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Authors: Angela Sommer-Bodenburg

Tags: #Infantil

El pequeño vampiro y el gran amor (12 page)

BOOK: El pequeño vampiro y el gran amor
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—Pero si es un vampiro... —exclamó—. ¿Sabes tú cómo ha venido a parar aquí?

Anton sólo se rió irónicamente.

—Aquí dentro hay algo —dijo excitada.

Sacó la hoja y empezó a leer en alto:

Querida Anna, tengo que hablar contigo.

Siento mucho lo de Olga, de verdad.

Anton.

Ella le miró con los ojos muy abiertos y sorprendidos.

—¿Es tuya la carta?

—¿Mía?

¡A Anton le resultaba extremadamete penoso que ella hubiera tenido que leer su carta precisamente ahora!

—Aquí pone tu nombre.

—¿Mi nombre?

—Sí, aquí —dijo tendiéndole la hoja.

—No puedo distinguir nada —repuso reprimiendo la risa: pues, entretanto, la lluvia había emborronado la tinta y lo que había escrito había quedado completamente ilegible..., ¡afortunadamente!

Anna miró fijamente el papel sin poderlo creer.

—Pero si estaba aquí ahora mismo...

Anton se encogió de hombros satisfecho.

—Quizá era una escritura secreta —dijo, y añadió de forma enigmática:

—Además, sea como sea, está demasiado oscuro para leer. Así lo único que consigue uno es estropearse los ojos.

Con una sonrisa de saberlo todo, Anna dobló la carta y volvió a meterla en la figura de arcilla.

Luego guardó cuidadosamente la figura debajo de su capa.

—Gracias —dijo mirándole de una forma tan tierna que él se sintió muy raro.

—No es nada —murmuró apocado—. Pero..., ¿no íbamos a buscar a Rüdiger?

—¡Sí, ven!

Penas de amor

Ella echó a andar con resolución y Anton tuvo dificultades para seguirla. La lluvia había amainado algo, pero el suelo estaba tan reblandecido que se le hundieron varias veces sus zapatillas de deporte.

Le asombraba la agilidad con que Anna andaba delante de él. No parecía afectarle para nada el embarrado suelo. ¿Sería por los anticuados zapatos que llevaba?

—¡No tan rápido! —exclamó él...; entonces tropezó y se cayó... ¡Justamente en medio de un charco!

Cuando consiguió ponerse otra vez de pie tenía las manos y los pantalones cubiertos de lodo.

—¿Te has hecho daño? —preguntó Anna preocupada.

—No —gruñó él—. Sólo he tomado un pequeño baño.

Ella se rió entre dientes.

—¿No tenías bastante con la lluvia?

—Es todo para camuflarme —declaró con tanta dignidad como le fue posible—. Para que no se me vean las manos en la oscuridad.

Anna examinó sus manos, se rió y siguió andando. Con los dientes fuertemente apretados se deslizó tras ella. Ahora estaba tan mojado que todo le daba igual.

Cuando llegó a la capilla, Anna torció a la izquierda, entrando en la parte nueva del cementerio, en la que Anton nunca entraba. Los caminos eran allí tan rectos como si los hubieran hecho con regla, y las tumbas parecían escaparates de floristerías.

—¿Crees realmente que Rüdiger está aquí? —preguntó susurrando.

—¿Ves los sauces llorones? —respondió ella también en voz baja.

El asintió.

—Debajo de los sauces hay un banco —prosiguió ella—. A veces se sienta allí cuando tiene problemas.

—¿Es que tiene a menudo..., problemas? —preguntó Anton sorprendido.

—Naturalmente. Como cualquier vampiro normal —dijo ella por respuesta—. Pero la mayoría de las veces son enfados con nuestros padres o con Lumpi. Nada grave. De todas formas, esta vez con Olga...

No siguió hablando. Anton tiritaba de frío.

—Ojalá no sea demasiado tarde —susurró él sintiendo cómo el sólo pensar en ello le oprimía la garganta.

Anna no respondió. Se había quedado parada acechando.

—¿Oyes algo? —preguntó Anton con voz temblorosa.

—No sé... Quizá sea la lluvia..., pero suena como si llorara alguien.

Anton también escuchó ahora atentamente..., pero sólo percibió el murmullo de la lluvia.

—Voy a mirar —dijo ella—. ¡Tú quédate aquí!

Y antes de que Anton pudiera responder, ella desapareció. El se colocó detrás de un seto... y esperó. Los minutos parecían hacerse infinitos.

Finalmente oyó la voz de Anna:

—Anton, ¿dónde estás?

—Aquí —dijo saliendo de su escondite.

—Es Rüdiger —dijo ella susurrando.

A Anton se le quitó un peso de encima.

—¿Y qué? ¿Has hablado con él?

—No. Eres tú quien tiene que hablar con él. Ven, te llevaré hasta allí.

Sonrió animándole. Luego echó a andar delante de Anton, que se esforzaba por no hacer ningún ruido que los delatara.

Así, llegaron hasta los sauces llorones y Anton descubrió al pequeño vampiro. Estaba sentado en el banco como un alma en pena, tenía la cabeza enterrada entre las manos y sollozaba.

Aquella visión era tan deplorable que Anton buscó con la vista a Anna para pedir ayuda..., pero el sitio donde estaba todavía hacía un momento estaba vacío.

Al principio se asustó, pero luego notó una sensación de alivio: ¡seguro que era más fácil hablar con Rüdiger no estando Anna al lado!

Se adelantó un paso y dijo:

—¿Rüdiger? Soy yo...: Anton.

El pequeño vampiro levantó la cabeza y miró fijamente a Anton con ojos pequeños e hinchados por el llanto. Su rostro estaba anegado por las lágrimas... ¿o eran gotas de lluvia?

—¿Qué quieres? —preguntó con voz cansada.

—Yo... —empezó Anton y se cortó.

¿Cómo se consolaba a un vampiro enfermo de amor?

—Yo quería..., o sea, yo sólo quería decirte que... ¡nosotros somos amigos! ¿No? Y amistad significa estar unidos.

—Yo ya no tengo amigos —repuso el pequeño vampiro, y las comisuras de sus labios temblaban—. Estoy solo en el mundo, completamente solo.

Llorando, ocultó la cara entre las manos.

—Sí que tienes amigos —le contradijo Anton—. Me tienes a mí..., y a Anna. Y eso vale más que una soberbia señorita vampiro de Transilvania como ésa, que de buenas a primeras se marcha y te deja en la estacada.

—¿Soberbia? —gritó el pequeño vampiro—. ¿Dejarme en la estacada?

Con lágrimas en los ojos le echaba chispas con la mirada colérico a Anton.

—¡Tú sólo quieres poner verde a Olga!

—¿Yo? En absoluto —aseguró Anton.

En secreto se alegraba de haber conseguido sacar al pequeño vampiro de su lóbrega confusión. ¡De cualquier forma, un Rüdiger insultando furioso era siempre mejor que un vampiro profundamente triste y cansado de la vida!

—¿Y vosotros decís que sois amigos míos? —exclamó ahora el pequeño vampiro saltando indignado del banco—. Anna y tú..., vosotros tenéis la culpa de que Olga se haya marchado.

—Bueno, ¿y qué? ¡Tenías que estar contento! —respondió Anton, bastante a la ligera, como en seguida comprobó.

El pequeño vampiro soltó un grito desgarrador. Agarró a Anton por los hombros y le zarandeó.

—Tú..., tú... —jadeó—. Como vuelvas a decir eso te...

—¡Ay, me haces daño! —gritó Anton intentando librarse del agarrón del vampiro.

Pero en vano: los flacos dedos del vampiro le sujetaban como tornillos de banco.

—Como vuelvas a decir algo malo de Olga te mato —gritó echándole a Anton en toda la cara su aliento de tumba.

Anton tuvo que toser.

—Olga te iba a dejar de todas maneras —gimió.

—¿Dejarme? ¿Cómo sabes tú eso?

—Porque ella me lo dijo.

Estupefacto, el vampiro dejó caer los brazos.

—¿Cuándo?

Anton respiró profundamente antes de contestar:

—Cuando estuvo en mi casa.

—Bueno, ¿y qué más? —exclamó apasionadamente el vampiro haciendo crujir nerviosamente sus flacos dedos.

Anton hizo esfuerzos por poner una cara seria. Olga, naturalmente, no le había dicho nada por el estilo..., ¡pero quizá así ayudara a Rüdiger a deshacerse antes de sus penas de amor!

—Ella me dijo que iría a visitar a un primo..., de París.

—¿A un primo? ¿De París? —repitió el vampiro—. ¿Y cómo se llama? —preguntó desconfiado.

—Eso no me lo dijo —repuso Anton.

—Ella nunca me había dicho nada acerca de un primo —murmuró el pequeño vampiro—. Y de París tampoco... ¿Tienen siquiera cementerios allí? —se dirigió interrogante a Anton.

—Claro que sí —contestó, añadiendo luego con insolencia:

—Incluso con camas francesas..., digo, ¡tumbas!

—Hummm... —dijo meditando el vampiro—. Eso explicaría la actitud reservada que tenía Olga conmigo... Yo ya tenía la sospecha de que quizá hubiera ya algún vampiro para ella…

—¡Exacto, así es! —corroboró Anton—. Olga quería irse desde el principio con ese primo..., sólo que hasta París el camino era demasiado largo para ella. Por eso hizo una parada intermedia donde vosotros.

Los ojos de Rüdiger se volvieron a llenar de lágrimas.

—Parada intermedia... —dijo con voz ahogada—. Y yo que había creído que...

Rompió a llorar y sacó un pañuelo de su capa.

—Gracias por habérmelo contado todo —dijo y se sonó—. Ahora sé realmente que tú eres mi amigo.

Suspiró profundamente..., luego se fue lentamente de allí, como un sonámbulo.

Antes de que se le hubiera tragado la oscuridad se volvió de nuevo.

—Hasta pronto, Anton —dijo.

—Hasta pronto —contestó Anton en voz baja.

Anton oyó entonces un crujido, y de pronto Anna se encontró delante de él.

—¡Lo del primo de París ha sido una idea estupenda! —dijo.

El se puso colorado.

—¿Acaso has estado oyendo todo?

—Casi todo —contestó ella—. ¡Habéis hablado tan alto...! Pero yo no quería cotillear..., sólo me he quedado cerca para vigilar que nadie os sorprendiera.

—Ahora quiero irme a casa —dijo Anton.

De repente le entró tanto frío que le castañeteaban los dientes.

Anna le miró con ternura.

—¡Te acompaño!

Notas

[1]
Juego de palabras. Literalmente: Die Manner von Totenbüttel (Los hombres de «Verdugo de los muertos») y Die Toten von Mánnerbuttel (Los muertos de «Verdugo de los hombres»).

[2]
Juego de palabras entre Albert (Alberto) y Albern (bobo).

[3]
Juego de palabras entre Blasius von Seifensch y Seifenblase (Pompa de jabón)

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