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Authors: Michael Bentine

El templario (6 page)

BOOK: El templario
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Artificio de brujo o no, el caso era que había salvado la vida a Belami.

Increíblemente, sólo veinte minutos después de haber sido rescatado del Sena, el veterano estaba en condiciones de ponerse de pie tambaleándose.

La primera cosa que hizo fue arrodillarse y dar gracias a la Virgen Bendita. Luego, abrazó a Simon, en medio de las risas de alivio de los cadetes. Por fin, les reprendió a todos por no haber construido la balsa correctamente.

—¡Quien sea que haya atado esos nudos tan flojamente merecería ser azotado! —dijo, y hablaba en serio.

El veterano, sobre todo y en primer lugar, era un maestro servidor. Para él, corregir un procedimiento lo era todo.

Belami, del Cuerpo de Servidores Templarios, había reasumido su tarea.

3
LA LARGA RUTA AL SUR

En el mes de abril de 1181, se terminó el periodo de instrucción de Simon en Gisors. Junto con los siete cadetes restantes, estaba listo para emprender el largo viaje al sur.

Belami se había superado a sí mismo. Simon ahora era experto en el uso de todas las armas, incluyendo la menos caballerosa de las artes de la guerra, como dar puntapiés, meter los dedos en los ojos y golpear con el garrote. El hábil veterano de guerra le había enseñado al joven normando todo cuanto sabía sobre las formas de matar o de dejar fuera de combate al oponente.

Simon había merecido elogios de Belami y ganado el respeto de sus compañeros, que celebraron aquella formidable incorporación a sus filas. Durante los meses de intensa actividad, el joven caballero sólo había visto a Bernard de Roubaix en contadas ocasiones, puesto que el templario partía en misiones especiales para regresar al cabo de unos días. El viejo caballero era un hombre muy ocupado y trataba deliberadamente de no interferir en la instrucción de Simon, con el fin de no causar la impresión de que le hacía objeto de alguna suerte de favoritismo, cosa que podría provocar la enemistad de los otros cadetes.

Sin embargo, había estado atento a los progresos de Simon, y Belami le había informado regularmente sobre el comportamiento del joven. El templario estaba encantado con la evaluación que hacía el veterano de su protegido.

—El muchacho posee una cordialidad natural que le hace merecedor del afecto de sus amigos. A pesar de ello, nunca he visto que utilizara esa virtud para evitarse inconvenientes. Si surge un problema, lo enfrenta. Será un magnífico camarada en la batalla. Su habilidad con las armas es excepcional, sobre todo cuando se vale del arco. Con esa arma, Simon es un mago.

El templario rió.

—¿Tienes algo más que decirme, servidor?

Belami titubeó.

—Hay algo que me preocupa, señor. Simon se ha criado en un hogar sin mujeres. Se le ha enseñado a tratar a la mujer como a una dama, con caballerosidad y cortesía, que es como debe ser. Pero, al mismo tiempo, se le ha llevado a pensar en la mujer en general, y en las doncellas en particular, como en una especie de trampa para la inocencia y en un cepo para el incauto.

«Sé que Raoul De Creçy sólo pretendía que Simon se mantuviera casto, durante el mayor tiempo posible, atento a las esperanzas que ambos cobijáis para el futuro del muchacho como caballero templario. Este, después de todo, era el sueño de su padre, Odó de Saint Amand.

Belami hizo una pausa, mostrándose un poco incómodo.

—Pero esta actitud ha hecho a Simon, que es un muchacho sano y normal, extremadamente vergonzoso con las mujeres.

De nuevo el veterano vaciló.

—Eso podría acarrear problemas en el futuro, en el mundo masculino de los templarios.

Bernard De Roubaix comprendió que Belami tocaba un punto válido. La desviación del amor normal no era desconocida en las filas de los templarios y los hospitalarios, si bien solamente se hablaba de ello en voz baja y en secreto.

—Consideraré el asunto cuidadosamente —dijo—. Como Simon aún no ha sido armado caballero templario, no veo razón por la que debiera prohibírsele la compañía de las damas.

El viejo caballero titubeaba, embarazado por la situación.

—Eso no significa que apruebe la conducta licenciosa. ¡Maldita sea, Belami! Usa tu propio juicio. No eres un santo en estos asuntos, sin embargo nunca he oído a ninguna mujer que se quejase porque la hubieras lastimado. Pero, viejo rufián, no permitas que el zagal tenga excesiva licencia. Recuerda: tú estás a su lado para protegerle de todos los peligros, y eso incluye la astucia de las mujeres inescrupulosas.

Después del postrer informe de Belami, el caballero templario mandó a llamar a Simon. Quedó encantado por lo que vio. El joven cadete era la pura imagen de la salud; su rostro parecía más enjuto a causa del duro entrenamiento, y su alto y recio cuerpo, en perfecto estado. Bernard De Roubaix dio su plena aprobación.

—Belami me ha contado excelencias sobre ti, Simon. Mis felicitaciones por tus rápidas reacciones. Sin duda le salvaste la vida a Belami, del mismo modo que en otra ocasión salvaste la mía. Esa extraña habilidad para la resucitación valdría la pena que la transmitieras a tus camaradas. —Los ojos del viejo caballero chispearon—. Aunque pocos hombres se ahogan en los desiertos de Tierra Santa.

Simon se sonrió.

—Mañana partiremos hacia París, señor. Me complace tener esta oportunidad para agradeceros todas vuestras gentilezas. Belami me ha hablado de vuestro interés por mis progresos. Os estoy muy agradecido. Lamento no haber tenido tiempo de visitar a mi tío..., quiero decir a sir Raoul. Pero espero que cuando volváis a verle le daréis mis respetos y mi más sincero homenaje.

—Y tu amor, Simon. No es señal de debilidad utilizar esa palabra. Sé el afecto que os tenéis. Claro que le diré cuánto le amas y le añoras, así como cuán orgullosos nos sentimos Belami y yo de tus excelentes progresos.

Simon se ruborizó y le dijo gracias tartamudeando.

El anciano mariscal templario sentía el mismo afecto por el hijo natural de su Gran Maestro fallecido que su más íntimo amigo, Raoul De Creçy.

—Debo separarme pronto de ti, Simon. Nuestro Gran Maestro me ha ordenado dejarte en París y luego volver a mi semirretiro con Raoul, en De Creçy Manor. Lo disfrutaré, porque es mi más viejo amigo.

«También dedicaré mi tiempo a realizar una gira de inspección de las propiedades de los templarios en esta parte del norte de Francia. Asimismo supervisaré las granjas, los libros contables y los suministros de rutina de vituallas y forrajes para todas las comandancias de los templarios en la zona.

«Estaré ocupado y llevaré una vida útil todavía, pero mi corazón..., no, el corazón de Raoul y el mío... te acompañarán a Tierra Santa.

Las palabras de De Roubaix le recordaron al joven que el último vínculo con su antigua vida en Normandía pronto se cortaría. Ahogó un sollozo.

—Vamos, vamos, mi querido muchacho. —También el templario estaba al borde de las lágrimas—. Tu tutor y yo iremos a pescar y a cazar, y recordaremos anécdotas de Tierra Santa. A los viejos es mejor dejarles juntos con sus remembranzas del pasado. ¡Tú, joven Simon, eres nuestro futuro!

Bernard de Roubaix suspiró. Por lo menos disfrutaría los últimos días que pasaría con Simon.

—Quiero que me acompañes en una visita a Chartres. Los demás cadetes irán con Belami hasta nuestra sede central en París, pero deseo mostrarte la iglesia favorita de tu padre: la catedral de Notre Dame de Chartres. Procura estar listo en una hora.

Simon le saludó y corrió a contarle a Belami y a sus camaradas que se encontraría con ellos después, en la capital. Luego se reunió con el anciano mariscal y juntos partieron hacia Chartres.

Esa ciudad está situada al sudoeste de Gisors, aproximadamente a tres días de distancia a caballo. Por el camino se detuvieron en una granja en Mantes, que la tenía a su cargo un servidor templario retirado. Había servido a las órdenes de De Roubaix y de Belami, antes de dejar su pierna izquierda en Tierra Santa y retirarse a Normandía con una pensión de la Orden.

El marchito anciano saludó a De Roubaix calurosamente y sacó una sidra excelente para Simon. Al templario le ofreció zumo de manzana sin fermentar.

Su siguiente parada fue en una granja de un caballero franco, Robert d’Andelis, que había luchado junto a De Roubaix en Tierra Santa. Los dos viejos cruzados charlaron largo y tendido toda la noche, mientras Simon escuchaba absorto sus emocionantes recuerdos.

Por fin, después de la puesta del sol del tercer día, los viajeros entraron en el patio de la comandancia de los templarios en Chartres.

Para Simon había sido un viaje fascinante, pues durante la larga cabalgata, el viejo templario le abrió una vez más su corazón a su escudero. El joven normando estaba encantado con las historias de ultramar que le contaba De Roubaix, pues muchas de las batallas en que había tomado parte el viejo cruzado las había compartido junto al padre de Simon, cuando era Gran Maestro. Además, era evidente que De Roubaix tenía un alto concepto de Odó de Saint Amand y hablaba de él con gran afecto.

El placer mutuo que experimentaron durante el viaje era equiparable al que comparten un padre y un hijo. Eso no significa que Bernard de Roubaix hubiese suplantado a Raoul de Creçy en el amor de Simon, pues eso nadie podría lograrlo, sino que ahora se había creado un fuerte lazo afectivo entre ellos; y el templario sentía la misma tristeza sobrecogedora que Raoul había experimentado, al pensar en la partida de Simon en pos de su destino en Tierra Santa.

Avanzaban por la ondulante campiña, densamente poblada de bosques y adornada por el atractivo esplendor de las primeras flores silvestres de la primavera. Prímulas y campánulas alfombraban el suelo de la floresta, en tanto que los castaños, los manzanos y los cerezos florecían en los huertos.

En Chartres, su primera tarea al levantarse al amanecer fue visitar la catedral. Aquel imponente monumento dedicado al amor del hombre por Dios había sido construido y ornado durante los últimos cincuenta años. Ocupaba el mismo lugar de la antigua iglesia, construida por Fulbert, el gran benedictino. La iglesia se había quemado medio siglo antes.

La iglesia de Fulbert, a su vez, la habían levantado los benedictinos, después de la destrucción, también por el fuego, de la primera iglesia cristiana que se alzó en el lugar.

En total, tres eran las iglesias que se habían construido en el mismo sitio, que los druidas dedicaron previamente a la adoración del dios pagano Lug.

El hecho de que utilizaran un sagrado lugar pagano para construir una iglesia cristiana confundió a Simon y así se lo manifestó al mariscal templario. De Roubaix le explicó la aparente anomalía.

—Ello se debe a que el lugar en sí es sagrado, sea para adoradores paganos, sea para los cristianos que les sucedieron. El suelo se encuentra saturado del Wouivre, el «poder del dragón», que lleva las corrientes telúricas de la fuerza vital a través de la tierra. Estas sutiles energías, que fluyen como la sangre de nuestras venas, siguen el curso de las «aguas de debajo de la tierra». Este lugar sagrado, donde actualmente se erige la catedral, está localizado sobre un punto de confluencia de esas corrientes subterráneas. Las aguas suben arremolinadas a la superficie, en la forma de una fuente natural, o puits como los llamamos. ¡Ahí es donde encuentras el Wouivre..., si lo buscas!

Simon quedó encantado con la catedral. Para el joven caballero parecía que el magnífico edificio siempre había engalanado aquel lugar sagrado y que así permanecería por los siglos de los siglos. Causaba una sensación de permanencia aquella catedral que ni él ni el templario consideraban que el Destino pudiera alterar jamás.

Admiraron la imponente fachada de la catedral, con su impresionante pórtico esculpido y los espléndidos ventanales que se abrían sobre la ojiva de medio punto del portal en arco. Aquélla era una de las primeras catedrales que se construyeron en el nuevo y revolucionario estilo gótico, que se caracterizaba por las elevadas bóvedas de la nave y, en toda la edificación, la noble línea de los arcos en aguda punta.

—¡Todo esto se construyó sin planos! —comentó el templario, para sorpresa de Simon.

Siguió explicando cómo se había realizado aquella extraordinaria proeza.

—Los maestros de obras usaban un vasto piso de yeso donde lo dibujaban todo, desde las elegantes curvas de los arcos góticos hasta las formas redondeadas y cantonadas de las columnas de sostén.

«Aquellos ingeniosos artesanos poseían la habilidad de los grandes constructores de templos de Tierra Santa. Eran matemáticos que comprendían los principios y axiomas de la sagrada geometría de Euclides y Pitágoras, y aquí, en Chartres, podemos ver los resultados prácticos de aquellas bellas verdades.

Simon estaba fascinado.

—¿Queréis decir, señor, que todas esas maravillas se construyeron mediante la utilización de la geometría solamente?

El viejo templario se sonrió.

—No totalmente, Simon, porque el ojo del artesano ve una belleza oculta que el geómetra, sin ayuda, no puede liberar de la piedra. Eso ocurrió con los maestros de obras que construyeron esta obra maestra con sus piedras de talla perfectamente cortadas.

«Obtuvieron estos resultados recurriendo a los medios que tiene la naturaleza para formar esas curvas perfectas. Para explicarlo con simplicidad, los maestros de obras empleaban juncos, largas cañas flexibles o delgadas varillas de madera curvable, que, cuando se mantenían contra una serie de pesas pequeñas dispuestas sobre el piso de yeso, ayudaban a guiar los compases a lo largo de las líneas ondeantes.

«Las formas de la naturaleza no pueden ser mejoradas por los hombres comunes, por muy hábiles que sean en el arte del dibujo. Tales formas nos son dadas por el Gran Arquitecto del Universo. Nosotros no podemos mejorar la obra del Todopoderoso, que es perfecta.

Mientras caminaban en derredor de la gran catedral, el sabio caballero iba señalando la simple decoración, que reverentemente enriquecía el edificio sin caer en una ostentación vulgar.

—La estatua de San Jorge, el vencedor del Dragón, que, por supuesto, es el símbolo del tosco poder pagano del sitio sagrado, y la figura de San Teodoro, el ángel guardián de este lugar sagrado, se yerguen sobre la puerta meridional, o la «Entrada del Caballero», como se la llama.

«Fíjate que esas figuras son de tamaño natural. Visten la cota de malla del monje guerrero, y tienen los pies tallados en equerre, correctamente «cuadrados», como corresponde a los Geómetras Sagrados que representan.

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