El Maquiavelo de León (24 page)

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Authors: José García Abad

Tags: #Política

BOOK: El Maquiavelo de León
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Y a mediados de septiembre se celebró una cena más que discreta en casa del presidente de Sacyr Vallehermoso, Luís del Rivero, organizada por éste, a la que acudieron Pepe Blanco, Miguel Sebastián, David Taguas, Javier de Paz y el anfitrión, con sus respectivas mujeres. El encuentro tenía como propósito discutir si la crisis era algo gordo o un vendaval pasajero. Los comensales no se pusieron de acuerdo y de allí salieron dos partidos. El primero sostenía que la crisis era profunda y que iba a traer consecuencias graves en todo el mundo, y en España más graves a causa de la crisis inmobiliaria. Este partido estaba liderado por David Taguas, al que se apuntó con vehemencia Luís del Rivero; el otro partido, liderado por Miguel Sebastián, con el asentimiento tibio de Javier de Paz, sostenía que la crisis era pasajera. Pepe Blanco, que escuchaba con mucha atención, se situó en medio, como acostumbra. Al día siguiente informaron a Zapatero de las distintas posiciones y el presidente, como Truman, hubiera preferido tener asesores mancos.

«¡Dame un economista manco!», se quejaba este presidente norteamericano cuando sus economistas le decían
on the other hand
(«por un lado… pero por el otro…»).

En la primera reunión del Comité Federal tras el triunfo electoral de marzo de 2008, Carlos Solchaga había tomado la palabra para decir: «La gran cuestión es que se nos viene encima una crisis bastante gorda, así que hay que poner el máximo cuidado en la forma en la que hay que afrontarla». Terminada las intervenciones de los demás miembros del Comité Federal, el secretario general sólo contestó, prácticamente, a Solchaga en los términos habituales: «Respeto mucho lo que dices Carlos sobre la crisis económica, pero yo soy más optimista…». A los dos meses, en julio, Solchaga fue excluido del Comité Federal, el máximo órgano entre congresos.

La crisis forzó al presidente a establecer una mayor relación con los empresarios, especialmente con banqueros y constructores. Sin embargo, desde que en 2004 llegó al palacio de La Moncloa, trató de meter mano en el mundo empresarial. Ya lo había avisado antes de ganar las elecciones. En un almuerzo con periodistas durante la campaña electoral de 2004 advirtió que si ganaba las elecciones «esperaré que los presidentes de las empresas públicas privatizadas presenten su dimisión».

Cuando llegó al poder, ninguno de los presidentes aludidos, Alfonso Cortina en Repsol, Francisco González en el BBVA, Manuel Pizarro en Endesa, César Alierta en Telefónica, entre otros, había cedido su puesto. Zapatero podía haber tomado la decisión de conseguir su dimisión en el primer mes de llegar a Moncloa, cuando los presidentes estaban «acongojados», temerosos ante el nuevo poder.

Doce días después de que el PSOE ganara las elecciones, los «privatizados», Francisco González y César Alierta se apresuraron a expresar su bienvenida al gobierno de José Luís Rodríguez Zapatero. Sin embargo, el presidente dudaba en tomar esta iniciativa. En su entorno había quien se lo aconsejaba vehementemente, como Jesús Caldera, y fuera de su entorno inmediato, pero no fuera de la feligresía socialista, sostenían el mismo propósito viejas guardias como Javier Solana. El asunto estaba en el ambiente y hubo quienes, desde sus respectivos intereses, quisieron aprovechar la nueva circunstancia política para apuntar en esa dirección. El primero fue Antonio Brufau, un hombre de La Caixa que, en razón de las participaciones accionariales decisivas de la caja catalana, presidía Gas Natural. Brufau forzó la salida de Cortina de la gran petrolera española apoyado por Ricardo Fornesa e Isidro Fainé, presidente y director general de La Caixa, respectivamente. Miguel Sebastián, que entonces era director de la Oficina Económica del Presidente, me asegura que intentó impedir el despido de Cortina:

—Yo solamente he intervenido personalmente para parar el cambio de un presidente, el de Alfonso Cortina. Me llamaron Isidro Fainé y Fácardo Fornesa el martes de las elecciones, el 16 M; entonces yo era ministro de Economía in péctore, porque el presidente me había nombrado, por decirlo así, y me dijeron que habían decidido cambiar a Cortina esa misma semana. Esa semana se estaban desmoronando las bolsas, estábamos bajo la conmoción del atentado del 11 M, había una enorme incertidumbre y yo les dije: «Soy tremendamente respetuoso con las decisiones de los accionistas, pero creo que no debéis cambiar ahora al presidente porque se va a generar una incertidumbre brutal». Le dije a Zapatero, que había ganado las elecciones pero que aún no era presidente del Gobierno, «José Luís, en la situación en la que estamos, cambiar al presidente de Repsol sería un error». Y José Luís me dijo: «Tienes razón, diles que no». Y me acerqué a la sede de La Caixa, en Madrid, en la Castellana, para darles el mensaje: «Ha dicho José Luís, que no». Y lo paré.

Eso era en marzo, pero en octubre ya no hubo forma de pararlo. En octubre volvieron a hablar con Miguel Sebastián, que dirigía entonces la Oficina Económica del Presidente y le dijeron: «Oye, en marzo te hicimos caso, en marzo nos lo paraste, pero ahora le cambiamos». Sebastián estimó que pararlo de nuevo sería injerencia y les dijo: «Haced lo que queráis, que vosotros sois los accionistas».

Brufau contaba con el valioso apoyo de José Montilla, entonces ministro de Industria y hoy presidente de la Generalitat de Cataluña. Cortina, amigo del Rey y de Aznar, peleó como un gato panza arriba para mantenerse en el sillón, recurriendo incluso a Teresa Fernández de la Vega, cuyo hermano ocupaba un puesto importante en la compañía, pero enseguida, en cosa de horas, se dio cuenta de que no tenía nada que hacer.

En Repsol no sólo participaba accionarialmente la caja catalana, sino también, y en la misma proporción, el BBVA. Sin embargo, el presidente de esta entidad, Francisco González, conocido en el mundo financiero por sus siglas, FG, no quiso entrar en esta batalla. Bastante tenía con defender su propio sillón.

En el banco justifican su actitud porque FG tenía constancia de que Cortina se había metido en asuntos un tanto feos. La verdad es que éste no se había lucrado indebidamente de la compañía, aunque dejó actuar a su consejero delegado, Ramón Blanco, en la financiación del Partido Popular, tal como se ha puesto de manifiesto en el célebre asunto Gürtel. El propio Cortina, no obstante, intervino directamente al aceptar la petición de Aznar de que Repsol corriese con todos los gastos del viaje y la estancia en Venezuela de su estratega Pedro Arrióla; su futuro yerno, Alejandro Agag; el jefe de Comunicación del PP, Francisco García Diego, y el empresario, y más tarde cerebro de la red Gürtel, Francisco Correa. Todos ellos se trasladaron a Caracas por encargo de Aznar para apoyar la campaña de Sáez, ex Miss Universo y rival directa de Chávez en las elecciones presidenciales venezolanas de 1998, según contó
El Confidencial
, cuyo redactor no pudo obtener por parte de Aznar ningún comentario.

La segunda intentona tenía como objetivo el asalto del BBVA. La iniciativa tampoco partió directamente de Moncloa, aunque es evidente que desde palacio se vio con buenos ojos el despido de Francisco González, puesto al frente de la entidad por Rodrigo Rato cuando éste era el vicepresidente económico de José María Aznar. Era un caso delicado porque se daba la circunstancia de que Miguel Sebastián había sido despedido del banco, donde ocupaba el puesto de director del servicio de estudios. El despido había sido sugerido por el vicepresidente Rato y, al parecer, por el ministro de Hacienda Cristóbal Montoro, en la forma que se cuenta más adelante.

Sebastián ha recibido desde entonces el sambenito de que fue el autor intelectual del asalto al banco por parte del constructor Luís del Rivero, lo que él me niega vehementemente y asegura que no lo desmintió en su momento porque le ordenaron que no lo hiciera.

—Y me tuve que tragar ese marrón y todos los otros marrones, como el de la opa de Endesa, para no perjudicar al presidente. Hubiera sido malo para Zapatero, malo para el gobierno y malo para el Partido Socialista. Porque yo soy miembro del PSOE desde hace dos años. Asegura Sebastián que, justamente en razón de sus circunstancias personales, nunca quiso tomar parte en la operación y que cuando Luís del Rivero, presidente de Sacyr Vallehermoso, a quien no había visto en la vida, le informó de sus intenciones de entrar en el banco —Sebastián no niega que fue al primero del ámbito gubernamental al que Del Rivero visitó— se limitó a remitirle a Pedro Solbes que, como ministro de Hacienda, tenía la máxima responsabilidad bancaria, aunque fuera el Banco de España quien de forma delegada se ocupara de la salud de los bancos.

Se limitó a señalarle el procedimiento administrativo correcto, pero me asegura que no llamó a Solbes para hacerle recomendación alguna. Las relaciones entre ambos eran demasiado tensas para que pudieran charlar amigablemente del asunto. A Solbes le gustaba que Sebastián, que era secretario de Estado, hablara con la gente de su nivel, con el secretario de Estado de Economía, David Vegara, y no con el vicepresidente.

Y Abelló dimitió de consejero en el Banco Santander porque hubiera sido incompatible estar en ambos bancos, en el Santander y en el BBVA.

—Yo a Abelló sólo le había visto una vez en la vida, en una comida en su casa promovida por Emilio Ontiveros. Se había hablado tanto de que yo estaba en combinación con Juan Abelló para echar a FG que me dijo: «Nos han juntado tanto que ya tenía ganas de conocerte». Luís del Rivero me confirma esta visión, asegurando que se movió sólo en razón del interés de Sacyr Vallehermoso, aunque confiesa que él sólo conoce una parte de la realidad, la que le corresponde como presidente de su empresa, pero que el asunto puede ser poliédrico y sobre otras caras de la cuestión no está en condiciones de pronunciarse. Más allá de las peripecias concretas que me cuentan unos y otros, de lo que no hay duda es de la implicación del gobierno, aunque fuera en segunda derivada. La prueba es que la primera visita que hace Del Rivero para comunicar sus intenciones no es al ministro del ramo, Pedro Solbes, sino a Miguel Sebastián, que no tiene competencia en el asunto, pero que está muy cerca del presidente del Gobierno. Y si es cierto que Solbes come con Juan Abelló en casa de éste y le dice «adelante», las dudas se desvanecen.

Naturalmente, he intentado confirmar este extremo con Pedro Solbes, pero no ha accedido a la entrevista. No dudo de la sinceridad de Sebastián al hablar de su disposición a tragarse semejante «marrón», pero debo poner de manifiesto que en el BBVA no dudan de su responsabilidad e incluso protagonismo en el asunto; y, en cambio, están convencidos de que Solbes «se portó bien con nosotros». ¿Cambió el vicepresidente de caballo a lo largo de esta batalla, apoyando primero a Del Rivero y Abelló y pasándose luego a Francisco González? Todavía quedan incógnitas por despejar en este asunto.

Lo que parece innegable es que Zapatero veía con buenos ojos que Luís del Rivero desplazara a Francisco González, un hombre que comulga con el Partido Popular, de la presidencia del banco. Que Zapatero no era ajeno a estos hechos lo prueba una conversación que mantuve con José Enrique Serrano para mi libro
Las mil caras de Felipe González
:

—Todo presidente del Gobierno —me decía Serrano— llega a un determinado momento en que se desentiende de lo que son decisiones ordinarias y concentra toda su atención, toda su capacidad de análisis y reflexión en tres o cuatro puntos que son: política exterior, defensa, terrorismo en España y las grandes decisiones económicas. Eso normalmente ocurre después de un determinado periodo de gobierno y José Luís lo ha hecho a los cuatro meses de llegar a él. No le hables ahora del problema de llevar agua a Levante, para eso está la ministra de Medio Ambiente, la de Agricultura y la vicepresidenta; que sea vicepresidenta y que gobierne.
Ahora, no se te ocurra tomar una iniciativa sobre la opa sin que él intervenga
.

En realidad, el primer advertido de la operación de Sacyr Vallehermoso fue José María Aznar, por medio del socio de Del Rivero y amigo del ex vicepresidente Juan Abelló. Aznar se da por enterado pero no da su plácet de forma explícita: «Gracias por informarme»… y nada más. Esa indefinición permitirá a Mariano Rajoy mostrar su oposición pública, acusando a Zapatero de intervencionista (el lector puede seguir el desarrollo minucioso de esta operación en el capítulo 14).

La tercera operación para desbancar a la gente de Aznar tiene como objetivo Manuel Pizarro como presidente de Endesa y da lugar a una tremenda refriega por la resistencia numantina del aragonés y los distintos intereses empresariales que se movilizan a través de dos opas y de distintas tomas de posiciones, así como por las torpezas cometidas por el gobierno. El desenlace de esta operación es un desastre y ha supuesto uno de los mayores desgastes de Zapatero (el lector puede seguir esta historia de torpezas y desvergüenzas en el capítulo 15). Del proceso de «neutralización» política de Telefónica que acabó con una buena amistad entre el presidente de la multinacional hispana, César Alierta, y José Luís Rodríguez Zapatero, ya he hablado en el capítulo anterior. El hombre clave de esta operación fue Javier de Paz, «El Amigo» de Zapatero.

XII - La
beautiful people
del leonés

Tanto González como Aznar y ahora Zapatero han tratado de meter mano en las empresas. No para llevarse la caja, por supuesto, pero sí para extender su poder a este terreno fascinante del dinero. Felipe González unía la buena química con empresarios concretos a una convicción: la necesidad de que el empresariado español se incorporara a la dirección del país. Una idea que rompía con la tradición cultural del PSOE, donde, en general, la empresa estaba mal vista.

Felipe trabó buena amistad con Jesús Polanco, creador de Prisa; con José Ángel Sánchez Asiaín, presidente del Banco de Bilbao; con Pedro de Toledo, consejero delegado del Vizcaya; con el venezolano Gustavo Cisneros; con el magnate mexicano, Carlos Slim, que se disputa con el anterior la segunda o tercera fortuna del mundo; con el constructor José Luís Cereceda; con la creadora de modas Elena Benarroch, entre otros muchos. Sorprende que habiendo pasado Felipe toda su vida adulta en la política, desde los 18 años hasta los casi 60 en que sale de la secretaría del partido, casi ninguno de los que conforman ahora su entorno proceda del mundo de la política; la mayoría, con Slim a la cabeza, son grandes empresarios.

José María Aznar pudo beneficiarse de un instrumento formidable: privatizó las grandes empresas públicas y colocó a sus amigos, personales y políticos, al frente de ellas. Situó a Juan Villalonga al timón de Telefónica, quien pagó el favor ofreciéndole en bandeja de plata un imperio mediático. A José Manuel Lara, el dueño de Planeta, le dio, a través de Telefónica, la propiedad de Antena 3. Lara se lo recompensó editándole sus libros, por los que pagó cantidades alejadas de la lógica del mercado.

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