El rebaño ciego (15 page)

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Authors: John Brunner

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: El rebaño ciego
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—Bueno, normalmente todos…

—Claro, seguro. Alguien con su reputación de benefactor tiene que estar en buenas relaciones con todo el mundo. —Su voz era como melaza, un poco demasiado apoyada en la vía del sentimentalismo—. Ahora, Jacob, esa cosa, el Nutripon que ha sido puesto en entredicho… ¿puede explicarnos exactamente en qué consiste?

—Bueno, se trata de mandioca, procesada en una forma no muy distinta a la del queso…

—Mandioca Entiendo. —El tiempo necesario para dejar que su sonrisa se transformara en un ligero fruncimiento de cejas—. Bueno, yo no soy experta en ello… —aunque la documentación que le habían entregado era precisa y detallada como siempre, y la había estudiado rápidamente— …pero creo recordar que la mandioca es una planta peligrosa de manipular. Produce una enfermedad en los ojos, ¿no?

—Bueno, imagino que debe referirse usted a la ambliopía de la mandioca, que es…

—¿Una afección de los ojos? —Observó, aunque los espectadores no pudieron hacerlo porque la cámara no estaba enfocada a él, que Gerry Thorne se llevaba automáticamente una mano a sus propios ojos ante aquella mención. Exacto; recientemente había sufrido una conjuntivitis. Y ahora estaba sacando de su bolsillo unas gafas oscuras para protegerse de la brillante luz. Espléndido. Su aspecto con ellas era positivamente siniestro. Reaccionando rápidamente a su no formulada petición, Ian hizo retroceder su cámara.

—Sí, pero entienda, el Nutripon es enriquecido…

—¡Un segundo! —La palabra estaba en el anotador eléctrico, pero no necesitaba que se lo recordaran; aquello estaba demasiado lleno de posibilidades—. Aún no había terminado. ¿Acaso no hay también cianuro en la mandioca?

—En la corteza en bruto, sí, ¡pero no después de haber sido procesada! —El señor Bamberley estaba sudando. Petronella aguardaba el momento en que empezara a agitarse en su asiento. Sus compañeros ya lo estaban haciendo.

—¿Pretende usted que su tratamiento la hace completamente inofensiva?

—¡Oh, sí!

—Los detalles del tratamiento, ¿son un secreto comercial o cualquiera puede oírlos?

—¡Por Dios, no hay nada secreto en ello! Aunque me temo que si lo que desea usted son detalles técnicos tenga que dirigirse a…

—Sí, comprendemos que no es usted un experto en cultivos hidropónicos. Porque cultiva su producto hidropónicamente, ¿correcto?

—Completamente correcto.

—Eso significa que lo hace crecer usted artificialmente sobre arena o un material inerte, bajo condiciones controladas, con una solución de nutrientes químicos. Eso es lo que significa «hidropónico», ¿no es así? —Anzuelo tras anzuelo lanzado a los oídos de los telespectadores, en los que resonaba aún un anuncio de los Puritan enfatizando sus alimentos cultivados al aire libre, sobre suelo natural.

—Sí. Esto… sí. —El señor Bamberley empezaba a sentirse confuso. Junto a él, Greenbriar, el hombre gordo, estaba haciéndole señas con los ojos:
¡Acuda a mí, yo puedo contestar a eso!

Oh, no, muchacho
. ¡Oh, no!
No estamos aquí para ayudar a Auxilio Mundial a justificarse ante todos esos negros que creen ya que tu empresa blanca ha practicado el genocidio sobre sus primos africanos. Ni para ayudarte a eludir tus responsabilidades ante los accionistas del trust Bamberley que se irritan viendo que lo que hubiera podido ser un buen beneficio en sus bolsillos ha sido distribuido a unos desagradables bastardos del otro lado del mar. ¡No muchacho! ¡No es para eso para lo que te hemos traído aquí!

¿Quieres saber para qué te hemos traído aquí? Entonces agárrate fuerte.

Sonrió de nuevo, suavemente.

—No hay la menor duda de que existen razones para cultivar su mandioca de ese modo. ¿Acaso tiene algo que ver con la reducción de la cantidad de cianuro que contiene?

—¡No, no, no! La razón más importante es que necesitamos algo que sea ampliamente aceptable en esas áreas golpeadas por el hambre, y la mandioca es…

—Sí, exportan ustedes toda su producción, ¿verdad? —intercaló Petronella, con la precisión del bisturí de un cirujano. La inspiración que había hecho para lanzarse a la siguiente parte de su exposición preparada debería ser usada para otra finalidad.

—Bueno, sí, toda nuestra producción es empleada en proyectos de ayuda.

—¿Y esa es una operación que no deja ningún beneficio? —dijo Petronella, conociendo la respuesta oficial—. Después de todo, usted es uno de los hombres más ricos del mundo; según su última memoria anual, el trust Bamberley dispone de un activo de quinientos millones de dólares. ¿Realmente no sacan ustedes ningún beneficio de sus contratos de asistencia?

—¡Absolutamente no! Nuestra única preocupación es cubrir nuestros costes. No le pedimos en absoluto a nuestra planta hidropónica que consiga ningún beneficio.

—¿Por qué no?

La frase quedó colgando allí, como un cuchillo lanzado y detenido por alguna misteriosa razón en medio del aire. El señor Bamberley parpadeó.

—¿Perdón?

—He preguntado por qué no. Todas sus demás inversiones en otros negocios tienen que producirlos, o usted se desprende de ellas. Durante el año pasado, por ejemplo, eliminó usted una cadena de supermercados en Tennessee, que no había dado beneficios en los últimos dos años, y se libró también de sus participaciones en las compañías aéreas. ¿Y bien?

—Oh… bien… —el señor Bamberley hizo exactamente lo que se esperaba que hiciera, y Thorne y Greenbriar habían rezado desesperadamente para que
no
hiciera: se sacó un pañuelo del bolsillo y se secó el rostro. Hacía mucho calor bajo los focos… lo cual era deliberado—. Bien, considero esto como… Bien, como una institución benéfica, entienda. Una forma práctica de ayudar a la gente con mi… esto… mi buena suerte.

—Espero que no sea la única expresión de sus impulsos caritativos —murmuró Petronella.

—No, por supuesto que no. Creo… quiero decir, soy cristiano, y todos los cristianos deben creer… que todos somos hijos del Señor, hechos a Su imagen, y ningún hombre es una isla, sí… —Terriblemente azarado, como tanta gente que profesa una religión cuando se ve obligado a admitir el hecho ante millones de personas anónimas. Pero sincero. Oh,
dolorosamente
sincero.

—Sí, tengo entendido que se ha rodeado usted de muchachos huérfanos. Ocho en estos momentos.

—Oh, se refiere usted a mis hijos adoptivos. Bueno, sí. Esto es una cosa, ¿no?, el enviar ayuda a algún país lejano. Y otra cosa es traer casos a tu propio hogar. —Parpadeando a cada palabra, una y otra vez.

En la cabina de control Ian estaba haciendo amplios gestos: no insistir demasiado en aquello. Pero al infierno con él. Los píos y bienpensantes se van temprano a la cama, y aquélla podía ser la última posibilidad de atraerlos.

—Hemos hablado mucho de adopción en este programa recientemente… al referirnos al éxito de la operación Doble-V, por supuesto. ¿Forma usted parte de Doble-V?

—Bueno… De hecho, no, porque después de todo hay un gran número de huérfanos aquí mismo en este país. ¡Peor aun, niños abandonados por sus padres!

—Sí, es un problema alarmante, ¿no? Tuvimos a un asistente social en el programa el mes pasado que mencionó precisamente este punto, en conexión con esas pandillas de chicos negros que aterrorizan los centros de las ciudades. Dijo que miles de ellos han sufrido casi tanto como los niños asiáticos que están siendo adoptados. Pero ninguno de sus… esto… hijos es negro, ¿verdad?

Un silencio mortal. Sólo lo suficiente como para dejar que la herida supurara. Y luego, reasumiendo un tono de no-importa-sigamos-adelante:

—Bien supongo que eso es secundario, Jacob. Su vida privada le atañe solamente a usted, y presumiblemente un protestante blanco tiene derecho a preferir chicos protestantes blancos. —¡Supura, supura!—. Así que volvamos al tema central de la discusión.

Esa era una de sus palabras favoritas. Invitados al programa de lengua afilada conseguían a veces deslizar el término más exacto de «interrogatorio», pero esta noche estaba en plena forma, y aunque Thorne estaba pálido y no dejaba de agitarse y Greenbriar iba a saltar de un momento a otro, furioso, ninguno de los dos se las había ingeniado aún para interrumpirla. Quizá no demandara a Guido, después de todo. Perdona a los caídos, y toda esa mierda.

—Así que resumiendo: ¿qué tiene que decir usted a la acusación de que la comida que envió a Noshri estaba envenenada?

—¡Dios es testigo de que el Nutripon es inofensivo y además delicioso! —El señor Bamberley se sentó muy erguido y adelantó su mandíbula inferior como intentando parecerse a Winston Churchill.

—Me alegra oír eso. ¿Pero ha ido usted personalmente a Noshri a investigar, o ha enviado a alguno de sus asociados? —Naturalmente, no lo había hecho; Kaika había expulsado a todos los americanos de los equipos de auxilio del país y había roto las relaciones diplomáticas.

—Esto… —el señor Bamberley estaba temblando ahora, con la suficiente intensidad como para que las cámaras pudieran captarlo—. Simplemente no fue posible hacerlo… pero nuestros controles de calidad son de lo más perfecto, ¡comprobamos el producto a cada etapa del proceso!

—¿Así que el envío en cuestión tuvo que resultar envenenado después de abandonar su factoría?

—¡Nunca he admitido que estuviera envenenado!

Ya lo tenía. Acababa de utilizar la palabra. Y resultaba claro el terrible efecto que había causado en Thorne y Greenbriar. Los telespectadores también lo habían visto; Ian había hecho retroceder sus cámaras. El hombre acababa de ser crucificado entre dos ladrones. Todo el mundo,
pero todo el mundo
, conocía a ambos: lujosas mansiones, fabulosos coches, aviones privados…

—¡No importa! A
nosotros
—identificad el énfasis, vosotros en nombre de quienes hablo— nos gustaría realizar una pequeña experiencia, que por supuesto carece totalmente de rigor científico, pero que puede indicar
algo
… —la cámara 1 se centró en ella, y prosiguió segura de sí misma—: Esta tarde hemos enviado a un miembro de nuestro equipo al Aeropuerto Internacional Kennedy, donde un cargamento de su mandioca procesada estaba siendo embarcado en un avión charter. Compramos un paquete de él. —No caja. Como si estuviera hablando de un paquete de cereal—. Pagamos el precio señalado en el manifiesto de carga, que era de ochenta y tres dólares… Oh, que nadie se preocupe: ¡no privamos a nadie de nada! Lo sustituimos por su valor equivalente en comida, leche en polvo y huevos deshidratados y sacos de harina, y lo incluimos en la carga para reemplazar lo que nos llevábamos.

Hizo una pausa efectista.

—Luego lo trajimos aquí, y seguimos exactamente las instrucciones del paquete, y… Bien, éste es el resultado. ¿Lola?

Recuperada de su acceso de lágrimas de antes del show, Lola apareció sonriendo en el plató llevando una bandeja en la que reposaba un gran bol, humeando ligeramente, una cuchara y un tenedor, y unas vinagreras. Un vaso de agua estaba ya frente al señor Bamberley.

—Jacob, una muestra al azar de su propio producto. Nos gustaría verlo comérsela.

—¡Oh, sí! —Pasándose un dedo alrededor del cuello… pero ¿qué otra cosa podía decir?— Ya he…

—¿Sí?

Iba a decir: ya he cenado hoy, y abundantemente. Pero uno no podía admitir una cosa así, no cuando el tema era el alimentar a millones de personas que se estaban muriendo de hambre. (Y por todo el país uno podía casi oír a la gente diciendo: «¿Ochenta y tres dólares? ¿Por esa porquería?») —Adoptó un compromiso—. Cené antes de venir al estudio, así que no tengo mucho apetito, ¡pero me sentiré feliz de probar que esto puede comerse sin ningún peligro!

Thorne y Greenbriar parecían aterrados… especialmente el último, que estaba empezando a lamentar el haber alimentado tan bien a su patrón. Supongamos que se pone enfermo no a causa del Nutripon, sino como consecuencia de ese plato de berenjenas en aceite, ¡o de la langosta! El marisco siempre era un riesgo hoy en día, incluso con el certificado de la FDA…

—¡Es usted un buen chico, Jacob! —aprobó Petronella irónicamente—. Bien, mundo, lo que van a ver será digno de recordar: uno de los hombres más ricos de este rico país comiendo una muestra de los alimentos que enviamos a los países pobres y hambrientos del otro lado del mar. Después, al final del programa, haremos volver a Jacob y le preguntaremos cómo le ha sentado esta inesperada comida.

Bajo la mesa, fuera del campo de la cámara, no pudo resistir la tentación de frotarse las manos.

Pero…

—¿Qué infiernos? —Habló muy débilmente en el micro del ala derecha de su sillón parecido a un trono, reservado únicamente para emergencias. Ian estaba haciendo gestos frenéticos desde la cabina de control, y de pronto su voz brotó por el altavoz situado bajo el gran cristal que dominaba el estudio.

—Señoras y caballeros. Me temo que vamos a tener que interrumpir el programa. Por favor, diríjanse con calma a las salidas. Hemos sido avisados de que hay una bomba en el edificio. Estamos seguros de que se trata de una broma de mal gusto, pero…

Hubo gritos.

Pánico.

Lucharon como animales enloquecidos, cargando contra las puertas. Una de ellas fue arrancada de sus goznes y al caer golpeó a una muchacha en el rostro, y cayó y los demás caminaron sobre ella, le rompieron las costillas y la nariz y aplastaron su mano izquierda hasta convertirla en una pulpa azul.

Pero salieron, que era todo lo que les preocupaba.

—La bomba era por usted, señor Bamberley —le dijo Ian Farley, mientras con Petronella y otros miembros del equipo salían a la calle por una puerta trasera de emergencia.

—¿Qué? —estaba tan blanco como su propio Nutripon: harinoso, como pasta blanda.

—Sí. Alguien llamó y dijo que era negro y un primo de toda esa gente que usted ha envenenado en África, y que iba a vengarse en nombre de ellos.

FEBRERO
APOLOGÍA DEL BIOCIDIO
Descubrido por un pescador:
con ele estavan
Recibiolo bel acomodo:
cervos i tejones.
Listo estava para matairlo:
Intentolo escapair mais
Partio para ir a la caça:
parallonlo en sua carreira.
Do pelo o do pluma:
tomaronlo como mirada.
Salvo que sua flecha sotil:
tomaronlo como brainco.
Apuntola a toda cosa quo veia:
Por eso
Triste es reconoceirlo:
ferida aperta, sangue desperta,
Sorro feroce:
cuore traspasado,
Palomo e corneja:
la morte li ha dado.
Débiles pajariyllios:
limacos e ranas,
La morte si ceba:
coas e serpentes.
Metiose nel agua:
e nel castello do rei
Para ver as feridas:
catorze dias yantaron.
Luogo vinieron os outros:
Ansi caieron os sajones:
Para festejar o logro:
Ansi morieron os enemigos:
e caçaronlo pronto,
ansi foron masacrados,
como maistro dou pais.
por amenaçar el suo reino.

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