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Authors: Najat El Hachmi

Tags: #Drama

El último patriarca (33 page)

BOOK: El último patriarca
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Y así fue que no pude estar ni una semana entera en casa sin cocinar, sin fregar ni nada de nada, que madre me enviaba comida, porque las clases ya habían empezado en el instituto y yo tenía que volver. Puede que fuera ésa la maldición de mi matrimonio o es que ya estaba maldito desde antes. Y tenía que buscarme un trabajo por las tardes, que a mí eso de depender de alguien no me parecía seguro.

Aún era jueves cuando salimos a pasear por primera vez, la semana no había acabado y yo iba con unos tejanos y una camiseta que a duras penas me cubría el ombligo, ya no tenía que taparme el culo ni nada por el estilo. No sólo quisimos ir cogidos de la mano por la calle, él ponía su mano en mi bolsillo de atrás y yo hacía lo mismo. No nos podíamos creer ese acto de normalidad, por fin, qué ilusión. ¿Vamos a tomar algo? Sí, pero aquí no que hay muchos moros. Y qué, dije yo, ya no tenemos que escondernos. Ya, pero no quiero que metan la nariz donde nadie los llama, prefiero ir a un lugar más discreto.

Hablando, hablando, yo mirando las ofertas de empleo, él que ya empezaba a decirme que mejor que no fuera de cara al público, ¿no? Es que los trabajos en bares y restaurantes son muy pesados, créeme, la gente no es respetuosa y a mí no me gustaría que nadie te viniera a decir nada, que ahora eres mi mujer.

Andaba yo cavilando aquel par de opiniones, aunque dudaba si no sería que quería comenzar esa especie de control sutil que suelen hacer los maridos, cuando llamó padre. Tu madre quiere hablar contigo. Que dice que os ha visto en un bar y que tú ibas muy destapada y sin pañuelo y enseñando el culo a todo el mundo. Hija, ¿puedes vestir como una mujer casada, por favor? Tú no tienes que meterte en eso, ahora es asunto de mi marido.

Colgué y se lo conté a él. Calló, demasiado que calló. Quizá te lo tendrías que plantear. ¿El qué?, ¿llevar pañuelo? Me reí imaginándome a mí misma de esa forma, no sabría ni caminar, vestida así. No, el pañuelo no, pero un poco más tapadita sí, que la gente tiene que saber que estás casada.

Casada, casada, las mujeres casadas visten así, no estudian, no trabajan, cocinan muy bien y tienen la casa muy ordenada.

Padre llamó para decir que si no hacía lo que me había dicho no podría ver nunca más a madre, que eso era todo y que decidiese lo que me conviniera más.

Me puse un pañuelo en la cabeza para ir a visitar amadre. Pasé tan rápido como pude por el principio de la calle para que no me viesen los vecinos que me conocían de toda la vida. Anda que con lo guapa que estás con tu pelo, quítate eso de la cabeza, niña. Los más sutiles dijeron te veo muy cambiada y los que todavía lo fueron más me volvieron la cara y no me saludaron.

Pero padre era padre y a él no se le engañaba tan fácilmente. Pasaba por delante de casa tantas veces como podía, con el coche, amorrado al volante, mordiéndose las uñas o apretando los dientes. Hasta que me veía y era yo sin pañuelo y corría a casa a llamarme, y decía que si me llega a decir eso a la cara aún me hubiese hecho daño.

El marido que había sido un caballero de los que te salvan ahora se mostraba dócil frente al dragón y decía puede que tenga razón, es tu madre, es tu padre, ya sabes cómo es. Puede que fuera el principio del fin, o sólo fuese que yo aún quería ser más libre.

37

YA NO QUEDAN MEANDROS

Todos preveían que ese matrimonio sería muy corto, pero no se acabó porque él me dejase, que era lo que había dicho padre, y no se acabó porque hubiera dejado el trabajo y se hubiese vuelto a dedicar a hacer de camello, no se acabó porque sí.

Quizá es que en cuanto empezó yo ya sabía que no era para toda la vida, pero decirlo ahora sería hacer trampa porque sería decirlo con una cierta perspectiva.

Dejó de ejercer y punto. Todo aquel tiempo había tenido que decir no sufras, saldremos adelante, haremos lo que sea para estar juntos, yo no te dejaré nunca. Se enfadaba cuando le hablaba de las cosas de padre, maldito cabrón, mira que cuando lo veo me entran ganas de darle un par de puñetazos. Me protegió sin protegerme y me defendió sin defenderme, que debía de ser lo único que yo necesitaba. Y con las presiones de padre, sin saber cómo, él fue cediendo, va, mujer, no seas así, va, mujer, no seas de esta forma, es tu padre y un padre es un padre.

Además, le empezaron a coger esas extrañas salidas de tono. Una me dolió más que cualquier otra, crucé toda la calle con lágrimas en los ojos sin saber si era ése el destino que había querido cambiar. Me había encontrado a un compañero de clase en la plaza del Pes, un sábado de mercado que ya no íbamos cogidos de la mano. Ya no iríamos más así, pues a él le daba vergüenza que alguien pudiera verlo. Dije
ei
y sonreí, me detuve para hablar con el chico. Vámonos, va, vámonos, y yo, espérate, mira, te presento. He dicho que vamos, dijo, sin gritos, pero con una voz tan grave que pensé qué pensará mi compañero de mí, a menudo control la somete, pero no quería que montase un espectáculo y dije venga, ya nos veremos.

Y mira, no quiero problemas con tu padre, que siempre me está llamando. Ponte el pañuelo y ya está, si no pasa nada, tu madre lo ha llevado y no se ha muerto, ¿no? Estaremos siempre juntos, te lo prometo, le había asegurado yo, y él me había dicho, pero ¿qué es una promesa?

Más tarde cogió la costumbre de salir sin decir adónde iba y comenzaron las discusiones por ese tema. Hace como padre, pensaba yo, y él debía de entender que quería atarlo, que ya se sabe que las mujeres de aquí hacen lo que quieren con los hombres y tú eres más de aquí que de allá. ¿Dónde vas? No lo sé, salgo y basta. Hasta que dije de acuerdo, vale, yo haré lo mismo y agarraba la puerta a las once de la noche y él decía ¿adónde vas a estas horas? ¿Quién te ha dicho que me voy a quedar en la calle? Ya veremos, puede que me vaya a tomar algo o que vaya al cine o que me vaya de marcha. ¿No eres tú el que no quiere ir a ningún lado conmigo?

Se iban sucediendo discusiones de esas con reconciliaciones que ya no eran del todo sinceras, si ya sabes que te quiero, tonta, pero aún tenía un ojo puesto en el televisor y un cigarrillo encendido.

Qué hago para cenar era el otro tema estrella y que siempre solía acabar mal. ¿Qué quieres para cenar? No lo sé, haz lo que a ti te parezca. Yo ya estaba harta de hacer lo que a mí me pareciera, porque después había comidas que no le gustaban y el plato se quedaba allí, muerto de asco. Si no puedes dignarte a hacerlo, ni a fregar los platos, ni a hacer ninguna tarea del hogar, como mínimo ayúdame a saber qué quieres para cenar. ¿Es que no te ayudo bastante en casa? ¿Es que no he fregado nunca los platos? Pues mira, si eso es lo que piensas de mí, ya te espabilarás porque no pienso tocar nada nunca más, haré como hacen el resto de hombres y a ver si así estás contenta.

Cogía la puerta y se marchaba, así, pam, y yo ya comenzaba a pensar que ése no era mi destino.

Pero lo que nunca le he perdonado es que se durmiera. Me había imaginado la vida con él y había llegado a pensar que no me sentiría solajamás, pero hacer frente a toda la soledad que yo arrastraba desde hacía una eternidad era demasiada carga para un hombre.

O eso o es que sólo era un vago. Al principio me hacía caso. Cuando se acercaba la hora de ir a dormir, a mí me empezaban esos lagrimones sin fin, y él me decía ven aquí, qué te pasa, nada, no es nada, sólo estoy llorando. Me abrazaba, hacíamos el amor, si no por qué me había abrazado, y me costaba menos dormir. Pero hubo un día en que él no hizo nada, no se acercó a mí ni me pasó un brazo por los hombros, aunque fuese con la mirada puesta en el televisor. Era que no había nadie y que estaba sola de verdad, mucho más de lo que pensaba. Al cabo de una hora en la que yo no paré de llorar dijo me voy a dormir, ¿vienes? Y yo, no, no podría dormir así, no. El llanto me iba a más y entre sollozos lo busqué en la cama, escucha, amor, te necesito, te lo digo de verdad, te necesito. Hizo eh y ya roncaba. Traté de despertarlo y me soltó un déjame en paz, coño.

Fue entonces cuando empecé a pensar que el destino me lo tenía que hacer yo y que quizá ya era hora de dejar de recorrer meandros. Fue entonces cuando tomé la decisión que lo precipitaría todo.

38

A VECES NO HAYNIAMOR

Me voy. Si es eso lo que quieres. No, no es lo que quiero, pero no le veo ningún sentido a todo esto. Mi pequeño apartamento cocina-comedor-dormitorio me esperaba en aquella planta baja acabada de construir, todo equipado, todo bien limpio y bonito. Y yo me senté en el sofá cama y me quedé allí, delante del televisor apagado, reflejándome en la pantalla, las piernas abiertas y estiradas. Las chicas decentes no se sientan así, hija. Y yo que a partir de entonces me sentaría como quisiera, comería como quisiera, cocinaría sólo si me apetecía, limpiaría sólo si me daba la gana, trabajaría en lo que quisiera y estudiaría lo que quisiera. Sólo eso. Aquel día no hice nada más, pero eso era la libertad. Decidir, decidir y decidir.

Fue un momento en el que toda la vida me pasó por delante y no me estaba muriendo, sólo era la primera vez en mi vida que estaba sola, físicamente, la primera vez que dormiría sólo conmigo misma. Ya no tenía miedo, aunque hubiera podido tener bastante. Debe de ser que llega un punto en que ya no puedes tener más miedo, cuando has pasado tanto te cuesta imaginar situaciones peores que las que te han acompañado desde siempre.

¿Qué podría hacer? ¿Qué podría hacer? No hacía nada. Sólo estar sentada sin decir nada, sin hacer nada, no sé cuántas horas pasaron.

Me fui acostumbrando a la vida de soltera, no es difícil, no has de preguntarle a nadie qué quiere para cenar y debía de hacer tiempo que dejé de amarlo, si no no se entendería que todo hubiera sido tan fácil. No vino a llamar a mi puerta, no me pidió de rodillas que volviera, dicen que desapareció. Sí que llamó y dijo eso de mira que si te veo con otro no lo podré soportar, mira que tú eres mía y de nadie más. Yo le repliqué que miraba demasiado esa clase de programas de televisión y que pobre de él que se me acercara, que ya no había nada entre él y yo. No te daré el divorcio, te quedarás colgada para siempre y no podrás volverte a casar. Ni me quiero casar ni estaré mucho más tiempo casada contigo, que yo ya he pedido el divorcio en los juzgados de aquí, que las cosas no funcionan como allí y tú ya hace tiempo que lo sabes. ¿Cómo lo harás con tu padre? ¿Crees que te dejará tranquila ahora que vives sola? No sabe dónde vivo y aunque lo supiera, ya no puede meterse en mi vida. Tú sí que vives en un programa de televisión, me dijo, y acabó teniendo razón.

Se lo conté todo a madre. Me separo. ¿Es que te ha pegado? No. ¿Te ha insultado? No. ¿Es que no te da dinero para pagar la comida? No. Pues no entiendo por qué te quieres divorciar, ¿es que no sabes que una chica divorciada es ya de segunda categoría? ¿Qué piensas hacer?, tupadre te lo hará pagar caro si vuelves a casa. No volveré a casa, y ella no entendía nada. He alquilado un apartamento, estoy trabajando en un restaurante por las tardes y estudio por las mañanas. Me lo puedo permitir. Pero, pero… Y no sabía cuál era el pero, porque de hecho toda la situación era un pero enorme a toda la tradición, a todo el orden establecido que a ella le habían enseñado. Un orden que ya se acababa, al menos en nuestra familia.

Hasta que llamaron al timbre y era padre que me había seguido. ¿Qué pasa? Abre, venga, abre, y yo he de reconocer que tenía un poco de miedo, muy poco, encallado en la gargánta, no por él sino por quedarme a solas con él. Yo ya no quería callarme las cosas, solo quería decirlas bien claras. Escondí el cuchillo de cocina en el armario más alto, los otros eran de mesa y no harían tanto daño. A esas alturas ya sabía que no era capaz de nada, que era un cobarde y que si no había querido a mi marido era porque le guardaba demasiados secretos, lo de que había sido su camello no sólo para los porros, sino también para lo que esnifaba, que de eso le venían muchos cambios de humor tan exagerados, y si nosotros lo hubiésemos sabido le habríamos respetado menos. No entendió nunca que su problema conmigo era haciendo de padre y que no tenía nada que ver con si se drogaba, delinquía o lo que fuera. Que lo peor que hizo conmigo fue no protegerme, porque de quien me habría tenido que proteger era de él mismo.

En todo eso debía de pensar cuando llamó a la puerta y dijo ¿qué haces aquí? Ésta es mi casa. Tienes que volver a casa, yo ya te dije que aquél no te convenía, o sea que ahora lo que debes hacer es volver con nosotros, darme la razón y vivir de nuevo todos juntos. Una mujer no puede vivir sola. Tenías razón, no me convenía, pero no volveré a vivir contigo, antes me moriría de hambre. Si me das la razón, debes volver, que unamujer sola… ¿Quién dice eso? ¿Lo dices tú? Pues no, padre, se ha acabado, déjame vivir mi vida. Déjame en paz, yo no te pediré nada, ni te guardaré ningún rencor, pero déjame en paz. ¿Rencor a mí después de lo que me has hecho? Yo no te he hecho nada, y mi separación ha sido culpa tuya.

Esa frase no fue justa, en realidad era mi matrimonio lo que había sido culpa suya, pero él no lo hubiera entendido. Se fue y yo pensé que ya estaba, que había ganado, que ya no me molestaría más, que lo había mirado con los ojos tan firmes que no se atrevería a volver.

No fue así. Yo llegaba cansada, muy tarde, y dormía más bien poco. Por eso a menudo me metía en la cama y dejaba la persiana subida, la luz encendida y me quedaba dormida delante del televisor. Fue un día de esos cuando llamaron y en el videoportero estaba su imagen, mordiéndose la lengua, con madre detrás de él.

He traído a tu madre porque he pensado que si te llego a encontrar con un hombre aquí igual te mato y ella siempre impide que haga ese tipo de cosas. ¿Un hombre? He visto que eran las cuatro de la mañana y aún tenías las luces encendidas, seguro que hay un hombre contigo, si no ¿qué va a hacer una mujer que vive sola? Mira en los armarios, si quieres, pero yo estoy muy cansada y mañana empiezo las clases a las ocho, necesito dormir un poco más.

Lo hizo, aunque era broma. Los ojos le iban de un lado a otro y registró el diminuto piso, ¿ya estás contento? Seguro que se ha escapado por algún lado, y madre también tenía cara de querer irse a dormir. Es que no es tu problema si yo estoy con un hombre o no, ¿qué pasa, que tienes remordimientos? Soy como una de esas mujeres a las que acostumbrabas a atacar sólo por el hecho de que eran divorciadas, ¿te das cuenta ahora de que también ellas eran hijas de alguien, hermanas de alguien? Se ha acabado, padre, todo esto se ha acabado y ya no tienes nada que hacer. Si no me dejas en paz me iré tan lejos que no volveréis a verme jamás y te arrepentirás toda la vida de no tenerme cerca. Madre decía déjalo, ¿no ves que está bebido? Para de discutir y podremos volver todos a casa.

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