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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

El monstruo subatómico (13 page)

BOOK: El monstruo subatómico
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Las historias que me llamaban particularmente la atención, las volvía a contar a un grupo de absortos compañeros de clase durante la hora del almuerzo, y el ejemplo con más éxito de esas narraciones de segunda mano fue una historia que me gustaba mucho llamada «El mundo del Sol Rojo», que apareció en el número de diciembre de 1931 de
Wonder Stories.

En aquel tiempo no tomé nota del nombre del autor, porque en realidad tampoco era muy conocido. De hecho, era la primera historia que publicaba.

Fue sólo muchos años después, tiempo durante el cual me convertí en corresponsal y buen amigo del famoso escritor de ciencia-ficción Clifford D. Simak, cuando, al conseguir el valiosísimo índice de Donald Day de historias de ciencia-ficción, de 1926 a 1950, vi «El mundo del Sol Rojo» y descubrí que se trataba nada menos que del esfuerzo inaugural de Cliff. (Y ahora, más de medio siglo después, todavía se encuentra en activo, produciendo aún material de primera, y ha sido elegido como Gran Maestro por los Escritores de ciencia-ficción de Estados Unidos.)

Siempre ha sido motivo de infinita satisfacción para mí el que, cuando era sólo un chiquillo aún no adolescente, ya reconociese la grandeza en la primera historia de un autor.

Así pues, pueden imaginarse el gran placer con que llegué a percatarme, cuando planeaba este ensayo, de que el título más lógico para el mismo sería el que Cliff dio a su primer relato. Por lo tanto, empleo este título en homenaje a un viejo amigo.

La historia de Cliff era el relato de un viaje a través del tiempo, y el Sol Rojo del que hablaba era nuestro propio Sol en un futuro lejano. No obstante, mi Sol Rojo es la estrella de la que he tratado con considerable detalle en el capítulo precedente: Betelgeuse, el gigante rojo.

La cuestión es la siguiente: Si consideramos a Betelgeuse como el Sol Rojo, ¿podría haber un mundo que girase en tomo de él? Con esto no me refiero a un planeta, llano y sencillo, sino a uno que tuviera un carácter como el de la Tierra y con vida inteligente en él. La vida no tiene por qué ser de tipo humanoide, naturalmente, pero debería ser vida tal y como la conocemos: ácido nucleico y proteínas, formado en un fondo acuoso.

Veamos, pues… Supongamos que tenemos un planeta parecido a la Tierra para empezar (y tengo la fuerte tentación de emplear la voz «terroide» como sinónimo de parecido a la Tierra, aunque no creo que esto se haya hecho nunca).

Un planeta terroide no puede encontrarse demasiado cerca de una estrella, o su océano herviría; tampoco puede hallarse demasiado lejos de una estrella, puesto que su océano se helaría y, en uno u otro caso, la vida terroide resultaría imposible.

Dado que, como promedio, Betelgeuse es una estrella con 430 veces el diámetro de nuestro Sol, sabemos que nuestro planeta terroide debería hallarse mucho más lejos de ella de lo que lo está la Tierra del Sol. Como primera aproximación, situemos el planeta a una distancia a la que Betelgeuse tenga el tamaño aparente en su firmamento igual que nuestro Sol en el cielo de la Tierra.

En ese caso, el planeta debería encontrarse a una distancia media de 63.500.000.000 kilómetros de Betelgeuse (1/15 de un año luz), o más de diez veces la distancia media de Plutón respecto de nuestro Sol.

Si existiese un planeta a esa distancia de nuestro Sol, haría una revolución completa alrededor del Sol en unos 8.742 años terrestres.

Sin embargo, Betelgeuse tiene 16 veces más masa que nuestro Sol, por lo que haría girar a este planeta distante mucho más deprisa en tomo de su órbita de lo que nuestro Sol podría. El planeta que estamos imaginando para Betelgeuse efectuaría una revolución completa alrededor de su estrella distante pero con mucha masa en no menos de una cuarta parte del tiempo que hubiera tardado en girar alrededor de nuestro Sol. Su período de revolución en tomo de Betelgeuse sería, pues, de 2.185 años terrestres.

¿Tiene importancia que el período de revolución del planeta fuese de más de dos milenios de duración?

Supongamos que es igual que nuestra Tierra. Imaginemos que su órbita es circular, que gira en tomo de su eje en 24 horas, que su eje está inclinado como el nuestro, etcétera. En ese caso tendría estaciones como las nuestras, pero cada estación duraría más de cinco siglos.
Demasiado
tiempo, naturalmente. Las regiones polares tendrían siglos de luz continua y luego siglos de una continua oscuridad.

Bueno, pues imaginemos que su eje está recto: 12 horas de luz solar y 12 horas de noche en todas partes. Las regiones polares, indudablemente, tendrían unas capas permanentes de hielo que se podrían extender hasta las zonas templadas, sin un cálido verano que pudiese derretirlo, pero las regiones tropicales serían agradables. Todo parecería bien montado, pero…

¡No es así!

Betelgeuse es rojo, y no blanco. Su temperatura superficial es de 3.200 K, y no de 5.800 K como nuestro Sol. Tamaño por tamaño, la superficie de Betelgeuse daría sólo 1/43 de la luz y del calor de nuestro Sol. Tendría un aspecto tan grande como el del Sol en el firmamento del planeta, pero sería un Sol frío según nuestros niveles, por lo que el océano del planeta se helaría y la vida terroide resultaría imposible.

En ese caso, avancemos hacia el interior el planeta terroide. (La imaginación constituye una poderosa herramienta.) Olvidemos lo de que Betelgeuse tenga el tamaño de nuestro Sol, dejémosle agrandarse a medida que el planeta se acerca, hasta que la incrementada área de su superficie compense su frialdad.

Debemos avanzar hasta que el área aparente de Betelgeuse en el firmamento terroide sea 43 veces la de nuestro Sol en el cielo terrestre, y el diámetro aparente de Betelgeuse, por lo tanto, unas 6,5 veces el de nuestro Sol. Esto significa que debemos imaginar el planeta terroide a una distancia media de 9.680.000.000 kilómetros de Betelgeuse, o sólo 1,6 veces la distancia de Plutón respecto de nuestro Sol.

A esa distancia, Betelgeuse parecería tener unos 3,5 grados de diámetro y parecería hinchado a nuestros ojos acostumbrados al Sol, pero daría sólo la cantidad apropiada de luz y de calor.

Sin duda, la luz sería de una calidad diferente. Tendría un color rojizo y, para nuestros ojos, sería menos satisfactoria. Sin embargo, los organismos vivos del planeta de Betelgeuse estarían adaptados, presumiblemente, a la gama de radiación de la estrella. Sus ojos serían más sensibles al rojo que los nuestros y responderían hasta cierto punto dentro del infrarrojo (y, probablemente, no les afectaría la luz de onda corta que en realidad estaría presente en sólo pequeñas cantidades en la luz de Betelgeuse). A los ojos terroides, la luz de Betelgeuse aparecería blanca, y los organismos que poseyesen esos ojos estarían perfectamente satisfechos.

Y lo que es más, el período de revolución sería más corto en esas condiciones, y equivaldría sólo a 130 años terrestres. Sería soportable una leve inclinación del eje y ello reduciría apreciablemente la cubierta de hielo polar.

Parece magnífico, ¿verdad? ¡Pues no lo es!

Nuestro Sol es una estrella estable, que no cambia de tamaño ni la cantidad de radiación que emite. Sin duda en unas épocas es más irregular que en otras, y en años recientes se han realizado algunas observaciones que han llevado a los astrónomos a pensar que su tamaño cambia muy levemente con el tiempo, pero esos cambios son triviales en comparación con el caso de Betelgeuse, que, como ya he señalado en el anterior capitulo, pulsa marcadamente…, y de forma irregular.

He dicho que Betelgeuse posee un diámetro 430 veces mayor que el del Sol, pero esto como
promedio.
Puede dilatarse hasta un diámetro 500 veces el del Sol (a veces incluso más), o encogerse hasta tener sólo un diámetro 360 veces mayor que el del Sol (a veces incluso menos).

El planeta que estamos imaginando que gira en torno de Betelgeuse, por tanto, vería la estrella con un tamaño aparente de 3,5 grados sólo de promedio. Este diámetro variaría desde 4,2 grados hasta 2,9 grados. En su diámetro máximo, el área aparente de Betelgeuse en el firmamento sería el doble que en el diámetro mínimo, y emitiría el doble de radiación en el máximo que en el mínimo.

Esto significa que nuestro planeta imaginario sufrirá unos períodos de tiempo enormemente cálidos y otros enormemente fríos, aunque su órbita en torno de Betelgeuse fuese circular y su eje recto. En realidad, sospecho que las variaciones de temperatura en el planeta serían demasiado grandes para la vida como sabemos que se desarrolla.

Pero ¿su órbita debe ser circular? ¿No nos podríamos imaginar una órbita más bien elíptica, dispuesta de tal modo que el planeta se aproxime a Betelgeuse exactamente cuando la estrella se contraiga y emita menos luz y calor, y se aleje de Betelgeuse cuando se expanda y emita más?

Sería pedir mucho a la coincidencia el suponer que se acerca y se aleja exactamente con la sincronización apropiada para mantener su temperatura bastante estable, pero yo no vacilaría en imaginarlo, sólo porque es improbable.

El problema es que no es improbable, sino que es
imposible.

He dicho que el planeta giraría en torno de Betelgeuse en 130 años. Por muy elíptica que pudiese ser la órbita, el período de revolución seguiría siendo de 130 años si la distancia media desde Betelgeuse continuase siendo de 9.680.000.000 kilómetros. Esto significa que estaría relativamente cerca de Betelgeuse durante algo menos de 65 años, y relativamente lejos del mismo durante un poco más de 65 años. La razón de esto es que el planeta se movería a una velocidad mayor que la orbital media cuando estuviese más cerca de Betelgeuse, y a una velocidad menor a la media cuando se hallase más lejos. Cuanto más altamente elíptica fuese la órbita, más desequilibrados serían los tiempos en que estaría cerca y luego lejos.

No hay modo de poder conjugar esta situación con la expansión y contracción de Betelgeuse, a menos que la estrella se expandiese y contrajera con un período de 130 años, y la parte expandida del ciclo fuera un poco más prolongada que la parte de contracción.

El período de pulsación de Betelgeuse tampoco es muy cercano. Betelgeuse tarda unos 50 días en expandirse desde el tamaño mínimo al máximo, y unos 100 a 150 días en contraerse desde el máximo al mínimo de nuevo. En un período orbital del planeta en torno de Betelgeuse, por tanto, la estrella se dilataría y contraería unas 270 veces. Para equilibrar esto, se tendría que hacer ondear el planeta hacia dentro y hacia afuera, en períodos variables y en grado variable, a fin de conjugar con exactitud las imprevisibles variaciones en el índice y alcance de la expansión y contracción de Betelgeuse.

Aparentemente, la irregularidad de Betelgeuse tiene que ver Con el hecho de que es turbulenta y está «hirviendo». Burbujas calientes de helio del interior salen periódicamente a la superficie Y producen enormes manchas calientes que hacen que la estrella se expanda. Las variables implicadas son demasiadas para permitir una regularidad.

Naturalmente se puede argumentar que la Tierra tiene muchísimas variaciones climáticas también, y que, sin embargo, hay vida en ella.

Pero, de todos modos, las variaciones de temperatura de la Tierra, en conjunto, son muy inferiores a las que el planeta de Betelgeuse se vería obligado a soportar y, además, existen grandes regiones en la Tierra en las que la temperatura es muy estable durante largos períodos de tiempo. Es difícil saber hasta qué punto sería así también en el planeta de Betelgeuse.

Betelgeuse es enormemente inestable también de otras maneras. Muestra signos de poseer prominencias colosales y de ser la fuente de un enorme viento estelar. Todo esto lleva a razonar que Betelgeuse no permanecerá en su forma presente durante mucho tiempo, en comparación con las estrellas ordinarias como nuestro Sol, que pueden continuar relativamente sin cambios durante miles de millones de años.

Comparemos el viento de Betelgeuse con el del Sol. El Sol está perdiendo masa constantemente, mientras oleadas de partículas (principalmente protones, los núcleos de los átomos de hidrógeno, que forman el grueso de la sustancia del Sol) se mueven hacia afuera en todas direcciones. Cerca de un millón de toneladas métricas de materia se pierden en el Sol cada
segundo
por este viento solar, pero Betelgeuse pierde materia en un índice miles de millones mayor.

Si Betelgeuse continuara perdiendo materia por su viento estelar según el índice actual, habría desaparecido por completo en el plazo de 16.000.000 de años. No obstante, hay probabilidades de que, mucho antes, Betelgeuse haya expulsado suficiente materia para convertirse en una estrella condensada rodeada por una nebulosa planetaria, o haya estallado formando una supernova. Sospecho que una gran gigante roja sólo puede permanecer en este estado unos 2.000.000 de años.

Esto puede parecernos mucho tiempo, considerando que la civilización humana ha durado menos de 10.000 años. Un período de 2.000.000 de años es doscientas veces más esa duración.

¡Pero no! No estamos hablando del desarrollo de la civilización, sino del desarrollo de la vida. La vida apareció en la Tierra tal vez hace 3.500.000.000 de años, y la vida multicelular quizás hace 800.000.000 de años y la vida terrestre hace sólo 400.000.000 de años. Se tardó más de dos mil quinientos millones de años en pasar del estadio unicelular, y esto es más de mil veces la vida de una gigante roja.

Se podría decir que esa evolución resultó ser en extremo lenta en la Tierra, y que podría ser más rápida en el planeta de Betelgeuse.

En realidad, no podemos decir si el índice de evolución en la Tierra es, o no, típico de la vida en el Universo en general, porque la vida en la Tierra es el único ejemplo del fenómeno que conocemos. Sin embargo, por lo que sabemos de la evolución parece difícil suponer que pueda ser otra cosa que un proceso muy lento. Resulta difícil creer que la vida inteligente pueda desarrollarse durante la breve existencia de una gigante roja.

En ese caso, recordemos que Betelgeuse no fue siempre una gigante roja. Antes de ser una gigante roja, se encontraba en la secuencia principal. Es decir, era una estrella estable como el Sol, que subsistía por la fusión del hidrógeno en el núcleo. Entonces era una estrella relativamente pequeña, con más masa que el Sol, y por lo tanto algo más grande, más brillante y más caliente, pero no una gigante.

¿Por qué, pues, hemos de suponer que la vida tuvo que empezar mientras Betelgeuse era una gigante roja? ¿No tendría sentido suponer que la vida comenzó cuando se encontraba en la secuencia principal, y que la vida evolucionó hasta la inteligencia, y la alta tecnología, durante ese período?

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