El evangelio del mal (61 page)

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Authors: Patrick Graham

BOOK: El evangelio del mal
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—No le sigo.

Sin levantar los ojos de la pantalla, por la que hace desfilar los datos de Valdez, Crossman prosigue:

—Don Gabriele no es ni un mecenas ni un niño de pecho. Es el capo di capi de la Cosa Nostra. Un intocable, tan sagrado como una reliquia. Emiliano Cazano, el jefe de la Camorra, es primo suyo. Entre los dos controlan el ochenta por ciento de los clanes sicilianos, napolitanos y calabreses. Creo que los banqueros de Novus Ordo han empezado a meterse en su terreno y que por esa razón don Gabriele le ha ayudado. Si no, no habría recorrido usted más de treinta metros desde el momento en que ha desembarcado en Malta.

Crossman termina de descifrar las ramificaciones de la red. Levanta la cabeza y contempla un instante la plaza. Se diría que ha envejecido diez años en diez minutos.

—Bueno, ¿qué?

—Pues que cuanto menos sepa, eminencia, mejor para su seguridad.

—Señor Crossman, soy cardenal y príncipe de la Iglesia en un momento en que la Iglesia está, sin duda alguna, a punto de caer en manos del Humo Negro. Yo creo, por el contrario, que cuanto menos sepa más en peligro estaré.

—Como quiera.

Un silencio.

—Resumiendo, eminencia, Novus Ordo versión moderna es una red tan grande que sus contornos resultan confusos. Una constelación de logias, de grupos de presión, de clubes de multimillonarios y de círculos de influencia.

—Pero tienen muchas células identificables, ¿no?

—Por supuesto.

—¿Cuáles?

—El Millenium, por ejemplo. Se encargan de la esfera financiera de Novus Ordo. Son ellos quienes se ocupan de las inversiones, de los bancos offshore, de los fondos de pensiones y de las OPA para apoderarse discretamente de las empresas que todavía se mantienen fuera de la red. Se han infiltrado en la mayoría de las grandes instituciones internacionales. Son grandes banqueros, hombres de negocios, financieros, ministros. Se reúnen cada cuatro años en los grandes hoteles del planeta. Una procesión de limusinas con cristales ahumados y helicópteros que se posan y despegan sin cesar en el parque del hotel de turno. La última vez que el Millenium se reunió, lo hizo en el castillo de Versalles, a pleno día y ante el mundo entero. Evidentemente, el castillo estaba cerrado y protegido por un ejército de guardianes, pero montones de fotógrafos pudieron hacerles fotos mientras llegaban en sus limusinas.

—¿Quiere decir que conocemos sus caras?

—Las de algunos de ellos sí. En primer lugar, porque no se trata de las cabezas pensantes de Novus Ordo, y en segundo lugar porque saben que, cuanto más intenten esconderse, más tratarán de encontrarlos. Así que actúan a plena luz del día, aunque, por supuesto, no se filtra nada sobre el contenido de sus reuniones. Esa seudotransparencia es lo que permite a los verdaderos cerebros de Novus Ordo actuar en la sombra. A ellos nunca los ha visto nadie y nadie los verá jamás.

—¿Como los famosos Illuminati?

—Con la diferencia de que las cabezas pensantes de Novus Ordo existen de verdad, pero nadie intenta averiguar quiénes son porque nadie cree en su existencia.

—¿Qué más?

—Círculos mucho más cerrados a medida que se asciende en la jerarquía. Como el Syrius Group, el Nuclear Atomic Consortium y el Condor. Ellos forman la esfera científico-militar de Novus Ordo. Las industrias de armamento, las centrales nucleares, algunos grandes laboratorios farmacéuticos y los centros ultrasecretos especializados en tecnología nuclear, bacteriológica y química.

—Dios mío, es increíble.

Crossman esboza una sonrisa.

—Ese es precisamente el problema, eminencia. Y por eso nadie cree en la existencia de Novus Ordo.

—¿Y después?

—Después subimos un peldaño más en la jerarquía para llegar a sociedades secretas como el Círculo de Bettany, el Goliath Club o los discípulos de Andrómeda, que se encargan de la selección y el reclutamiento de la élite. Es la rama esotérica de Novus Ordo, la que se entrega al satanismo, el ocultismo y la mística. Sin lugar a dudas los más peligrosos. En cualquier caso, los más fanáticos.

—¿Y luego?

—Más arriba todavía están los Centinelas, los Vigilantes y los Vigías, que forman el tercer círculo alrededor de los cerebros de Novus Ordo. Borran las pistas y se ocupan de la comunicación interna de la red. O más exactamente de la ausencia de comunicación. Intoxican la prensa, extienden rumores, crean leyendas y hacen correr voces…, cortinas de humo destinadas a conseguir que el primer círculo sea indetectable. Según los organigramas de Valdez, los Centinelas controlan indirectamente el ochenta por ciento de los periódicos, las emisoras de radio y las cadenas de televisión del planeta.

El cardenal Giovanni se enjuga la frente.

—Están también los cardenales del Humo Negro. Son el segundo círculo. Controlan las sectas internacionales, las iglesias paralelas sudamericanas y asiáticas, las organizaciones satanistas y los grupos neonazis de todo el mundo: Neue Reich, el Caos, la red Armagedón. Su misión es desestabilizar las religiones, infiltrarse en ellas, reproducirse y extenderse exactamente igual que lo harían unas células cancerosas. Por último, arriba de todo, encontramos a los cerebros de Novus Ordo, de los que con toda seguridad forma parte el gran maestre del Humo Negro. Se cree que son unos cuarenta como máximo y que se reúnen una vez cada seis años, en el mayor secreto, para decidir la estrategia general de la red. No se sabe nada de ellos, ni siquiera Valdez logró dar con algo que no fueran rumores y pistas falsas.

—¿Y por qué demonios están contra la Iglesia?

—Porque destruir la Iglesia provocará grandes disturbios y Novus Ordo siempre se ha nutrido del caos.

Capítulo 197

Valentina había pasado el resto de la noche buscando la cara del padre Carzo en la multitud anónima de peregrinos, entre los innumerables rostros de facciones tensas, ojos brillantes y mejillas pálidas en las que la lluvia se mezclaba con las lágrimas.

Con el alba, los cánticos habían cesado. Ahora, ni un solo movimiento agita la multitud. Ni un solo pájaro en el cielo. Ni un solo ruido. Valentina presiona su auricular. Perdido entre el gentío, uno de los hombres de Crossman da su informe. Ella se vuelve y lo ve a través del bosque de capuchas. Está apoyado en un pilar. Sin apartar los ojos de él, levanta su emisor y le anuncia que ella tampoco tiene nada de que informar.

De repente, mientras las campanas de la basílica empiezan a chirriar, un espeso penacho blanco sale de la chimenea de la capilla Sixtina y se dispersa por el cielo romano. Un clamor ensordecedor se eleva entonces de la multitud de peregrinos y miles de brazos se tienden hacia la puerta que acaba de abrirse en el balcón de San Pedro. El clamor cesa de golpe. Al poco, el cardenal camarlengo anuncia por los altavoces que la Iglesia tiene un nuevo papa.

—Annuntio vobis gaudium magnum! Habemus Papam!

Una breve pausa hasta que el eco de esta primera frase se extingue en la plaza. Luego, la voz del camarlengo rasga de nuevo el silencio para pronunciar en latín el nombre de cardenal y de jefe de la Iglesia del hombre que sale lentamente de la penumbra.

—Eminentissimum ac reverendissimum Dominum, Dominum Oscar Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Camano, qui sibi nomen imposuit Petrus Secundus!

Petrus Secundus. Pedro II. El sacrilegio supremo mancillando la memoria del primer papa de la cristiandad. Entonces, mientras el rostro del cardenal Camano aparece a la luz y este extiende las manos sobre los peregrinos, el clamor ensordecedor que se había elevado de la multitud tras el anuncio del camarlengo se interrumpe. Los gritos y los aplausos cesan. Tan solo algunas manos continúan aplaudiendo.

El nuevo papa contempla la masa silenciosa con su mirada fría mientras las cámaras de las grandes cadenas retransmiten al mundo entero el estupor que se ha apoderado de la plaza. Los comentaristas y los especialistas se pierden en digresiones sobre la desafortunada elección del nuevo papa al adoptar ese nombre. Los altavoces chisporrotean y pitan mientras el camarlengo regula la altura del micrófono. Otro silencio. Luego, la voz glacial del nuevo papa anuncia que está pasando una página en la historia de la Iglesia y que se acerca la hora en que grandes misterios van a ser revelados. Un estruendo de murmullos se eleva de la multitud al ver que ya se retira del balcón. El silencio. El viento.

Un clamor de órgano invade el recinto a medida que las puertas de la basílica se abren. Se han montado gigantescas pantallas en la explanada para retransmitir la misa a los fieles que no puedan entrar. De nuevo el silencio. Valentina marca un número en su móvil.

Capítulo 198

Crossman deja escapar un suspiro al tiempo que cierra el ordenador. Giovanni lo mira:

—¿Y ahora?

—¿Ahora qué?

—¿Qué piensa hacer?

—¿Qué puede hacer una gota de agua en medio del océano? Novus Ordo es una red tan extensa que hasta es posible que yo mismo forme parte de ella sin saberlo.

—¿Eso es todo?

—¿Qué quiere que haga? ¿Detenciones al amanecer de los responsables de las esferas satélites de Novus Ordo? Sí, eso podemos hacerlo…

—Pero…

—Pero serán reemplazados dos horas más tarde por otros miembros de la red a los que no conocemos, y los treinta años de investigación de Valdez quedarán reducidos a nada. Aunque tuviéramos la suerte de conseguir acorralar a algunos de los verdaderos cerebros de la organización, no son más que hombres y mujeres, y detenerlos no cambiará las cosas. Ese tipo de red es exactamente igual que la Mafia con sus padrinos, que son inmediatamente reemplazados por otros padrinos. Pero hablamos de una mafia elevada a la enésima potencia. Como la hidra de Jasón: cortas una cabeza y crecen cien.

—Podríamos revelarlo todo a la prensa.

—¿A qué prensa? ¿Los periodicuchos locales, los diarios gratuitos o las publicaciones de anuncios por palabras?

—¿Por qué no a los grandes diarios?

—Porque la mayoría pertenecen más o menos directamente a los accionistas de Novus Ordo. ¿Qué aportará eso, en definitiva? ¿Un rumor más?

—¡Tenemos los organigramas de Valdez! ¡Eso es una prueba!

—No, eminencia, no es una prueba, es una presunción. Podemos sembrar cierto pánico en la red difundiendo esa información por internet, pero no se haga ilusiones, no servirá de nada.

Crossman se dispone a añadir algo cuando su móvil vibra bajo la americana. Se acerca el auricular al oído. Ruidos, murmullos. El rumor de una multitud.

—Señor Crossman, soy Valentina Graziano.

—¿Valentina? ¿Qué ocurre?

—Nada bueno, señor. El cónclave ha terminado. El nuevo papa acaba de ser elegido.

—¿Quién es?

Crossman escucha la respuesta. Un silencio. Luego, la voz de Valentina se superpone de nuevo al murmullo de la muchedumbre:

—Está a punto de empezar una misa solemne en el interior de la basílica. Creo que será durante la misa cuando el Humo Negro revele la existencia del evangelio. ¿Me oye?

—Sí, la oigo. No cuelgue, tengo otra llamada.

Crossman pulsa una tecla para contestar a la llamada en espera. Escucha atentamente. A continuación, sin pronunciar una palabra, vuelve con Valentina.

—Bien, Valentina, esto es lo que va a hacer: entre en la basílica con sus hombres y manténgame al corriente de todo lo que ocurra. Quiero saberlo todo, hasta el menor detalle.

—Pero ¡por el amor de Dios! ¿Para qué? ¡Está claro que es demasiado tarde!

—Cálmese, Valentina. Esto no ha terminado. Por el momento no puedo decirle más. Tengo un jet esperándome en el aeropuerto de Malta. La llamaré durante el vuelo.

Crossman cuelga y alza los ojos hacia Giovanni.

—¿Qué pasa?

—Que el gran maestre del Humo Negro ha tomado el control de la Iglesia, eso es lo que pasa, eminencia.

—¿Quién es?

—El cardenal Oscar Camano. Un silencio.

—¿Qué nombre ha elegido?

—Petrus Secundus.

—¿El nombre del Anticristo? Entonces todo está perdido.

—Quizá no.

—¿Qué quiere decir?

—La otra llamada que he recibido era de uno de mis agentes apostado en la estación de Roma. Hace cinco minutos, un monje que responde a la descripción del padre Carzo ha bajado de un tren nocturno procedente de Trento.

—¿Y qué?

—Pues que, según mi agente, llevaba un manuscrito bajo el brazo.

Capítulo 199

La basílica está llena a rebosar de fieles. Los más numerosos, los que no han podido entrar y permanecen fuera, se conforman con seguir los últimos preparativos de la misa solemne en las pantallas gigantes que los técnicos del Vaticano han terminado de instalar. Un compacto cordón de guardias suizos protege la entrada.

En las unidades móviles de las grandes cadenas repartidas alrededor de la plaza de San Pedro, los periodistas se preguntan con impaciencia qué es lo que el nuevo papa piensa revelar durante esa misa. Nada sucede según los usos y costumbres. No se ha filtrado ninguna noticia. Ni una palabra del responsable de comunicación del Vaticano. Como si el nuevo papa ya hubiera empezado a realizar profundas reformas.

En el interior del edificio, el espacio ha sido organizado para permitir que las cámaras de todo el mundo retransmitan la misa en directo. Una generosidad que sorprende todavía más a los periodistas, acostumbrados a conformarse con imágenes que les facilitan los servicios de prensa del Vaticano. La Rai y la CNN incluso han obtenido autorización para instalar sus cámaras giratorias en contrapicado, de manera que puedan hacer un barrido de la multitud y hacer zooms a placer sobre el gigantesco altar situado bajo las columnas de la tumba de San Pedro.

Pero lo que más estupor produce a los periodistas y a los propios fieles es el silencio de muerte que continúa flotando en el Vaticano.

Valentina se ha abierto paso hasta el centro de la basílica. Otro cordón de guardias suizos delimita un semicírculo a diez metros de las columnas. Alrededor de la inspectora, los fieles se agolpan de tal modo que solo dejan libre un estrecho sendero de mármol en el pasillo central. Los mismos rostros. Los mismos peregrinos desconcertados y agotados después de una noche en vela. La misma impresión de muertos vivientes que había tenido al salir de la basílica tras escapar del asesino en la Cámara de los Misterios.

Valentina contempla las filas de cardenales arrodillados en los reclinatorios. Algunos sacristanes agitan alrededor de las columnas unos incensarios que acaban de encender. Un denso humo gris y oloroso envuelve poco a poco el altar y se extiende como una bruma por el resto de la basílica.

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