarcar todo lo que queríamos.

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