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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #novela negra

El libro de Los muertos (13 page)

BOOK: El libro de Los muertos
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—Quizá se dedica a velar por el cumplimiento de la ley —reflexiona Self—. Quizás emprende operativos secretos provistos de sofisticada tecnología. Y la supongo económicamente independiente. Qué fascinante.

—Ni siquiera habló conmigo, salvo para presentarse como Lucy, estrecharme la mano y cambiar un par de frases.Estuvo con Josh, y luego en el despacho del doctor Wesley un buen rato, con la puerta cerrada.

—¿Qué impresión te causó?

—Muy pagada de sí misma. Yo no pasé mucho rato con ella, claro. Estaba con el doctor Wesley, con la puerta cerrada. —Vuelve a hacer hincapié en ese particular.

«Celosa. Qué maravilla», piensa la doctora, y comenta:

—Qué bien. Deben de estar muy unidos. Parece una chica excepcional. ¿Es atractiva?

—A mí me pareció bastante masculina, si sabe a lo que me refiero. Vestida de negro de la cabeza a los pies y más bien musculosa. Apretón de manos firme, como de hombre. Y me miró directamente a los ojos con intensidad, como si sus ojos fueran rayos láser verdes. Me incomodó mucho, la verdad. No me apetecía quedarme a solas con ella, ahora que lo pienso. Las mujeres así...

—A mí me parece que se sentía atraída por ti y quería acostarse contigo antes de regresar en... ¿qué? Déjame adivinarlo: un jet privado —aventura la doctora Self—. ¿Dónde has dicho que vive?

—En Charleston, como su tía. ¿Cree que quería acostarse conmigo? Dios mío. ¿Cómo es que no me di cuenta en ese momento, cuando me estrechó la mano y me miró a los ojos? Ah, sí, me preguntó si hacía turnos muy largos, tal vez queriendo saber a qué hora salía de trabajar. Me preguntó de dónde soy. Se puso en plan íntimo. Sencillamente no me di cuenta entonces, tonta de mí.

—Quizá porque temías darte cuenta, Jackie. A mí me parece que es muy atractiva y carismática, de esas que consiguen atraer de manera casi hipnótica a una mujer heterosexual para llevársela a la cama, y tras una experiencia intensamente erótica... —Una pausa—. Te das cuenta de por qué que dos mujeres tengan relaciones sexuales, aunque una de ellas sea heterosexual, o ambas, no es nada fuera de lo común.

—Desde luego.

—¿Lees a Freud?

—Nunca me he sentido atraída por una mujer. Ni siquiera por mi compañera de habitación en la universidad. Y vivíamos juntas. Si tuviera una predisposición latente, las cosas habrían ido más lejos.

—Todo tiene que ver con el sexo, Jackie. El deseo sexual se remonta a la infancia. ¿Qué es eso que recibe tanto el niño como la niña, y luego le es negado a la mujer?

—No lo sé.

—La nutrición del pecho femenino.

—Yo no deseo esa clase de nutrición y no recuerdo nada al respecto, y sólo me interesan las tetas porque a los hombres les gustan. Son importantes por esa razón, y sólo me fijo en ellas por eso. Además, creo que a mi me dieron el biberón.

—Ya, por supuesto —dice la doctora—. Es extraño que Lucy viniera hasta aquí para hacerse un escáner. Desde luego, espero que no le ocurra nada malo.

—Sólo sé que viene un par de veces al año.

—¿Un par de veces al año?

—Eso dijo uno de los técnicos.

—Qué tragedia si le ocurriera algo. Tú y yo sabemos que no es rutinario que alguien se someta a un escáner cerebral dos veces al año. Ni siquiera una. ¿Qué más necesito saber acerca de mi escáner?

—¿Alguien le ha preguntado si tiene problemas para entrar en el imán? —pregunta Jackie con la seriedad de una experta.

—¿Problemas?

—Ya sabe. Si podría suponerle algún problema.

—No, a menos que una vez terminado el procedimiento me resulte imposible distinguir el norte del sur. Pero has hecho otra observación muy astuta. No puedo por menos de preguntarme qué efecto tiene en las personas. No estoy segura de que se haya llegado a conclusiones definitivas. La resonancia magnética no lleva mucho tiempo utilizándose de manera habitual, ¿verdad?

—Esta investigación se sirve de la RMF: Resonancia Magnética Funcional, para que podamos ver su cerebro en funcionamiento mientras escucha la grabación.

—Sí, la grabación. A mi madre le encantará grabar la cinta. Bien, ¿qué más debo esperar?

—El protocolo consiste en empezar por la ECE, la Entrevista Clínica Estructurada según la
DSM-III-R.

—Estoy familiarizada. Sobre todo con la
DSM-IV
, la versión más reciente.

—A veces el doctor Wesley me permite llevar a cabo la ECE. No podemos realizar el escáner antes de acabar con eso, y someterse a todas esas preguntas lleva su tiempo.

—Ya hablaré de ello con el doctor cuando lo vea hoy. Y si es apropiado, le preguntaré por Lucy. No, supongo que no debería. Pero confío en que no le ocurra nada malo. Sobre todo teniendo en cuenta que parece ser muy especial para él.

—Está ocupado con otros pacientes, pero probablemente podría hacer un hueco para realizarle la ECE.

—Gracias, Jackie. Hablaré con él en cuanto me llame. Por cierto, ¿alguna vez se han observado reacciones adversas a esta fascinante investigación? Y ¿quién otorgó la subvención? ¿Has dicho que fue tu padre?

—Nos hemos encontrado con algunas personas claustrofobias, así que no hemos podido realizar el escáner después de tanto trabajo. Imagíneselo —dice Jackie—. Me tomo la molestia de hacerles la ECE y luego grabar a sus madres...

—Grabarlas por teléfono, supongo. Has hecho un ingente trabajo en apenas una semana.

—Es más barato y eficiente. No hay necesidad de verlas en persona. No es más que un formato estándar, lo que hace falta que digan en la grabación. No estoy autorizada a hablar de la financiación de investigaciones, pero a mi padre le va la filantropía.

—Con respecto al nuevo programa de televisión que estoy preparando, ¿te he mencionado que estoy planteándome la posibilidad de contar con asesores de producción? Has dado a entender que Lucy está relacionada con alguna clase deorganismo que vela por el cumplimiento de la ley, ¿no es así? ¿O que es agente especial? También podría tenerla en cuenta, a menos que le ocurra algo grave. ¿Sabes cuántas veces se ha sometido a escáneres cerebrales en este centro?

—Lamento decir que no he seguido mucho su programa. Debido a mi horario de trabajo, sólo puedo ver la tele por la noche.

—Mi programa se emite varias veces al día: mañana, tarde y noche.

—Explorar desde el punto de vista científico la mente criminal y su comportamiento en vez de hacer entrevistas a los policías que van por ahí deteniendo a los criminales es la idea acertada. A su público le encantaría —asegura Jackie—. Le gustaría mucho más que la mayoría de lo que sale en todos esos programas de entrevistas. Creo que hacer que un experto entreviste a uno de esos asesinos psicópatas sexualmente violentos haría subir los índices de audiencia.

—De lo que debo inferir que un psicópata que viola o abusa sexualmente y asesina no tiene por qué ser necesariamente violento. Es un concepto muy original, Jackie, que me lleva a preguntarme si, por ejemplo, sólo los asesinos sexuales sociópatas son también violentos. Y siguiendo con esa hipótesis, ¿la siguiente pregunta que debemos hacernos es...?

—Pues...

—Pues tenemos que preguntarnos dónde encaja el homicidio sexual compulsivo. ¿O es que todo tiene que ver con nuestra manera de expresarnos corrientemente? Yo digo patata, tú dices papa.

—Pues...

—¿Hasta qué punto has leído a Freud y prestas atención a tus sueños? Deberías anotarlos, tener un diario en la mesilla de noche.

—Claro, en clase... bueno, lo del diario y los sueños no. Eso no lo hice en clase —responde Jackie—. En la vida real, ya nadie se interesa por Freud.

Ocho y media de la tarde, hora de Roma. Las gaviotas pasan a vuelo rasante y graznan en la noche con su aspecto de grandes murciélagos blancos.

En otras ciudades cerca de la costa, las gaviotas son un incordio durante el día pero desaparecen al oscurecer. Sin duda así ocurre en América, donde el capitán Poma ha pasado bastante tiempo. De joven frecuentaba el extranjero con su familia. Iba camino de convertirse en un hombre de mundo que hablaba otros idiomas con soltura y tenía modales impecables, así como una excelente educación. Iba a ser alguien importante, decían sus padres. En un alféizar cerca de su mesa hay dos rollizas gaviotas blancas que lo están mirando. Igual quieren el caviar beluga.

—Te pregunto dónde está ella —dice en italiano—, ¿y tu respuesta consiste en hablarme de un hombre sobre quien debería informarme? ¿No me facilitas ningún detalle? No sabes cuánto me decepcionas.

—Lo que he dicho es lo siguiente —responde el doctor Paulo Maroni, que hace años que conoce al capitán—. La doctora llevó a Drew Martin a su programa, como ya sabes. Semanas después, la doctora empezó a recibir correos electrónicos de alguien muy perturbado. Lo sé porque me lo remitió a mí.

—Paulo, por favor, necesito detalles sobre ese perturbado.

—Confiaba en que ya los tuvieras.

—No soy yo quien ha sacado el tema.

—Tú eres quien trabaja en el caso —responde Maroni—. Me da la impresión de que dispongo de más información que tú. Qué deprimente. Así que no hay nada, ¿verdad?

—Preferiría no reconocerlo públicamente. No hemos avanzado nada. Por eso es vital que me hables de ese perturbado. Tengo la sensación de que estás jugando conmigo de una manera muy extraña.

—Para obtener más detalles, tienes que hablar con ella. No es paciente suyo y puede hablar de él libremente. Suponiendo que quiera cooperar. —Tiende la mano hacia la bandeja plateada de
blinis
—. Y eso es mucho suponer.

—Entonces ayúdame a encontrarla —dice Poma—. Porque tengo la sensación de que sabes dónde está. Por eso me has llamado de repente y te has invitado a esta comida tan cara.

El doctor Maroni se echa a reír. Podría permitirse una tonelada del caviar ruso más exquisito. No es por eso por lo que está comiendo con el capitán, sino porque sabe algo y tiene razones complejas, un plan. Es típico de él: posee un gran talento para la comprensión de las tendencias y motivaciones humanas y es posiblemente el hombre más brillante que conoce el capitán, pero aun así todo un enigma, y tiene una definición de la verdad completamente propia.

—No puedo decirte dónde está —asegura Maroni.

—Lo que no significa que no lo sepas. Estás sirviéndote de tus dobles sentidos conmigo, Paulo. No es que yo sea vago, no es que no haya intentado encontrarla. Desde que averigüé que tuvo cierto trato con Drew, he hablado con gente que trabaja para ella y siempre me han contado lo mismo que se publicó en la prensa: tuvo una misteriosa emergencia familiar y nadie sabe dónde se encuentra.

—Por lógica, es imposible que nadie sepa dónde está.

—Sí, por lógica —asiente el capitán mientras extiende caviar sobre un
blini
y se lo tiende—. Tengo la sensación de que vas a ayudarme a encontrarla, porque, tal como digo, sabes dónde está, razón por la cual me llamaste y por la que ahora estás recurriendo a los dobles sentidos.

—¿Sus colaboradores le han remitido los correos en que le pides que se reúna contigo o al menos mantenga una conversación por teléfono? —indaga Maroni.

—Eso dicen. —Las gaviotas remontan el vuelo, interesadas en otra mesa—. No daré con ella siguiendo los canales habituales. No tiene ninguna intención de darme acuse de recibo, porque lo último que quiere es ser parte de una investigación. La gente podría considerarla responsable de lo ocurrido.

—No me extraña. Es una irresponsable.

El camarero encargado de servir el vino les llena las copas.

El restaurante en la azotea del Hotel Hassler es uno de los preferidos del capitán. La vista es tan maravillosa que no se cansa de ella; piensa en Kay Scarpetta y se pregunta si ella y Benton Wesley habrán comido alguna vez allí. Lo más probable es que no. Aparentaban estar demasiado ocupados para prestar atención a las cosas importantes de la vida.

—¿Sabes? Cuanto más me elude, más convencido estoy de que tiene razones para ello —añade el capitán—. Igual se trata de ese perturbado al que hizo referencia. Dime dónde encontrarla, por favor, porque creo que lo sabes.

—¿He mencionado que tenemos normas y estándares en Estados Unidos —replica Maroni—, y que los pleitos son el deporte nacional?

—Sus empleados no van a decirme si es paciente de tu hospital.

—Yo tampoco te lo diría.

—Claro que no. —El capitán sonríe. Maroni lo sabe, no le cabe la menor duda.

—No imaginas cuánto me alegra no estar allí en estos momentos —dice entonces el doctor Maroni—. Tenemos una VIP de lo más difícil en el Pabellón. Espero que Benton Wesley pueda ocuparse de ella como es debido.

—Tengo que hablar con ella. ¿Cómo puedo hacerle creer que me he enterado por medio de alguna otra fuente aparte de ti?

—No has averiguado nada de mí.

—Lo he averiguado de alguien. Exigirá saberlo.

—No has averiguado nada de mí. De hecho, eres tú quien lo ha dicho, y yo no lo he confirmado.

—¿Podríamos discutirlo hipotéticamente?

Maroni bebe un sorbo de vino.

—Prefiero el Barbaresco que tomamos la última vez.

—Normal. Costaba trescientos euros.

—Con mucho cuerpo pero también mucha frescura.

—¿El vino, o la mujer con quien estuviste anoche?

Para un hombre de su edad que come y bebe lo que le viene en gana, el doctor Maroni presenta buen aspecto y siempre tiene compañía femenina. Se le ofrecen como si fuera el dios Príapo, y no le es fiel a ninguna. Por lo general, cuando viene a Roma deja a su esposa en Massachusetts. A ella no parece importarle. Está bien cuidada, y él no se muestra exigente con respecto a sus deseos sexuales porque ella ya no da la talla y él ya no está enamorado. El capitán se niega a aceptar un destino semejante. Es un romántico, y vuelve a pensar en Scarpetta. Ella no necesita que nadie la cuide; no lo permitiría. La presencia de Scarpetta en sus pensamientos es como la luz de las velas en las mesas y las luces de la ciudad del otro lado de la ventana: lo conmueve.

—Puedo ponerme en contacto con ella en el hospital, pero exigirá saber cómo he averiguado que se encontraba allí —dice.

—La VIP, quieres decir. —El doctor Maroni vuelve a introducir una cuchara de madreperla en el caviar y saca suficiente para dos
blinis
, extiende el caviar sobre uno y se lo come—. No debes ponerte en contacto con nadie en el hospital.

—¿Y si mi fuente fuera Benton Wesley? Acaba de estar aquí y está implicado en la investigación. Y ahora la doctora es paciente suya. Me irrita que habláramos de la doctora Self la otra noche y no me dijera que es paciente suya.

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