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Authors: Najat El Hachmi

Tags: #Drama

El último patriarca (20 page)

BOOK: El último patriarca
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Los vecinos nos vieron volver de la playa, todos con la piel bien morena y ella con aquel color de gamba. No debían de entender nada y las hijas del vecino de delante le decían a madre, venga, échalo de casa, si quieres, nosotras te ayudaremos. Ella no las entendía, sonreía y decía que sí, que sí, pero ellas ya debían de ver que no sacarían agua clara. Entonces se pasaban los dedos por sus peinados de permanente y me usaban como traductora. Me hacían oír frases que yo no quería oír y me hacían decir cosas que yo no quería decir. ¿Qué dicen?, preguntaba madre, ¿qué dice?, preguntaban ellas. Yo habría gritado nada, nada, nada, callaos todas si no os entendéis, pero madre ya estaba demasiado enrejada desde la ventana de donde hablaba.

Madre me decía qué le vamos a hacer, esto es lo que Dios ha escrito para nosotros, y yo aún no podía pensar: pues menudo cabronazo, ese Dios. Tal como se ha apartado del camino, tarde o temprano volverá, si Dios quiere. Yo aún no podía pensar que padre se había alejado tanto del camino recto que le haría falta un mapa para volverlo a encontrar, pero ésa era la puerta a la esperanza.

Yo ya estaba cansada de oír hablar a madre de Rosa y a Rosa de madre. De padre, las dos hablaban. Madre no tenía ton quién hablar y me contaba a mí que Rosa le había pedido a padre que nos enviase allí abajo, al pueblo, y que se quedara sólo con ella, que esa situación no podía ser. La verdad es que todo era bastante confuso.

Cuando padre estaba con ella era de una manera, cuando estaba con madre era de otra. A la bombona de butano le decía mira, yo ya no duermo con ella, sólo es la madre de mis hijos y no la puedo dejar tirada así como así, si no fuera por ellos ya la habría echado a puntapiés. Madre lo escuchaba mientras lavaba los platos o fregaba y él le decía es que no ves que es sólo una cristiana, que es a ti a quien quiero, pero así es como Dios ha querido que te castigue, no puedo hacer nada más. Me aprovecharé de ella tanto como pueda y después, aire. No ves que me ayuda a hacer que la empresa vaya bien, que me hará de secretaria y no tendré tanto follón con los papeles. Ella seguía fregando y de vez en cuando chasqueaba la lengua contra el paladar, irónica, recelosa.

Entonces se me ocurrió eso de volverme a poner la capa y los calzones para salvar a todo el mundo, sin saber por qué, sin tener demasiada conciencia de lo que estaba ocurriendo.

Un trozo de papel de libreta doblado por la mitad y puesto en la puerta del taller que ella tenía al final de la calle. Para Rosa, ponía. Padre vino con el papel en la mano y yo pensé que esa vez sí que la había hecho buena, aunque yo era su preferida y ni por ésas me pegaría. No, se enfadaría, pero nunca pegaría a una niña que era su hija favorita. Sería más normal que pegara a mis hermanos., a madre.

¿Tú has escrito esto? ¿Lo has escrito tú? ¡Contesta! Apenas moví la cabeza y ya me sentí gotear la nariz, la sangre primero fría y luego muy caliente que me atravesaba las narices. Una bofetada seca, repentina, y ella decía que no, Manel, no te he dado el papel para que le pegues, no, Manel, no pegues a la niña.

Yo no sé si lloré o no, aún hoy no sé si me hizo tanto daño como para llorar, pero fue delante de ella, delante de los vecinos, y yo habría preferido morirme.

Madre dijo ¿y para qué firmas con tu nombre, tonta? ¿Qué ponías en el papel? Nada, no sabía si estaba llorando o riendo, porque madre reía, nada, decía «deja en paz a mi padre, puta» y después hice una firma.
Fa
, la cuarta nota musical,
Jabacies
, papilionáceas,
Jabaria
, planta.

8

VASOS Y CUCHILLOS QUE VUElAN

Tenemos que decir en defensa de la bombona de butano que gracias a ella celebramos nuestra primera Navidad. Madre insistía en obligarme a hacer las tareas de la casa, enseñarme a preparar comidas que no pareciesen vómitos de perro, que era como decía que quedaban mis estofados, dejar el fregadero bien limpio después de enjuagar el último plato y no sólo lavarlos y dejarlo lleno de agua sucia con espuma. El discurso se repetía y se repetía. Yo ya no tendría que decírtelo, lo deberías ver por ti misma. Si me lo repetía veinte veces, veinte veces que lo olvidaba yo y no recordaba lo que tenía que pensar sin que ella me lo dijera.

Rosa decía entonces es que esta niña hace demasiadas cosas para lo pequeña que es, esta niña no tendría que trabajar tanto en casa, y padre decía a madre déjala en paz, que es muy pequeña. No eran dos los que se peleaban para saber qué tenía yo que hacer, eran tres, y ninguno de ellos decía lo mismo. Madre quería enseñarme a funcionar como le habían enseñado a ella; Rosa sólo me compadecía, sin compadecerse de su propia situación, y padre lo único que quería era que no molestase a ninguna de las dos y que lo acompañara a todas partes como había hecho siempre.

Ascendimos de categoría justo antes de Navidad. Se murió la señora del segundo piso, a la que no habíamos conocido demasiado. Nos alquilaron su casa cuando aún tenía bastantes cosas dentro, cosas que nadie se preocupó de ir a buscar. Era triste, pero habíamos ascendido y eso era más importante que nada. A pesar del olor a muerte, del olor a cerrado o, peor aún, del olor a naftalina que no se iría jamás. Era el segundo piso. El señor de las manchas en la calva y el pelo peinado a un lado nos traía unos recibos con una letra retorcida que no se entendía y donde decía lo que padre tenía que pagar. Manel, confío en ti, decía, y la verdad es que nunca se acabó de fiar del todo.

Manel empezó a hacer cosas que nosotros no le habíamos visto hacer nunca como Mimoun. Dijo que se quedaba la planta baja donde habíamos vivido hasta entonces, por el precio y porque allí estaba su palomar. A veces madre parecía Colometa en vez de Mila, de tanto que había limpiado los excrementos secos de encima de los tablones de madera que había bajo los techos de uralita. Sólo que ella no venía de ninguna guerra, o al menos eso parecía.

Allí arriba estrenamos muebles que no eran nuevos. Sumergimos en agua con jabón todas aquellas copas tan diferentes y madre las fue colocando en la vitrina marrón oscuro, donde se veían y no se veían. Todo estaba más limpio cuando madre decidía cambiar lo que la rodeaba, y yo no sé qué hubiera sido de mí sin esa limpieza. Ya no teníamos que poner la ropa en el armario del comedor porque había armarios en las tres habitaciones. Armarios llenos de olor a miserias o vete tú a saber qué. Unas botas donde habían criado las ratas y los ratoncitos, tan pequeños, inspiraban ternura. La lavadora de arriba centrifugaba mejor que la de abajo, la ropa se secaba más rápido y el hilo de tender que madre había colgado en el pasillo descansaba más que el de abajo. Del palomar, sólo veíamos el techo ondulado.

Pero abajo pasaban cosas que nosotros no habíamos planeado. Y nosotros siempre éramos madre, yo y mis hermanos.

Fenómenos que nunca imaginé ver, extraordinarios. Padre decía que ya estaba harto de ir y venir y que la parte de los bajos que no fuera despacho sería para Rosa. Y para su hija pequeña, que la mayor era una racista y no lo quería como compañero de su madre; prefería quedarse a vivir con su abuela.

Y así fue como padre se encargó de arreglar todo lo que no había arreglado mientras nosotros vivimos allí. Hizo enyesar de nuevo las paredes del pasillo; en vano, porque al cabo de unos meses ya volvían a lagrimear y a teñirse del gris del verdete. Hizo venir a un fontanero para que se mirase las cañerías, un señor que entonces aún no estaba gordo y que se ponía Nenuco a chorro. Hizo cambiar el plato de la ducha y pavimentó el patio trasero para poner una piscina en verano, dijo. Compró una cama, pero el colchón seguía siendo de lana que madre nunca había sabido dónde lavar. Rojo con dibujos en blanco de flores que se enredan.

Pero el fenómeno más extraordinario de todos ocurrió el día en que Rosa trajo sus cosas a la planta baja. Ese mismo día, unas horas antes, yo había visto a padre hacer algo que nunca había hecho por nadie. Había cogido una escoba y había barddo todos los rincones del piso, había fregado el suelo con jabón de ese que huele a bosque, había quitado el polvo y limpiado los cristales. Con una destreza que jamás le habría atribuido, ni a él ni a ningún otro hombre.

Se lo conté a madre. Yo, que le tengo que lavar los calzoncillos cagados, cabronazo, y a ella le limpia el piso. Pero no creo que a él le dijera nada, o como máximo debió de chasquear la lengua.

Con este nuevo orden establecido celebramos nuestra primera Navidad, la única durante mucho tiempo. Madre me quería en casa, ayudándola, pero padre decía te gustará ir a comprar un árbol con nosotros y las bolas de colores y las luces que se apagan y se encienden. Yo lo conté en el colegio: este año celebraremos la Navidad, y todo el mundo debía de pensar, mira, estos ya son como de aquí, qué padre tan abierto tienen.

Yo no sabía si ese tipo de fiestas eran como nosotros las habíamos organizado. Padre y la bombona de butano compraron muchas botellas y madre le dijo si quieres beber lo haces fuera de mi casa. Venga, va, hoy no te enfades, es mejor que esté con vosotros que fuera, haciendo el pendón. Y si la he convencido a ella, que ha dejado a su familia para estar con nosotros, ¿qué vas a hacer tú? Al menos así podrás saber dónde estoy. Madre se medio rió cuando padre se puso a bailar moviendo los hombros y usando la escoba de bastón con la voz de aquella mujer que decía iremos a la ciudad para comprar joyas y cosas por el estilo, pero Rosa no entendía ni la forma en que se movía ni la letra de las canciones ni por qué nos reíamos tanto nosotros. Y de repente puso aquello de
vete, olvida mi nombre, mi casa, mi cara y pega vuelta
; padre se sabía casi toda la letra y la cantaba con ella.

Todo iba bien, las luces de colores se encendían y se apagaban, yo estaba contenta de tener un árbol como aquél, aunque madre dijera qué barbaridad, estáis todos locos.

Debía de ser ya muy tarde cuando todo iba tan bien. Yo ya no recuerdo qué me había preguntado padre o si había respondido con alguna impertinencia de esas que la mayoría de las veces él me toleraba porque era su niña preferida. Se me forma una nube sobre las palabras que salieron de mi boca, pero suerte tuve de madre, de sus reflejos y de que dijera deja en paz a la niña, ni te acerques a ella. Pégame a mí, si quieres, pero a ella ni te acerques. Lo primero que hizo no fue pegarme. Yo estaba al otro lado del comedor y él abrazado a su querida bombona de butano cuando dije o no dije nada. Padre tiene estas cosas. Si se enfada, te lanza lo primero que tiene a mano, y aquella noche cogió de repente el cuchillo de encima de la mesa y lo lanzó contra mí. Yo no lo vi venir, pero madre sí, e hizo una especie de placaje para protegerme y a la vez no recibir ella. Pero sí que recibió, un corte en el codo que le dolería durante días y que consiguió salvarme el ojo, que es adonde se dirigía el cuchillo de mesa. No habría tenido bastante con la protección de las gafas. Padre aún cogió un vaso y dijo apártate, que se nota que no es hija mía, apártate que la mataré. Madre dijo va, hazlo si tienes cojones, pero a mí, no a ella, y él acabó haciendo añicos el vaso contra la pared. Provocando una lluvia de cristales.

Yo quisiera poder recordar lo que le dije, pero es que puede que no le dijera nada y sólo fuese que llevaba mucho rato vaciando botellas con Rosa.
Gabar
, alabar,
gabarrines
, que es un tejido,
gabella
, que es un impuesto.

9

LA REVISTA

Era divertido ir a todas partes con padre. Cuando no había colegio, visitábamos obras, visitábamos clientes y proveedores y todos decían oh, qué bien hablas con lo poco que hace que estás aquí. Íbamos a ver granjas de cerdos en las que esos animales se lamían el culo lleno de mierda e íbamos a ver a los amigos de padre.

Madre seguía diciendo no puede ser, una niña debe estar en casa, y él replicaba no mi hija, que yo la quiero tanto que la necesito conmigo a todas horas. Así pues, íbamos a visitar a esos hombres que vivían solos junto al río. Con más fetidez de curtiduría que en nuestra calle, con más humedad que en nuestra casa y todo tan sucio como encontramos el piso de padre cuando llegamos. Estaba ese amigo suyo que nos hacía reír con sus chistes de erizos y de lobos, con el flequillo cortado tan arriba que parecía una muñeca. A éste lo van a echar, ¿lo sabíais?, por vago y por no saber estar en el sitio que le corresponde. Tan redondo y tan blanco de piel, rubio.

Allí padre se fumaba aquellos cigarros que primero tenía que deshacer y después estaba más tranquilo durante un buen rato, dejaba de apretar los dientes y hablaba de mujeres que no conocíamos y de mujeres que no tenían ni nombre. Se tumbaba en la butaca sin brazos de un oscuro ya tan indefinido que no te habrías sentado nunca, pero a él le daba igual.

Antes o después solíamos pasar por casa de su amigo Manel, que se llamaba así desde que nació, no como padre. Un Manel que a mí me gustaba mucho, de ojos muy claros y un bigote rubio que no parecía suyo. Que hacía reír, pero no con chistes, sólo hacía reír. En casa de Manel, padre o él sacaban unas barras de color marrón oscuro que llamaban chocolate, pero yo no lo probé nunca porque no me invitaron. Después cogían un trocito muy pequeño y lo quemaban dentro del hueco de la palma de la mano. Lo mezclaban con tabaco y liaban un cigarrillo de papel de alas de mariposa. Vete a jugar con mi hija, decía Manel Manel, y Mimoun decía anda, ve, que tiene muchos juguetes. Y a nosotros nunca nos daban chocolate.

Pero lo más divertido era esperar las fiestas de octubre, las del barrio. Jugábamos a romper la olla y, si acertábamos, nos caía encima una lluvia de caramelos y confeti. Nunca gané nada en el concurso de dibujo, y participábamos en la butifarrada y en la, chocolatada. Pero yo esperaba especialmente el día de la revista.

Aquel año Rosa se enfadó porque padre había llevado a madre, y no a ella. Madre no quería ir a un sitio como ése, pero padre dijo no me contradigas e incluso la llevó a la peluquería, donde no supieron qué hacer con el cabello tan extraño que tenía; ella todavía mira la foto y piensa madre mía, qué ridículo con aquella coleta tan alta. Es lo que está de moda, le dijeron a padre, pero ella estaba acostumbrada a recogerse el pelo con un pasador justo donde empieza la nuca y a hacerse la raya al lado, a marcarse las ondas con aceite de oliva, muy pegadas, y no a ahuecárselo de esa manera.

Estuvimos toda la noche. Padre con un vaso de plástico que iba llenando de vez en cuando, sentados en las sillas plegables de madera y viendo pasar a chicas que paseaban con poca ropa, muchas plumas y piedras brillantes en los sujetadores y en las bragas.

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