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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ficcion, fantasía

El séptimo hijo (26 page)

BOOK: El séptimo hijo
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—No puedo creerlo.

—Pensé que veríamos salir el pus como crema de la ubre...

—Más limpia imposible...

—¿Y quieres ver esto? La piel está comenzando a crecer. Tu costura debe haber prendido.

—Ni siquiera me atrevía a pensar que esa piel pudiese sobrevivir.

—Casi no se le ve el hueso por debajo.

—El señor nos está bendisiendo. Recé toda la noche, Alvin, y mira lo que ha hecho Dios.

—Bueno, tendrías que haber orado más fuerte y haber hecho que se curase de una vez. Necesito al niño para unas cuantas tareas.

—No empieses a blasfemar conmigo, Alvin Miller.

—Si hay algo que me saca de quicio es la forma que tiene Dios de andar siempre metiéndose en todo para llevarse los honores. Quizá Alvin sea un buen sanador. ¿No se te había ocurrido?

—Mira. Tus necedades están despertando al niño.

—Ve si quiere un vaso de agua.

—Pues se la pienso dar la quiera o no.

Alvin deseaba agua con todo su ser. Su cuerpo estaba seco, no sólo su boca.

Necesitaba reponer lo que había perdido en sangre. Tragó toda la que pudo, de un jarro de latón que le acercaron a los labios. Buena parte del agua le corrió por el cuello y el rostro, pero ni siquiera lo notó. Lo que importaba era el agua que entraba en su vientre. Se recostó y trató de descubrir desde su interior cómo se encontraba la herida. Pero regresar allí era algo demasiado arduo, le era muy difícil concentrarse. Desistió a mitad de camino.

Volvió a despertar y pensó que debía de ser de noche, o que habían corrido las cortinas. No podía saberlo porque le era imposible abrir los ojos, y el dolor había regresado. Otra vez lo atenazaba igual que antes, o incluso más. La herida le picaba y casi no podía contener las ganas de rascarse. Pero al cabo de un tiempo pudo descubrir la herida y ayudar nuevamente a que las capas crecieran. Para cuando cayó dormido, había logrado formar una capa delgada y completa de piel sobre la herida. Por debajo, el cuerpo seguía trabajando para renovar los músculos desgarrados y soldar los huesos quebrados. Pero no habría más hemorragias ni heridas abiertas que pudieran infectarse.

—Mire esto, Truecacuentos. ¿Alguna vez ha visto algo así?

—Como la piel de un recién nacido...

—Tal vez esté loco, pero salvo por la tablilla no veo rasón para dejar vendada la pierna ya.

—No se ve ni rastro de la herida. Las vendas ya no hacen falta...

-—Quizá mi esposa tenga razón, Truecacuentos. Acaso Dios haya hecho un milagro con mi hijo...

—Eso no demuestra nada. Cuando el niño despierte, tal vez sepa algo acerca de lo sucedido.

—Ni pensarlo. No ha abierto los ojos ni una sola ves.

—Hay algo seguro, señor Miller. El niño no ha de morir. Eso es más de lo que cabía pensar ayer.

—Yo ya pensaba en haser un cajón para enterrarlo, eso pensaba. No veía posibilidad de que siguiera con vida. ¿Y ahora quiere usté ver lo sano que está? Quisiera saber qué o quién está protegiéndolo...

—Sea lo que fuere, señor Miller, el niño es más fuerte. Eso es algo en lo que merece la pena pensar. Su protector partió la rueda en dos, pero Al la devolvió a su forma original y su protector no pudo hacer nada al respecto.

—¿Sabría lo que estaba hasiendo?

—Debe de tener cierta noción de sus poderes. Sabía lo que podía hacer con la piedra...

—Jamás oí hablar de un don como ése, para decírselo de una vez. Le conté a Fe lo que hiso con la piedra, cómo la talló sobre el dorso sin poner siquiera la herramienta sobre él, y ella me empesó a leer el Libro de Daniel y a exclamar que se está cumpliendo la profecía. Quería entrar corriendo en la habitación a advertir al niño sobre los pies de barro. ¿No es el colmo? La religión las vuelve locas. No conozco una sola mujer que no se haya vuelto loca con la religión...

La puerta se abrió.

—¡Largo de aquí! ¿Eres sordo o tendré que decírtelo veinte veces, Cally? ¿Dónde está su madre que no puede mantener a un mocoso de siete años fuera de...?

—Tenga paciencia con el niño, Miller. Se ha ido, de todas formas.

—No sé qué pasa con él. Desde que Al ha caído en cama veo su rostro por donde quiera que mire. Parece un sepulturero a la espera de un cliente.

—Tal vez le resulte extraño esto de que Alvin se haya herido.

—Con todas las veses que Alvin ha estado a punto de morir...

—Pero jamás se lastimó.

Se hizo un largo silencio.

—Truecacuentos...

—Diga, señor Miller.

—Aquí ha sido usté un amigo para nosotros, a veses a nuestro pesar. Pero me figuro que sigue siendo un viajero...

—Eso soy, señor Miller.

—Lo que quiero desirle... sin prisas, compréndame, pero si en los tiempos próximos piensa viajar más o menos con dirección este, ¿cree que podría llevar una carta por mí?

—Con mucho gusto. Y sin paga. Ni a usted ni a quien la reciba.

—-Es muy gentil de su parte. Estuve pensando en lo que dijo. Eso de que un niño necesita ser alejado de ciertos peligros. Y pensé, ¿dónde puede haber gentes a quienes pueda confiarles el niño? No tenemos parientes que valgan la pena en Nueva Inglaterra... Y en cualquier caso, tampoco quiero que al niño me lo críen como un puritano al borde del infierno.

—Me alegra oír eso, señor Miller, porque no tengo muchos deseos de volver a pisar Nueva Inglaterra.

—Si sigue el camino que hisimos al venir del oeste, tarde o temprano llegará a un sitio sobre el río Hatrack, unos cincuenta kilómetros al norte de Hio, no muy lejos de Fort Dekane. Allí hay una posada, o al menos la había, y fuera hay una sepultura donde se lee: «Vigor, quien murió para salvar a los suyos.»

—¿Quiere que lleve al niño?

—No, no. Nunca lo enviaría ahora que ha comensado a nevar. El agua...

—Comprendo.

—Allí hay un herrero, pensé que el niño podría trabajar de aprendiz. Alvin es joven, pero para su edá es corpulento, y calculo que a ese hombre le será de utilidá.

—¿Como aprendiz?

—Bueno, no voy a entregarlo como esclavo. Y no tengo dinero pá pagarle una escuela...

—Llevaré la carta. Pero espero poder quedarme hasta que el niño despierte y despedirme...

—No pensaba enviarlo hoy por la noche. Ni mañana, con semejante nieve de locos...

—No creía que se hubiese dado cuenta del tiempo que hace.

—Jamás dejo de darme cuenta cuando tengo agua bajo los pies. —Rió tristemente y se marchó de la habitación.

Alvin Júnior yacía en la cama, tratando de imaginar por qué razón Papá podría querer enviarlo a otro lugar. ¿Acaso no había dado lo mejor de sí durante toda su vida? ¿No había tratado de ayudar cuanto le había sido posible? ¿No había ido a la escuela del reverendo Thrower, aun cuando el predicador lo enfureciera o lo hiciera pasar por estúpido? Y lo principal de todo, ¿acaso no había extraído de la montaña una rueda de molino perfecta, conservándola intacta todo el tiempo y enseñándola por dónde debía ir, y finalmente arriesgando su propia pierna para que no se rompiera? Y ahora querían llevarlo lejos...

¡Aprendiz! ¡De herrero! Hasta ese día no había visto un sólo herrero en su vida. Tenían que cabalgar tres días para llegar a la herrería más cercana, y Papá nunca lo dejaba ir. En toda su vida jamás había estado a más de quince kilómetros de su hogar.

En realidad, cuanto más lo pensaba, más se enfurecía. Mira que les había pedido a Papá y Mamá que lo dejaran andar por el bosque solo, pero ellos, nada. Siempre tenía que ir alguien con él, como si fuera un cautivo o un esclavo que pensara escapar. Si tardaba más de cinco minutos en regresar de algún lado, ya estaban todos buscándolo. Jamás podía hacer viajes largos. Lo más lejos que había llegado era a la cantera, un par de veces. Y ahora, después de tenerlo encerrado toda su vida como un pavo de Navidad, se disponían a llevárselo al fin del mundo.

Era algo tan endiabladamente injusto que las lágrimas se le escaparon de los ojos y le rodaron por las mejillas hasta metérsele en los oídos, lo cual le hizo sentirse tan tonto que no le quedó más remedio que echarse a reír.

—¿De qué te ríes? —preguntó Cally. Alvin no le había oído entrar. —¿Estás mejor ahora? Ya no te sangra por ningún lado, Al.

Cally le tocó la mejilla. —¿Lloras porque te duele mucho? Alvin probablemente podría habérselo contado, pero le pareció un esfuerzo imposible abrir la boca y empujar las palabras, de modo que meneó la cabeza suave y lentamente.

—¿Te vas a morir, Alvin? —preguntó Cally. Volvió a sacudir la cabeza. —Ah... —dijo el pequeño. Parecía tan desilusionado que Alvin se sintió irritado. Lo suficiente como para abrir la boca después de todo.

—Lo siento —gruñó.

—No es justo —dijo Cally—. Yo no quería que te murieras, pero todos desían que ibas a morir. Y entonces pensé cómo sería si yo fuese de pronto el que todos cuidaban. Todos están siempre preocupados por ti, vigilándote, y cada vez que yo digo una palabra se ponen con que sal de aquí, Cally, cierra la boca, Cally, nadie te llamó, Cally, ¿no tendrías que estar en la cama, Cally?

No les importa nada de lo que hago. Salvo cuando me pongo a pelear contigo, y entonces dicen: Cally, basta de peleas.

—Para ser un ratón de campo peleas realmente bien —quiso decir Alvin, pero no supo bien si había llegado a mover los labios.

—¿Sabes lo que hise una vez cuando tenía seis años? Me fui. Me perdí en el bosque. Caminé y caminé. Hasta cerré los ojos y di varias vueltas para estar seguro de perder la orientación. Debo haber estado perdido medio día.

¿Alguien vino por mí? Finalmente tuve que dar la vuelta y descubrir solo el camino de regreso. Nadie dijo: ¿dónde has estado todo el día, Cally? Lo único que dijo Mamá fue: tienes las manos susias como el trasero de un caballo flojo de vientre, ve a lavarte.

Alvin volvió a reír, y la risa silenciosa le hizo estremecer el pecho.

—Será divertido para ti. Todos te cuidan...

Esta vez Alvin se esforzó por emitir la voz.

—¿Quieres que me marche?

Cally tardó un buen rato en responder.

—No. ¿Con quién jugaría entonces? Con los zánganos de los primos. Entre ellos no hay uno solo que sepa luchar como se debe.

—Me marcho —susurró Alvin.

—De eso nada. Eres el séptimo hijo varón y jamás te dejarán partir.

—Me marcho...

—Claro que tal como hago las cuentas, el número siete vengo a ser yo. David, Calma, Mesura, Previsión, Moderación, Alvin Júnior, que eres tú, y luego yo, es decir, siete.

—Y Vigor...

—Está muerto. Se murió hase mucho tiempo. Alguien tendría que decírselo a Ma y Pa.

Alvin yacía casi exhausto de las pocas palabras que había logrado articular.

Cally no añadió mucho más después de aquello. Se quedó allí sentado, quietecito. Sosteniendo muy fuerte la mano de Alvin. Éste comenzó a perder la conciencia, de modo que no supo bien si Cally había hablado de verdad o si fue un sueño. Pero le oyó decir:

—No quiero que mueras nunca, Alvin. —Y luego agregar—: Ojalá yo fuera tú.

—Pero de todas formas Alvin se perdió en sueños, y cuando volvió a despertar, no había nadie con él y la casa estaba en silencio. Sólo oía los sonidos de la noche: el viento entre las persianas, el tronco crepitando en la chimenea, los maderos encogiéndose de frío.

Una vez más, Alvin se internó en su cuerpo y se abrió paso hasta la herida.

Pero en esta ocasión no había mucho que hacer con la piel y los músculos.

Tuvo que trabajar sobre los huesos. Le sorprendió que fuera una masa tan esponjosa, cubierta de orificios y no sólida como la piedra de molino. Pero pronto aprendió a andar entre la masa del hueso para poder soldarlo.

Y sin embargo, algo no marchaba bien con ese hueso... Algo en la pierna enferma no lograba quedar igual que en la pierna sana. Pero era tan pequeño que no alcanzaba a distinguirlo. Sabía que eso, sea lo que fuere, estaba descomponiendo el hueso.

Era una diminuta zona enferma, pero no podía imaginarse cómo curarla. Era como tratar de recoger copos de nieve del suelo. Cada vez que uno creía haber cogido algo, se convertía en nada, o era tan pequeño que ni se veía.

Tal vez se vaya solo, pensó. Tal vez si todo lo demás se cura, ese sitio enfermo del hueso llegue a sanar por sí solo.

Eleanor se demoró en regresar de la casa de su madre. Soldado creía que una esposa debía tener fuertes lazos con su familia, pero llegar a casa al anochecer le parecía demasiado arriesgado.

—Se habla de que hay indios salvajes del sur —dijo Soldado de Dios—. Y tú paseándote por la oscuridad...

—Vine de prisa —se disculpó—. Y conozco el camino en la oscuridad...

—No es cuestión de conocer el camino —le dijo con severidad—. Los franceses ya han empezado a entregar armas de fuego a cambio de cabelleras de blancos. No tentarán a la gente del Profeta, pero habrá más de un choc-taw deseoso de llegarse hasta Fort Detroit y hacerse con algunas cabezas durante el trayecto.

—Alvin no va a morir —dijo Eleanor.

Soldado aborrecía su forma de cambiar de tema. Pero era tal noticia que no podía dejar de preguntar sobre ello.

—Entonces, ¿decidieron cortarle la pierna?

—He visto la pierna. Está mucho mejor. Y esta tarde Alvin Júnior estaba despierto. Hablé un rato con él.

—Me alegro de que haya despertado, Elly, de verdad. Pero no esperarás que esa pierna sane. Una herida tan importante puede que parezca en vías de curación durante un tiempo, pero no tardará en pudrirse.

—Esta vez no creo que eso suceda —comentó ella—. ¿Te preparo la cena?

—Debo haber comido dos panes enteros mientras iba de aquí para allá pensando a qué hora regresarías a casa.

—No es bueno que un hombre eche panza...

—Pues yo tengo la mía, y pide comida como la de cualquiera.

—Mamá me dio un queso. —Lo puso sobre la mesa.

Soldado de Dios tenía sus dudas. Pensaba que los quesos de Fe Miller resultaban tan buenos en gran parte porque debía de hacerle algo a la leche.

En realidad, sobre las riberas del Wobbish, sobre Tippy-Canoe y sobre el Creek no había quesos mejores que los de ella.

Lo sacaba de quicio verse haciendo concesiones con la brujería. Y cuando estaba fuera de quicio, no podía dejar que nadie mintiera, aun cuando se daba cuenta de que Elly no quería hablar del tema.

—¿Por qué crees que la pierna no se pudrirá? —Se está curando muy deprisa —repuso ella.

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