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Authors: John le Carré

Tags: #Intriga

El jardinero fiel (49 page)

BOOK: El jardinero fiel
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A Ghita le pasó por alto la importancia de ambas afirmaciones, si es que la tenían. Estaba demasiado ocupada intentando apoyar con argumentos lo que cada vez sonaba más a burda mentira.

—Justin sólo quiere saber qué pasó exactamente —dijo, esforzándose con ahínco—. Quiere enterarse de los detalles y tenerlos en la cabeza listos para pasar revista, como si dijéramos, para reconstruir lo que Tessa hizo y en qué pensó durante sus últimos días. Quiero decir que, obviamente, si tú me contaras algo que pudiera resultar, bueno, doloroso para él, no soñaría siquiera con decírselo. Obviamente.

—Listos para pasar revista —repitió Sarah, y meneó la cabeza, sonriendo para sí—. Por eso me ha gustado siempre la lengua inglesa. Lista para pasar revista es la frase que mejor describía a aquella buena señora. Bueno, ¿y qué crees tú que hacían cuando estaban allí arriba, cariño? ¿Besuquearse como recién casados en la luna de miel? Eso no era propio de ellos.

—Asistían al seminario sobre conciencia de género, obviamente. ¿Asististe tú? Seguramente lo dirigías o hacías alguna otra cosa importante. No te he preguntado qué haces aquí. Debería saberlo. Lo siento.

—No te disculpes, cariño. No lo sientes. Sólo estás un poco perdida. Aún no estás lista para pasar revista. —Rió—. Sí, bueno, ahora lo recuerdo. Sí que asistí a aquel seminario. Quizá también lo dirigiera yo. Lo hacemos por tumos. Era un buen grupo, eso lo recuerdo bien. Dos brillantes mujeres de una tribu de Dhiak, una médico viuda de Aweil, un poco pomposa pero receptiva, y un par de ayudantes de abogados de no sé dónde. Era un buen equipo, eso te lo aseguro. Pero lo que pueden hacer esas mujeres cuando vuelven a Sudán, eso nunca se sabe. La verdad es que, por mucho que uno lo piensa, no llega a ninguna conclusión.

—Tal vez Tessa se relacionara con las ayudantes de abogado —sugirió Ghita esperanzada.

—Tal vez, cariño, pero muchas de aquellas mujeres no habían ido jamás en avión. Muchas se marearon y se asustaron, así que tuvimos que animarlas un poco antes de que pudieran hablar y escuchar, que era para lo que las habíamos traído. Algunas se asustaron tanto que no abrieron la boca para nada, sólo querían volver a casa a sufrir sus indignidades. Nunca te metas en esto si tienes miedo al fracaso, cariño, le digo yo a la gente. Lo mejor es pensar en los éxitos; es el consejo de Sudan Sarah, y no pienses siquiera en las ocasiones en que no lo has logrado. ¿Tienes más preguntas sobre aquel seminario?

La confusión de Ghita aumentó.

—Bueno, ¿destacó ella en algo? ¿Disfrutó con él?

—La verdad es que no lo sé, cariño.

—Debes de recordar algo de lo que dijo o hizo. Nadie olvida a Tessa tan fácilmente. —Sus palabras le sonaron groseras a ella misma, y no era su intención—. Ni a Arnold.

—Bueno, no puedo decir que contribuyera mucho a aquel seminario, cariño, porque no sería verdad. Tessa no contribuyó al seminario. Eso lo sé con seguridad.

—¿Y Arnold?

—Tampoco.

—¿No leyeron algún informe ni nada parecido?

—Nada en absoluto, cariño. Ninguno de los dos.

—¿Quieres decir que se quedaron sentados escuchando? ¿Los dos? Tessa no era de las que callaban. Ni tampoco Arnold, la verdad. ¿Cuánto duró el seminario?

—Cinco días. Pero Tessa y Arnold no se quedaron en Loki cinco días. No lo hace casi nadie. A todos los que vienen aquí les gusta sentir que se dirigen a alguna otra parte. Tessa y Arnold no fueron diferentes de los demás. —Hizo una pausa y examinó a Ghita, como si evaluara su capacidad para alguna cosa concreta—. ¿Entiendes lo que digo, cariño?

—No. Me temo que no.

—Quizá es lo que no digo lo que entiendes.

—Tampoco.

—Bueno, entonces ¿qué demonios estás buscando?

—Intento descubrir qué hicieron Arnold y Tessa en sus últimos días. Justin me escribió y me lo rogó encarecidamente.

—¿Llevas la carta encima por casualidad, cariño?

Ghita la sacó con mano temblorosa de una mochila nueva que se había comprado para el viaje. Sarah se fue con ella al interior del
tukul
para leerla a la luz de la bombilla, luego se quedó un rato a solas antes de regresar a la galería y sentarse de nuevo en su silla con aspecto de padecer una considerable confusión moral.

—¿Me dirás una cosa, cariño?

—Si puedo.

—¿Te dijo Tessa de sus propios labios que ella y Arnold venían a Loki para participar en un seminario sobre la condición femenina?

—Eso es lo que nos dijo a todos.

—¿Y tú la creíste?

—Sí, como todos. También Justin. Aún lo creemos.

—Y Tessa y tú erais amigas, como hermanas, me has dicho. Sin embargo, no te contó que tenía otros motivos para venir aquí, ni que el seminario sobre conciencia de género era sólo un pretexto, una excusa, igual que el Autoabastecimiento a Medida es una excusa para ti, supongo.

—Al principio de nuestra amistad, Tessa me contaba cosas. Luego empezó a preocuparse por mí. Pensaba que me había dicho demasiado, que no era justo que tuviera que cargar con ese peso. Sólo tengo un puesto temporal. Ella sabía que pensaba presentarme de nuevo a los exámenes para conseguir un puesto permanente.

—¿Sigues pensando lo mismo, cariño?

—Sí. Pero eso no quiere decir que no pueda enterarme de la verdad.

Sarah tomó un sorbo de té, se caló la gorra y se arrellanó en la silla.

—Vas a quedarte aquí tres noches, según tengo entendido.

—Sí, volveré a Nairobi el jueves.

—Eso está bien. Está muy bien. Y aquí disfrutarás de una buena conferencia. Judith es una mujer práctica y con talento que no acepta tonterías de nadie. Un poco brusca con los menos listos, pero nunca es antipática deliberadamente. Y mañana por la noche, te presentaré a mi buen amigo el capitán McKenzie. ¿Has oído hablar de él?

—No.

—¿Tessa o Arnold nunca te mencionaron a un tal capitán McKenzie?

—No.

—Bueno, el capitán es piloto aquí, en Loki. Hoy ha ido a Nairobi, así que supongo que os habréis cruzado en el aire. Tenía que ir a recoger unos suministros y resolver un pequeño asunto. Te gustará mucho el capitán McKenzie. Es un hombre de modales agradables con un corazón más grande que el cuerpo de la mayoría de personas, te lo aseguro. Muy pocas cosas de las que pasan por aquí se le escapan, y tampoco deja que se le escapen demasiadas cosas de sus labios. El capitán McKenzie ha luchado en muchas guerras desagradables, pero ahora es un hombre devoto de la paz, motivo por el que está en Loki, dando de comer a mis hambrientos.

—¿Conocía bien a Tessa? —preguntó Ghita temerosamente.

—El capitán McKenzie creía que era una mujer estupenda, eso era todo. El capitán McKenzie era tan incapaz de molestar a una mujer casada como… bueno, como Arnold. Pero el capitán McKenzie conocía a Arnold mejor que a Tessa. Y cree que la policía de Nairobi está loca por perseguir a Arnold de esa manera, y eso es lo que piensa decirles mientras está allí. Yo diría que, esta vez, ésa es una de las razones fundamentales de su viaje a Nairobi. Y a ellos no les va a gustar lo que van a oír porque, créeme, el capitán McKenzie no tiene pelos en la lengua.

—¿Estaba el capitán McKenzie aquí, en Loki, cuando vinieron Tessa y Arnold para el seminario?

—Estaba aquí. Y vio mucho más a Tessa que yo, cariño. —Interrumpió la conversación un rato para mirar sonriente a las estrellas, y a Ghita le pareció que intentaba tomar una decisión, como por ejemplo si debía hablar o guardarse sus secretos, preguntas que se había estado haciendo Ghita desde hacía tres semanas.

—Bueno, cariño —dijo Sarah por fin—. Te he escuchado, te he observado, he pensado en ti y me he preocupado por ti. Y he llegado a la conclusión de que hay un cerebro en esa cabeza, y también de que eres un ser humano bueno y decente, con un desarrollado sentido de la responsabilidad, que yo valoro. Pero si no eres esa persona y me he equivocado contigo, entre las dos podríamos meter al capitán McKenzie en un buen lío. Es peligroso saber lo que voy a contarte, y una vez destapado, no habrá modo de devolverlo a la botella. Así que te sugiero que me digas si te he juzgado con exceso de benevolencia. Porque la gente que habla de más no cambia nunca. Ésa es otra de las cosas que he aprendido. Pueden jurar sobre la Biblia un día y al siguiente están como antes, hablando demasiado. La Biblia no supone ninguna diferencia para ellos.

—Comprendo —dijo Ghita.

—Bien, ¿vas a advertirme que he interpretado erróneamente lo que he visto, oído y pensado de ti? ¿O te cuento lo que tengo en la cabeza y te dejo soportar esa pesada carga durante el resto de tu vida?

—Me gustaría que confiaras en mí, por favor.

—Imaginaba que dirías eso, así que escucha. Te lo diré en voz baja, así que acerca un poco más la oreja. —Sudan Sarah apartó la visera de la gorra para que Ghita pudiera ponerse a su lado—. Eso es. Y espero que los gecos nos obsequien con unos fuertes chirridos. Tessa no fue nunca al seminario y Arnold tampoco. En cuanto les fue posible, ambos se metieron en la parte de atrás del todoterreno de mi amigo el capitán McKenzie y se fueron al aeródromo sin llamar la atención y con las cabezas agachadas. Y el capitán McKenzie, en cuanto pudo, los metió en su aeroplano Buffalo y los llevó al norte sin necesidad de pasaporte, visado, ni ninguna de las formalidades habituales impuestas por los rebeldes del sur de Sudán, que no pueden dejar de pelearse entre sí y no tienen el coraje ni la inteligencia para combatir unidos a esos árabes malos del norte, que parecen creer que Alá lo perdona todo aunque no lo apruebe su profeta.

Ghita pensó que Sarah había terminado y quiso decir algo, pero la otra mujer no había hecho más que empezar.

—Otra de las complicaciones estribaba en que al señor Moi, que no podría dirigir un circo de pulgas ni con la ayuda de todo su gabinete aunque dispusiera de dinero, se le ha metido en la cabeza que ha de tener el control del aeródromo de Loki, como habrás notado. El señor Moi siente muy poco afecto por las oenegés, pero su apetito por los impuestos es enorme. Y el doctor Arnold insistió especialmente en que el señor Moi y los suyos no debían enterarse de su viaje ni de su destino, fuera cual fuera.

—¿Y adónde fueron? —susurró Ghita, pero Sarah no se interrumpió.

—Bueno, yo nunca les pregunté adonde iban, porque nunca sé lo que puedo acabar diciendo en sueños. Claro que ahora no hay nadie que me escuche, soy demasiado vieja. Pero el capitán McKenzie lo sabe, lógicamente. El capitán McKenzie los trajo de vuelta al día siguiente, con la misma discreción que a la ida. Y el doctor Arnold me dijo: «Sarah, no hemos estado en ninguna parte más que aquí, en Loki. Hemos asistido a tu seminario sobre conciencia de género las veinticuatro horas del día. Tessa y yo te agradecemos que sigas recordando ese hecho importante». Pero ahora Tessa está muerta y no es probable que le agradezca nada a Sudan Sarah ni a nadie más. En cuanto al doctor Arnold, por lo que yo sé, está peor que muerto. Porque ese Moi tiene espías en todas partes y son gente que matan y roban por diversión, lo que significa que matan mucho. Y cuando cogen prisionero a un hombre con intención de sonsacarle ciertas verdades no conocen la menor compasión, y harás bien en recordarlo por la cuenta que te trae, cariño, porque estás pisando terreno muy resbaladizo. Por eso he decidido que es esencial que hables con el capitán McKenzie, que sabe cosas que yo prefiero ignorar. Porque Justin, que es un buen hombre, por lo que he oído de él, necesita tener toda la información disponible sobre su difunta mujer y el doctor Arnold. Bien, ¿es correcto lo que pienso o no?

—Es correcto —dijo Ghita.

Sarah apuró su té y dejó la taza.

—Muy bien. Entonces ve a comer para recobrar fuerzas y yo me quedaré aquí un rato, cariño, porque en este sitio uno no hace más que hablar y hablar por los codos, como ya habrás notado. Y no pruebes la cabra al curry, cariño, por mucho que te guste la cabra. Porque ese joven chef somalí, que es un muchacho con talento y que algún día llegará a ser un buen abogado, no tiene la menor idea de cómo preparar la cabra al curry.

Ghita no supo nunca muy bien cómo consiguió pasar el primer día con el grupo de Autoabastecimiento, pero cuando sonó el timbre de las cinco —aunque el timbre estaba sólo en su cabeza—, tuvo la satisfacción de saber que no había hecho el ridículo, que no había hablado demasiado ni muy poco, que había escuchado con humildad las opiniones de participantes de mayor edad y con más conocimientos, y que había tomado abundantes notas para un nuevo informe de la CEDEA.

—¿Contenta de haber venido? —le preguntó Judith colgándose de su brazo alegremente cuando terminó la reunión—. Nos vemos en el club entonces.

—Esto es para ti, cariño —dijo Sarah, saliendo de una de las cabañas del personal para entregarle un sobre marrón—. Disfruta de la velada.

—Lo mismo te digo.

La letra de Sarah parecía directamente salida de un cuaderno escolar de caligrafía.

Ghita, cariño. El capitán McKenzie ocupa el
tukul
Entebbe, que es el número catorce del lado del aeródromo. Lleva una antorcha contigo para cuando apaguen los generadores. Le encantará recibirte a las nueve, después de la cena. Es un caballero, así que no debes temer nada. Por favor, dale esta nota para que yo esté segura de que será convenientemente destruida. Cuídate mucho y recuerda tu responsabilidad en lo que se refiere a la discreción.

S
ARAH
.

A Ghita, los nombres de los
tukuls
que iba leyendo le sonaron a los honores militares de la iglesia de la aldea cercana a su convento, allá en Inglaterra. La puerta delantera del Entebbe estaba entreabierta, pero la puerta mosquitera estaba firmemente cerrada. El capitán McKenzie estaba sentado frente a un farol de cristales azules, así que cuando Ghita se acercó al
tukul
sólo vio su silueta inclinada sobre la mesa mientras escribía como un monje. Dado que la primera impresión era siempre muy importante para ella, Ghita se quedó un momento observando el aire curtido del capitán y su inmovilidad absoluta, que hacía prever un indomable carácter militar. Ghita estaba a punto de dar unos golpes en el marco de la puerta, pero el capitán la había oído o visto o adivinado su presencia, porque se puso en pie de repente, alcanzó la puerta mosquitera de dos atléticas zancadas y la abrió.

—Ghita, soy Rick McKenzie. Llegas puntual. ¿Tienes una nota para mí?

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