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Authors: James Luceno

El laberinto del mal (17 page)

BOOK: El laberinto del mal
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La Batalla de Naboo había revelado que los Sith ya no se ocultaban, y que un Señor Sith movía los hilos desde alguna parte.

El Señor Sith. Nacido con el poder suficiente para dar el paso adelante definitivo.

Dooku pensó en buscarlo, quizás incluso en matarlo. Pero, aunque su fe en la profecía era escasa, bastaba para hacerle dudar de que la muerte de un Sith detuviera el avance del Lado Oscuro.

Seguro que llegaría otro, y otro más.

Al final no necesitó buscar a Sidious, fue Sidious quien contactó con él. Al principio, el atrevimiento del Señor Oscuro lo sorprendió; pero Dooku no tardó en sentirse fascinado por el Sith. En lugar de batirse a muerte con sables láser, se limitaron a discutir mucho, y, poco a poco, fue comprendiendo que sus diferentes visiones sobre cómo se podía rescatar a la galaxia de la depravación en la que había caído no eran tan distintas.

Pero comprender a un Sith no te convierte en uno.

El poder del Lado Oscuro, al igual que las artes Jedi, debía aprenderse. Y así empezó un largo aprendizaje. Los Jedi advenían que la furia era el camino más rápido hacia el Lado Oscuro, pero la furia sólo era una emoción. Para conocer de verdad el lado Oscuro hay que trascender toda moralidad, dejar a un lado el amor y la compasión y hacer todo lo necesario para convertir en realidad la visión de un mundo bajo control..., aunque eso cueste algunas vidas.

Dooku era un buen estudiante, y Sidious lo tuteló de cerca. No quiso que le ocurriera lo mismo que le sucedió con otros sustitutos potenciales que admitió como aprendices: el salvaje Darth Maul, que sólo había sido un lacayo, Asajj Ventress o el general Grievous. Sidious había descubierto en Dooku a un verdadero cómplice, un igual ya entrenado en las artes Jedi, un duelista maestro y un visionario político. Sólo le quedaba calibrar la profundidad del compromiso de Dooku.

"Uno de tus antiguos confidentes en el Templo Jedi ha percibido el inminente cambio", le dijo Sidious. "Ha contactado con un grupo de clonadores y les ha encargado la creación de un ejército para la República. No es necesario anular ese encargo, ya que algún día podríamos utilizar ese ejército en nuestro provecho. Pero el Maestro Sifo-Dyas no puede seguir viviendo porque los Jedi no pueden conocer la existencia de ese ejército hasta que estemos preparados."

El asesinato de Sifo-Dyas había significado el abrazo definitivo de Dooku al Lado Oscuro, y Sidious le había recompensado con el título de Darth Tyranus. Su última misión, antes de abandonar para siempre la Orden Jedi, fue borrar de los archivos Jedi toda mención a Kamino. Fue entonces, siendo ya Tyranus, cuando se encontró con Jango Fett en Bogg 4 y ordenó al mandaloriano que se presentase en Kamino. Luego se ocupó de que los pagos para los donadores se efectuaran a través de tortuosos caminos...

Pasaron diez años.

La República logró recuperarse ligeramente gracias al mandato de un nuevo Canciller Supremo, pero también se hizo más corrupta y asediada con más problemas que antes. Sidious y Tyranus contribuyeron todo lo que pudieron a esa situación.

Sidious tenía la habilidad de prever el futuro, pero siempre había que contar con lo inesperado. Sin embargo, gracias al poder del Lado Oscuro, su visión ganó en flexibilidad.

Tras seguir el rastro de Fett hasta Kamino, Obi-Wan Kenobi llegó a Geonosis. De pronto, Dooku se encontraba ante el padawan de Qui-Gon Jinn. Cuando informó a Sidious de la presencia de Obi-Wan, el Señor Oscuro le dijo: "No intervengas, Darth Tyranus, deja que los acontecimientos sigan su curso. Nuestros planes se desarrollan exactamente según lo previsto. La Fuerza nos acompaña."

Ahora se enfrentaba a un nuevo problema: a consecuencia del error de Nute Gunray en Cato Neimoidia, la República y los Jedi habían encontrado una posible forma de rastrear el paradero de Sidious y exponerlo a la luz pública.

El transmisor de la mecano-silla, y otros similares, habían sido fabricados para Sidious por multitud de seres, algunos de los cuales seguían vivos. Y si los agentes de la República —o los Jedi. daba igual— eran lo bastante inteligentes y persistentes, podían descubrir más cosas sobre Sidious de las que a él le gustaría que se descubrieran...

Tengo que informarle
, pensó Dooku.

¿O no?

Por un instante dudó, imaginándose el poder que su silencio haría recaer en sus manos.

Después se dirigió directamente al transmisor de hiperonda que Sidious le había entregado y empezó a transmitir.

23

M
ace Windu no podía recordar ninguna visita a las habitaciones del Canciller Supremo, en el Edificio Administrativo del Senado, en la que su atención no se hubiera visto atraída por la curiosa y en cierto modo inquietante colección de estatuas cuasi-religiosas de Palpatine.

En una ocasión, al darse cuenta del interés de Mace, Palpatine le dio largas y entusiastas explicaciones de cuándo y cómo había conseguido algunas de las piezas. Fue tras muchos años y mucho dinero; algunas en una subasta celebrada en Colmen«, otras de un marchante corelliano de antigüedades o de un templo antiguo recién descubierto en una luna del gigante gaseoso de Yavin, otra como regalo del Consejo de Naboo, otra como regalo de los gungan...

En aquel momento, Mace contemplaba una pequeña estatua de bronce que Palpatine había identificado una vez como Wapoe, el mítico semidiós del engaño.

—Me alegra que haya llamado, Maestro Jedi —decía el Canciller Supremo a Yoda desde el lado opuesto de su mesa de escritorio—. Estaba a punto de llamarlo yo a usted por un asunto de poca importancia.

—Entonces de su asunto primero hablemos —dijo Yoda.

Se removió en su asiento, una silla acolchada que le hacía parecer aún más pequeño de lo que era. Mace se sentaba a su izquierda, con sus largas piernas flexionadas y los codos apoyados en las rodillas.

Palpatine se tocó el labio inferior con sus afilados dedos, aspiró profundamente y se echó hacia atrás en su trono.

—Es curioso, Maestro Yoda, pero sospecho que el asunto que tengo en mente es el mismo que ha traído al Maestro Windu y a usted hasta aquí. Y me refiero a Belderone.

Yoda apretó los labios.

—Una vez más, su intuición no ha fallado. Sobre Belderone mucho que decir tenemos.

Palpatine sonrió sin mostrar los dientes.

—Bien, entonces, supongamos que empiezo diciendo que me siento feliz por nuestra reciente victoria. Sólo desearía que me hubieran informado de sus planes antes de llevarlos a cabo.

—No teníamos tiempo para comprobar los informes que nos envió Inteligencia —dijo Mace sin vacilar—. Pensamos que sería mejor trasladar unas cuantas naves de la República, naves que no nos eran imprescindibles. Fue una operación Jedi.

—Una operación Jedi —repitió Palpatine lentamente—. Y, en resumidas cuentas, ustedes..., es decir, los Jedi, lograron derrotar a las fuerzas del general Grievous.

—Una derrota no fue —aclaró Yoda—. Al hiperespacio Grievous huyó. Protegiendo a los líderes separatistas estaba.

—Ya veo. ¿Y ahora?

Mace se inclinó hacia delante.

—Esperaremos a que aparezca de nuevo y volveremos a luchar contra él.

—¿Podrían informarme la próxima vez de los hallazgos descubiertos por nuestro Servicio de Inteligencia...? ¿No tuvimos esta misma discusión cuando creíamos que el Maestro Yoda había sido asesinado en lthor? —y antes de que Mace pudiera responder, continuó—: El problema son las apariencias, ¿saben? Por muy de acuerdo que pueda estar, que lo estoy, con la necesidad de que las investigaciones de Inteligencia sean confidenciales, hay muchos miembros del Senado que no opinan lo mismo. Respecto a lo ocurrido en Belderone, el que haya significado una victoria para la República me ha permitido aplacar los temores de ciertos senadores que opinan que los Jedi están haciendo la guerra por su cuenta y que ya no podemos hacernos responsables de sus actos.

Los ventanas de la nariz de Mace se dilataron.

—No podemos permitir que el Senado dicte el curso de la guerra. Yoda asintió.

—Algunas de las decisiones del Senado a los Jedi en la incertidumbre nos dejan —dijo, mirando de soslayo a Palpatine—. Un problema de apariencias es, efectivamente.

—No somos unos corruptos —enfatizó Mace.

Palpatine alzó las manos, pidiendo tranquilidad.

—Por supuesto que no. Nada más lejos de la verdad. Pero, como iba diciendo..., el Senado necesita, al menos, creer que está informado... Sobre todo ante los poderes extraordinarios que ha concedido a este despacho —se incorporó un poco en su silla—. No pasa un día en que no me acosen con sospechas, acusaciones o sugerencias de que albergo segundas intenciones. Y debo confesar que esas sospechas no se detienen aquí, en mi despacho, sino que también recaen sobre el papel que tienen los Jedi en la guerra. Maestros, bajo ninguna circunstancia debemos dar la impresión de que estamos confabulados.

—Confabulados debemos estar si la victoria queremos conseguir —protestó Yoda, frunciendo el ceño.

Palpatine sonrió, tolerante.

—Maestro Yoda, está lejos de mi intención dar lecciones de política a alguien de su inmensa experiencia, pero la verdad es que ahora, con la guerra desterrada al Borde Exterior, debemos mostrarnos sensatos con las campañas que se emprendan y con los objetivos que se asignen a nuestras fuerzas. Todos y cada uno de nuestros actos deben realizarse con suma delicadeza si queremos obtener una paz duradera cuando concluya esta locura —agitó la cabeza—. Las circunstancias nos han obligado a sacrificar muchos mundos fieles a la República, y puede que haya otros que en su momento se unieron a los separatistas y que ahora deseen volver con nosotros... En fin, son cuestiones con las que no deseo abrumar a los Jedi, pero que pertenecen al ámbito de este despacho. Comprendan que para mí también son prioritarias.

—No hemos olvidado completamente las lecciones aprendidas en mil años de servicio a la República —dijo Mace con firmeza—. El Consejo Jedi es totalmente consciente de ese tipo de cosas.

Palpatine hizo caso omiso del reproche.

—Excelente. Entonces, podemos pasar a otros asuntos.

Mace y Yoda esperaron.

—¿Puedo preguntar cómo supieron los Jedi que Grievous planeaba atacar Belderone?

—Gracias a un transmisor de hiperonda que perteneció al virrey Gunray y que conseguimos en Cato Neimoidia —explicó Mace—. Su dispositivo permitió que Inteligencia descifrase el código separatista y que captásemos un mensaje enviado por el general Grievous al virrey Gunray, en el que se mencionaba Belderone. Por eso actuamos.

Palpatine lo contemplaba fijamente, lleno de escepticismo.

—¿Tenemos la posibilidad de escuchar las transmisiones de los separatistas?

—Después de Belderone improbable es —admitió Yoda.

Palpatine meditó un instante, antes de fruncir el ceño.

—Así que, para salvar Belderone, hemos descubierto nuestra capacidad de interceptar los mensajes separatistas... —aspiró profundamente y dejó escapar el aire poco a poco—. Si hubiera dependido de mí reconozco que habría hecho lo mismo, pero tengo que añadir que me siento muy disgustado por haber sido marginado. ¿Por qué no me lo dijeron? ¿Debo deducir por este incidente que ya no confían en mí?

—No —casi gritó Yoda—, pero de este despacho muchos entran y salen. También a nuestro propio Consejo Jedi al margen mantuvimos. La cara de Palpatine enrojeció de repente.

—¿Y todavía se atreve a decir que confía en los que le rodean? ¿Se imagina lo que dirían algunos sabiendo que muchos integrantes de su Orden se han mantenido deliberadamente al margen de la guerra, y que otros incluso se han sumado al bando separatista?

—Una década hace que esos reproches oímos, Canciller Supremo.

—Me temo que se engaña a sí mismo si cree que el paso del tiempo resta validez a esos "reproches". Maestro Yoda.

Esto se nos
está
escapando de las manos
, pensó Mace. Intentó calmarse antes de hablar.

—Hay una razón más importante para no haberle informado del transmisor.

Ahora fue Palpatine el que esperó.

—Contenía un mensaje almacenado... Un mensaje de Darth Sidious para el virrey Gunray.

La ancha frente de Palpatine se llenó de arrugas.

—Sidious. Conozco ese nombre...

—El Maestro Sith de Dooku es. En Geonosis el Maestro Kenobi de su propia boca lo oyó. Nos elude, pero pruebas de su existencia tenemos. —Ahora recuerdo —reconoció Palpatine—. Le dijo a Obi-Wan que ese

Sidious estaba infiltrado en el Senado.

—Eso lo hemos descartado, pero Dooku sobre Sidious no mentía. Palpatine hizo girar su silla hasta quedar frente a la inmensa ventana curvada del cuarto y el vasto panorama de Coruscant.

—Otro Sith —y, volviéndose hacia Yoda, añadió—: Perdone, pero... ¿por qué les preocupa tanto eso?

—Cuidadosamente equilibrada esta guerra ha estado. Victorias republicanas, victorias separatistas... Prolongarla puede que parte del plan Sith sea.

Palpatine hizo de nuevo una pausa para meditar detenidamente las palabras de Yoda.

—Creo que empiezo a comprender sus razones para actuar con tanto secreto. Los Jedi intentan descubrir a Sidious.

—Siguiendo pistas estamos.

—¿La captura de Sidious pondría fin a la guerra?

—Cuando menos, aceleraría su final —dijo Mace.

Palpatine asintió satisfecho.

—Entonces, confío en que acepten mis disculpas. Hagan lo que deban hacer para descubrir a ese Sidious.

24

C
uando los xi charrianos hablaron de una explotación minera en los asteroides, no imaginaba que se refirieran a un asteroide de verdad —comentó Obi-Wan desde el asiento del copiloto del crucero de la República.

—Fue TC-16 quien nos lo dijo —rectificó Anakin—. Quizá se perdió algo en la traducción.

El droide de protocolo había sido enviado a Coruscant para entrevistarse con los técnicos de Inteligencia de la República, y R2-D2 se encontraba en Belderone, donde los técnicos intentaban reparar los daños que el pequeño astromecánico había sufrido en la batalla. Obi-Wan y Anakin tenían la nave para ellos solos, y habían cambiado las túnicas Jedi por ropas más apropiadas para unos viajeros itinerantes.

Tomando el nombre del cinturón de asteroides que utilizaba como base, la instalación del Gremio de Comercio de Escarte orbitaba entre enormes gigantes de gas rodeados de lunas, en un sistema estelar deshabitado a dos saltos hiperespaciales de Belderone, en el límite exterior de la ruta de comercio Perlemiana. Cuando comenzaron las explotaciones mineras, veinte años antes, Escarte era de forma oblonga. Ahora, era un hemisferio cóncavo lleno de cráteres debido a las fuerzas de la naturaleza y a los gigantescos obreros droides del Gremio de Comercio, que, satisfecho ante todo el mineral extraído de Escarte, convirtió las cameras, los túneles y los conductos de ventilación del asteroide en centros de procesamiento y oficinas. La innovación tecnológica que suponía el rayo tractor había permitido que el Gremio capturase pequeños asteroides y los atrajera directamente hasta las instalaciones, en vez de tener que utilizar remolcadores o realizar el trabajo
in situ
. En muchos aspectos, Escarte era el equivalente minero de los extractores de gas tibanna que flotaban en la densa atmósfera de Bespin, muy lejos, en las estrellas.

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