El frente

Read El frente Online

Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Policíaco, #Thriller

BOOK: El frente
9.4Mb size Format: txt, pdf, ePub

 

La fiscal de distrito Monique Lamont tiene un trabajo especial para el investigador de Homicidios, Win Garano. En 1962, una joven invidente británica fue asesinada y Lamont pretende ganar notoriedad demostrando que esta fue la primera víctima del Estrangulador de Boston. Casualmente en la zona donde ocurrió el suceso se encuentra la sede de El Frente, una asociación promovida por algunas agencias policiales con el objetivo de ganar independencia respecto de la policía estatal (en contra de los intereses de la fiscal). Pronto empezarán a filtrarse informaciones comprometedoras…

Patricia Cornwell

El frente

ePUB v1.0

NitoStrad
17.05.13

Título original:
The Front

Autor: Patricia Cornwell

Fecha de publicación del original enero 2008

Traducción: Eduardo Iriarte

Editor original: NitoStrad (v1.0)

ePub base v2.0

A Úrsula Mackenzie, que tan extraordinariamente me publica en el Reino Unido.

Capítulo
1

Win Garano deja dos cafés
latte
en una mesa de picnic delante de la Facultad de Ciencias Políticas John F. Kennedy. Es una tarde soleada de mediados de mayo y Harvard Square está abarrotada. Se sienta a horcajadas en un banco, vestido con excesiva elegancia y sudoroso con un traje negro de Armani y zapatos negros de charol Prada, prácticamente seguro de que su propietario original está muerto.

Esa sensación le dio cuando la dependienta de la tienda de ropa de segunda mano Hand-Me-Ups le dijo que podía quedarse con el traje «ligeramente usado» por noventa y nueve dólares. Luego le sacó trajes, zapatos, cinturones, corbatas y hasta calcetines. DKNY, Hugo Boss, Gucci, Hermés, Ralph Lauren. Todos del mismo «famoso cuyo nombre no le puedo decir», y a Win se le pasó por la cabeza que no mucho tiempo atrás un receptor abierto de los Patriots había muerto en un accidente de tráfico. Noventa kilos, uno ochenta, musculoso pero tampoco hecho un toro. En otras palabras, más o menos de la talla de Win.

Está sentado solo a la mesa de picnic, más cohibido a cada momento. Estudiantes, profesores, la élite —la mayoría con vaqueros, pantalones cortos y mochilas—, se arraciman en otras mesas, absortos en conversaciones que incluyen muy pocos comentarios acerca de la aburrida conferencia que la fiscal de distrito, Monique Lamont, acaba de dar en el Foro. «Ningún vecino queda atrás». Win le advirtió que era un título un tanto confuso, por no hablar de un tópico banal para un escenario político tan prestigioso. Seguro que no le agradece que estuviera en lo cierto. A él no le hace ninguna gracia que lo haya hecho acudir en su día libre para mangonearlo y menospreciarlo. Toma nota de esto. Toma nota de aquello. Llama a tal y cual. Tráele un café, de Starbucks. Con leche desnatada y edulcorante sin calorías. Espérala fuera con el calor que hace mientras ella alterna en el interior del Centro Littauer con aire acondicionado.

Con mirada hosca la observa salir del edificio de ladrillo, escoltada por dos agentes de paisano de la Policía del Estado de Massachusetts, donde Win es investigador de Homicidios, actualmente destinado a la unidad de detectives de la fiscal de distrito del condado de Middlesex. En otras palabras, a las órdenes de Lamont, que lo llamó anoche a su casa y le dijo que, «a partir de este mismo momento», estaba exento de sus obligaciones habituales. «Te lo explicaré tras mi conferencia en el Foro. Nos vemos a las dos». Sin más detalles.

Se detiene para conceder una entrevista a la filial local de ABC y luego a la Radio Pública Nacional. Habla con periodistas de
The Boston Globe
, Associated Press, y con ese alumno de Harvard, Cal Tradd, que escribe para el
Crimson
y se cree que es del
Washington Post
. La prensa adora a Lamont. La prensa adora detestarla. A nadie le resulta indiferente la poderosa y preciosa fiscal de distrito, hoy tan llamativa con un traje verde intenso, Escada, de la colección de primavera de este año. Por lo visto, últimamente se ha dedicado a ir de compras, porque lleva un traje distinto cada vez que la ve Win.

Sigue hablando con Cal conforme cruza con paso seguro la plaza de ladrillo, por delante de inmensas macetas de azaleas, rododendros y cornejos rosas y blancos. Rubio, de ojos azules, el guaperas de Cal, tan sereno y sosegado, tan seguro de sí mismo, nunca se aturde, nunca frunce el ceño, siempre tan condenadamente agradable. Dice algo mientras garabatea en la libreta, y Lamont asiente, y el muchacho dice algo más, y ella sigue asintiendo. A Win le gustaría que el chaval cometiera alguna estupidez y lo echaran de Harvard. Que lo expulsaran por suspender sería aún mejor. Vaya pelmazo del demonio.

Lamont despide a Cal, indica a su protección de paisano que le permita cierta intimidad y se sienta delante de Win, sus ojos ocultos tras unas lustrosas gafas con los vidrios tintados de gris.

—Creo que ha ido bastante bien. —Coge el café
latte
sin darle las gracias.

—No es que haya asistido mucha gente, pero, por lo visto, has dejado las cosas claras.

—Salta a la vista que la mayoría de la gente, incluido tú, no concibe la enormidad del problema. —Ese tono rotundo que utiliza cuando ha visto insultado su narcisismo—. El declive de los barrios es tan destructivo en potencia como el calentamiento global. Los ciudadanos no tienen el menor respeto por la aplicación de la ley, ningún interés en ayudarnos o ayudarse mutuamente. Este fin de semana estaba en Nueva York, paseando por Central Park, y vi una mochila abandonada en un banco. ¿Crees que a alguien se le ocurrió llamar a la policía?

¿Pensar tal vez que podía haber un artefacto explosivo en su interior? No. Todo el mundo seguía su camino, convencidos de que, si saltaba por los aires, no era problema suyo siempre y cuando no resultaran heridos, supongo.

—El mundo se está yendo al infierno, Monique.

—La gente se ha refugiado en la autosatisfacción, y lo que vamos a hacer al respecto es lo siguiente —dice—. He levantado el escenario. Ahora vamos a crear la acción dramática.

Con Lamont, cada día es un drama.

Juguetea con el café
latte
, mira en torno para ver quién la está mirando.

—¿Cómo llamamos la atención? ¿Cómo conseguimos que gente que está harta, desensibilizada, se preocupe por el crimen? ¿Se preocupe tanto como para tomar la decisión de implicarse hasta la raíz del problema? No puede tratarse de pandillas, drogas, robos de vehículos, atracos, allanamientos. ¿Por qué? Porque la gente quiere un problema criminal que, no nos engañemos, sea noticia de primera página pero les ocurra a otros, no a ellos.

—No sabía que la gente quisiera un problema criminal.

Win repara en una joven flaca y pelirroja con un estrafalario peinado que se entretiene cerca de un arce japonés no muy lejos de ellos. Vestida como esa muñeca de trapo, Raggedy Ann, con medias a rayas y zapatones. La vio la semana pasada, en el centro de Cambridge, merodeando delante del palacio de justicia, probablemente a la espera de comparecer ante un juez; probablemente por algún delito menor como robar en una tienda.

—Un homicidio sexual sin resolver —dice Lamont—. Cuatro de abril de 1962, Watertown.

—Ya veo. Esta vez no se trata de un caso olvidado y frío, sino de uno congelado —replica Win, que sigue con la mirada puesta en Raggedy Ann—. Me sorprende que sepas siquiera dónde está Watertown.

En el condado de Middlesex, su jurisdicción, junto con otras aproximadamente sesenta modestas municipalidades más que traen sin cuidado a Lamont.

—Seis kilómetros cuadrados, treinta y cinco mil habitantes, una base étnica muy diversa —dice—. El crimen perfecto que casualmente se cometió en el perfecto microcosmos para mi iniciativa. El inspector jefe te emparejará con su detective principal… Ya sabes, esa que aparece en el escenario del crimen con la furgoneta monstruosa. Vaya, ¿cómo suelen llamarla?

—Stump.
[1]

—Así es, porque es baja y gorda.

—Lleva una prótesis. Le amputaron la pierna por debajo de la rodilla —le explica él.

—Qué insensibles pueden llegar a ser los polis. Me parece que ya os conocéis, de la tienda de comestibles donde trabaja media jornada. Eso es un buen comienzo. Conviene ser amigo de alguien con quien vas a pasar mucho tiempo.

—Es una
delicatessen
de lujo para
gourmets
, y no se trata de un mero trabajo a media jornada, y no somos amigos.

—Pareces a la defensiva. ¿Es que salisteis juntos y tal vez no congeniasteis? Porque eso podría suponer un problema.

—No hay nada personal entre nosotros, ni siquiera he trabajado en ningún caso con ella —responde Win—. Pero yo diría que tú sí, porque en Watertown se cometen cantidad de crímenes, y ella lleva de servicio casi tanto como tú.

—¿Por qué? ¿Te ha hablado de mí?

—Por lo general, hablamos de quesos.

Lamont mira el reloj de pulsera.

—Vamos a centrarnos en los hechos del caso. Janie Brolin.

—No había oído hablar de ella.

—Británica. Era ciega, decidió pasar un año en Estados Unidos, escogió Watertown, probablemente debido a Perkins, tal vez la institución de enseñanza para ciegos más famosa del mundo, donde estudió Helen Keller.

—Perkins no estaba ubicada en Watertown en los tiempos de Helen Keller, sino en Boston.

—¿Y por qué sabes tú semejantes trivialidades?

—Porque soy un tipo trivial. Y es evidente que llevas una buena temporada planeando este drama, así que, ¿por qué esperas hasta el último momento para ponerme al tanto?

—Se trata de algo muy delicado y hay que llevarlo con suma discreción. Imagina ser ciega y darte cuenta de que hay un intruso en el apartamento. Está el factor del horror y algo mucho más importante. Creo que vas a descubrir que bien podría haber sido la primera víctima del Estrangulador de Boston.

—¿Has dicho a principios de abril de 1962? —Win frunce el ceño—. Su presunto primer crimen no fue cometido hasta dos meses después, en junio.

—Eso no significa que no hubiera matado antes, sólo que no se vincularon con él casos previos.

—¿Cómo quieres que demostremos que el asesinato de Janie Brolin, o el de las otras trece presuntas víctimas del Estrangulador, si a eso vamos, lo cometió él cuando en realidad no sabemos quién era?

—Tenemos el ADN de Albert DeSalvo.

—Nadie ha conseguido probar que fuera él el Estrangulador, y lo que es más importante, ¿disponemos de ADN del caso de Janie Brolin para establecer comparaciones?

—Eso tienes que averiguarlo tú.

Es evidente por su actitud que no hay ADN y ella lo sabe perfectamente. ¿Por qué iba a haberlo, cuarenta y cinco años después? Por aquel entonces, no había nada parecido a ADN forense, ni siquiera se preveía que fuera a haberlo algún día. Así que ya puede olvidarse de demostrar o refutar nada, por lo que a él respecta.

—Nunca es tarde para hacer justicia —pontifica Lamont, o «Lamontifica», como lo llama Win—. Es hora de unir a los ciudadanos para combatir el crimen. Recuperar nuestros barrios, no sólo aquí sino en todo el mundo. —Lo mismo que ha dicho en su conferencia, tan poco estimulante—. Vamos a crear un modelo que se estudiará en todas partes.

Other books

The Lonely Spy by Mkululi Nqabeni
Hieroglyph by Ed Finn
The Measure of a Man by Sidney Poitier
Dead Souls by Michael Laimo
Mercaderes del espacio by Frederik Pohl & Cyril M. Kornbluth
The Lie Tree by Frances Hardinge
First Salute by Barbara W. Tuchman
Laced with Poison by Meg London
August Is a Wicked Month by Edna O'Brien
Electronic Gags by Muzira, Kudakwashe