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Authors: Guillermo Ferrara

Tags: #Aventuras, Histórico, Intriga

El Secreto de Adán (31 page)

BOOK: El Secreto de Adán
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Kate hizo una mueca de asombro.

—¿Redes de control?

Adán había recibido mucho conocimiento en aquel cuarzo y lo estaba desovillando por completo.

—Las redes de control en el espacio que han colocado los diferentes gobiernos en la capa de ozono —aclaró Adán—. El Sol no está rompiendo la capa de ozono, ¡sino las redes de baja vibración que se han puesto para que no tengamos contacto con los seres superiores!

Kate había escuchado que los gobiernos habían tenido contacto con los seres dimensionales oscuros, los llamados grises, y éstos les habían dado informes tecnológicos para tener a la sociedad en su poder. La idea le parecía macabra, pero siguió preguntando.

—La manipulación a través de la constante dualidad —respondió él, casi deletreándolo—. Lo de arriba y lo de abajo, el pecado y la virtud, lo moral y lo inmoral, el castigo y el premio. Televisión, drogas, falsas noticias, alcohol, deportes, todo es un plan y un coctel especialmente preparado para matar la curiosidad existencial de las masas. ¡Todo eso no existe realmente! ¡Todos somos una unidad inseparable! ¡No podemos salir del océano divino!

Adán se levantó para vestirse.

—¡Creo que ahora entiendo lo que sucederá planetariamente! —exclamó con énfasis—. 21 de diciembre. Los mayas estaban conectados con los seres dimensionales y lo sabían.

La expresión de Kate era de desconcierto, aquel hombre había recibido un enorme impulso energético y una información trascendente.

—¿Qué crees que sucederá? —dijo ella, que también se puso en pie para vestirse.

—La Tierra elevará su frecuencia. ¡Gran parte de la humanidad recordará su origen! El programa genético original se reactivará y potenciará el ADN. ¡Será una gran evolución para todas las razas y los seres que vibren con esa nueva frecuencia! Todo lo que está enterrado en el subconsciente, toda la enorme capacidad mental y espiritual que no usamos se activará, por eso caerán todos los sistemas conocidos. ¡No harán falta! ¡Es el fin de la separación, la inconsciencia y el miedo!

Adán recibió un súbito pensamiento como un rayo.

—Kate, si este conocimiento me lo provocó un pequeño fragmento de cuarzo —reflexionó, con una sonrisa en la boca—, el cual pertenece a un cuarzo madre de un metro de alto., ¡cuánto más haría el cristal madre que encontró Aquiles! ¡Ahora entiendo lo que él quería hacer! ¡Iba a preparar la conciencia de la gente en los Juegos Olímpicos con aquel cuarzo para generar una reacción en cadena! —el corazón parecía que se le salía del pecho—. ¡Sería una explosiva reacción colectiva!

Dio varios pasos hacia la puerta de salida.

—Rápido Kate. Hablemos con el doctor Krüger y con Alexia. ¡Debemos encontrar el cuarzo madre!

Justo cuando terminó de decir aquellas palabras vio la silueta de un hombre obeso con un arma en la mano y varios policías tratando de forzar una puerta al final del pasillo.

Era la imagen de Viktor Sopenski.

50

Raúl Tous caminaba para aclarar la mente. Se dirigió cabizbajo y a paso lento hacia la Cámara de la Signatura del Vaticano para ver las obras de arte, pensaba que así hallaría inspiración.

Había activado ahora la caza de varias presas. Por un lado Alexia en manos de Eduard, y ese tal Adán Roussos y el doctor Krüger dentro de un laboratorio genético. No podía estar más contento. Había llamado a Sopenski cuando Eduard le informó que él estaba con Alexia, y que tendría el apoyo de un grupo selecto de Scotland Yard.

Cuando llegó a la gran sala se topó con La escuela de Atenas, el fresco de Rafael en el que se veía a Platón, en el centro, sosteniendo un libro en su mano y rodeado de otros muchos sabios griegos. Agudizó la vista para ver más de cerca la monumental obra. Sus ojos no daban crédito a lo que vio. "¡El Timeo!", pensó escandalizado. El libro en el que Platón describió con gran detalle el continente de la Atlántida estaba dentro de aquel cuadro.

El corazón le comenzó a latir de prisa, parecía que le daría un infarto al ver la obra. Aquellos latidos no eran precisamente por devoción al arte, sino por nerviosismo. Sintió que el rostro de Platón lo observaba triunfante, parecía decirle: "No podrás impedir que la verdad salga a la luz".

El fresco que pintó Rafael en el año 1512 representaba a Platón con el rostro de Leonardo da Vinci, quien estaba señalando al cielo, mientras que Aristóteles, a su lado, señalaba con el dedo hacia la Tierra y sostenía su libro Ética. Ambos sabios griegos se hallaban rodeados de otros filósofos como Diógenes, Pitágoras o Plotino.

Cuando finalmente se repuso del impacto de contemplar aquel fresco, el cual varias veces había visto sin prestarle demasiada atención, salió de allí con rapidez. Imaginó a Platón señalar con su dedo hacia el cielo, simbolizando que desde arriba vendría la verdad y ese conocimiento descendería, como simbolizaba la mano de Aristóteles, al señalar hacia la tierra.

El cardenal se dirigía con torpeza hacia su despacho, asustado como un animal que huye de los cazadores. Cuando por fin llegó a su privado, su secretario personal golpeó la puerta; le llevaba nuevos informes no muy alentadores sobre el estado del planeta.

—Pasa —le dijo Tous acompañando las palabras con un ademán de su mano, sin levantar la vista de unos papeles que empezaba a mirar.

El secretario le dejó sobre su escritorio de roble una fina carpeta con cuatro o cinco hojas.

—Gracias —le dijo con voz seca. Antes de que su asistente se retirara, le dio órdenes de no ser molestado, ya que necesitaba reflexionar en solitario. Cogió la carpeta que había recibido y leyó aquellas páginas. Su cara fue cambiando progresivamente hasta quedar pálida. El informe decía varias cosas, pero la que más le llamó la atención era el titular: "Se han registrado seis terremotos consecutivos en varias partes de la Tierra".

Un súbito escalofrío le recorrió la piel. El cardenal tuvo una aterradora intuición. A su mente le vinieron palabras de la Biblia, más concretamente del Apocalipsis 10, 6­7. Retumbaron en su interior como un eco fantasmagórico.

Ya no habrá más tiempo; pues cuando llegue el momento en que el séptimo ángel comience a tocar su trompeta, se habrá cumplido el plan secreto de Dios, tal como él anunció a los profetas.

—¡Ya se produjeron seis terremotos! —gritó.

Su cara se desencajó. Una mueca de horror se recortó en sus facciones. Su espalda se arqueó a causa de una poderosa náusea. Tuvo que ir a toda prisa hacia el baño. Vomitó de forma violenta y su presión arterial bajó considerablemente; se desvaneció como una bolsa inerte sobre el suelo. Su cabeza se golpeó con el borde de la bañera y quedó inconsciente.

51

El plan que Sergei Valisnov tenía en mente le llegó a Stewart Washington como una brisa de aire fresco en medio de la tensión. El ruso se aseguraba un posicionamiento mayor dentro de la organización y la confianza total del Cerebro. Había propuesto colocar un semillero de bombas nucleares flotantes en el espacio para destruir el meteorito y luego contaminar la energía sobre la Tierra. Se trataría, como siempre, de una maniobra absolutamente encubierta. De esta manera ellos le darían al Gobierno Oficial el as de espadas frente al mundo, adjudicándose la "nueva proeza americana". Ellos serían los "salvadores" de una amenaza sobre la Tierra, se convertirían sin lugar a dudas en los consolidados líderes y harían que la gente pensara que todo lo proveniente del espacio era dañino para la humanidad.

Con una fuerte campaña política y publicitaria, matarían toda esperanza de vida sobre posibles seres dimensionales, quitándole a la población la posibilidad de ver al cielo como un sitio donde las constelaciones, galaxias y planetas danzan buscando evolucionar hacia otras formas de vida.

La gente miraría a las estrellas más como una amenaza que como una esperanza; se le inyectaría una nueva y fuerte dosis de vida nihilista, materialista y carente de anhelo espiritual a la población.

—Estoy de acuerdo con su plan —dijo Washington, con una tibia sonrisa en sus labios—, pero, ¿qué hacemos con el cabo suelto que nos queda?

Los ojos de Valisnov se volvieron sutilmente hacia arriba, como buscando información en el tercer ojo.

—Perdone señor, ¿a qué se refiere?

—Las profecías —dijo tajante.

—¿Las profecías? —repitió Valisnov, como si quisiese asegurarse de que lo que escuchaba era cierto—. ¿Usted cree que se cumplirán?

El Cerebro se alzó de hombros.

—Es una posibilidad —dijo Washington—, no podemos dejar cabos sueltos. ¿Qué haremos si se cumplen? ¿Qué haremos si hay algo que no podamos controlar?

El rostro de Valisnov perdió color.

—Bueno. Si bien es cierto que hay mucha gente alrededor del mundo que cree en ellas, en realidad es una minoría y a ciencia cierta nadie sabe qué pasará.

Washington le lanzó una mirada pulverizante.

—Eso ya lo sé. Me refiero a toda esa gente que pulula distribuyendo información sobre el próximo 21 de diciembre. Faltan pocos meses.

El mismo Valisnov le había indicado que había varias profecías antiguas que coincidían en anunciar un cambio importante de conciencia y energía, desde los Vedas hindúes, con más de 8,000 años de antigüedad, pasando por el calendario hebreo, de más de 5,000 años, hasta las profecías indígenas de Asia y América.

Valisnov guardó silencio, pensativo.

—Recuerde, señor —le respondió luego con voz suave—, que en el año 2000 también decían que venía el fin del mundo. Mucha gente se precipitó, otra confiaba ciegamente en los vaticinios; resultó que los escépticos tuvieron razón.

El Cerebro se inclinó hacia delante.

—Sí, claro, en aquel momento tuvimos que hacer campaña de miedo, sabíamos que no sucedería nada, pero nos convenía que la gente estuviera asustada. Ahora no sé, algo en mi interior.

En ese momento se les acercó Patrick Jackson con una expresión de pavor.

—Señor —la palidez de su rostro era evidente—, disculpe la interrupción; los otros miembros lo esperan creo que debería saber algo importante.

Washington y Valisnov se giraron hacia él.

—Hable.

—Nos han enviado un nuevo informe reciente. En todo el mundo hay grupos que proclaman el fin del mundo y otros que afirman haber tenido contacto con naves espaciales —sus ojos se abrieron con expresión asustada—. Hay caos y júbilo mezclado.

Washington permaneció inmutable.

—¿Nuestras fuentes de información minimizan los hechos?

Jackson asintió.

—Sí, señor, pero igual hay más medios periodísticos que.

—¿Y qué hay de la orden que dí de censurar esta clase de noticias?

—La información al público es a través de medios de prensa independientes. Ya lo hemos intentado, pero son insobornables. Además —agregó Jackson—, hay nuevas manchas solares. Y la aureola boreal muestra extraños símbolos, no sólo en el polo, ahora también puede apreciarse en varias ciudades, durante la noche.

Los tres hombres se miraron con expresión tensa. Washington se mantuvo inmóvil, aunque estaba preocupado se mostraba imperturbable.

—Es hora de poner en marcha el nuevo plan antes de que se nos vaya todo de las manos —zanjó con voz firme.

Sus ojos tenían una expresión de hielo. Todas las miradas estaban sobre él.

—Proceda con lo que hemos hablado —le dijo finalmente El Cerebro a Valisnov, con énfasis—. Vamos a quitar de nuestro camino a todo lo que vuele sobre la faz de la Tierra.

52

Un impaciente y sudoroso Viktor Sopenski estaba tratando de abrir la puerta que lo separaba de Adán y Kate. Había recibido la orden del cardenal Tous de apresar a Adán Roussos y al doctor Krüger. Lo acompañaba un cuerpo de policía de Scotland Yard que habían entrado y puesto bajo arresto a los demás médicos, a quienes estaban interrogando para saber qué hacían con los niños. Por fortuna el doctor Krüger pudo ocultarse en una habitación secreta.

La expresión del rostro de Kate era de sorpresa y pavor, pero inmediatamente pudo percibir lo que sucedía.

—¡Rápido, Adán! Algo extraño está sucediendo allí dentro, ¡debemos escapar por detrás!

Kate cogió con fuerza la mano a Adán, que no salía de su asombro. Corriendo velozmente hacia el final de otro pasillo más largo, detrás de la cúpula, abrieron una puerta, bajaron media docena de escalones, siguieron unos metros más y Kate sacó un juego de llaves detrás de uno de los cuadros colgado de la pared.

Adán giró la cabeza hacia atrás. La policía había logrado derribar la puerta. Se produjo un ruido seco. Estaban cerca.

—¡De prisa, Kate! ¡Están dentro!

La doctora abrió con hábil movimiento las dos cerraduras de aquella pesada puerta. Al abrirla, una brisa de aire fresco les inundó a ambos. Era la salida trasera a la calle. Giraron la cabeza hacia los lados. Sólo algunas personas caminaban distraídas, muchos coches estaban detenidos en la calle, un pequeño parque y edificios victorianos de elegante construcción.

—¡Por aquí! —exclamó Kate; jaló el brazo de Adán de un tirón y se dirigieron hacia el final de la calle—. ¡Mi coche está en aquella esquina!

Menos de cien metros los separaban de Viktor Sopenski y el grupo de la policía, que también habían salido a la calle.

—¡Allí están! —exclamó el obeso policía al verlos correr hacia la esquina—. Ustedes dos, tras ellos, ¡ustedes traigan los coches! —ordenó.

Al llegar a su coche Kate se dio cuenta de que había olvidado las llaves en su cartera.

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