El Imperio Romano (18 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

BOOK: El Imperio Romano
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Basiano vivía en Emesa, Siria, con su madre. Tenía diecisiete años en ese momento y era sacerdote en el templo del Sol. El nombre local del dios-sol era Elagabal, y el joven sacerdote fue luego conocido como Elagabalus, forma romanizada de ese nombre. Pero en español es más conocido como Heliogábalo, donde «helio» proviene de la palabra griega que significa «sol». La abuela de Heliogábalo buscó el apoyo de los soldados descontentos con una promesa de dinero y difundió el rumor de que el joven sacerdote era hijo de Caracalla. Heliogábalo adoptó el nombre de Marco Aurelio Antonino y fue proclamado emperador. Macrino trató de resistir, pero, después de una batalla, se vio obligado a huir. Más tarde fue capturado y ejecutado, después de haber reinado durante poco más de un año.

Heliogábalo entró en Roma en triunfo y con él iban las diversas Julias, su abuela, su madre y su tía, quienes fueron los verdaderos gobernantes del Imperio durante su reinado. Se le persuadió de que adoptase como sucesor a su primo Alexiano.

Heliogábalo demostró ser un emperador totalmente indigno, un vulgar títere que adoptó costumbres sirias que desagradaban a los romanos. Introdujo el culto de Elagabal en Roma, llevando consigo su imagen, una piedra negra cónica, a la capital con tal propósito. También manifestó las mismas crueldades arbitrarias de otros emperadores jóvenes. En 222 (975 A. U. C.) la guardia pretoriana se cansó de la situación y mató a Heliogábalo y a su madre. La piedra negra de Elagabal fue devuelta a Siria.

El primo y sucesor de Heliogábalo, Alexiano, fue proclamado emperador. Adoptó el nombre de Marco Aurelio Alejandro Severo para indicar una relación con Marco Aurelio y con Septimio Severo. El nombre de Alejandro deriva de que había nacido en Fenicia, en, o cerca de, un templo dedicado a Alejandro Magno. Comúnmente se le conoce como Alejandro Severo.

Lamentablemente, Alejandro Severo no era ningún Alejandro Magno, ni siquiera un Septimio Severo. Sólo era un joven de diecisiete años completamente dominado por su madre y su abuela. Esta última murió en 226 dejando a la madre de Alejandro, Julia Mamea, como único poder real en Roma.

Gobernó suavemente e hizo un intento en apariencia honesto para restablecer la situación del Imperio bajo los Antoninos. La madre de Alejandro creó una comisión de senadores y legistas para asesorar al gobierno. Uno de ellos, Ulpiano (Domitius Ulpianus), había sido colega de Papiniano y había prestado importantes servicios bajo Septimio Severo y Caracalla. Fue exiliado bajo Heliogábalo, pero ahora se le llamó y desempeñó prácticamente el cargo de primer ministro en la primera parte del reinado.

Pero el tiempo no podía retroceder. Las condiciones económicas seguían siendo malas y la acuñación tuvo que ser alterada nuevamente. También aparecieron nuevos problemas en el Este.

La invasión parta de Siria después de la muerte de Caracalla fue la última aventura militar de este reino.

Tenía cada vez mayores problemas para mantener en calma a sus diversas provincias, y las perpetuas guerras con Roma y las guerras civiles en el interior dieron fin a Partia. Durante tres siglos había mantenido una lucha más o menos igual con Roma, pero ahora estaba acabada para siempre.

Pero esto no significó que Roma tendría ante sí un vacío en el Este. En 226, Ardashir, el gobernante de Fars (una provincia del golfo Pérsico, llamada Persis por los griegos y Persia por nosotros) se rebeló contra el último rey parto y se instaló en el trono.

En lugar de Partia, pues, surgió un Imperio Persa. Para distinguirlo del antiguo Imperio Persa que Alejandro Magno había destruido cinco siglos y medio antes, el nuevo reino es llamado a veces el Nuevo Imperio Persa o el Imperio Neopersa. Puesto que el nuevo rey hacía remontar su ascendencia a un gobernante llamado Sasán, la dinastía recibió el nombre de los sasánidas, y el nuevo reino puede ser llamado el Imperio Sasánida.

Para Roma, el cambio producido en el Este tenía escasa importancia. El pueblo situado al este de Siria era aún el enemigo, independientemente de quién fuese su rey y de que se llamasen partos o persas. De hecho, esa enemistad empeoró, pues los sasánidas se sentían los sucesores de los antiguos reyes persas y pensaban que debían recuperar toda la tierra que les había arrebatado Alejandro Magno, que incluía a Asia Menor, Siria y Egipto.

En 230, pues, los persas invadieron las provincias orientales del Imperio, y Alejandro Severo se vio obligado a viajar al Este y conducir sus ejércitos contra los persas. Los detalles de lo que siguió son inciertos, pero aunque luego Alejandro volvió a Roma y celebró un triunfo, pretendiendo haber logrado toda clase de victorias, parece casi seguro que la guerra terminó en otro punto muerto.

Durante su ausencia, los germanos empezaron a atravesar el Rin y a hacer correrías por la Galia, Alejandro tuvo que marchar al Norte. Por desgracia, las economías que él y su madre hicieron a expensas del ejército les granjearon la creciente hostilidad de los soldados. En ocasiones se amotinaron, y en uno de esos motines, en 228, mataron al viejo jurista Ulpiano en presencia del mismo Emperador.

Ahora estaban dispuestos a ir más allá. En la Galia, Alejandro se vio forzado a pagar a los germanos para librarse de ellos y esto dio a los soldados una especie de excusa seudopatriótica. Atribuyendo a la incapacidad de Alejandro la falta de resultados mejores (y quizá tenían razón en que su queja, si no en el remedio) lo asesinaron junto con su madre en 235 (988 A. U. C).

El reinado de Alejandro Severo fue el último en el que hubo al menos un intento de mantener algún género de gobierno civil. Después de él, se impuso, desnuda y desvergonzadamente, la dominación militar.

Así, el linaje de Severo llegó a su fin después de gobernar Roma durante cuarenta y dos años (menos un año en el que Macrino gobernó nominalmente). Contando a Geta, dio cinco emperadores a Roma.

Los autores cristianos

Durante el medio siglo de incesantes peligros para el Imperio que siguió a la muerte de Marco Aurelio, el cristianismo continuó fortaleciéndose, particularmente en las ciudades y sobre todo en el Este de habla griega.

Se inició una marea en ascenso de escritos eruditos sobre el cristianismo. Los que escribieron sobre el cristianismo y ejercieron particular influencia durante el Imperio Romano y comienzos de la Edad Media son llamados a veces los «Padres de la Iglesia», y se los divide en los Padres Griegos y los Padres Latinos, según la lengua en que escribieron. No hay acuerdo general sobre cuáles autores, exactamente, han de incluirse entre los Padres, y ciertamente aquí no intentaremos tomar ninguna decisión al respecto. Los mencionados más adelante, sin embargo, están todos incluidos en la lista de uno u otro grupo.

En el Este, Clemente de Alejandría (Titus Flavius Clemens) fue aún más allá que Justino Mártir en aplicar toda la batería del conocimiento griego al problema de la doctrina cristiana. Nació alrededor del 150 en Atenas, de padres paganos, y probablemente fue adoctrinado en alguno de los misterios paganos antes de su conversión al cristianismo. Posteriormente, estudió y vivió en Alejandría, donde creó lo que se conoce a veces como la escuela alejandrina de teología.

Clemente consideraba el cristianismo como una filosofía, que no sólo estaba a la par de los sistemas griegos, sino que era superior a ellos. Trató de demostrar que las escrituras hebreas eran más antiguas que los escritos griegos y contenían toda la verdad, mientras que los últimos sólo contenían parte de la verdad. Ningún otro de los primeros Padres de la Iglesia fue tan cabalmente versado en filosofía griega.

Uno de los discípulos de Clemente fue Orígenes, más distinguido aún. Orígenes, nacido por el 185 en Alejandría, provenía de progenitores cristianos, y su padre murió como mártir. Él mismo llevó una vida dedicada a los estudios religiosos y hasta se castró a sí mismo, para no dejarse distraer por pensamientos concernientes a mujeres y al matrimonio. La popularidad de sus enseñanzas y sus escritos, junto con el hecho de que mezcló buena parte de la filosofía platónica con sus propias creencias, le acarrearon continuos problemas con sus superiores.

Sin embargo, escribió abundantemente y, en particular, salió a la palestra contra un autor griego llamado Celso, que no era el popular autor científico del siglo I, sino un filósofo platónico que vivió un siglo y medio más tarde. Celso había escrito un libro frío y desapasionado contra el cristianismo, que por entonces sólo era una religión de importancia secundaria. Fue el primer libro pagano que consideró seriamente al cristianismo. Los argumentos de Celso eran sumamente racionales, como los usados por los librepensadores actuales que objetan cuestiones tales como el parto virginal, la resurrección y los diversos milagros como contrarios a la razón. También afirmó que la doctrina cristiana había sido tomada de la filosofía griega, deformándola en el proceso.

El libro era demasiado racional y estuvo lejos de ser un éxito popular, por lo que no ha sobrevivido. Ni siquiera sabríamos de su existencia, si Orígenes no hubiera escrito para refutarlo un libro titulado
Contra Celso.
En su libro, Orígenes cita las nueve décimas partes del libro de Celso, con lo cual lo conservó para la posteridad. La obra de Orígenes es la defensa más completa y cabal del cristianismo publicada en la antigüedad.

En el período posterior a Marco Aurelio, también aparecieron autores de la Iglesia en Occidente, aunque estaban más alejados de los centros griegos que fueron el suelo fértil de la filosofía.

El primero de esos autores occidentales fue Tertuliano (Quintus Septimius Florens Tertullianus), nacido alrededor del 150 en Cartago. Prácticamente creó la literatura latina cristiana, aunque también leía y escribía el griego. Era de padres paganos y había intentado hacer carrera de abogado, pero en Roma, a comienzos de su madurez, se convirtió al cristianismo. Retornó a Cartago en 197 y permaneció allí el resto de su vida. Sus escritos lograron reducir la popularidad de las ideas gnósticas, que desde entonces se extinguieron rápidamente.

Tertuliano era montanista y trabajó duramente para convertir a los cristianos, en general, a la vida puritana. Finalmente, se vio obligado a romper con la Iglesia Cartaginesa a la que había servido, y reanudó su labor en una pequeña comunidad montanista cercana. Pero mantuvo siempre su influencia hasta su muerte, en 222.

Otro importante autor africano fue Cipriano (Thascius Caecilius Cyprianus), nacido en Cartago por el 200. También él provenía de padres paganos y se convirtió en la madurez. Más tarde fue obispo de Cartago y escribió en un estilo que recuerda mucho al de Tertuliano. Murió en el martirio en 258.

El poder creciente del cristianismo por entonces era tan pronunciado que el suave Alejandro Severo, quien trataba de apaciguar a todos los pueblos del Imperio mostrando interés por todas las religiones principales, añadió un busto de Jesucristo a los de otras deidades y profetas que adornaban su despacho.

Naturalmente, los filósofos paganos reaccionaron ante la fuerza creciente del pensamiento cristiano. El estoicismo, que nunca pasó de recibir la adhesión de un pequeño sector de las clases dominantes, perdió importancia al morir Marco Aurelio. Fue reemplazado por una nueva elaboración de las ideas del filósofo griego Platón, a las que se hizo más complejas y místicas. Este neoplatonismo fue un intento de los filósofos de hallar una base emocional adecuada para sus creencias sin apelar al ritual cristiano.

El más importante de los neoplatónicos fue Plotino, nacido en Egipto de padres romanos alrededor del 205. Fue educado en Alejandría y llegó a Roma en 244, donde enseñó su complicada y mística filosofía hasta su muerte, ocurrida en 270.

Aunque el neoplatonismo no logró afirmarse como la filosofía dominante del Imperio, muchas ideas neoplatónicas se filtraron en la Iglesia Cristiana, particularmente en la parte de ella que floreció en la mitad oriental del Imperio.

6. La anarquía
Los persas y los godos

Dos veces antes en su historia, Roma había contemplado la extinción de un linaje de emperadores seguida por una guerra civil. Después del asesinato de Nerón, en 68, había habido una mitigada guerra civil durante un año. Después del asesinato de Cómodo, en 192, se produjo una grave guerra civil que por cuatro años asoló a un Imperio debilitado.

Ahora, después del asesinato de Alejandro Severo, en 235, Roma era aún más débil y pasó por una serie de guerras civiles y de invasiones extranjeras que duraron cincuenta años y desgarraron el Imperio.

En ese medio siglo, veintiséis hombres reclamaron el trono imperial con, al menos, cierto grado de aceptación, y muchos otros lo intentaron sin éxito. Todos excepto uno de éstos sufrieron una muerte violenta.

La causa básica de la anarquía residía en el hecho de que el ejército dominaba al Estado, y ese ejército ya no era una fuerza unida siquiera por los más vagos de los ideales comunes. Era reclutado cada vez más en las provincias y entre las clases más pobres, y vivía en condiciones que lo alejaban completamente de los civiles del Imperio. Peor aún, un número creciente de soldados fueron reclutados entre los bárbaros germanos que habitaban al norte de la frontera romana. Eran buenos combatientes ansiosos de alistarse por el dinero y la elevación del nivel de vida que el ejército les brindaba, mientras que los romanos eran cada vez más renuentes al servicio militar.

Cualquier jefe legionario podía usar a sus soldados para elevarse al trono imperial, y aunque este trono se convirtió en una forma invariable de suicidio, los candidatos nunca faltaban. En verdad, todo hombre que lograba apoderarse del Estado imperial se esforzaba por dedicarse a la importante tarea que tenía ante sí con una seriedad sorprendente, considerando las dificultades casi insalvables que se le presentaban.

El medio siglo de anarquía empezó cuando Maximino (Gaius Julius Verus Maximinus), un campesino tracio gigantesco que había conducido a los rebeldes que asesinaron a Alejandro Severo en la Galia, se hizo proclamar emperador en el mismo lugar. Fue el primer emperador que puede ser considerado como un soldado raso y casi nada más. Pero su influencia no fue más allá de los ejércitos que ahora trataba de comandar.

Lejos, en el Sur, se hizo un intento de imitar la juiciosa elección de Nerva siglo y medio antes. Fue proclamado emperador un hombre honorable y de edad, Gordiano (Marcus Antonius Gordianus).

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