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Authors: James Luceno

El laberinto del mal (11 page)

BOOK: El laberinto del mal
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Otros tres cazas buitre volaron en pedazos bajo el fuego republicano.

Los pilotos neimoidianos del trasbordador no sabían qué hacer. Todos los intentos de realizar una acción evasiva eran abortados por los esfuerzos de las naves droides para mantener el trasbordador en el centro de su formación y así protegerlo.

Los láseres enemigos seguían encontrando blancos.

La destrucción de los anillos de hiperimpulso había alertado a los pilotos republicanos de que se encontraban al alcance de las armas del crucero, y de que debían acabar rápidamente con su objetivo si pretendían escapan Redoblaron sus ataques contra el trasbordador, maniobrando y dando bandazos entre los restos de la escolta droide.

Por un segundo. Grievous se preguntó si alguno de los pilotos podía ser un Jedi, ya que en ese caso optaría por capturarlo en lugar de matarlo. Estudió atentamente las maniobras hasta asegurarse de que los pilotos eran clones. Aunque habilidosos, como lo fue su molde mandaloriano, no mostraban ninguna de las percepciones sobrenaturales de que dispondría un Jedi gracias a la Fuerza.

Aun así, el trasbordador de Gunray estaba recibiendo un intenso castigo. Uno de sus apéndices de aterrizaje había sido cercenado, y un chorro de vapor surgía de su cola chata. Los primitivos escudos antiláser y antipartículas todavía resistían, pero se debilitaban con cada impacto directo. Unas cuantas descargas más de plasma los sobrecargarían. Entonces, sin escudos que la protegieran, un torpedo de protones bien colocado bastaría para destrozar o volatilizar completamente la nave.

Grievous se imaginó a Gunray, Haako y los demás atados en sus lujosos divanes antiaceleración, estremeciéndose de miedo y, quizá, lamentando el breve desvío a Cato Neimoidia. Preguntándose cómo era posible que un puñado de pilotos republicanos hubiera diezmado tan fácilmente sus escuadrones, y pidiendo refuerzos a la nave nodriza.

Por la mente del general pasó la idea de recompensar a los pilotos de la República dejándoles destrozar el trasbordador, al fin y al cabo. Gunray y él habían chocado frecuentemente en los últimos tres años. Los neimoidianos eran una de las primeras especies en crear un ejército droide, y se habían expandido acostumbrados a pensar que sus soldados y sus obreros eran completamente prescindibles. Su extraordinaria riqueza les permitía reemplazar cualquier pérdida, así que nunca habían desarrollado un mínimo respeto hacia las máquinas que los talleres baktoides, los xi charrianos, los colicoides o cualquier otro construía para ellos.

En su primer encuentro. Gunray cometió el error de tratar a Grievous como si fuera otro droide más..., aunque le advirtieron que no era así.

Puede que Gunray lo considerara otra estúpida entidad más, como el recuperado gen'dai, Durge; la mal mulada aprendiza de Dooku, Asajj Ventress; o el cazarrecompensas humano, Aurra Sing. Los tres estaban motivados por un odio personal hacia los Jedi, pero habían demostrado ser indignos, meras distracciones, mientras que Grievous era el verdadero motor de la guerra.

Sin embargo, la actitud de los neimoidianos había cambiado muy rápidamente. Primero porque ya habían sido testigos de la capacidad de Grievous, pero sobre todo por lo ocurrido en Geonosis. De no ser por Grievous. Gunray y los demás habrían sufrido el mismo destino que Sun Fag, el lugarteniente de Poggle
El Menor
. Aquel día, sólo la actuación de Grievous en las catacumbas había logrado que Gunray escapase con vida del planeta, mientras los geonosianos se retiraban a miles de la arena, perseguidos por compañías de comandos clon.

A veces, el general se preguntaba cuántos clones había matado o herido aquel día.

Y cuántos Jedi, por supuesto, aunque ninguno sobreviviera para decírselo.

Los cadáveres de los Jedi que fueron recuperados indicaban que en aquellos oscuros pasajes subterráneos había ocurrido algo atroz. Puede que los Jedi creyeran que un rancor o un reek se había ensañado con los cadáveres de sus camaradas, o que aquello era el resultado de disparar las armas sónicas geonosianos a máxima potencia.

Fuera como fuera, sí debieron de preguntarse qué había ocurrido con los sables láser de las víctimas.

Grievous lamentaba no haber estado presente para ver sus reacciones, pero también él se había visto obligado a huir del planeta antes de que Geonosis cayera en manos de la República.

La revelación pública de su existencia se hizo esperar hasta que un puñado de pobres Jedi llegaron al mundo-fundición de Hypori. En ese momento, Grievous ya había reunido una considerable colección de sables láser, pero en Hypori pudo agregar unos cuantos más, dos de los cuales llevaba ocultos bajo su capa en ese mismo momento.

Para él tenían mucho más valor como trofeos que las pieles de las presas que otros cazarrecompensas tanto gustaban de coleccionar. Admiraba la precisión y el mimo con que habían sido construidos; más todavía, los sables láser parecían retener una débil impronta de su portador. Como antiguo espadachín, era capaz de apreciar que todos y cada uno de ellos habían sido fabricados a mano, y no en una cadena de montaje, como el resto de las armas láser.

Debido a eso, incluso podría respetar a un Jedi como individuo, pero seguía sintiendo el odio más visceral por el conjunto de la Orden.

Su especie, los kaleeshi, había tenido una relación más bien escasa con los Jedi debido a la remota ubicación de su mundo natal. Pero entonces estalló la guerra entre los kaleeshi y sus vecinos planetarios, una salvaje especie insectoide conocida como los huk. Grievous se hizo famoso en el largo conflicto conquistando mundos, derrotando a grandes ejércitos, exterminando colonias enteras de huk... Pero en lugar de rendirse, que hubiera sido una solución honorable, los huk pidieron a la República que interviniera. Y los Jedi llegaron a Kalee. Durante lo que llamaron negociaciones, realizadas por cincuenta Caballeros y Maestros Jedi dispuestos a desenvainar sus sables láser y cargar contra Grievous y su ejército, los kaleeshi acabaron quedando como los agresores. La razón era muy simple: si Kalee tenía poco comercio que ofrecer, los mundos huk eran ricos en minerales y otros recursos deseados por la Federación de Comercio. Castigados por la República, los kaleeshi se hundieron. No sólo recibieron sanciones y tuvieron que pagar indemnizaciones, sino que los comerciantes empezaron a evitar el planeta. El pueblo de Grievous pasó hambre y las muertes se contaron por centenares de miles.

Finalmente, fue el Clan Bancario Intergaláctico quien acudió en su ayuda, proporcionando fondos, reanudando el comercio y dando a Grievous una nueva motivación.

Años después, los muuns volverían de nuevo al planeta...

Los ojos de Grievous siguieron el curso del trasbordador en peligro.

El Conde Dooku y su Maestro Sith nunca le perdonarían que le sucediera algo a Gunray. Los neimoidianos eran inteligentes. Su conocimiento de rutas hiperespaciales secretas era incomparable, y su inmenso ejército droide de infantería y sus superdroides de combate estaban atestados de dispositivos que respondían sobre todo a las órdenes de Gunray y su élite. Si los jefes neimoidianos morían, la Confederación perdería un poderoso aliado.

Había llegado el momento de salvar a Gunray de la trampa en la que él mismo se había metido.

—Lanzad tri-cazas para ayudar al trasbordador —ordenó Grievous a los artilleros—. Que persigan y destruyan los cazas estelares de la República.

Una escuadrilla de los nuevos cazas droide de ojos rojos se desplegó desde el crucero, y pronto fue visible a través de las pantallas del puente.

Alertados por la presencia de los tri-cazas, los pilotos republicanos tuvieron el sentido común de comprender que se encontraban en inferioridad numérica. Ignorando al último de los cazas buitre, giraron en redondo para dirigirse hacia el espacio libre o los planetas habitables más cercanos, a cualquier lugar seguro donde pudieran llevarlos sus motores sublumínicos de iones, dado que los anillos que les permitían alcanzar velocidades mayores que la de la luz habían sido destruidos.

Dos de los cazas fueron demasiado lentos. Grievous pidió que aumentasen la resolución de las pantallas para poder contemplar mejor la persecución del trasbordador, y vio que los rezagados eran CAR-170, naves con piloto y copiloto, equipadas con poderosos cañones láser en la punta de sus extendidas alas y múltiples lanzadores de torpedos. Estaba ansioso por ver de qué eran capaces.

—Ordenad que tres escuadrones de tri-cazas protejan al trasbordador y lo escolten hasta nuestro hangar. Que el resto aniquile al enemigo, excepto a los CAR-170. Tienen que entablar combate con ellos, pero sin desintegrarlos..., aunque eso signifique que los tri-cazas sean derribados por el fuego enemigo.

Grievous agudizó su mirada.

Los tri-cazas se dividieron en dos grupos. El más numeroso rodeó al trasbordador dañado de Gunray y se encargó de protegerlo contra los Ala-V mientras el resto del escuadrón hostigaba a los CAR-170.

Lo que más impresionó a Grievous fue lo rápidamente que los pilotos acudían en ayuda de sus compañeros. La camaradería en combate no era una de las características innatas de los clones kaminoanos, ni algo que hubieran aprendido de los Jedi, sino herencia directa del cazarrecompensas mandaloriano. Fett lo habría negado, por supuesto, y habría insistido en que él sólo se preocupaba de sí mismo, pero ésa no era la forma de pensar de un verdadero guerrero, como no lo era ahora de los pilotos clon. Parecían apreciar exageradamente el valor de cada vida, como si los clones fueran humanos, no artificiales.

¿Tan corta de efectivos estaba la República que no podía permitirse el lujo de afrontar sus pérdidas?

Era algo que valía la pena meditar. Algo que, en algún momento, podría explotar en su beneficio.

Sin mirar siquiera a los artilleros del puente, Grievous dio una última orden.

—Acabad con ellos.

Entonces, volviéndose hacia un droide de comunicaciones, agregó:

—Que los neimoidianos sean llevados directamente a la sala de reuniones. Informa a los demás que me dirijo hacia allí.

Todavía agitado por el accidentado traslado de la nave nodriza al
Mano
Invisible
, Nute Gunray intentó tranquilizarse en la sala a la que Haako y él habían sido conducidos inmediatamente después de desembarcar. Contaba con que algunos cazas estelares de la República persiguieran a la nave nodriza desde Cato Neimoidia..., como contaba con que perseguirían a las naves de la Federación de Comercio que partieran de otros sistemas estelares a una distancia similar del Borde Exterior. Por lo tanto, esperaba que, gracias a la persecución de esos cazas, diera la impresión de que lo perseguían desde un mundo neimoidiano. Pero no todo había salido como él esperaba. Lo que debió haber sido una travesía rápida y cómoda, había terminado convirtiéndose en una persecución a vida o muerte, con el trasbordador gravemente dañado y más de un escuadrón de cazas buitre destruido.

Aquello le pareció absolutamente inexplicable, hasta que el piloto del trasbordador le confirmó que la mayoría de los cazas buitre habían sido atomizados por el fuego de las baterías turboláser del crucero.

¡Grievous!

Lo había castigado por llegar urde.

A Gunray le habría encantado informar a Dooku de los actos del general, pero temió que el Sith acabase apoyando a Grievous.

Runa Haako se sentó muy agitado junto a Gunray, frente a la brillante mesa del camarote. Otros miembros del Consejo Separatista ocuparon el resto de los asientos: San Hill, presidente muun del Clan Bancario Intergaláctico, y cuya delgadez le hacía parecer casi bidimensional; Wat Tambor, el presidente skakoano de la TecnoUnión, enclaustrado en su voluminoso traje de presión que le suministraba metano; el geonosiano Poggle
El
Menor
, archiduque de la Colmena Stalgasin; Shu Mai, el presidente gossamo del Gremio de Comercio, con su largo cuello en forma de tallo; Passel Argente, el magistrado de la Alianza Corporativa; y el aqualish Po Nudo y el quarren Tikkes, antiguos senadores de la República.

Conversaban entre ellos cuando oyeron un retumbar metálico de pisadas en el largo pasillo que conducía a la sala de reuniones. De repente, todos callaron y. Un momento después, el general Grievous aparecía en el umbral con la redondeada coronilla que remataba su larga máscara rozando el dintel de la puerta, y el cuello de su armadura de cerámica recordando los collarines que habitualmente se utilizaban para inmovilizar las vértebras fracturadas. Embutidos en metal más apropiado para un caza estelar que para un ser vivo, sus esqueléticos miembros superiores estaban extendidos a los lados, y sus manos de duranio, semejantes a garras, se apoyaban en el marco de la compuerta. Sus dos pies, también en forma de garra, eran capaces de aumentar su altura varios centímetros. Mientras que los huesos de las piernas, hechos de metal, parecían capaces de impulsarlo hasta cualquier órbita. Grievous se echó hacia atrás la capa de campaña, sujeta a ambos hombros y tan larga que llegaba hasta el suelo, dejando expuestas a la vista las dos placas pectorales de su armadura y las costillas invertidas, que surgían de su cintura y se extendían hacia arriba, hasta su blindado esternón. Bajo todo aquel metal, encajados en una especie de saco lleno de un fluido color verde bosque, se encontraban los órganos que nutrían la escasa parte de su cuerpo que todavía podía considerarse viva.

Tras los agujeros del casco, que daban a su rostro un aspecto fúnebre y temible a la vez, sus ojos de reptil se clavaron fijamente en Gunray. Una voz sintetizada, profunda y áspera a la vez, dijo:

—Bienvenido a bordo, virrey. Por un momento temimos que no fuera capaz de unirse a nosotros.

Gunray sintió las miradas de todos los presentes fijas en él. Su desconfianza hacia el ciborg no era ningún secreto... Ni la enemistad que Grievous sentía hacia él.

—Sólo puedo suponer que se sentía muy preocupado ante esa perspectiva, general.

—Usted sabe lo importante que es para nuestra causa.

—Lo sé, general. Aunque confieso que me pregunto si usted también lo sabe.

—Soy su guardián, virrey. Su protector.

Grievous entró en el camarote y rodeó la mesa hasta detenerse justo detrás de Gunray, empequeñeciéndolo con su estatura. Gunray vio cómo Haako se hundía más profundamente en su silla, negándose a mirar al general o a él y frotándose nerviosamente las manos.

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