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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Héroe de las Eras (42 page)

BOOK: El Héroe de las Eras
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Sin embargo, la mano del aplacador fue demasiado liviana. Brisa no podía conocer el conflicto que aún se retorcía dentro de Sazed. Un conflicto que iba mucho más allá de Kelsier y los problemas en Urteau. Se alegró de tener que pasar un poco de tiempo esperando en la ciudad, pues aún tenía mucho trabajo que hacer con las religiones listadas, una por página, en su cartapacio.

Recientemente, incluso ese trabajo le resultaba difícil. Hacía cuanto podía para ofrecer liderazgo a los demás, como Elend había pedido. Sin embargo, la perniciosa oscuridad que Sazed sentía en su interior se negaba a desaparecer. Sabía que era más peligroso para él que ninguna otra cosa a la que se hubiera enfrentado mientras trabajaba con la banda, porque le hacía sentir como si no le importara.

Debo seguir trabajando
, decidió, y abandonó el lugar de reunión, para sacar con cuidado su cartapacio de un estante cercano.
Tengo que seguir investigando. No debo rendirme.

Sin embargo, era más difícil que eso. En el pasado, la lógica y la reflexión habían sido siempre su refugio. No obstante, sus emociones no respondían a la lógica. Ninguna reflexión sobre lo que debería hacer podía ayudarlo.

Apretó los dientes y echó a andar, esperando que la emoción lo ayudara a resolver lo que lo atenazaba por dentro. Una parte de él quería salir a estudiar la nueva forma de la Iglesia del Superviviente que había brotado aquí en Urteau. Sin embargo, eso parecía una pérdida de tiempo. El mundo estaba llegando a su fin, ¿por qué estudiar una religión más? Ya sabía que ésta era falsa: había descartado la Iglesia del Superviviente al principio de sus estudios. Casi estaba llena de más contradicciones que ninguna otra de las que contenía su cartapacio.

También más llena de pasión.

Todas las religiones de su colección eran iguales en un aspecto: habían fracasado. Quienes las habían seguido habían muerto, habían sido conquistados, y sus religiones, olvidadas. ¿No era eso prueba suficiente para él? Había intentado predicarlas, pero muy pocas veces había tenido ningún éxito.

Todo carecía de sentido. Todo se estaba acabando.

¡No!
, pensó Sazed.
Encontraré las respuestas. Las religiones no desaparecieron por completo: los guardadores las conservaron. Tiene que haber respuestas en una de ellas. En alguna parte.

Al cabo de un rato, llegó a la pared de la cueva donde se hallaba la placa de acero inscrita por el Lord Legislador. Ya habían registrado lo que decía, naturalmente, pero Sazed quería verla y leerla en persona. Contempló el metal, que reflejaba la luz de una linterna cercana, y leyó las palabras del mismo hombre que había destruido tantísimas religiones.

«El plan —decían aquellas palabras—, es simple. Cuando el poder regrese al Pozo, lo tomaré y me aseguraré de que esa cosa quede atrapada.

»Y sigo preocupándome. Ha demostrado ser mucho más lista de lo que suponía, infectando mis pensamientos, haciéndome ver y sentir cosas que no deseo. Es muy sutil, muy cuidadosa. No puede ver cómo podría causar mi muerte, pero yo sigo preocupándome.

»Si muero, estos depósitos ofrecerán alguna medida de protección para mi pueblo. Temo lo que se avecina. Lo que podría pasar. Si lees esto ahora, y he muerto, entonces temo por ti. Con todo, trataré de dejar la ayuda que pueda.

»Hay metales de la alomancia que no he compartido con nadie. Si eres uno de mis sacerdotes que ha llegado a esta caverna y estás leyendo estas palabras, debes saber que incurrirás en mi ira si compartes este conocimiento. Pero, si es cierto que la fuerza ha regresado y soy incapaz de hacerle frente, entonces tal vez el conocimiento del electrum servirá de algo. Mis investigadores han descubierto que, mezclando una aleación de oro al cuarenta por ciento y plata al cincuenta y cinco por ciento, se crea un nuevo metal alomántico. Quemarlo no proporciona el poder del atium, pero sí ayuda contra quienes lo queman.»

Y eso era todo. Junto a las palabras había un mapa que indicaba la localización del siguiente depósito: el que se hallaba en la pequeña aldea minera del sur que Vin y Elend habían asegurado algún tiempo antes. Sazed leyó las palabras de nuevo, aunque sólo sirvieron para aumentar su desesperación. Incluso el Lord Legislador parecía sentirse indefenso ante su situación. Había planeado estar vivo, había planeado que nada de esto sucediera. Pero sabía que sus planes tal vez no funcionarían.

Sazed se volvió, dejando atrás la placa, y se dirigió a la orilla del lago subterráneo. El agua parecía cristal negro, libre del viento y la ceniza, si bien ondeaba ligeramente por la corriente. Tras él, a cierta distancia, habían acampado algunos de los soldados, aunque dos tercios de ellos se habían quedado en la superficie para asegurarse de que el edificio pareciera habitado. Otros investigaban la caverna con la esperanza de encontrar una salida secreta. Todos se sentirían mucho más cómodos dentro de la cueva si supieran que había un modo de escapar en caso de ser atacados.

—Sazed.

El terrisano se volvió y saludó a Fantasma mientras el joven se acercaba para reunirse con él en la orilla de aguas negras y quietas. Permanecieron en silencio, contemplándolas.

Tiene sus propios problemas
, pensó Sazed, advirtiendo la forma en que Fantasma miraba las aguas. Entonces, sorprendentemente, Fantasma extendió las manos y se quitó la venda de los ojos. La retiró y reveló un par de anteojos debajo, utilizados quizá para impedir que la tela se los cerrara. Fantasma se quitó los anteojos y parpadeó. Sus ojos empezaron a lloriquear, y entonces extendió el brazo y apagó una de las dos linternas, dejando a Sazed envuelto en una luz muy tenue. Fantasma suspiró, se irguió y se frotó los ojos.

Así que es el estaño
, pensó Sazed. Y se dio cuenta de que había visto al joven usar guantes a menudo… como para proteger su piel. Sospechó que, si observaba con atención, también vería al muchacho ponerse tapones en los oídos.
Curioso.

—Sazed —dijo Fantasma—. Quería hablarte de algo.

—Por favor, habla lo que quieras.

—Yo… —Fantasma guardó silencio, luego lo miró—. Creo que Kelsier sigue con nosotros.

Sazed frunció el ceño.

—No vivo, por supuesto —dijo Fantasma rápidamente—. Pero creo que nos vigila. Nos protege… ese tipo de cosas.

—Me parece un sentimiento agradable —dijo Sazed.
Completamente falso, por supuesto.

—No es sólo un sentimiento —respondió Fantasma—. Está aquí. Me preguntaba si habría algo en alguna de esas religiones que estudias que hablara sobre estas cosas.

—Por supuesto. Muchas de ellas hablan de muertos que se quedan como espíritus para ayudar, o maldecir, a los vivos.

Guardaron silencio. Era obvio que Fantasma esperaba algo.

—¿Y bien? —preguntó—. ¿No vas a predicarme ninguna religión?

—Ya no hago eso —contestó Sazed en voz baja.

—¡Oh! ¡Humm!, ¿por qué no?

Sazed sacudió la cabeza:

—Me resulta difícil predicar a los demás algo que no me ha ofrecido ningún consuelo a mí, Fantasma. Las estudio, tratando de descubrir cuáles son justas y verdaderas, si es que hay alguna. Cuando tenga ese conocimiento, felizmente compartiré contigo la que más parezca contener la verdad. Por ahora, sin embargo, no creo en ninguna, y por tanto no predico.

Sorprendentemente, Fantasma no discutió. A Sazed le resultaba frustrante que sus amigos (en su mayor parte, ateos declarados) se ofendieran tanto cuando amenazaba con unirse a ellos en su falta de fe. Y sin embargo, Fantasma no se enfadó.

—Tiene sentido —dijo por fin el joven—. Esas religiones no son verdaderas. Después de todo, es Kelsier quien nos vigila, no esos otros dioses.

Sazed cerró los ojos:

—¿Cómo puedes decir eso, Fantasma? Viviste con él… lo conociste. Ambos sabemos que Kelsier no era ningún dios.

—La gente de esta ciudad cree que lo es.

—¿Y adónde los ha llevado eso? —preguntó Sazed—. Su fe ha traído opresión y violencia. ¿De qué sirve la fe si éste es el resultado? ¿Una ciudad llena de gente que malinterpreta las órdenes de su dios? ¿Un mundo de ceniza y muerte y pena? —Sazed negó con la cabeza—. Por eso ya no llevo mis mentes de metal. Las religiones que no pueden ofrecer más que esto no merecen ser enseñadas.

—¡Oh! —dijo Fantasma. Se arrodilló, introdujo una mano en el agua y luego se estremeció—. Supongo que también tiene sentido… aunque había pensado que era por causa de ella.

—¿Qué quieres decir?

—Tu mujer. La otra guardadora, Tindwyl. La oí hablar de religión. No le parecía gran cosa. Pensaba que ya no hablabas de religión porque podría ser lo que ella habría querido.

Sazed sintió un escalofrío.

—De todas formas —dijo Fantasma, incorporándose y secándose la mano—, la gente de esta ciudad sabe más de lo que crees. Kelsier nos vigila a todos.

Dicho eso, el muchacho se marchó. Sazed, sin embargo, no estaba escuchando. Permaneció allí de pie, contemplando las aguas de ébano.
Porque podría ser lo que ella habría querido…

Tindwyl había considerado que la religión era una tontería. Decía que la gente que recurría a antiguas profecías o fuerzas invisibles buscaba excusas. Durante sus últimas semanas con Sazed, éste había sido un tema de conversación entre ambos, incluso de leve discusión, pues su investigación trataba sobre las profecías relacionadas con el Héroe de las Eras.

Esa investigación había resultado ser inútil. En el mejor de los casos, las profecías eran las vanas esperanzas de hombres que deseaban un mundo mejor. En el peor, habían sido colocadas astutamente para conseguir los objetivos de una fuerza maligna. Sea como fuere, por aquel entonces él creía en su trabajo. Y Tindwyl lo había ayudado. Habían buscado en sus mentes de metal, investigado en siglos de información, historia y mitología, buscado referencias a la Profundidad, el Héroe de las Eras y el Pozo de la Ascensión. Ella trabajó con él, diciendo que su interés era académico, no religioso. Pero Sazed sospechaba que tenía otra motivación.

Quería estar con él. Había reprimido su desprecio a la religión por el deseo de implicarse en lo que él consideraba importante. Y, ahora que estaba muerta, Sazed se encontraba haciendo lo que ella consideraba importante. Tindwyl estudiaba política y liderazgo. Le encantaba leer las biografías de grandes estadistas y generales. ¿Había accedido él inconscientemente a convertirse en embajador de Elend para poder implicarse en los estudios de Tindwyl, tal como ella había hecho antes de su muerte con los suyos?

No estaba seguro. En realidad, le parecía que sus problemas iban más allá. Sin embargo, el hecho de que hubiera sido Fantasma el que hizo aquella astuta observación había hecho dudar a Sazed. Era una forma muy inteligente de ver las cosas. En vez de contradecirlo, Fantasma había ofrecido una posible explicación.

Sazed estaba impresionado. Se dio la vuelta y contempló las aguas durante un rato, mientras reflexionaba sobre las palabras de Fantasma. Luego, sacó la siguiente religión de su cartapacio y empezó a estudiarla. Cuanto antes terminara con ellas, antes podría encontrar la verdad.

Capítulo 32

La alomancia, obviamente, pertenece a Conservación. La mente racional lo entenderá. Pues, en el caso de la alomancia, se obtiene poder neto. Lo proporciona una fuerza externa: el propio cuerpo de Conservación.

—¿Elend, de verdad eres tú?

Elend se dio la vuelta, sorprendido. Había estado relacionándose en el baile, charlando con un grupo de hombres que resultaron ser primos lejanos suyos. La voz que escuchó a sus espaldas, sin embargo, parecía mucho más familiar.

—¿Telden? ¿Qué haces aquí?

—Vivo aquí, El —contestó Telden, estrechándole la mano.

Elend se sintió anonadado. No había visto a Telden desde que su Casa escapó de Luthadel en los días del caos inmediato a la muerte del Lord Legislador. Años atrás, este hombre había sido uno de sus mejores amigos. Los primos de Elend se retiraron amablemente.

—Creía que estabas en BasMardin, Tell —dijo Elend.

—No. Ahí está mi Casa, pero me pareció que la zona era demasiado peligrosa, con los koloss sueltos que lo arrasan todo a su paso. Me trasladé a Fadrex en cuanto Lord Yomen se hizo con el poder… se ganó rápidamente la fama de poder proporcionar estabilidad.

Elend sonrió. Los años habían cambiado a su amigo. Telden había sido en tiempos un modelo de auténtico seductor, su cabello y sus caros trajes pretendían llamar la atención. No era que el antiguo Telden se hubiera dejado, pero no se molestaba tanto en ir a la moda. Siempre había sido un hombre grande, alto y casi rectangular, y el peso extra que había ganado lo hacía parecer mucho más… corriente que antes.

—Elend —confesó Telden, sacudiendo la cabeza—. ¿Sabes?, durante mucho tiempo, me negué a creer que habías conseguido hacerte con el poder en Luthadel.

—¡Estuviste en mi coronación!

—Creí que te habían escogido como títere, El —dijo Telden, frotándose la amplia barbilla—. Pensé… bueno, lo siento. Supongo que no tenía mucha fe en ti.

Elend se echó a reír:

—Tenías razón, amigo mío. Resulté ser un rey terrible.

Telden no supo cómo responder a eso.

—Pero mejoré en el trabajo —dijo Elend—. Sólo tuve que resolver primero unos cuantos problemas.

Los asistentes a la fiesta deambulaban por el salón de baile dividido. Aunque quienes miraban hacían todo lo posible por parecer remotos y desinteresados, Elend notaba que hacían el equivalente noble a curiosear. Miró a un lado, donde se hallaba Vin con su precioso vestido negro, rodeada por un grupo de mujeres. Parecía irle bien: la corte se le daba bastante mejor de lo que estaba dispuesta a admitir. Era elegante y grácil, el centro de atención.

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