El mundo y sus demonios (56 page)

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Authors: Carl Sagan

Tags: #Divulgación Cientifica, Ensayo

BOOK: El mundo y sus demonios
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Desde luego, hay más: los campos producidos por rayos a kilómetros de distancia, los campos de las partículas cargadas dé rayos cósmicos cuando atraviesan la sala, y más, y más. ¡Qué complicado es eso del campo eléctrico en el espacio que nos rodea!

Si la reina Victoria hubiera convocado una reunión urgente de sus asesores y les hubiera ordenado que inventaran el equivalente de la radio y la televisión, es poco probable que alguno de ellos hubiera imaginado que el camino pasaba por los experimentos de Ampère, Biot, Oersted y Faraday, cuatro ecuaciones de cálculo vectorial y la idea de conservar la corriente de desplazamiento en el vacío. Creo que no hubieran llegado a ninguna parte. Mientras tanto, por su cuenta, guiado sólo por la curiosidad, sin prácticamente ningún coste para el gobierno, inconsciente de que estaba preparando el terreno para el Proyecto Westminster, «Dafty» iba llenando páginas. Es dudoso que se hubiera pensado en el modesto e insociable señor Maxwell para efectuar un estudio de este tipo. De ser así, probablemente el gobierno le habría dicho en qué tenía que pensar y en qué no, impidiendo más que induciendo su gran descubrimiento.

Más tarde, Maxwell fue recibido por la reina Victoria. La audiencia le causó muchos trastornos con anterioridad —sobre todo la desconfianza en su capacidad de comunicar ciencia a alguien no experto— pero la reina se distrajo en seguida y la entrevista fue corta. Como los otros cuatro grandes científicos británicos de la historia reciente, Michael Faraday, Charles Darwin, P. A. M. Dirac y Francis Crick, Maxwell nunca recibió el título de caballero (aunque sí lo recibieron Lyell, Kelvin, J. J. Thomson, Rutherford, Eddington y Hoyle, en el escalafón siguiente). En el caso de Maxwell, ni siquiera existía la excusa de que pudiera tener opiniones poco acordes con la Iglesia de Inglaterra: era un cristiano absolutamente convencional para su época, más devoto que la mayoría. Quizá fuera su aire de bicho raro.

Los medios de comunicación —los instrumentos de educación y entretenimiento que hizo posibles James Clerk Maxwell— no han ofrecido nunca, que yo sepa, ni siquiera una miniserie sobre la vida y pensamiento de su benefactor y fundador. En contraste, pensemos en lo difícil que es crecer en Estados Unidos sin que la televisión le hable a uno, por ejemplo, de la vida y época de Davy Crockett, Billy the Kid o Al Capone.

Maxwell se casó joven, pero por lo visto su matrimonio careció tanto de pasión como de hijos. Reservaba toda su emoción para la ciencia. Este fundador de la edad moderna murió en 1879 a los cuarenta y siete años. Aunque la cultura popular casi le haya olvidado, los astrónomos de radar que hacen mapas de otros mundos le recuerdan: la mayor cadena montañosa de Venus, descubierta enviando ondas de radio desde la Tierra que rebotaban en Venus y detectaban sus ecos apagados, lleva su nombre.

M
ENOS DE UN SIGLO DESPUÉS DE LA PREDICCIÓN
de las ondas de radio de Maxwell, se inició la primera búsqueda de señales de posibles civilizaciones en los planetas de otras estrellas. Desde entonces ha habido una serie de búsquedas, a algunas de las cuales me he referido antes, de los campos eléctrico y magnético variables en el tiempo que cruzan las amplias distancias interestelares desde otras posibles inteligencias —muy diferentes biológicamente de nosotros— que también se habrían beneficiado en algún momento de su historia de las percepciones de equivalentes locales de James Clerk Maxwell.

En octubre de 1992 —en el desierto de Mojave, y en un valle cárstico de Puerto Rico— iniciamos la búsqueda más prometedora, poderosa y extensa de inteligencia extraterrestre (SETI) que se pueda imaginar. Por primera vez, la NASA organizaba y ponía en práctica el programa. Se examinaría todo el cielo durante un período de diez años con un alcance de sensibilidad y frecuencia sin precedentes. Si, desde un planeta de cualquiera de los cuatrocientos mil millones de otras estrellas que forman la galaxia de la Vía Láctea, alguien nos hubiera mandado un mensaje por radio, habríamos tenido una posibilidad bastante razonable de oírlo.

Justo un año después, el Congreso cortó el suministro. El SETI no era de importancia apremiante; su interés era limitado; era demasiado caro. Pero toda civilización en la historia humana ha dedicado algunos recursos a investigar cuestiones profundas sobre el universo y es difícil pensar en otra más profunda que saber si estamos solos. Aunque no pudiéramos descifrar los contenidos del mensaje, la recepción de una señal así transformaría nuestra visión del universo y de nosotros mismos. Y, si pudiéramos entender el mensaje de una civilización técnicamente avanzada, los beneficios prácticos podrían ser sin precedentes. Lejos de tener una base estrecha, el programa SETI, vigorosamente apoyado por la comunidad científica, está también arraigado en la cultura popular. La fascinación de esta empresa es amplia y duradera, y por muy buena razón. Y, lejos de ser demasiado caro, el programa habría costado algo así como un helicóptero de combate al año.

Me pregunto por qué los miembros del Congreso a quienes preocupan tanto los costes no dedican mayor atención al Departamento de Defensa —que, con la Unión Soviética desintegrada y la guerra fría terminada, todavía gasta, con el total de costes registrados, bastante más de trescientos mil millones de dólares al año—. (Y en todas las demás instancias de gobierno hay muchos programas que se dedican al bienestar de los potentados.) Quizá nuestros descendientes, cuando miren atrás hacia nuestra época, se quedarán maravillados de que, estando en posesión de la tecnología para detectar a otros seres, cerrásemos los oídos e insistiésemos en gastar nuestra riqueza nacional para protegernos de un enemigo que ya no existe.
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David Goodstein, un físico de Cal Tech, apunta que el crecimiento de la ciencia durante siglos ha sido tan exponencial que no puede seguir creciendo así... porque todo el mundo en el planeta tendría que ser científico y
entonces
el crecimiento debería detenerse. Especula que es por esta razón, y no por un desafecto fundamental por la ciencia, que se ha reducido sensiblemente el crecimiento en la financiación de la ciencia en las últimas décadas.

Sin embargo me preocupa cómo se
distribuyen
los fondos de investigación. Me preocupa que cancelar los fondos del gobierno para SETI forme parte de una tendencia. El gobierno ha presionado a la Fundación Nacional de la Ciencia para que se alejara de la investigación científica básica y apoyara la tecnología, la ingeniería y las aplicaciones. El Congreso está sugiriendo acabar con el Estudio Geológico de Estados Unidos y reducir su apoyo al estudio del frágil medio ambiente de la Tierra. El apoyo de la NASA para investigación y análisis de datos ya obtenidos se va limitando cada vez más. A muchos científicos jóvenes no sólo les es imposible conseguir becas para llevar a cabo su investigación sino que además no encuentran trabajo.

La financiación de la investigación y el desarrollo industrial por parte de las compañías americanas se ha reducido en años recientes. La financiación de investigación y desarrollo del gobierno se ha reducido en el mismo período. (Sólo aumentó la investigación y el desarrollo militar en la década de los ochenta.) En gastos anuales, Japón es ahora el principal inversor en investigación y desarrollo civil. En campos como informática, equipo de telecomunicaciones, sector aeroespacial, robótica y equipo científico de precisión la participación de Estados Unidos en las exportaciones globales ha descendido, mientras ha aumentado la de los japoneses. En este mismo período. Estados Unidos perdió la supremacía ante Japón en la mayoría de tecnologías de semiconductores y experimentó un grave declive en la participación de mercado de la televisión en color, vídeos, fonógrafos, aparatos de teléfono y máquinas herramientas.

En la investigación básica, los científicos son libres de colmar su curiosidad e interrogar a la naturaleza no con un fin práctico a corto plazo, sino en busca del conocimiento por sí mismo. Desde luego, los científicos tienen un interés personal en la investigación básica. Es lo que les gusta, en muchos casos la razón por la que se hacen científicos. Pero esta investigación es en interés de la sociedad. Así suelen hacerse los principales descubrimientos que benefician a la humanidad. Vale la pena preguntarse si unos cuantos proyectos científicos grandes y ambiciosos son mejor inversión que un número mayor de programas pequeños.

Raramente somos lo bastante listos para hacer a propósito los descubrimientos que dirigirán nuestra economía y salvaguardarán nuestras vidas. A menudo nos falta la investigación básica. En cambio, nos dedicamos a una amplia serie de investigaciones de la naturaleza y surgen aplicaciones en las que nunca soñamos. No siempre, desde luego. Pero con bastante frecuencia.

Dar dinero a alguien como Maxwell podría haber parecido la más absurda promoción de la ciencia «guiada por la mera curiosidad» y una imprudencia para los legisladores prácticos. ¿Por qué conceder dinero ahora para que científicos que hablan una jerga incomprensible se dediquen a sus hobbies, cuando todavía no se han abordado necesidades nacionales apremiantes? Desde este punto de vista, es fácil entender la opinión de que la ciencia no es más que otro grupo de presión ansioso por preservar la entrada de dinero a fin de que los científicos no tengan que trabajar todo el día o estar en nómina.

Maxwell no pensaba en la radio, el radar y la televisión cuando garabateó por primera vez las ecuaciones fundamentales del electromagnetismo; Newton no soñaba con el vuelo espacial o los satélites de comunicación cuando entendió por primera vez el movimiento de la Luna; Roentgen no pensaba en el diagnóstico médico cuando investigó una radiación penetrante tan misteriosa que la llamó «rayos X»; Curie no pensaba en la terapia para el cáncer cuando extrajo laboriosamente cantidades mínimas de radio de toneladas de pechblenda; Fleming no planeaba salvar la vida de millones de personas con los antibióticos cuando observó un círculo libre de bacterias alrededor de un brote de moho; Watson y Crick no imaginaban la curación de enfermedades genéticas cuando se devanaban los sesos sobre la difractometría de rayos X del ADN; Rowland y Molina no planeaban implicar los CFC en la reducción del ozono cuando empezaron a estudiar el papel de los halógenos en la fotoquímica estratosférica.

De vez en cuando, miembros del Congreso y otros líderes políticos no se han podido resistir a bromear sobre alguna proposición científica aparentemente oscura para la que se pide financiación al gobierno. Hasta un senador tan brillante como William Proxmire, licenciado en Harvard, tenía tendencia a conceder el premio del «vellocino de oro» a proyectos científicos ostensiblemente inútiles, incluyendo el SETI. Me imagino el mismo espíritu en gobiernos previos: un tal señor Fleming desea estudiar los gusanos en el queso oloroso; una mujer polaca desea tamizar toneladas de mineral del centro de África para encontrar cantidades mínimas de una sustancia que, según dice, resplandecerá en la oscuridad; un tal señor Kepler quiere escuchar las canciones que cantan los planetas.

Esos descubrimientos y muchos más, que caracterizan y honran a nuestra época y a algunos de los cuales debemos la vida, fueron hechos por científicos que tuvieron la oportunidad de explorar lo que en su opinión, bajo el escrutinio de sus colegas, eran cuestiones básicas de la naturaleza. Las aplicaciones industriales, en las que el Japón de las últimas dos décadas ha destacado, son excelentes. Pero ¿aplicaciones de qué? La investigación fundamental, la investigación del corazón de la naturaleza, es el medio a través del que adquirimos el nuevo conocimiento que se aplica.

Los científicos tienen la obligación, especialmente cuando piden dinero, de explicar lo que pretenden con la mayor claridad y honestidad. El Supercolisionador Superconductor (SSC) habría sido el instrumento preeminente en el planeta para explorar la estructura fina de la materia y la naturaleza del universo. Su precio era de diez mil a quince mil millones de dólares. Fue cancelado por el Congreso en 1993 después de haber gastado unos dos mil millones... el peor resultado posible. Pero yo creo que la base principal de
este
debate no era el declive del interés en el apoyo a la ciencia. Pocos miembros del Congreso entendieron para qué servían los aceleradores modernos de alta energía. No sirven como armas. No tienen aplicaciones prácticas. Son para algo que, preocupantemente desde el punto de vista de muchos, se llama «la teoría de todas las cosas». Las explicaciones que implican entidades llamadas quarks, encanto, olor, color, etc., dan la impresión de que los físicos son muy simpáticos y tiernos. Todo en general tiene un aura, al menos desde el punto de vista de algunos miembros del Congreso con los que he hablado, de «bichos raros enloquecidos»... lo que me parece una manera muy poco caritativa de describir la ciencia basada en la curiosidad. Ninguno de los que pagaban tenía la más remota idea de qué es un bosón de Higgs. He leído parte del material que pretendía justificar el SSC. Al final de todo, había una parte que no era tan mala, pero no había nada que explicara de qué iba el proyecto a un nivel accesible para personas brillantes pero escépticas que no fueran físicos. Si los físicos piden diez mil o quince mil millones de dólares para construir una máquina que no tiene valor práctico, al menos deberían hacer un esfuerzo extremadamente serio, con gráficas asombrosas, metáforas y un buen uso del idioma, para justificar su propuesta. Creo que la clave del fracaso del SSC es algo más que la mala gestión financiera, la limitación de presupuesto y la incompetencia política.

Hay un punto de vista creciente de libre mercado del conocimiento humano según el que la investigación básica debería competir sin apoyo del gobierno con todas las demás instituciones y demandantes de la sociedad. De no haber podido confiar en el apoyo del gobierno, si hubieran tenido que competir en la economía de mercado libre de su época, es muy poco probable que alguno de los científicos de mi lista hubiera podido hacer su investigación básica fundamental. Y el coste de la investigación básica, tanto teórica como especialmente experimental, es sustancialmente mayor de lo que era en la época de Maxwell.

Pero, dejando esto a un lado, ¿sería adecuado que las fuerzas del mercado libre apoyaran la investigación básica? Actualmente sólo se financia un diez por ciento de las propuestas dignas de investigación en medicina. Se gasta más dinero en curanderos que en toda la investigación médica. ¿Qué pasaría si el gobierno optara por abandonar la investigación médica?

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