El sol desnudo (28 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: El sol desnudo
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—De lo cual se deduce, camarada Elías, una nueva posibilidad. La asesina fue la señora Delmarre y el arma se hallaba en el lugar del crimen, pero el doctor Thool se la llevó y la hizo desaparecer con el fin de proteger a la señora Delmarre.

Baley no pudo ocultar su desdén. Casi había llegado a creer que aquella deducción lógica le conduciría a alguna parte.

—¿Y el motivo? ¿Por qué tenía que cometer semejante acción el doctor Thool?

—Por una razón de peso. Recordarás las observaciones de la señora Delmarre al respecto: «Me trató desde niña, mostrándose siempre muy cariñoso y bueno conmigo». Yo me pregunté si podía tener algún motivo especial para interesarse por Gladia. Así que visité la granja infantil y examiné los archivos. Lo que yo había considerado como una simple posibilidad resultó ser cierto.

—¿Y qué fue?

—Que el doctor Thool es el padre de Gladia Delmarre y, lo que es más, está enterado de su paternidad.

A Baley no se le ocurrió poner en duda las palabras del robot. únicamente experimentó una gran consternación al pensar que no había sido él, sino el robot, Daneel Olivaw, quien realizara aquel análisis lógico tan perfecto. De todos modos, no era completo.

—¿Has hablado con el doctor Thool?

—Sí, le he puesto también bajo arresto domiciliario.

—¿Y qué ha dicho?

—Reconoce ser el padre de la señora Delmarre. Exhibí ante él el registro que lo atestigua, y el registro donde están anotadas las investigaciones que hizo acerca de la salud de Gladia cuando era una niña. Como facultativo, gozaba de más libertad al respecto, que la concedida generalmente a los solarianos.

—¿Por qué le interesaba su salud?

—También me he hecho esa pregunta, camarada Elías. El doctor ya era viejo cuando le dieron un permiso especial para tener un hijo suplementario y, lo que es más, consiguió engendrarlo. Él consideró este hecho como un triunfo de sus genes y de su buena forma física. Está muy orgulloso del resultado obtenido; más orgulloso, quizá, de lo que se estila en este mundo. Además, debido a su profesión de médico, carrera bastante desprestigiada en Solaria por los contactos personales que impone, aún hacía que fuese más importante, a sus ojos, alimentar este sentimiento de orgullo. Por esta razón mantuvo siempre el contacto regular y libre de impedimentos con su hija. —¿Sabe Gladia algo de lo que me has contado?

—El doctor Thool está convencido que no, camarada Elías.

—¿Reconoce el doctor Thool haber hecho desaparecer el arma? —No, no lo reconoce.

—Entonces, no has conseguido nada Daneel. —¿Nada?

—A menos que puedas encontrar el arma y demostrar que él se la llevó, u obligarle a confesar, no tendrás pruebas. Un encadenamiento de deducciones es algo muy bonito, pero no sirve.

—Ese hombre sólo confesará sometiéndole a un tipo de interrogatorio que yo no puedo realizar. Quiere locamente a su hija.

—Nada de eso —objetó Baley—. El sentimiento que experimenta por su hija no tiene nada que ver con aquel al que tú y yo estamos acostumbrados. ¡Solaria es distinta!

Midió a grandes zancadas la estancia, tratando de serenarse.

—Daneel, has realizado una perfecta demostración de lógica, pero, a pesar de ello, nada de lo que has dicho es razonable.

(Lógicos, pero no razonan. —¿No era ésa la definición de los robots?)

—El doctor Thool —prosiguió— es un anciano que ya ha pasado la madurez. Poco importa que fuese capaz de engendrar una hija treinta años atrás. Hasta los hombres del espacio alcanzan la edad senil. Imagínale examinando a su hija desvanecida y a su yerno muerto violentamente. ¿Comprendes lo desusada que debió de ser esta situación para él? Le crees capaz de realizar una serie de acciones sorprendentes? 

—¡Mira! Primero hubiera debido advertir la presencia de un arma bajo el cuerpo de su hija, y tan oculta por éste que los robots no la vieron. En segundo lugar, debió haber deducido la presencia del arma porque asomara parcialmente, comprendiendo de inmediato que si podía sacarla a hurtadillas, sería muy difícil imputar el asesinato a su hija. Esto es exigir pensamientos demasiado sutiles a un anciano dominado por el pánico. Y, por último, debió tener la osadía de aumentar aún más su culpa manteniendo esta mentira. Es posible que todo esto resulte muy lógico, pero te repito que no es razonable. —(,Tienes alguna otra solución que ofrecer, camarada Elías? Baley se había sentado durante la última parte de su discurso, y al cabo trató de levantarse, pero una combinación de cansancio y agotamiento y la profundidad del asiento, se lo impidieron. Tendió una mano con arrogancia a Daneel.

—Dame la mano, Daneel.

El robot se contempló la mano derecha.

—¿Cómo, camarada Elías?

Baley maldijo por lo bajo la interpretación literal que Daneel había dado a sus palabras, y añadió:

—Ayúdame a levantarme de la silla.

El fuerte abrazo de Daneel lo levantó de la silla como si fuese una pluma.

—Gracias. No, no tengo otra solución que ofrecer. Es posible que al final la encuentre, aunque todo depende de la localización del arma.

Se dirigió lleno de impaciencia hacia las pesadas cortinas que tapaban casi toda una pared y levantó una de las puntas, sin darse cuenta de lo que hacía. Se quedó mirando el negro cristal hasta que comprendió que contemplaba la oscuridad nocturna. Entonces, soltó la cortina en el mismo momento en que Daneel, aproximándose en silencio, se la quitaba de los dedos.

En las centésimas de segundo en que Baley vio como la mano del robot le quitaba la suya de la cortina, con la solicitud de la madre que protege a su hijo del fuego, se desató en su interior una revolución.

Arrebató a su vez la cortina de manos de Daneel y, tirando con toda su fuerza de ella, la arrancó de la ventana, haciéndola jirones.

—¡Camarada Elías! —le reconvino Daneel quedamente—. ¿No sabes el daño que puede causarte el espacio abierto?

—Sé muy bien lo que puede hacerme.

Se quedó mirando por la ventana. No había nada que ver: sólo tinieblas, pero dichas tinieblas eran el aire libre: espacio ¡limitado y libre de obstáculos, aunque no brillase la luz. Y él, Elías Baley, lo contemplaba cara a cara.

Por primera vez lo contemplaba libremente. Ya no lo hacía por jactancia, por perversa curiosidad o como medio para solucionar un asesinato. Lo contemplaba porque sabía que necesitaba hacerlo y, además, lo deseaba. En esto consistía la diferencia.

¡Las paredes no eran más que muletas! ¡La oscuridad y las muchedumbres también lo eran! Baley debió de considerarlas así, inconscientemente, y odiarlas aun cuando creía amarlas y necesitarlas. , Por qué, si no, le había irritado tanto que Gladia encerrase su retrato entre grises paredes?

Le dominó una sensación de triunfo y, como si ésta fuese contagiosa, un nuevo pensamiento surgió en su interior como un rito de victoria. Volviéndose aturdido a Daneel, Baley susurró:

—¡Cielos, Daneel! ¡Ya lo sé, ya lo sé!

—¿Qué sabes, camarada Elías?

—Sé lo que pasó con el arma; sé quién es el responsable. En un momento, todo ha adquirido sentido ante mis ojos.

17
Donde se Celebra una Reunión

Daneel no permitió, bajo ningún concepto, que se emprendiese un acción inmediata.

—¡Mañana! —dijo con respetuosa firmeza—. Este es mi consejo, camarada Elías. Ya es tarde y tú necesitas descanso.

Baley tuvo que reconocer lo razonable de estas palabras. Además, era necesario preparar las cosas concienzudamente. Estaba seguro de que poseía la solución del asesinato, pero también se basaba en una simple deducción, como en el caso de la teoría de Daneel, y no resultaba menos inútil desde el punto de vista legal. Tendría que hallar ayuda entre los propios solarianos. Y si debía enfrentarse a ellos, era imprescindible encontrarse en el pleno uso de sus facultades, pues no dejarían de considerarle como un simple terrestre que comparecería ante media docena de hombres y mujeres del espacio. Así, pues, el descanso se imponía.

Sin embargo, no podría dormir; estaba seguro. Ni siquiera con la ayuda del mullido lecho que habían preparado exclusivamente para él los hábiles robots, ni con los suaves perfumes y discreta música ye le dispusieron en la mansión de Gladia.

Daneel permanecía sentado discretamente en un rincón oscuro. Baley le preguntó:

—¿Aún tienes miedo de Gladia?

A lo que repuso el robot:

—No me parece prudente que duermas solo y sin protección.

—Como te plazca. ¿Has entendido claramente lo que deseo de ti, Daneel?

—Sí, camarada Elías.

—¿No abrigas reservas por lo que se refiere a la Primera Ley?

—Tengo algunas con respecto a la conferencia que quieres organizar. ¿Irás armado y velarás por tu propia seguridad?

—Te doy mi palabra.

Daneel dejó escapar un suspiro tan humano, que por un momento Baley trató de penetrar con su mirada en la oscuridad, para examinar el perfectísimo semblante de su compañero. Éste dijo:

—Nunca me ha parecido lógica la conducta humana.

—Nosotros también necesitamos tres leyes, pero me alegro de no estar sometido a ellas.

Baley clavó la mirada en el techo. A pesar de que gran parte del éxito dependía de Daneel, él no podía revelarle más que una parte insignificante de la verdad. En ella se hallaban complicados también los robots. El planeta Aurora tenía sus razones para enviar a un robot como representante, pero no dejaba de ser una equivocación, pues los robots tenían sus limitaciones.

Sin embargo, de ir todo bien, la comedia podía terminar en menos de doce horas. Y antes de que hubiesen transcurrido veinticuatro, él estaría de vuelta en la Tierra, dichoso y esperanzado. Una esperanza muy peculiar y que incluso a él le costaba aceptarla, a pesar de que suponía la salvación de la Tierra. ¡Tenía que serlo!

¡La Tierra! ¡Nueva York! ¡Jessie y Ben! ¡Las comodidades y la intimidad de la vida hogareña!

Medio dormido, evocaba estas y otras ideas, pero el pensamiento de la Tierra no le aportó el consuelo que esperaba. Algo había surgido entre él y las ciudades.

En un momento que no pudo recordar, todo se desvaneció, y se quedó dormido.

Tras un sueño reparador, Baley se despertó, se dirigió a la ducha y luego se vistió. Físicamente, se sentía muy preparado, aunque algo inseguro de sí mismo en lo moral. Y no se debía a que su razonamiento le pareciese menos coherente a la luz del día, sino a la necesidad de enfrentarse con los solarianos.

¿Podía estar seguro, después de todo, de cuáles serían las reacciones de éstos? ¿O seguirían actuando a ciegas?

Gladia fue la primera en aparecer. Se hallaba en un circuito intramural, puesto que habitaba en la propia casa. Estaba pálida e inexpresiva, cubierta con una blanca túnica que caía en pliegues estatuarios.

Miró con semblante desvalido a Baley. Éste le dirigió una alentadora sonrisa que pareció surtir efecto sobre la joven.

Uno a uno, fueron apareciendo todos. Attlebish, el director general de Seguridad, fue el siguiente, después de Gladia, esbelto y altivo, con los labios fruncidos en un rictus de desaprobación. Después Leebig, el roboticista, impaciente y colérico, con su párpado caído moviéndose espasmódicamente. Surgió luego Quemot, el sociólogo, con aspecto algo fatigado, pero sonriendo a Baley y mirándole con sus ojos hundidos y con aire condescendiente, como si dijese: ya nos hemos visto, somos íntimos.

Klorissa Cantoro, al ser visualizada, no se mostró muy a gusto en presencia de los otros. Miró a Gladia por un momento, lanzando un audible bufido de desprecio, y luego se puso a mirar el suelo. El doctor Thool fue el último en aparecer. Parecía azorado, casi enfermo.

Estaban todos con excepción de Gruer, que se reponía muy despacio y a quien le era físicamente imposible asistir a la reunión. Bueno —pensó Baley—, pasaremos sin él. Todos iban vestidos de etiqueta y estaban sentados en habitaciones cuyas ventanas habían sido tapadas cuidadosamente con cortinas.

Daneel lo había preparado todo muy bien. Baley deseó fervientemente que el resto de la tarea que el robot debía llevar a cabo saliese con la misma perfección.

El terrestre paseó la mirada de uno a otro de los reunidos, mientras su corazón le golpeaba el pecho. Cada persona le contemplaba desde una estancia diferente, y los contrastes de luz, mobiliario y decoración llegaban a marear.

Baley comenzó su discurso en estos términos:

—Quiero discutir con ustedes el asesinato del doctor Rikaine

Delmarre para tratar de hallar los posibles motivos, la oportunidad y los medios que tuvo el asesino, según este orden...

Attlebish le interrumpió:

—¿Piensa hacernos un discurso muy largo?

Baley respondió con aspereza:

—Es posible. Han requerido mi presencia para investigar un asesinato, dada mi especialidad y mi profesión. Sé mejor que ustedes lo que conviene hacer.

Después de esta réplica prosiguió, dando a sus palabras un tono incisivo y duro:

—Estudiemos primeramente el motivo. Hasta cierto punto, el motivo es lo que resulta menos satisfactorio. La oportunidad y el medio son causas objetivas, y pueden estudiarse sobre el terreno. En cambio, el motivo es algo subjetivo. A veces, pueden captarlo otras personas, como, pongamos por caso, la venganza por una

humillación sufrida. Pero también puede pasar completamente inadvertido, como el odio irracional y homicida profesado por una persona que sabe dominar sus emociones y no deja que éstas se exterioricen.

»Ahora bien, casi todos ustedes me han confesado en una u otra ocasión que consideran culpable del crimen a Gladia Delmarre. Ninguno de ustedes ha ofrecido otro sospechoso a mi consideración. ¿Tenía Gladia un motivo? El doctor Leebig me indicó uno, al decir que Gladia sostenía frecuentes altercados con su esposo, lo cual me confirmó posteriormente la propia Gladia. En el calor de una discusión es fácil cometer un acto de violencia: es perfectamente admisible.

»Sigue en pie la cuestión, sin embargo, de saber si ella es la única que contaba con un motivo. Yo lo pongo en duda. El doctor Leebig, por ejemplo...

El roboticista casi pegó un brinco. Tendiendo un índice acusador hacia Baley, le dijo con voz amenazadora:

—Cuidado con lo que dice, terrestre.

—Se trata de simples conjeturas —prosiguió Baley fríamente—. Usted, doctor Leebig, trabajaba en compañía del doctor Delmarre en la creación de nuevos modelos de robots. Es usted la eminencia indiscutible de Solaria en materia de robótica. Usted así lo afirma y yo le creo.

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