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Authors: Antonio Salas

El Palestino (96 page)

BOOK: El Palestino
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En cuanto llegamos a la casa del Negro conocimos a su hija pequeña, Isamar, futura actriz y fruto de la relación del ex guerrillero con su abogada. Al igual que Ilich Ramírez Sánchez, el Negro había seducido a su defensora en prisión y había terminado por casarse con ella.

Mientras nos mostraba nuestras habitaciones, donde un colchón tirado en el suelo y una manta serían nuestros lechos los próximos días, el Negro le hizo un encargo a su hija. Antes de que terminásemos de acomodar el equipaje, la joven regresaba con una vecina palestina. El Negro quería ponerme a prueba de nuevo y le había pedido a la joven, hija de uno de los miembros de Hamas en Suecia, que me hablase en árabe para averiguar si yo era quien decía ser... Afortunadamente mi instinto ya me había advertido de que este viaje iba a ser complicado, y el examen no me pilló de sorpresa.

Mi árabe es poco y malo, pero el suficiente como para mantener una conversación básica como aquella. ¿De dónde eres? ¿Cómo te llamas? ¿De dónde es tu familia? ¿Cuál es tu profesión?... Salí airoso de la prueba, aunque el acento latino de mi árabe clásico (fusja) arrancó una sonrisa a la joven palestina, que se burló de mi pronunciación, pero que creyó debida a mi nacimiento en Latinoamérica y a que estudiaba compulsivamente el Corán —escrito en árabe clásico—, además de frecuentar mezquitas latinas y españolas. La palestina sonrió confiada, los venezolanos también, y hasta la hija del Negro. Pero él no. Que hablase en árabe no le había parecido suficiente prueba y estaba dispuesto a demostrarme su desconfianza a la primera oportunidad...

Hicimos una cena frugal en casa, mientras los venezolanos, a golpe de ron, intercambiaban relatos de los «años del plomo» y confesiones de guerrilleros. Y de pronto alguien sacó el tema del asesinato del Gato, el abril anterior. No estoy seguro de que el Negro hubiese conocido personalmente a Greidy, aunque sí conocía el vídeo del comunicado tupamaro que habíamos grabado tras la muerte de Raúl Reyes y en el que aparecía yo empuñando la MP5-A3 al lado del Chino.

Mis camaradas comentaron algunas anécdotas del Gato en vida, y yo me sumé al anecdotario intentando integrarme en la conversación. Pero cuando el Negro preguntó si ya habíamos vengado su muerte, vino lo peor. La respuesta de mis camaradas tupamaros me dejó absolutamente aterrorizado:

—Claro, camarada. Fueron cinco o seis carajos, delincuentes comunes. Pero ya finamos a tres. A uno lo pillamos con una Glock encima. Era bien arrecho el carajito. Un sicario colombiano de diecisiete años. Verga, panas, cuando lo teníamos arrodillado el cabrón aún tuvo las bolas de decirnos. «Vosotros sois los panas del Gato... pues bien muerto está.» Era valiente el cabrón pero lo matamos igual. Al último lo estuvimos esperando Cabeza y yo tomando unas cervezas a la puerta de su casa, en la zona de Cementerio. Venía motorizado el cabrón, y en cuanto nos vio supo para lo que estábamos allá, y se echó la mano al cinto, así, pero no iba armado. Ahí se jodió. El huevón nos dice: «Bueno, yo ya sé para lo que están ustedes acá. Hagan lo que tengan que hacer, pero a mi mujer y a mis hijas no les hagan daño». Y yo, para que se fuera bien arrecho
pal
infierno nada más, le dije que a su mujer y a sus hijas ya nos las habíamos hecho antes. Y ahí mismo le dimos plomo...

Mi camarada, mi hermano, estaba describiendo cómo habían ejecutado a los asesinos del Gato, sin que se le alterase la voz en lo más mínimo. Y aunque yo no tenía forma de comprobar la verosimilitud de su relato, le creí. Seguramente por eso mismo, por la frialdad y desapasionamiento con que describía el asesinato de aquellos menores, supuestos sicarios colombianos, en venganza por la muerte de nuestro camarada. Pero lo más espeluznante, lo que de verdad me revolvió el estómago, era la serenidad con la que relataba los detalles. Y aún me quedaba escuchar lo peor.

—La vaina es que ya nos estábamos marchando por la calle abajo y escuchamos a la gente gritando, y a una muchacha que gritaba: «¡Aún está vivo, llamen una ambulancia!». Coño, pana, tuvimos que dar la vuelta y subir otra vez hasta donde estaba el carajo tirado, y allí mismo rematarlo así: ¡blam, blam, blam! Coño, ahora sí se murió el carajo...

Y mientras describía cómo remataban al sicario, mi camarada se levantó gesticulando y mostrándonos cómo le habían puesto un pie en el pecho al colombiano, para inmovilizarlo mientras lo remataban con tres tiros en la cabeza.

«Palestino, ¿hacia dónde cae La Meca?»

No me costó ningún esfuerzo levantarme muy temprano a la mañana siguiente para hacer mis oraciones del primer
salat
del día. Casi no pegué ojo en toda la noche pensando en el relato que había escuchado sobre la ejecución de los asesinos del Gato. Como había ocurrido antes con Arquímedes Franco, y antes aún con Diego Santana, hijo del líder de La Piedrita. La muerte de un miembro de un grupo armado implica que sus camaradas se venguen matando a algún miembro del grupo contrario, que se vengará matando de nuevo... y así sucesivamente.

Solo conseguí apartar de mi cabeza aquellos pensamientos cuando saqué la brújula de mi mochila y busqué en el mp4 islámico que siempre llevaba conmigo la dirección de La Meca desde Uppsala. Después hice mis lavaciones, extendí la pequeña alfombra traída desde La Meca que me habían regalado años atrás en Marruecos y alejé de mi mente aquellos pensamientos oscuros para concentrarme en las oraciones...

Cuando terminé me acomodé en la cocina, a esperar que se levantasen mis compañeros, y aproveché ese par de horas para estudiar compulsivamente la guía de Suecia y los mapas que me había comprado antes del viaje. Intentaba memorizar el máximo de información posible sobre el país, por si las cosas se complicaban y tenía que buscarme la vida por mi cuenta... Comprendo que esta afirmación pueda parecerle exagerada o paranoica a quien no esté familiarizado con el submundo de la lucha armada. Pero yo estaba solo con mi cámara oculta en un país extranjero, rodeado de personas que ya sabían lo que es quitar la vida a otros seres humanos. Y cualquier precaución me parecía poca. Sobre todo después de lo que ocurriría en cuanto mis camaradas se levantaron para desayunar.

—Coño, Palestino, buenos días. Sí que madrugaste...

—Sí, pana, he preparado café, ahí tienen.

En cuanto el Negro entró en la cocina, mirándome con el rabillo del ojo e intentando quitar importancia a la pregunta, me soltó a quemarropa.

—Oye, Palestino, ¿ya rezaste? ¿Hacia dónde cae La Meca?

Tampoco hace falta ser muy listo para darse cuenta de la profunda mala intención de aquella pregunta. El Negro era muy astuto. Había conseguido secuestrar un avión y esquivar a la policía muchos años. Con aquella pregunta tan elegante y aparentemente intrascendente estaba poniendo a prueba mi coartada como musulmán radical. Me estaba preguntando, en realidad, si era consecuente con lo que decía ser; si me había levantado a las 6 de la madrugada para hacer mis oraciones diarias; si todo lo que le habían contado mis camaradas venezolanos era cierto... Y todo eso con una simple e inocente pregunta. Porque, si yo no sabía dónde estaba situada La Meca desde Uppsala, significaba que no me había tomado la molestia de averiguarlo para realizar mis oraciones. Y por tanto mi identidad era un fraude.

Esta es una de esas situaciones en que se demuestra que en el oficio de infiltrado no basta con aparentar las cosas. No es suficiente con que parezca que eres... tienes que ser. De lo contrario, en ocasiones como esta la tapadera del infiltrado habría sido desvelada. Si yo me hubiese limitado a hacerme pasar por musulmán, a rezar solamente en las mezquitas o cuando me viesen otros musulmanes, no habría podido responder al Negro al instante, sin un ápice de duda, mientras señalaba con el dedo en dirección sur-sureste:

—Hacia allí, pana.

Volví a superar el examen.

—Este carajo es un musulmán bien arrecho, Negro, y un revolucionario comprometido...

intervino el Chino, zanjando la cuestión y ofreciendo al Negro una taza de café. Más tarde, después de rotar los turnos en la ducha, salimos hacia Estocolmo. El VII Foro Socialista internacional iba a comenzar.

Durante todo el viaje de Uppsala a Estocolmo, un trayecto que haríamos dos veces al día durante toda la semana, el Negro se mostró como un excelente anfitrión. Puede que no se fiase de mí, pero eso no le impedía pasarse el día bromeando con todos. No obstante, en ese primer desplazamiento hacia la capital hicimos una parada a medio camino para saludar a un camarada uruguayo que llevaba años refugiado en Suecia, trabajando como camionero. El tipo en cuestión era un ex miembro de la guerrilla uruguaya, que no tenía muy buena opinión del Movimiento Tupamaro, a cuyos miembros consideraba «unos niños ricos, universitarios de la oligarquía uruguaya con aspiraciones revolucionarias pero que nunca habían pasado hambre». Un punto de vista diferente a todo lo que había escuchado antes sobre los tupamaros uruguayos.

Aprovechamos la estancia en Estocolmo para ir de compras. El Chino y otros camaradas querían sacar partido a los fondos que el Fondo Único Social había donado para este encuentro socialista, y lo primero que visitamos fue una armería, donde Chino quería comprar una funda rápida para la Glock que le habían «confiscado» a uno de los sicarios que, según la justicia tupamara, habían matado al Gato.

Más tarde, nuestro anfitrión nos mostró la sede donde el tribunal de los prestigiosos premios Nobel escoge anualmente a los mejores científicos, literatos y pensadores del mundo. De alguna manera, en aquella ciudad en la que nos encontrábamos se decidía cada año quiénes eran las celebridades de la ciencia, la cultura y las humanidades más importantes del planeta. Pero ninguno de nosotros podía imaginar en aquel momento que el nuevo presidente de los Estados Unidos, elegido solo dos semanas antes, fuese el próximo Premio Nobel de la Paz.

También nos enseñó el antiguo banco Kreditbanken, en Norrmalmstorg, donde se produjo un robo con rehenes entre el 23 y el 28 de agosto de 1973, que cambió la historia de la psicología criminal. Tras su secuestro, cuatro rehenes, tres mujeres y un hombre, defendieron a sus captores, hasta el extremo de que una de las secuestradas incluso llegó a mantener una relación sentimental con uno de ellos. Ese caso inspiró al criminólogo y psicólogo Nils Bejerot el término «síndrome de Estocolmo», para definir esa relación de empatía entre secuestrador y secuestrado, tan familiar ahora para los psiquiatras forenses de todo el mundo. Y sobre todo para quienes han tratado a las víctimas de organizaciones como las FARC, experta en secuestros de larga duración.

Y también nos enseñó el cine Grand, en la avenida Sveavägen, donde el 28 de febrero de 1986 fue asesinado a tiros el primer ministro sueco Olof Palme. El emblemático y accesible líder izquierdista fue ejecutado mientras volvía a casa con su mujer, sin guardaespaldas, tras haber ido a ver una película como cualquier otro ciudadano sueco. Su asesinato aún no ha sido resuelto. Precisamente muy cerca del Grand, en la avenida Sveavägen, se encuentra la sede de la ABF, donde ya se estaba celebrando el VII Foro Socialista mundial.

VII Foro Socialista mundial

En cuanto llegamos a la sede de la ABF, un enorme edificio en el centro de Estocolmo, nos cruzamos casualmente con la parlamentaria del Frente Farabundo Martí, María Mirtala, que en ese momento salía del edificio en compañía de una mujer de unos cincuenta y cinco o sesenta años. Un beso, los saludos de rigor y, solo cuando ya nos habíamos despedido y entrábamos en la ABF, el Negro nos comentó:

—¿Veis la mujer que va con la camarada Mirtala? Fue compañera del comandante Ilich Ramírez en la Patricio Lumumba de Moscú. Ella estaba con los salvadoreños...

Me quedé con el dato, con la intención de entrevistar más tarde a aquella desconocida, pero no volví a tener oportunidad... Había muchas más cosas que hacer en aquella reunión de las que sospechaba.

La ABF (Arbetarnas Bildningsförbund) o Asociación para la Educación de Adultos impulsa desde su fundación en 1912 infinidad de iniciativas sociales en Suecia, aglutinando en torno a ella a más de 55 organizaciones de izquierdas.
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Sin embargo, ha recibido muchas críticas por su vinculación con grupos revolucionarios considerados terroristas por los Estados Unidos o la Unión Europea. Tal vez porque el término
terrorista
con frecuencia lo utilizan algunos gobiernos para definir a ciertos individuos o colectivos rebeldes e insurgentes, que por el contrario son considerados héroes para la ABF. En otros casos, sencillamente se trata de bandas de psicópatas asesinos. Y quizás entre los miles de personas que habían acudido al Foro Socialista de la ABF había un poco de todo. Incluyendo al fundador de Radio Islam, el marroquí Ahmed Rami, a quien había tenido la oportunidad de escuchar en la Librería Europa de Barcelona y que reside como refugiado en Estocolmo desde hace muchos años. Me preocupaba la posibilidad de toparme con él en aquellos pasillos y que pudiese recordarme de su conferencia en España. Iba a ser incómodo explicar eso...

En cuanto entramos en el edificio, nos encontramos con un hall atestado de personas llegadas desde todos los rincones del mundo, que curioseaban por las docenas de puestos de libros, revistas y vídeos de ideología comunista, que se vendían y/o distribuían allí. Por todos lados podían verse pósters, afiches y carteles del Che Guevara, Marx, o «los cinco de Cuba». Compilaciones de firmas en apoyo a tal o cual «preso político» o terrorista condenado en alguna prisión internacional y recogidas de fondos para la misma causa.

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