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Authors: Enrique Osuna

Tags: #Intriga / Suspense / Romántica

El eterno olvido (10 page)

BOOK: El eterno olvido
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—¡Margarita! —voceó entonces—. Búscame a esta señora, señorita o lo que sea Lucía Tinieblas. Que venga a verme.

—¿Para cuando le doy cita?

—Para ayer. ¡Demonios! ¿Cuándo te pido yo algo para dentro de una semana?

—Dame paciencia, Señor, dame paciencia... —musitó Margarita, levantando ambas manos a la altura de la cabeza y moviéndolas acompasadamente, en claro gesto de ruego al cielo.

Dos días después Lucía estaba sentada frente a la mesa de Bermúdez. No la imaginaba así, tan delgada, tan pálida, con ese interminable cabello rubio deslizándose hasta su cintura, con esos hermosos ojos azules, vidriosos, rebosantes de vida, tan frágil de apariencia, tan fuerte en la mirada...; tan joven.

—Así que tú eres Lucía Tinieblas —murmuró Bermúdez sin soltar la colilla de su boca y haciendo como el que repasaba las hojas del relato que la chica le había mandado.

—Así es, señor —aseguró Lucía.

—Que ni te llamarás Lucía, ni Tinieblas, claro.

—Me llamo Lucía Molina, pero no creo que eso importe, pues en realidad...

—¿No importa? ¿Qué importa entonces? ¿Tu edad? ¿Diecisiete? ¿Dieciocho? ¿Importa si trato con menores? ¿Importa si lo publico? ¿Importa si es tuyo el relato o si lo copiaste de alguien? ¿Importa el color de las bragas de mi abuela?

Lucía lo miraba fijamente, sin acertar a ver hacia dónde quería llegar su interlocutor.

—Ya se lo dije. Lo único que me interesa es saber si le gustó el relato —espetó Lucía.

—Ya, pero a mí me interesan otras cosas, jovencita —dijo Bermúdez con cierto tono de reprimenda.

—Entonces es que le ha gustado —comentó Lucía con la sonrisa en sus ojos.

—Así es, monada, me ha gustado; por eso te he hecho venir hasta aquí. Escúchame bien ahora. Puede que me dé por publicar tu relato en mi revista y puede que no. Si me animo a hacerlo, previamente deberíamos firmar un contrato. Te adelanto cuáles serían las condiciones de nuestro acuerdo, para que no te pille por sorpresa si un día decido...

—No, no, no, Sr. Bermúdez —atajó Lucía—: las condiciones no las impone usted, las pongo yo. Tengo dieciocho años, pero no firmaré nada. Cada semana le enviaré un relato y siempre tendrá dos para elegir. Usted es libre de publicarlos o no. Si así lo hace, entonces irá haciendo ingresos en la cuenta corriente que le proporcionaré por el importe que crea que vale mi trabajo. Usted es justo y sabrá valorarlo. Si una semana no publica, entonces yo no cobro nada, pero nunca tendrá en su poder más de dos relatos sin publicar. Cada trimestre nos reuniremos y podrá darme su opinión y sus sugerencias.

Lo interrumpió con tal solemnidad en su tono, tanta seguridad en sus palabras y tal punto de gravedad en su mirada, que Bermúdez quedó boquiabierto —sin que por ello cayera la colilla de su boca—, atónito ante el desparpajo de la jovencita.

—No me digas más —acertó a decir Bermúdez una vez que pudo salir del pasmo—. Tengo ante mí la viva reencarnación de don Miguel de Cervantes. No, ¡qué cernícalo soy! Se trata de doña Rosalía de Castro. A sus pies, señora —se levantó e hizo una reverencia—, lo que usted pida, aquí está Bermúdez para dárselo.

Súbitamente, Lucía estalló en carcajadas. Fue de una forma natural, espontánea, sincera. Reía y reía sin parar, tanto y con tanta jovialidad e inocencia que hasta el propio Bermúdez, sin salir de su asombro, no pudo reprimir una sonrisa. De pronto, tan fácilmente como había aparecido la risotada se marchó, y el rostro de Lucía se recompuso, si bien el brillo de sus ojos era más intenso que nunca.

—Verá, Sr. Bermúdez —se sinceró Lucía—: me encanta la literatura, pero yo no soy ni seré escritora, aunque me sentiría muy feliz si pudiera transmitir mis ideas. Usted es un profesional y sabrá lo que tiene que hacer. Claro que necesito el dinero; usted también sabrá compensar los beneficios que mis relatos puedan, ¡ojalá!, reportarles. Soy persona de palabra, y estimo que usted también lo es. Si quiere darme una oportunidad, no le defraudaré.

—Si las cosas no van bien, puedes llevarte una decepción —le advirtió Bermúdez.

—Estaré preparada para ello. ¿Trato hecho?

Lucía extendió la mano y quedó a la espera. Bermúdez dudó durante unos segundos mientras gruñía para sus adentros, hasta que bruscamente escupió la colilla y soltó una exclamación: «¡Me cago en mi padre! Trato hecho» Y apretó la mano de Lucía.

Luego hablaron sobre algunos pormenores. Lo que más preocupaba a Bermúdez era la extensión: dos páginas era todo lo que le podía dar. Y ya arriesgaba mucho. Si la narración no gustaba, no quería ni imaginar la que tendría que aguantar de sus superiores. Pero el relato agradó y mucho. Llegaron correos de felicitación de decenas de lectores; mensajes que se multiplicaron tras la publicación de su segundo relato:
Entrevistando a la Muerte
. A partir de ahí el nombre de Lucía Tinieblas empezó a hacerse célebre, y el suplemento dominical comenzó su fulgurante ascenso en las listas de preferidos por los lectores.

Capítulo 9

El enunciado de la prueba número 3 aparecería en pantalla el martes 13 de abril a las 11 de la mañana y siete minutos. «Un mal momento», pensó Samuel, conocedor de las imprevistas eventualidades que podrían acaecer en la oficina. No esperaba tener problemas para entrar en la web y ver el plazo que se ofrecía para la resolución, pero si por un casual el tiempo expiraba esa misma mañana, entonces podría encontrarse en serios aprietos. Su jefe era inflexible: dos turnos para desayunar, de nueve y media a diez y de diez a diez y media. Fuera de esos tramos horarios no era posible abandonar las instalaciones sin su previo consentimiento. De modo que si el tiempo de resolución era inferior a las tres horas, entonces se vería en la obligación de averiguar la respuesta en la propia oficina, algo factible pero arriesgado.

Así que si quería encarar la prueba con serias garantías, necesitaba disponer del día libre, pero... ¿cómo podría conseguirlo? El calendario de vacaciones estaba acordado desde enero e inventar cualquier excusa no valía en su trabajo. Don Francisco exigía una prueba documental que ratificara, con plenas garantías, la justificación de la ausencia. No servía un parte de visita al médico, pues para eso sólo se concedían dos horas. Y el parte de asistencia al servicio de urgencias ni siquiera lo aceptaba. Si alguien faltaba al trabajo por cuestiones médicas urgentes luego debía aportar el documento de baja retroactivo expedido por su médico de cabecera. El motivo era obvio: los tres primeros días en período de baja médica no se cobraban. Ésa era la normativa general y el convenio colectivo de aplicación no contemplaba mejoras en ese sentido. Pero a Samuel no le importaba perder el salario de un día, lo que realmente le incomodaba era simular una enfermedad.

Para él se trataba de una cuestión ética. Si bien consideraba que el trabajo, por su propia naturaleza, era un castigo, un atentado a la libertad, también era consciente de que un disponer de un trabajo en estos tiempos equivalía a poseer un tesoro, una auténtica bendición, y había que cuidarlo con mucho celo. Para Samuel era fundamental cumplir con sus obligaciones de manera responsable. Se enorgullecía de no haber tomado aún ninguna baja por enfermedad y no estaba dispuesto a sacrificar ese mérito por cualquier asunto baladí, si bien debía admitir que
Kamduki
no era algo insignificante para él. Tenía interés en continuar con el juego; si no, ni se habría molestado en barajar la posibilidad de simular una dolencia.

Al final, y tras mucho meditar, decidió acudir al trabajo. Tendrían que juntarse muchas circunstancias adversas como para que peligraran sus posibilidades prácticas de hacer frente a la prueba: que estuviera muy ocupado con sus quehaceres, que establecieran un plazo corto para la resolución y que el problema fuera tan complicado como para no poder solventarlo a lo largo de la jornada. Y si acaso se daban todas esas condiciones negativas, ya improvisaría algo...

El año pasado estuvo en una situación aún peor y consiguió salir indemne de la terrible tentación de pedirse una baja. Fue elegido vocal de una mesa electoral en las elecciones al Parlamento Europeo, y eso le suponía un martirio para sus convicciones ideológicas. Detestaba a los políticos, a los partidos, al sistema y a todo lo que oliera someramente a política. Le resultaba imposible comulgar con tanta hipocresía, vanidad, soberbia y afán de protagonismo que veía en los políticos. No alcanzaba a comprender cómo los principales líderes se limitaban constantemente a desacreditarse unos a otros, a echar por tierra los argumentos de los demás, a ennegrecer las ideas ajenas y a ridiculizarse mutuamente, sin dar por buena en una sola ocasión la opinión y el trabajo de sus adversarios políticos. ¿Es que no podía hacerse algo bien aunque fuera de casualidad? ¿Es que todo lo que viene del otro bando es malo? ¿No sería más señorial tender incondicionalmente la mano al vencedor de unas elecciones y brindarle todo el apoyo posible por el verdadero bien común, que no debería ser otro que el progreso del propio país? No, eso no va con los políticos... Es mejor desgastar día a día, meter la uña en el ojo ajeno constantemente, sacar a la palestra todo lo que pueda debilitar al rival y moldear la opinión pública para forjar las bases del futuro acceso al poder. Y la masa, como siempre, se deja llevar, influenciada por las promesas de unos frente al fracaso de otros.

De modo que Samuel hacía tiempo que no acudía a votar, siquiera para depositar su papeleta en blanco, por estar en contra del proceso electoral en general. No hacía mucho tuvo una peculiar conversación con Esteban sobre ese tema:

—Pero, hombre, debes votar al menos en blanco; es tu deber como ciudadano —le recriminaba su amigo.

—Yo cumplo otros deberes que muchos de los que acuden a las urnas descuidan —replicó Samuel—. Me presentaré a votar cuando instauren el voto azul.

—¿Estás hablando tú o las cervezas?

—Hablo en serio. Faltan las papeletas del voto azul, el de la tranquilidad, el del cumplimiento de las formas, el de la solidaridad, el del rechazo a la actitud de los políticos y al sistema de reparto de votos y de gobierno. El voto azul de la paz, la serenidad, la humildad, la comprensión, la amistad y la cooperación desinteresada y sincera con los que gobiernen. Cuando exista ese Partido Azul, PAZ, ¡mira qué siglas más bonitas!, entonces votaré.

El oportunista silencio se unió a la conversación de los amigos, aportando su muda, pero profunda opinión durante unos instantes. Luego Esteban continuó en un tono más formal:

—Tus ideas son nobles, pero utópicas. Los partidos son de izquierdas o de derechas y las personas se unen a unos o a otros de acuerdo con sus ideales. La concordia no es posible porque las ideas son antagónicas.

—Eso es precisamente lo que pretenden vendernos. La derecha y la izquierda pertenecen al pasado. Ahora todos navegamos en el mismo barco. Somos de izquierdas para el patrimonio ajeno, pero de derechas para el nuestro. Vivimos, nos guste o no, en un sistema capitalista. Y lo que todos pretendemos es el progreso y el confort particulares, amparados en la propia riqueza personal.

—¿Pretendes decir entonces que la política económica y social de los principales partidos mayoritarios es la misma? —inquirió Esteban con cierto aire de incredulidad.

—Idéntica. El objetivo teórico es alcanzar el mayor grado de bienestar de todos: aumentar las prestaciones sociales, favorecer el empleo, incrementar la calidad de vida... Pero claro, teniendo en consideración que los que generan trabajo, los capitalistas, los dueños del dinero, deben estar contentos; si no, simplemente se van. Ellos son en realidad los que mueven los hilos.

Samuel comprobaba cómo acaparaba la atención de su amigo, que no conocía esa retórica faceta suya.

—¿Pero alguna diferencia habrá entre unos y otros? —insistía Esteban, aunque ya sin mucha convicción.

—Las diferencias se hallan en las personas, más que en las ideas. Las doctrinas que practican están obsoletas. Las únicas desavenencias reales la centran en dos o tres materias ajenas a la macroeconomía: los derechos de los homosexuales, el peso de la religión, las condiciones del aborto, la educación para la ciudadanía... Y esto es sólo por mantener cierto estatus en la presunta alineación histórica del partido, porque en realidad son temas que apenas les interesan. Lo que unos quieren son buenos datos económicos para mantenerse, mientras que los otros desean que sean pésimos para derrocarlos. Ésta es la política, amigo Esteban: exclusivamente una lucha por el poder.

Con todo, la peculiar postura político-ideológica de Samuel no logró vencer sus convicciones morales y se presentó a la mesa electoral de su circunscripción, a pesar de que la noche anterior estuvo a punto de acudir al servicio de urgencias con cualquier excusa. Eso sí, se negó a emitir su voto una vez que había cerrado el colegio electoral y el resto de los miembros de la mesa depositaban el suyo, ante el asombro generalizado de sus circunstanciales compañeros en aquella larga jornada, que no entendían cómo deliberadamente favorecía la abstención cuando le resultaba tan sencillo votar aunque fuera en blanco.

La mañana del 13 de abril no tuvo un feliz comienzo. Fue imposible arrancar uno de los camiones y, por tanto, no pudo salir con su reparto. Esto hizo trastocar los planes. Hubo que cargar todo lo que se pudo en los demás vehículos y modificar sus respectivas hojas de ruta, añadiendo los albaranes del camión averiado. A la fiesta se unió su impresora, que se negaba en redondo a cumplir con su trabajo. Y a todo esto eran las once de la mañana y el informático seguía trasteando su ordenador. Quince minutos después Samuel observó cómo su traidora compañera comenzaba a escupir folios impresos. La prueba número tres debía haber comenzado y se empezaba a poner nervioso. «Esos chiflados son capaces de poner cualquier día una prueba simple para resolver en un minuto», pensaba mientras conectaba con la aplicación. Un minuto, no, pero sesenta era lo que daban de plazo. El peor de los supuestos que había estado barajando se había cumplido.

Prueba nº 3:

En una reunión se encuentran, emparentados entre ellos, un padre, una madre, un tío, una tía, un hijo, una hija y dos primos. ¿Cuál es el número mínimo de personas que puede haber en esa reunión?

Tiempo de resolución: 60 minutos

La prueba parecía intrincada, aunque no tanto como para sucumbir ante ella. Era cuestión de centrarse un rato... En ese preciso instante lo llamaban desde el almacén: necesitaban aclarar un par de asuntos sobre los clientes añadidos a los recorridos. Si bien los camiones habían salido ya, los conductores tenían que recibir nuevas instrucciones sobre los reorganizados horarios de reparto, y el jefe de almacén había quedado en contactar con ellos a las once y media.

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