Un día mis hijos necesitaron un tratamiento médico y mi sueldo regular no me alcanzaba, y pensé en un trabajo extra. Le conté a una amiga y me dijo que en el club donde ella trabajaba se ganaba mucho. Me ofreció una entrevista para el sábado siguiente. Me puse feliz.
El viernes anterior a la entrevista estaba tan optimista que al llegar de mi trabajo regular lo primero que hice fue abrir una lata de cerveza. Mientras que limpiaba, cocinaba, atendía a mis niños y cantaba, seguí bebiendo hasta emborracharme. El sábado amanecí en un estado lamentable. Para entonces ya sentía temblores y para poder controlarlos tenía que beber de cuatro a seis cervezas por lo menos. Me tomé una cerveza, pero tenía la entrevista a las 10 de la mañana; ya no me daba tiempo de beber más cerveza. Tenía que tomar algo más fuerte para controlar los temblores. ¿Qué hacer? Me acordé que había brandy en la despensa y me serví seis onzas para que me hiciera mejor efecto. Cuando llegué a la entrevista estaba borracha. Mi posible jefe se dio cuenta y me dijo que íbamos a hablar más tarde. Al pasar por su oficina vi una botella de licor y decidí tomarme un trago para «el camino». El efecto fue devastador. Salí, arranqué mi carro y emprendí el regreso a mi hogar. No había corrido ni tres cuadras cuando al doblar a la izquierda, no vi al carro que venía por la avenida y chocamos. Perdí el conocimiento. Más tarde me enteré de que me llevaron al hospital en ambulancia. Hasta hoy no recuerdo cuánto tiempo estuve allí, ni quién cuidó de mis hijos; solamente recuerdo que le pedí perdón a Dios y prometí no beber. Como consecuencia, perdí mi carro, mi trabajo regular, mi posible trabajo extra, y además me fracturé el hombro. Los que sufrieron más fueron mis niños, testigos silenciosos de aquel infierno.
Tres meses después fui a la iglesia a implorar perdón y ayuda a Dios. Pasé cinco años sin beber. Durante ese tiempo envié a mis hijos a una academia fuera de la ciudad; esto fue un descanso para ellos aunque seguían siendo víctimas de mi neurosis. Me quedé sola.
El primer fin de semana de septiembre, se me ocurrió ir a visitar a unos viejos amigos, y oí un comentario que trajo a mi mente la conmiseración de otros días. Pronto salí de allí y fui a visitar a mi amiga, la que me comprendía. Le conté lo que me había pasado y también le pedí que me diera una cerveza. Ella me la dio dudando, porque sabía que yo había dejado de beber por algún tiempo. Yo le aseguré que no tenía nada que temer porque habían pasado tantos años que ya no me afectaba como antes. ¡Qué tontería!
Ese día me tomé dos cervezas; después ya no me recuerdo. No sé cómo pude mantener mi trabajo esta vez. Iba y venía del apartamento de mi amiga, donde se bebía y se cantaba y adonde más tarde, en noviembre, me llevó la policía. Allí conocí a una pareja. El esposo me estaba observando, y al ofrecerme una cerveza yo hice el comentario de «No sé por qué estoy bebiendo si ya no quiero beber». Me contestó que si quería saber por qué yo bebía de esa manera, me podía llevar a un sitio donde me lo iban a decir. Le dije: «Pierde su tiempo, porque no creo en el espiritismo». Él me aseguró que no era nada de eso; que el viernes me llevaría, pero que no bebiera ese día. Ofendida, le respondí que yo no bebía durante los días de trabajo. Pasé toda la semana bebiendo. El viernes se volvió a repetir la historia de hace cinco años. Volví a beber brandy porque ya no me daba tiempo de beber toda la cerveza que «necesitaba». De todas maneras me llevó. Entramos en un salón oscuro, donde había muchos hombres, pero como estaba borracha no me importó. Sólo sé que una persona hablaba y yo no entendía lo que decía. También había un hombre sentado detrás de un escritorio. Me imaginé que era un doctor. En un momento dado, mi amigo me hizo levantar la mano. Yo no sabía por qué; sólo sé que todos los presentes aplaudieron. Al terminar la reunión me llevó a su casa; durante tres días su esposa me dio de comer, pues yo no podía sostener la cuchara. Seguí yendo al local, aunque me sentía temerosa y avergonzada de estar allí. Algo me decía que le diera tiempo al tiempo. Había llegado a un grupo de Alcohólicos Anónimos.
Mi esperanza era dejar de sufrir. Los alcohólicos anónimos me dijeron que para dejar de sufrir tenía que dejar de beber. Su falta de comprensión me enfureció; pero no dije nada. Después de todo, todos en el grupo me caían mal por desordenados y malcriados. Mi orgullo y mis resentimientos no me dejaban ver la luz. Tuve que sufrir más para poder comprender que mi sufrimiento no dependía de los demás, sino del alcohol que me dominaba y que me había despojado de toda cordura o sentido común. En enero de 1986 ingresé por segunda vez a un hospital por alcoholismo. Días después la doctora me dijo «…está jugando con su vida, señora. Un trago más y ya no la hubiéramos podido salvar. Estaba completamente saturada de alcohol». Yo volví la cara hacia un lado y vi a mi hijo pequeño. Vi su cara hermosa. Estaba llorando. Le pedí perdón. Él me contestó: «Nunca me avergonzaré de ti, porque tú eres mi madre».
Desde entonces ya no bebo. La doctora me dejó salir del hospital con la condición de no faltar a las reuniones de Alcohólicos Anónimos. Regresé a mi grupo a principios de 1986. He aceptado que soy alcohólica, que pase lo que pase, no debo beber. Los días de dolor y pesadilla serán sólo una historia mientras no beba. El tiempo se encargó de demostrarme lo dulce y lo fuerte que es el amor de los alcohólicos anónimos. Aquellos desordenados y malcriados me enseñaron a amar y a servir. Con el servicio, por fin pude sentirme parte de ese gran todo. Hoy sé que nadie viene a este mundo con las manos vacías. Nos corresponde a nosotros decidir cómo usarlas. Sé que en Alcohólicos Anónimos todo el mundo tiene su lugar y cuando a uno lo llaman a servir es el Ser Superior el que nos está ayudando a encontrar ese lugar. Ya no estoy sola. Por fin pude perdonarme. Tengo el amor y el respeto de mis hijos y tengo una carrera. En Alcohólicos Anónimos encontré el camino hacia un destino feliz.
APÉNDICES
- La Tradición de A.A.
- La Experiencia Espiritual
- El Punto de Vista Médico Sobre A.A.
- El Premio Lasker
- La Perspectiva Religiosa Sobre A.A.
- Cómo Ponerse en Contacto con A.A.
- Doce Conceptos (Forma corta)
I
LA TRADICIÓN DE A.A.
Para los que ahora estamos en su seno, Alcohólicos Anónimos ha hecho que la desgracia se convierta en sobriedad, y frecuentemente ha significado la diferencia entre la vida y la muerte. A.A. puede, desde luego, significar justamente esto mismo para innumerables alcohólicos a quienes no ha llegado todavía.
Por lo tanto, ninguna otra asociación de hombres y mujeres ha tenido nunca una necesidad más urgente de eficacia continua y unión permanente. Nosotros los alcohólicos vemos que tenemos que trabajar juntos y conservarnos unidos o de lo contrario la mayoría de nosotros pereceremos.
Las «12 Tradiciones» de Alcohólicos Anónimos son, según creemos los que pertenecemos a A.A., las mejores respuestas que ha dado hasta ahora nuestra experiencia a esas siempre apremiantes preguntas: «¿Cómo puede funcionar A.A. de una manera óptima?» y «¿Cuál es la mejor manera de conservar la integridad de A.A., y de asegurar así que sobreviva?»
A continuación aparecen las Doce Tradiciones de A.A. en su llamada «forma breve», la cual en la actualidad es de uso general. Esta es una versión condensada de la forma larga original que se publicó por primera vez en 1945.
LAS DOCE TRADICIONES
- Nuestro bienestar común debe tener la preferencia; la recuperación personal depende de la unidad de A.A.
- Para el propósito de nuestro grupo sólo existe una autoridad fundamental: un Dios amoroso tal como se exprese en la conciencia de nuestro grupo. Nuestros líderes no son más que servidores de confianza. No gobiernan.
- El único requisito para ser miembro de A.A. es querer dejar de beber.
- Cada grupo debe ser autónomo, excepto en asuntos que afecten a otros grupos o a A.A., considerado como un todo.
- Cada grupo tiene un solo objetivo primordial: llevar el mensaje al alcohólico que aún está sufriendo.
- Un grupo de A.A. nunca debe respaldar, financiar o prestar el nombre de A.A. a ninguna entidad allegada o empresa ajena, para evitar que los problemas de dinero, propiedad y prestigio nos desvíen de nuestro objetivo primordial.
- Todo grupo de A.A. debe mantenerse completamente a sí mismo, negándose a recibir contribuciones de afuera.
- A.A. nunca tendrá carácter profesional, pero nuestros centros de servicio pueden emplear trabajadores especiales.
- A.A. como tal nunca debe ser organizada; pero podemos crear juntas o comités de servicio que sean directamente responsables ante aquellos a quienes sirven.
- A.A. no tiene opinión acerca de asuntos ajenos a sus actividades; por consiguiente su nombre nunca debe mezclarse en polémicas públicas.
- Nuestra política de relaciones públicas se basa más bien en la atracción que en la promoción; necesitamos mantener siempre nuestro anonimato personal ante la prensa, la radio y el cine.
- El anonimato es la base espiritual de todas nuestras Tradiciones, recordándonos siempre anteponer los principios a las personalidades.
LAS DOCE TRADICIONES
(Forma Larga)
Nuestra experiencia en A.A. nos ha enseñado que:
- Cada miembro de A.A. no es sino una pequeña parte de una gran totalidad. Es necesario que A.A. siga viviendo o, de lo contrario, la mayoría de nosotros seguramente morirá. Por eso, nuestro bienestar común tiene prioridad. No obstante, el bienestar individual lo sigue muy de cerca.
- Para el propósito de nuestro grupo sólo existe una autoridad fundamentad, un Dios amoroso tal como se exprese en la conciencia de nuestro grupo.
- Nuestra Comunidad debe incluir a todos los que sufren del alcoholismo. Por eso, no podemos rechazar a nadie que quiera recuperarse. Ni debe el ser miembro de A.A. depender del dinero o de la conformidad. Cuando quiera que dos o tres alcohólicos se reúnan en interés de la sobriedad, podrán llamarse un grupo de A.A., con tal de que, como grupo, no tengan otra afiliación.
- Con respecto a sus propios asuntos, todo grupo de A.A. debe ser responsable únicamente ante la autoridad de su propia conciencia. Sin embargo, cuando sus planes atañen al bienestar de los grupos vecinos, se debe consultar con los mismos. Ningún grupo, comité regional, o individuo debe tomar ninguna acción que pueda afectar de manera significativa a la Comunidad en su totalidad sin discutirlo con los custodios de la junta de Servicios Generales. Referente a estos asuntos, nuestro bienestar común es de altísima importancia.
- Cada grupo de A.A. debe ser una entidad espiritual
con un solo objetivo primordial
, el de llevar el mensaje al alcohólico que aún sufre.
- Los problemas de dinero, propiedad, y autoridad nos pueden fácilmente desviar de nuestro principal objetivo espiritual. Somos, por lo tanto, de la opinión de que cualquier propiedad considerable de bienes de uso legítimo para A.A., debe incorporarse y dirigirse por separado, para así diferenciar lo material de lo espiritual. Un grupo de A.A., como tal, nunca debe montar un negocio. Las entidades de ayuda suplementaria, tales como los clubes y hospitales que suponen mucha propiedad o administración, deben incorporarse separadamente de manera que, si es necesario, los grupos las puedan desechar con completa libertad. Por eso, estas entidades no deben utilizar el nombre de A.A. La responsabilidad de dirigir estas entidades debe recaer únicamente sobre quienes las sostienen económicamente. En cuanto a los clubes, normalmente se prefieren directores que sean miembros de A.A. Pero los hospitales, así como los centros de recuperación, deben operar totalmente al margen de A.A., y bajo supervisión médica. Aunque un grupo de A.A. puede cooperar con cualquiera, esta cooperación nunca debe convertirse en afiliación o respaldo, ya sea real o implícito. Un grupo de A.A. no puede vincularse con nadie.
- Los grupos de A.A. deben mantenerse completamente con las contribuciones voluntarias de sus miembros. Nos parece conveniente que cada grupo alcance esta meta lo antes posible; creemos que cualquier solicitud pública de fondos que emplee el nombre de A.A. es muy peligrosa, ya sea hecha por grupos, clubs, hospitales u otras agencias ajenas; que el aceptar grandes donaciones de cualquier fuente, o contribuciones que supongan cualquier obligación, no es prudente. Además nos causan mucha preocupación, aquellas tesorerías de A.A. que sigan acumulando dinero, además de una reserva prudente, sin tener para ello un determinado propósito A.A. A menudo, la experiencia nos ha advertido que nada hay que tenga más poder para destruir nuestra herencia espiritual que las disputas vanas sobre la propiedad, el dinero, y la autoridad.
- A.A. debe siempre mantenerse no profesional. Definimos el profesionalismo como la ocupación de aconsejar a los alcohólicos a cambio de una recompensa económica. No obstante, podemos emplear a los alcohólicos en los casos en que ocupen aquellos trabajos para cuyo desempeño tendríamos, de otra manera, que contratar a gente no alcohólica. Estos servicios especiales pueden ser bien recompensados. Pero nunca se debe pagar por nuestro acostumbrado trabajo de Paso Doce.
- Cada grupo debe tener un mínimo de organización. La dirección rotativa es la mejor. El grupo pequeño puede elegir su secretario, el grupo grande su comité rotativo, y los grupos de una extensa área metropolitana, su comité central o de intergrupo que a menudo emplea un secretario asalariado de plena dedicación Los custodios de la junta de Servicios Generales constituyen efectivamente nuestro Comité de Servicios Generales de A.A. Son los guardianes de nuestra Tradición de A.A. y los depositarios de las contribuciones voluntarias de A.A., a través de las cuales mantenemos nuestra Oficina de Servicios Generales en Nueva York. Tienen la autoridad conferida por los grupos para hacerse cargo de nuestras relaciones públicas a nivel global, y aseguran la integridad de nuestra principal publicación, el A.A. Grapevine. Todos estos representantes deben guiarse por el espíritu de servicio, porque los verdaderos líderes en A.A. son solamente los fieles y experimentados servidores de la Comunidad entera. Sus títulos no les confieren ninguna autoridad real; no gobiernan. El respeto universal es la clave de su utilidad.
- Ningún miembro o grupo debe nunca, de una manera que pueda comprometer a A.A., manifestar ninguna opinión sobre cuestiones polémicas ajenas, especialmente aquellas que tienen que ver con la política, la reforma alcohólica, o la religión. Los grupos de A.A. no se oponen a nadie. Con respecto a estos asuntos, no pueden expresar opinión alguna.
- Nuestras relaciones con el público en general deben caracterizarse por el anonimato personal. Opinamos que A.A. debe evitar la propaganda sensacionalista. No se deben publicar, filmar o difundir nuestros nombres o fotografías, identificándonos como miembros de A.A. Nuestras relaciones públicas deben guiarse por el principio de «atracción en vez de promoción». Nunca tenemos necesidad de alabarnos a nosotros mismos. Nos parece mejor dejar que nuestros amigos nos recomienden.
- Finalmente, nosotros de Alcohólicos Anónimos creemos que el principio de anonimato tiene una inmensa significación espiritual. Nos recuerda que debemos anteponer los principios a las personalidades; que debemos practicar una verdadera humildad. Todo esto a fin de que las bendiciones que conocemos no nos estropeen; y que vivamos en contemplación constante y agradecida de Él que preside sobre todos nosotros.