El Rival Oscuro (6 page)

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Authors: Jude Watson

BOOK: El Rival Oscuro
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—¿Quién eres? —preguntó el muchacho.

Se sentía aturdido y ordenó a su mente que se despejara. Bajó con cuidado del lecho.

—Me llamo Guerra, aunque no tienes necesidad de saberlo. Soy phindiano. Aquí hay gente de todas las razas. Lo cual me recuerda algo, chico humano. Vamos.

Guerra alargó de pronto el brazo, por encima de dos literas hasta cerrarlo en la muñeca de Obi-Wan.

—No tengo todo el día. Enseguida llegarán los guardianes con electropunzones si no te preparo enseguida.

—¿Prepararme para qué?

—¿Para qué? ¡Para unas vacaciones en una luna de Syngia! —respondió con una risita—. ¡Qué va! ¡Es mentira! Para trabajar en la mina, claro.

—Pero si yo no soy minero —protestó el joven Kenobi, mientras Guerra le arrastraba hasta la puerta.

—Oh, lo siento mucho. En ese caso no tienes por qué trabajar —se burló, con su rostro parcheado—. En vez de eso, te arrojarán de la plataforma. Así podrás nadar un poco...

—¿Y qué?

—¡Muy bueno, chico humano! —Guerra profirió una risita y dio una palmada a Obi-Wan en la espalda, haciéndole recorrer todo el cuarto—. ¡Y qué! Que te tirarán para que te ahogues. ¡Pero la caída te matará primero! Ahora, ven conmigo.

Guerra le empujó a través del pasillo. Un viento frío golpeó su rostro. A su alrededor había montones de equipos de minería, con androides transportando taladros de vigas a un ascensor donde le esperaban varios trabajadores. Había guardias por todas partes de la plataforma patrullando con electropunzones y pistolas láser.

Mientras subían los escalones que llevaban al segundo piso, Obi-Wan se dio cuenta de que la plataforma era mucho más grande de lo que había creído, casi del tamaño de una pequeña ciudad. Hidronaves iban de un lado a otro entre las diferentes plataformas marinas que rodeaban la estructura principal.

Guerra le metió a empujones en un cuarto de suministros. Cuando el ser se frotó los ojos para examinar mejor el equipo, los parches blancos de los ojos se agrandaron. Obi-Wan se dio cuenta de que tenía la piel clara, pero estaba cubierta por el polvo y la suciedad de la mina.

Guerra le sorprendió mirándolo.

—Sólo hay duchas una vez al año, pero ¿por qué molestarse? Pronto tendrás mi mismo aspecto, chico humano.

—No soy minero, Guerra. Me han secuestrado y enviado aquí. Soy...

Guerra rompió a reír, y se golpeó las rodillas con sus oscilantes manos.

—¿Secuestrado? ¡Qué horror! ¡Deja que alerte a las fuerzas de seguridad! ¡Oh, te he vuelto a mentir! ¿Cómo crees que llegué yo aquí? ¿Crees que me presenté voluntario? ¿No ves que somos todos esclavos? Al cabo de cinco años, te darán una paga que te permitirá comprar un pasaje para salir del planeta y volver a empezar de nuevo. Si sobrevives. Muchos no lo consiguen.

—¿Cinco años? —preguntó Obi-Wan, tragando saliva.

—Es lo que pone en el contrato que firmaste —dijo Guerra—. Necesitarás un termotraje. Y un tecnocasco. Y herramientas...

—¡Pero yo no firmé ningún contrato!

Guerra volvió a reírse mientras ponía un termotraje contra el muchacho y lo rechazaba por ser demasiado pequeño.

—¡Deja de distraerme con bromas, chico humano! ¿Acaso firmé yo? ¡Falsificarán tú firma!

—Me llamo Obi-Wan Kenobi. Soy un aprendiz Jedi.

—Jedi, Kedi, Ledi, Medi —dijo el phindiano con un absurdo soniquete—. No importa quién seas. Podrías ser el príncipe de Coruscant, y nadie te encontraría aquí —añadió, lanzándole otro termotraje—. Éste tendrá que valerte. Ahora, busquemos un tecnocasco.

Obi-Wan cogió el traje. Estaba sucio y húmedo. No se imaginaba poniéndoselo. Ya estaba completamente aterido. La cabeza volvía a latirle, y se la tocó con cuidado. Se palpó la herida de la nuca. Tenía el pelo manchado de sangre. Las costillas le ardían.

Entonces recordó el collar.

—¿Es esto algún aparato curativo, Guerra? —dijo, tocándoselo.

Esta vez Guerra se derrumbó de risa en un montón de termotrajes. Se reía con tanta fuerza que perdía el aliento.

—¡Ya has vuelto a hacerme reír, Obawan! ¡Un aparato curativo! —aulló de risa, antes de aclararse la garganta—. ¡Qué va! Es un electrocollar. Si intentas dejar la plataforma minera, ¡ga-coosh! ¡Estallarás en mil pedazos! E hizo un gesto con las manos simulando una explosión.

El aprendiz Jedi se tocó con cuidado el collar.

—¿Los guardias pueden hacernos estallar?

—Ellos no. Los electrocollares se activan desde tierra firme. Por si tiene lugar alguna rebelión. Si venciéramos a los guardias, podríamos desmantelar los aparatos, ¿no? —explicó Guerra alegremente, sonriéndole con amabilidad—. Ellos sólo pueden golpearnos, electrocutarnos, aturdimos y arrojarnos por la borda.

—Qué alivio —murmuró Obi-Wan.

El phindiano le sonrió, enseñando los dientes amarillos.

—Me gustas, Obawan. Así que cuidaré de ti... ¡Ja! ¡Qué va! ¡He vuelto a mentirte! No confío en nadie y nadie confía en mí. Ahora date prisa antes de que lleguen los guardias y nos den un aguijonazo. —Le golpeó con el dedo e hizo un sonido siseante, antes de lanzar una ruidosa carcajada—. No estés tan triste, Obawan. ¡Seguro que habrás muerto para mañana!

Obi-Wan se puso reticente el termotraje. Cogió el tecnocasco y se ciñó el cinturón de servoherramientas. No tenía otra opción. Todavía no. Tenía que buscar un modo de escapar. Guerra decía que no lo había logrado nadie, pero en ese sitio aún no había estado un Jedi. Tenía esperanzas.

Obi-Wan se despejó la mente. Dejó a un lado el miedo y la desesperación, y se concentró en el collar que le rodeaba el cuello. Seguro que podía usar la Fuerza para desconectar el aparato.

Se concentró, haciendo que la Fuerza que le rodeaba fuese al collar. Empleó en ello hasta el último vestigio de su entrenamiento y disciplina.

Pero el collar continuó zumbando con su electrocarga.

Igual estaba demasiado débil. Tendría que esperar un momento mejor.

Si sobrevivía...

Mientras volvía a cubierta, vio a un guardia lanzar una descarga contra un minero que había tropezado. ¿Cómo podría sobrevivir a esto?

Sigue la corriente, y lo conseguirás.

Las palabras habían acudido con claridad a su mente. Eran palabras de Yoda. Le bastó recordar la voz del Maestro Jedi para sentir valor y dejar a un lado la desesperación.

Obi-Wan irguió la cabeza. Era un Jedi. Se dejaría llevar por la corriente. Y sobreviviría.

Capítulo 12

Tenemos una última misión —fue todo lo que Yoda permitió que Qui-Gon le dijera a Xánatos—. Y después te convertirás en un Caballero Jedi...

***

Si Treemba no sabía nada. Clat'Ha dijo que se había dormido y, al despertar, vio cómo unos guardias de Offworld se llevaban a Obi-Wan. El aprendiz de Jedi estaba inconsciente. A Qui-Gon le dio un vuelco el corazón al conocer esta noticia.

Aunque Si Treemba no había visto a nadie que se pareciera a Xánatos, el Caballero Jedi sabía que estaba implicado. Había estado fuera de Bandor, y seguro que no era coincidencia. SonTag había informado ya de su regreso.

Yoda le había dicho que no se enfrentara a él directamente. Pero eso fue antes de saber que habían raptado a Obi-Wan. Las reglas del juego habían cambiado.

Por supuesto, debía contactar con Yoda, informarle, esperar instrucciones del Consejo Jedi. Pero no lo haría.

Estaba cansado de que jugaran con él. Esto no era sólo un juego. Xánatos estaba provocándole, desafiándole a una confrontación clara, y ahora había implicado al muchacho. El principal defecto de Xánatos como aprendiz había sido su exceso de confianza. Esperaba que continuara siéndolo.

***

Qui-Gon sabía que Xánatos supervisaba las operaciones de la mayor mina de azurita que tenía Offworld en las afueras de Bandor. Esperó al atardecer.

Vio a Xánatos dejar el pequeño y abarrotado edificio administrativo que se ocupaba de la mina y de la planta de refinado adyacente. Acababan de cambiar el turno, y la zona estaba despejada de mineros. Todos los administrativos se habían ido, tal y como esperaba Qui-Gon.

Pilas de escoria rodeaban el patio. Offworld nunca se molestaba en limpiar la zona de restos. El cielo era gris oscuro tirando a negro, pero aún no habían encendido las luces del patio, seguramente para ahorrar dinero. Todo el que llegara tarde a su turno debería encontrar el camino a la mina palpando.

Qui-Gon esperó a que Xánatos cruzara el patio. Entonces salió de entre las sombras de la pila de escoria para interponerse en su camino.

Xánatos se detuvo. No había sorpresa en su rostro. Nunca se permitiría aparentarla, ni siquiera en un patio desierto casi de noche, cuando su mayor y más antiguo enemigo aparecía como salido de la nada.

El Caballero Jedi no esperaba otra cosa.

—Si tienes planes para Bandomeer, deberías saber que he venido aquí a detenerte.

Xánatos apartó uno de los lados de su capa, y posó con gesto casual la mano en el mango de un sable láser. Xánatos había roto una regla solemne al conservarlo tras abandonar a los Jedi. Le dio unas palmaditas.

—Sí, todavía lo tengo. Después de todo, me entrené durante muchos años con él. ¿Por qué iba a renunciar a mi sable como un ladrón, cuando me merezco tenerlo?

—Porque ya no te lo mereces. Lo has manchado.

El rubor asomó en el rostro de Xánatos. El comentario había dado en el blanco. Pero luego se relajó, sonriente.

—Veo que sigues siendo un hombre difícil. Hubo un tiempo en que eso me preocupaba. Ahora me divierte —repuso, mientras caminaba en círculo alrededor del Jedi—. Al final fuimos amigos, mucho más que Maestro y aprendiz.

—Sí, lo fuimos —dijo Qui-Gon, siguiéndole con los ojos, moviéndose con él.

—Más razón aún para que me traicionaras. La amistad no significa nada para ti. Disfrutaste con mi sufrimiento.

—La traición fue tuya. Como lo fue el disfrutar del sufrimiento ajeno. Eso fue lo que descubriste en Telos. Yoda se había dado cuenta de ello. Por eso supo que fracasarías.

—¡Yoda! —Xánatos escupió el nombre—. ¡Ese troll enano! Cree que tiene poder. ¡Cuando ni siquiera ha soñado con la décima parte del poder que yo tengo!

—¿Qué tú tienes? ¿Cómo puedes tener ese poder, Xánatos? ¿No dices ser un simple gerente de una corporación, al que se envía para hacer la voluntad de su directiva?

—Yo sólo hago mi voluntad.

—¿Por eso estás aquí? ¿Es que Bandomeer es una prueba para tus habilidades?

—Yo no hago pruebas. Yo hago las normas. Bandomeer es mío. Lo único que tengo que hacer es alargar la mano y cogerlo.

Se acercó más aún, su capa se agitaba rozando al Caballero Jedi.

—Es un planeta pequeño. Galácticamente insignificante. Pero me llena de riquezas. Y podría hacer lo mismo contigo si olvidases las cansinas reglas de los Jedi. Pero no, Qui-Gon es demasiado bueno. No siente esa tentación. Nunca siente la tentación.

—Bandomeer no es de tu propiedad —respondió, apartándose a un brazo de distancia de su contrincante—. Siempre te confiaste demasiado. Esta vez has ido demasiado lejos.

—No. Ahora es cuando he ido demasiado lejos —repuso Xánatos con ojos brillantes, sacando su sable láser.

Una fracción de segundo después el sable láser de Qui-Gon zumbaba cobrando vida. Cuando Xánatos saltó para dar el primer golpe, el Jedi ya se movía para bloquearlo. Los sables entrechocaron y crepitaron. Qui-Gon sintió subir por su hombro la fuerza del golpe de Xánatos.

Éste no había perdido su habilidad en el combate.

Se había hecho más fuerte, y se movía con destreza y gracia. Su sable láser centelleaba, golpeando una y otra vez, siempre en un giro o una dirección sorprendente.

Qui-Gon se movió a la defensiva. Sabía que no podría cansar a su adversario, un método habitual en la estrategia Jedi. Éste tenía de su parte algo más que fortaleza, y el Caballero sentía el poder de su mente. Xánatos seguía en contacto con la Fuerza. Empleaba la energía del Lado Oscuro, no la del Luminoso.

Saltó a un lado para evitar otro envite. Xánatos lanzó una carcajada. Era el momento de cambiar las normas del combate. Se acabó el actuar a la defensiva.

Qui-Gon se lanzó contra Xánatos, con su sable láser zumbando y centelleando. Lanzó un golpe y otro, que paró su rival. El humo y el calor llenaban el aire. Xánatos volvió a reírse.

El Jedi empleó una cegadora serie de movimientos para poner a su contrincante contra la pared del edificio, pero éste saltó hasta la pila de escoria, dio una voltereta en el aire y aterrizó al otro lado de Qui-Gon.

—Destruiste todo lo que amaba —acusó Xánatos, atacando con el sable láser el hombro del Caballero y fallando por tan poco que le tocó la tela de la túnica—. Aquel día me Destruiste, Qui-Gon. Pero yo renací más fuerte y sabio. Te he superado.

Sus sables volvieron a cruzarse, zumbando furiosamente. El Jedi sintió la descarga en el brazo, pero no titubeó. Su adversario intentó darle una patada, pero la esperaba y se apartó. Xánatos perdió el equilibrio. Estuvo a punto de caerse, pero se recuperó a tiempo.

—Tu juego de piernas siempre fue tu debilidad —dijo Qui-Gon descargando un golpe contra el hombro de Xánatos. Éste se apartó, pero no sin hacer una mueca de dolor—. Si me has superado, sólo ha sido en tu mente.

Quizá fuera la chanza, quizás el hecho de que Qui-Gon le había hecho daño de verdad, pero el caso es que Xánatos se puso a la espalda el otro lado de la capa. En su otra mano apareció un segundo sable láser.

Qui-Gon, sorprendido, perdió la concentración por un instante. Ese sable láser sólo podía pertenecer a una persona.

—¿Dónde está tu nuevo aprendiz? —dijo Xánatos burlón.

Así que él era el responsable de la desaparición de Obi-Wan. Ahora lo sabía con seguridad.

Xánatos amagó un golpe por la izquierda, para atacar por la derecha antes de volver a hacerlo por la izquierda. Qui-Gon recordaba ese movimiento de su estancia en el Templo y bloqueó fácilmente el golpe.

Estaba combatiendo el pasado. Su pasado. Quizá pudiera derrotar a Xánatos, pero así no ganaría la batalla. Ya sólo importaba el futuro. Y el futuro era Obi-Wan. El pasado podía esperar.

Qui-Gon hizo una pausa, sabiendo que su enemigo estaba dispuesto a pasar a otro nivel de la pelea, dispuesto a propinar un golpe de muerte, si podía.

De pronto, Xánatos dio media vuelta y, con tres largos pasos sobre la pila de escoria, se propulsó volando por el aire con los dos sables láser moviéndose hacia el caballero Jedi con cada músculo preparado para dar el golpe definitivo.

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