Fue entonces, en 1989, cuando llegué a mi grupo base. Ahí vislumbré la verdadera libertad, primero me libertaron del grillete de la botella, y luego, poco a poco, encontré la libertad mental, la libertad emocional y la libertad espiritual.
A los pocos meses en el grupo, ya sin beber ni drogarme, recuperé mi lugar en el hogar y también aquel puesto de mayordomo. Entonces empezó la aventura de la sobriedad, que no sé si sea poca o mucha, pero como sea, estoy muy agradecido a Dios y a mis compañeros.
Alcohólicos Anónimos me ha dado satisfacciones personales muy vivificantes. El día de hoy me siento rico. No porque tenga dinero o propiedades. Estoy convencido de que rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita para vivir bien. La riqueza la encontré en la mano franca de los amigos en A.A., en la ayuda desinteresada que me brindaron desde mis primeros días de sobriedad.
La riqueza del alma la encontré después de haber superado los odios y resentimientos que por muchos años les guardé a aquellos adultos que no me dieron amor. Experimenté la riqueza espiritual después de haber perdonado a mi padrastro, a quien llamé padre y con quien cultivé una buena relación en los últimos años de su vida. Me siento rico en amor porque aquella muchachita que una vez intentó agredirme con un cuchillo ahora es una profesional y con quien sostengo una excelente comunicación. Mi esposa nuevamente me ve como el jefe de la casa.
El alcoholismo me privó de años de amor con mis hijos, pero soy inmensamente feliz con mis nietos, como que con ellos estoy dando lo que no supe ni pude dar anteriormente. Y también es una riqueza.
Alcohólicos Anónimos me hizo rico, y esa riqueza la intento dar a esos nuevos que Dios nos pone en el camino. Sólo compartiendo la experiencia, la riqueza se sigue alimentando de más riqueza. Gracias a Dios.
Se crió en un ambiente hostil, violento, ocasionado por el alcoholismo paternal y a los 13 años de edad, tuvo su primera borrachera, resaca y laguna mental. Tras pasar décadas de beber descontroladamente acabó creyendo que el único remedio estaba en poner fin a su vida, como lo hicieron tres hermanos suyos.
S
OY UN alcohólico sobrio y agradecido de un Poder Superior que me trajo un día a las puertas de este bendito programa.
El alcoholismo comenzó a afectarme desde que tengo uso de razón o posiblemente, desde el vientre de mi madre. Tuve la desdicha de nacer y criarme en un hogar disfuncional debido particularmente a las borracheras de mi padre, que no era un alcohólico cualquiera. Mi padre era un borracho de tipo violento, cuyos actos de hostilidad y agresividad no sólo los manifestaba en los negocios del barrio, sino que también los trasladaba a nuestra casa. Durante los fines de semana el ambiente familiar en mi casa se podía comparar con una obra trágica, un padre en estado de locura lanzando insultos y buscando armas para atentar contra lo que fuera, incluyendo contra sí mismo, y unos niños llorando y temblando de miedo ante aquellas escenas de terror. En ese ambiente creció este servidor y demás está decir que el tipo de personalidad que fui desarrollando fue una de odio, temores, inseguridad y frustración.
A pesar de detestar aquel ambiente, a la edad de trece años, junto a varios otros adolescentes de mi edad, se me ocurrió probar ron caña, un tipo de bebida no muy bien elaborada que se producía en los montes de manera ilegal. Ésa fue mi primera experiencia y borrachera con el alcohol y hay unos detalles de esa experiencia que no he podido olvidar jamás. Recuerdo que una vez que me tomé el primer trago, el cual no tuvo un sabor muy agradable, se desató en mí una ansiedad sin control por seguir tomando, lo que me llevó a perder el conocimiento. Al siguiente día, aparte de la horrible resaca que tenía, no pude recordar la mayor parte de las cosas que hice. A esa corta edad ya había confrontado dos de las características más comunes del alcoholismo, la compulsión a seguir tomando y la laguna mental, aspectos que me acompañaron siempre en mi etapa activa. Después de esa experiencia estuve por un tiempo sin beber alcohol, creo que fue alrededor de un año, pero luego comencé a darme traguitos de ron y una que otra cerveza en las actividades sociales a las que iba. A pesar de ser un adolescente, hacía uso de bebidas alcohólicas sin esconderme de nadie, lo cual generaba comentarios de las personas adultas.
Completé la escuela superior a duras penas y con un promedio académico bien bajito —en mi país lo llaman «raspa cum laude»— lo que en realidad no me importaba ya que había decidido lo que iba a hacer con mi vida. Mis opciones eran irme a vivir y trabajar a otro país o alistarme en el ejército de manera voluntaria. La segunda alternativa no fue necesaria gracias a que mi hermano mayor, que residía en otro estado, me envió el pasaje para que me fuera a vivir con él. Llegué a un pueblo pequeño de ese estado y de inmediato comencé a trabajar y también a beber descontroladamente los fines de semana en compañía de mi hermano, que confrontaba problemas con las bebidas alcohólicas. Al aumentar la cantidad de bebidas que ingería comencé a experimentar por otro lado cambios drásticos en mi personalidad; me tornaba agresivo y perdía el temor al peligro. Al cabo de varios meses tuve el primer episodio violento al enredarme a pelear con mi hermano una noche en que bebíamos juntos. En esa reyerta salí con la mano derecha bien lastimada al pegarle al cristal de la puerta de su apartamento, las heridas que sufrí me dejaron con uno de mis dedos prácticamente inútil. Dos días después de aquel desagradable incidente, me fui a vivir a otra ciudad con otro de mis hermanos, pero no permanecí mucho tiempo ya que al enterarme de que mi hermano mayor se había ido, regresé a vivir al mismo pueblo de donde había salido. Esta vez viví solo y sin tener que responderle a nadie por mis actos. En esa época, el alcohol me llevó a cometer barbaridades; formaba trifulcas en los bares del pueblo, lo que causó que me encarcelaran en muchas ocasiones por el fin de semana. Tuve también varios accidentes de auto, y por uno de ellos pasé dos semanas en el hospital y perdí la licencia de conducir indefinidamente. Finalmente terminé cumpliendo un año en probatoria por una estupidez durante una borrachera. Al cabo de dos años de residir en ese pueblo me fui a vivir a otra ciudad, lugar que, como toda ciudad, estaba llena de peligros. Aquí continué con mis borracheras y peleas callejeras y creo que sobreviví por dos razones: formé parte de grupos o pandillas y porque decidí a tiempo regresar a mi país. Antes de regresar a mi país estuve preso alrededor de un mes en una cárcel del condado por uno de mis actos delictivos, motivado, como siempre, por el alcohol.
En el año 1972 regresé a casa de mis padres luego de seis años y a los nueve meses decidí casarme, buscando la manera de cambiar mi vida. Mi vida no cambió mucho: los fines de semana me emborrachaba y volvía a lo mismo, a las peleas en la calle. Transcurrieron siete años de aquel matrimonio y la procreación de cuatro hijos, y llegó lo que tenía que llegar, el divorcio. Lo triste del caso es que vi con cierta simpatía aquel rompimiento, por la única razón de que iba a tener la libertad de beber a mis anchas y ya nadie iba a entorpecer mis borracheras. Después del divorcio, el alcoholismo hizo estragos en mí. Las lagunas mentales o amnesias alcohólicas se repetían con mayor frecuencia, al igual que los accidentes de auto. Sin embargo, al cabo de nueve meses, se me presentó la oportunidad de un buen trabajo con una buena paga. El tipo de trabajo era de mi agrado y creo que lo hacía bien. Empecé a relacionarme en asuntos mas allá del trabajo con la persona que me contrató y con quien me casé un año más tarde. No pasó mucho tiempo para que mi esposa se percatara de que no podía controlar la bebida y de mi carácter violento una vez que me emborrachaba. Al principio, cuando llegaba ebrio, me ayudaba a llegar hasta la cama y muchas veces salía a buscarme por algunas de las carreteras donde me estacionaba y me acostaba a dormir en mi auto. No obstante, llegó un momento en que se cansó de hacer esto y optó por dejarme a merced de la suerte. En este segundo matrimonio, con frecuencia tenía períodos de abstinencia que duraban de tres a seis meses y en una ocasión hasta un año. De esta manera pude estudiar y hacerme de una profesión, pero no por motivación propia sino por estímulos y ayuda de mi esposa. A pesar de los múltiples sacrificios que tuvimos que hacer para que completara los estudios, cuando terminé no me interesé ni siquiera en asistir a los actos de graduación. Debo admitir que, para ese entonces, había perdido el aprecio por la vida y el suicidio se estaba convirtiendo en un pensamiento obsesivo. Sabía que era cuestión de tiempo, que el momento llegaría como llegó para tres de mis hermanos quienes, agobiados por el alcohol, habían culminado sus vidas de esta manera trágica. Dos de ellos fueron con quienes viví cuando era jovencito.
En 1992 me vi en la obligación de tener que trabajar en lo que había estudiado, trabajo que traté de evitar tres años porque no quería estar en un ambiente donde tuviera que usar corbata y chaqueta. La primera vez que fui a aquel hospital regional donde me habían destinado, era sábado y fui con la intención de llevar algunos de mis libros y manuales. Al llegar a la institución, en una camioneta que tenía abolladuras hasta en la capota, porque me había volteado en ella en una borrachera, el guardia de seguridad no me permitió la entrada ya que no me creyó que era el administrador. En este trabajo el alcoholismo tuvo un avance extraordinario; bebía a diario y en horas laborables. Tenía escondidas en mi oficina botellas de ron y whisky que me regalaban. Casi al finalizar mi contrato de un año en aquel lugar, una noche mientras me encontraba borracho en mi casa, ocurrió un suceso inexplicable. Comencé a llorar y a arrepentirme de toda esa vida miserable que arrastraba y le pedí a mi esposa que me llevara a algún lugar donde pudieran darme ayuda. De inmediato, aquella mujer que tanto había sufrido con mi alcoholismo me llevó a un grupo de A.A. donde me recibieron con un amor y una sinceridad incalculables. Esa noche, debido a mi estado de ebriedad, no pude entender mucho; sin embargo, al siguiente día, el compañero que hoy es mi padrino me llevó a una reunión de historiales y esa noche no había bebido y pude identificarme con aquellas personas. Esa noche me dije a mí mismo, «Si esta gente pudo dejar de beber, yo también puedo hacerlo». Actualmente llevo doce años sin beber gracias a un Poder Superior que tenía otros planes para conmigo y evitó que perdiera mi vida que tantas veces expuse. Hoy día tengo una explicación para el acontecimiento de esa noche que pedí ayuda. Todos estos años que llevo en este programa los he dedicado al servicio. La transformación que el programa ha obrado en mí, gracias a la práctica de los Doce Pasos ha sido radical. En la actualidad me considero una persona juiciosa, serena y en control de mis emociones. Puedo expresar amor y siento un gran respeto y aprecio por mi vida y por la vida de los demás.
Por normal que todo le pareciera, acabó al borde de la locura con delirios e ideas de suicidio. Decidió por fin pedir ayuda y encontró su mejor recurso en un grupo de A.A.
F
UI EL único varón de mi familia y el más mimado en el tiempo que mi padre vivía. Desde niño tuve muchos complejos y problemas emocionales; como el de no aceptar la familia en que había nacido, mi nombre, mi apellido y mi estatura, ya que los demás niños se burlaban de mí.
Recuerdo que de niño yo visitaba a una familia que frecuentemente celebraba fiestas religiosas y lo primero para esas fiestas era el alcohol. Muchas veces los niños recogíamos todos los restos que dejaban las personas hasta llenar una o más copas, y fue así cómo empecé a emborracharme.
Cuando mi madre por fin me iba a buscar, muchas veces me tenía que cargar porque yo había perdido el conocimiento. Luego venían los regaños y no más visitas a esa casa. Pero me seguía escapando a espaldas de mi madre porque me gustaba ese ambiente en el cual yo sentía el afecto de esas personas porque nunca me rechazaron, al contrario me decían que viniera.
En el hogar siempre estuvo presente el alcohol. Muchas veces cuando despertaba mis padres estaban discutiendo. Cuando se peleaban lo único que yo escuchaba era que mi madre se iba de la casa.
Yo me iba para la escuela y cuando regresaba ya no encontraba a nadie en la casa y nadie que me diera razón de lo sucedido. Mi padre se iba detrás de mi madre para rogarle que volviera mientras que yo me quedaba solo en la casa. Y a mí me daba un gran miedo la soledad y mi padre buscaba a otra persona para que me cuidara.
Por fin nos mudamos a otro lugar lejos del pueblo donde vivíamos, porque mi padre iba a poner una tienda donde la cerveza nunca iba a faltar para vender.
En ese tiempo mi padre tenia un camión y sus trabajadores me decían siempre que les sacara una botella de vino de la tienda y, a cambio, ellos me iban a enseñar a manejar el camión, cosa que a mi me entusiasmaba mucho.
A mí me gustaba cuando mi padre me decía que me fuera con los trabajadores como el hijo del patrón. Luego ellos me llenaban la cabeza y el ego diciéndome que tomara como ellos lo hacían. Como a mí me gustaba, yo lo hacía creyendo que era la única forma de vida. Si mi padre lo hacía, ¿por qué yo no?
Recuerdo que cuando salí de la escuela primaria le dije a mi padre que ya no quería estudiar. Más bien le dije que prefería trabajar y su respuesta fue que me iba a golpear. Entonces, le dije que me iba a ir de la casa y él me dijo que era un estúpido. Recuerdo una vez que me dijo que me fuera con él a la capital y lo acompañé. En ese viaje ocurrió un accidente que dio razón para que mi padre se quedara y yo regresara solo a casa. Me dijo que él llegaría esa misma noche y me recomendó mucho que cuando llegara a casa no saliera para nada. Algo que yo ignoré por completo.
Yo salí de mi casa como si nada, llevando una botella de vino para tomármela con mis amigos. Lo que no esperaba era que por causa del licor uno de ellos por poco mata a otro de una pedrada en la cabeza. A causa de eso me arrestaron en la madrugada y fue un gran problema porque fui a parar a la cárcel a la edad de quince años. Mi padre, enojado, me cogió del cuello y me golpeó. Recuerdo que yo le decía que me matara porque no sentía dolor sino rabia contra él. De allí en adelante me prohibieron muchas cosas y privilegios que yo tenía.
Muy a regañadientes me inscribí en la escuela secundaria, donde mis tomadas a escondidas continuaron. Siempre tomaba mis cervecitas y cuando teníamos excursiones de la escuela siempre cargábamos alcohol en nuestras bolsas. No es raro que me volviera más borracho cuando también los maestros tomaban con los estudiantes.