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Authors: Frederik Pohl

El Encuentro

BOOK: El Encuentro
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Durante quinientos mil años, los Heechees han permanecido ocultos al universo, dejando tras de sí apenas unos rastros de su civilización.

Pero ahora el Hombre ha dado con estos rastros, al tiempo que ha reaparecido la amenaza de la que huyeron los Heechee.

Una vez más, Robinette Broadhead se ve obligado a realizar un peligroso viaje a través del espacio. Los Heechee están a la espera. Y esta vez, es el futuro de la humanidad lo que está en juego…

Frederik Pohl

El encuentro

(Saga de los Heechee - 3)

ePUB v1.0

Rov
 
13.10.11

Título original: Heechee reendezvous

Saga de los Heechee - 3

Traducción: Francisco Amella

Portada: Antoni Garcés

1ª edición Marzo 1988

© 1984 By Frederik Pohl

© 1987 Ultramar Editores, S.A.

Mallorca, 49 Barcelona

ISBN: 84-7386-485-9

Depósito legal: NA-248-1988

Digitalización y Corrección ULD

Versión en ePub: Rov, Octubre 2011

PRÓLOGO
UNA CHARLA CON MI AUXILIAR

No soy Hamlet. Soy un ayuda de cámara, no obstante, eso sería de ser humano. Que no lo soy. Soy un programa computerizado. Estado más que honorable del que no me avergüenzo, sobre todo porque (como puede verse) soy un programa verdaderamente sofisticado, apto no sólo para calcular una progresión o para asumir una o más personalidades, sino también capaz de citar, directamente de las fuentes, a los oscuro poetas del siglo veinte, tan fácilmente como les hablo de ello.

Es de asumir una personalidad de lo que voy a hablarles a continuación. Mi nombre es Albert, y las presentaciones son mi especialidad. Voy a empezar por presentarme a mí mismo.

Soy uno de los amigos de Robinette Broadhead. Bueno eso no es del todo cierto; no estoy seguro de poder pretenderme amigo de Robin, aunque hago todo lo que puedo para ser un amigo para él. Ése es el propósito para el que yo (este «yo» en particular) fui creado. Básicamente, soy una simple creación computerizada para la actualización de información que sí sido programada con muchas de las características del antigüe Albert Einstein. Es por ello que Robin me llama Albert. En este punto surge una nueva ambigüedad. Recientemente, el hecho de si Robinette Broadhead es realmente el objeto de mi amistad, se ha vuelto a su vez cuestionable, ya que ello descanse sobre la base de lo que ahora es Robinette Broadhead. Pero ése es un complejo problema que habrá que abordar poco a poco.

Ya sé que todo esto es desconcertante, y no puedo evitar el pensar que no estoy haciendo mi trabajo todo lo bien que debería, ya que mi trabajo (tal y como yo lo interpreto) es preparar el camino para lo que Robín en persona tiene que decir. Es posible que nada de lo que estoy haciendo sea necesario, si es que ya saben qué es lo que tengo que decir. En ese caso, tampoco me importa repetirlo. Nosotros, las máquinas, somos pacientes. Pero tal vez prefieran pasar de largo sobre todo esto e ir adelante de la mano de Robin, como sin lugar a dudas el mismo Robin habría preferido.

Hagámoslo a través del sistema de preguntas y respuestas. Echaré mano de mi sistema auxiliar para hacerme una auto-entrevista.

P. —¿Quién es Robinette Broadhead?

R. —Robin Broadhead es un ser humano que fue al asteroide Pórtico y que, tras soportar numerosos riesgos y traumas, ganó para sí los cimientos de una inmensa fortuna y un sentimiento de culpabilidad todavía mayor.

P. —Déjate de comentarios capciosos, Albert, y atente a los hechos. ¿Qué es el asteroide Pórtico?.

R. —Se trata de un artefacto abandonado por los Heechees. Los Heechees abandonaron, hace medio millón de años más o menos, una especie de aparcamiento orbital lleno de naves espaciales en condiciones de vuelo. Esas naves podían llevarte a lo largo y ancho de la galaxia, pero sin que pudieras controlar tú el lugar al que te llevaban. (Para más información, véanse mis otros bancos de datos; transcribo todo esto para mostrar qué computadora para la actualización de datos tan sofisticados soy.)

P. —¡Estate atento, Albert! Sólo los hechos, por favor. ¿Quiénes son esos Heechees?

R. —¡Mira, vamos a dejar una cosa clara! Si «tú» vas a hacerme preguntas a «mí» —a pesar de no ser más que un programa auxiliar parte de mí mismo— debes dejar que te las conteste de la mejor manera posible. Los «hechos» no son suficientes. Los «hechos» son sólo lo que producen los sistemas de actualización de datos muy primitivos. Soy demasiado bueno para perder en ello mi tiempo; tengo que facilitarte el trasfondo y las circunstancias. Por ejemplo, la mejor manera de explicarte quiénes son los Heechees es explicándote la historia cómo aparecieron por primera vez en la Tierra. Es como sigue: La época es el alto Pleistoceno, hace más o menos medio millón de años. La primera criatura viva terrestre que se apercibió de su existencia era una hembra de tigre dientes de sable. Dio a luz un par de cachorros, los lamió por los cuatro costados, gruñó para alejar a su inquisitivo macho, se echó a dormir, se despertó y se percató de que faltaba uno de los cachorros. Los carnívoros no...

P. —¡Albert, por favor! Ésta es la historia de Robinette, no la tuya, así que salta al momento en que él empieza a hablar.

R. —Te lo he dicho ya una vez y te lo vuelvo a decir: ¡Si me vuelves a interrumpir, te desconecto, auxiliar! Lo estamos haciendo a mi manera, y mi manera es ésta:

Los carnívoros no cuentan bien, pero era lo suficientemente lista como para notar la diferencia entre uno y dos. Por desgracia para su cachorro, los carnívoros tienen accesos de ira. La pérdida del otro la enfureció y en su paroxismo de furia destrozó al sobreviviente. Resulta instructivo observar que ésa fue la única desgracia que tuvo lugar entre los mamíferos de gran tamaño de resultas de la primera visita de los Heechees a la Tierra.

Éste es un tipo de información que me resulta más fácil actualizar:

«...El conflicto de la isla de la Dominica, a pesar de ser terrible, se liquidó en seis semanas dejando a ambos contendientes, Haití y la República Dominicana, ansiosos por conseguir la paz y la oportunidad de rehacer sus maltrechas economías. La siguiente crisis con la que tuvo que enfrentarse el Secretario era mucho más esperanzadora para todo el mundo, pero era también muchísimo más peligrosa para la paz mundial.

Me refiero, claro está, al descubrimiento de lo que se dio en llamar Asteroide Heechee. Aunque era de todos conocido el hecho de que alienígenas tecnológicamente avanzados habían visitado tiempo atrás el sistema solar dejando tras de sí valiosos artefactos, la oportunidad de dar con este objeto y su flotilla de naves en condiciones de ser utilizadas era por completo inesperada.

El valor de las naves era incalculable, naturalmente, y prácticamente todos los estados miembros de las Naciones Unidas que disponían de tecnología espacial reclamaron uno u otro derecho sobre aquéllas. No hablaré de las delicadas y confidenciales negociaciones que condujeron a la creación del quintupartito fideicomiso de la Corporación de Pórtico, pero con su constitución, una nueva era se abrió para la humanidad.»

—«
Memorias
», Marie-Clémentine Benhabbouche, Secretaria General de las Naciones Unidas.

Una década después los Heechees regresaron. Reemplazaron algunas de las muestras que habían tomado, incluyendo a una tigresa ahora vieja y rechoncha, y reunieron un nuevo puñado. Esta vez no se trataba de cuadrúpedos. Los Heechees habían aprendido a distinguir entre unos predadores y otros, y la especie seleccionada en esta ocasión fue un grupo de criaturas desgarbadas, de frente huidiza, dotados de cuatro manos y de rostro velludo y sin barbilla. Sus remotísimos y colaterales descendientes, es decir, vosotros los humanos, los llamaríais «Australopithecus afarensis». A ésos, los Heechees no los trajeron de vuelta. Desde su punto de vista, tales criaturas constituían la especie terrestre con más probabilidades de evolucionar hacia una inteligencia superior. Los Heechees habían reservado una finalidad para esas criaturas, por lo que empezaron por someterlas a un programa destinado a forzar su evolución hacia esa meta.

Por descontado, los Heechees no se limitaron al planeta Tierra en sus exploraciones, pero ningún otro de los planetas del sistema solar albergaba el tesoro que a ellos les interesaba. Buscaron. Exploraron Marte y Mercurio; trillaron la nube que cubre los gigantes de gas, más allá del anillo de asteroides; dieron con Plutón, pero jamás se molestaron en visitarlo; perforaron una serie de túneles en cierto asteroide excéntrico, para construir una especie de hangar para sus naves espaciales y acribillaron el planeta Venus con túneles bien aislados. Si se concentraron en Venus no fue porque prefirieran su clima al de la Tierra. De hecho, detestaban su superficie tanto como los humanos; es por ello por lo que todas sus construcciones eran subterráneas. Pero las construyeron allí porque no había nada en Venus que pudiera ser dañado, porque por nada del mundo dañarían los Heechee seres vivos en evolución... excepto de se ello necesario.

Tampoco se limitaron los Heechees al sistema solar de la Tierra. Sus naves cruzaron la galaxia y la abandonaron. De lo doscientos mil millones de objetos de tamaño superior al de un planeta que pueblan la galaxia, ni uno solo quedó sin registrar en sus cartas de navegación; registraron también muchos de los no tan grandes. No todos los objetos fueron visitados po una nave Heechee. Pero ni uno solo se quedó sin el correspondiente y ronroneante vuelo de observación ni sin el consiguiente análisis de los instrumentos, y algunos de ellos no pasaron de convertirse en lo que podría meramente llamarse atracciones turísticas.

Sólo unos pocos —apenas un puñado— contenían ese peculiar tesoro buscado por los Heechees, de nombre vida.

La vida era rara en la galaxia. La vida inteligente, por muy inclusivamente que los Heechees la definieran, era más rara todavía... pero no estaba ausente. Estaban los australopitécidos terrestres, capaces ya de valerse de herramientas, que empezaban a desarrollar instituciones sociales. Había una prometedora raza alada en lo que los humanos habían de llamar constelación Ophiucus; otra raza de cuerpos mórbidos que habitaban un denso y enorme planeta en órbita alrededor de una estrella del tipo F—9 en Eridano; cuatro o cinco abigarrados grupos de seres que orbitaban estrellas en el distante corazón de la galaxia, oculto, por nubes de polvo y gas y por racimos estelares, a toda observación humana. En total sumaban quince especies de seres, procedentes de quince planetas distintos distantes entre sí miles de años luz, de las que podía esperarse que desarrollaran la inteligencia suficiente como para escribir libros y construir máquinas en un espacio de tiempo breve (Para los Heechees, «breve» era cualquier período comprendido en un millón de años.)

Pero había aún más. Existían, de hecho, tres sociedades tecnológicas, aparte la de los propios Heechees, más los artefactos de otras dos ya extintas.

De manera que los australopitecus no eran los únicos. Su valor era, no obstante, precioso. Por ello, al Heechee encargado de transportar una colonia desde las planicies de huesos seco de su hogar ancestral hasta el nuevo hábitat que para ello habían preparado los Heechees, se le recompensó con grandes honores.

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