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Authors: Jude Watson

El único testigo (6 page)

BOOK: El único testigo
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—Aún queda un día —dijo en voz baja—. Ya veremos qué pasa —se dio la vuelta y subió las escaleras.

Qui-Gon entró en los aposentos de Lena detrás de su padawan. Mica estaba junto a la mesa contemplando la caja vacía. Los contenidos del paquete no estaban en ninguna parte.

—Le dije que había borrado las pruebas —dijo Mica, ahogando un sollozo—, pero no quiso escucharme.

—¿Adónde se ha ido? —preguntó Qui-Gon. Obi-Wan ya estaba en las escaleras.

—No lo sé —lloriqueó Mica, desplomándose en un sofá bajo—. No me dijo nada. Se limitó a coger lo que había en la caja y se largó.

Capítulo 11

—Obi-Wan, espera —le ordenó su Maestro. Obi-Wan no quería escucharle. No en ese momento. No mientras Lena estuviera sola y en peligro. Pero se detuvo en seco en lo alto de las escaleras.

—Tenemos más posibilidades de encontrarla si pensamos adónde puede haber ido —dijo Qui-Gon. Se sentó junto a Mica—. ¿Dónde crees tú que puede haber ido? —le preguntó sin alzar la voz.

Obi-Wan permaneció en lo alto de las escaleras. Sabía que su impaciencia no tenía que ver con encontrar a Lena. Estaba impaciente con su Maestro, y un poco confundido. Antes conocía bien a Qui-Gon, tanto que llegó a pensar que compartían una misma mente. Ambos sabían cómo reaccionaría el otro ante determinadas situaciones, a qué pensamientos y acciones llegarían. Pero ya no era así.

Justo cuando Obi-Wan empezaba a pensar que a Qui-Gon le daba igual la misión, su Maestro se ponía al mando. Si Qui-Gon no hubiera detenido a Obi-Wan, él ya habría encontrado a Lena y la habría puesto a salvo. Apoyado contra la barandilla de las escaleras, Obi-Wan dejó escapar un suspiro de desesperación. No tenía sentido interrogar a Mica.

—Vamos, pues —dijo Qui-Gon. Se puso en pie y bajó por las escaleras con movimientos fluidos. Mica, con los ojos todavía enrojecidos por el llanto, se apresuró a guiarle.

Obi-Wan les siguió. Se había ensimismado tanto en sus propios pensamientos que no había oído adónde se dirigían. Respirando profundamente, dejó escapar su frustración y concentró toda su energía en lo que estaba haciendo. Qui-Gon no tenía derecho a dudar de Lena porque llevaba toda la misión distraído, y, por tanto, no podía haber apreciado la esencia, la verdadera naturaleza de la chica. Pero si Qui-Gon se concentraba en la misión, al menos de momento, Obi-Wan también podría hacerlo.

A Mica ya no le importó tanto que la vieran mientras guiaba a los Jedi por las calles de Rian. Dejaron atrás los almacenes y callejones y se adentraron en la ciudad. Por encima de la cabeza de Qui-Gon, Obi-Wan vio una reluciente estructura traslúcida, como una enorme serpiente abriéndose paso por el cielo, entre los rascacielos gigantescos.

Dentro de la estructura. Obi-Wan vio hojas verdes y formas en movimiento. El agua se acumulaba en el interior de las curvadas paredes de transpariacero, dándole el aspecto un formidable invernadero de varios pisos. Aunque Obi-Wan no podía ver ni el principio ni el final, la estructura parecía extenderse varios kilómetros.

—Ahí —dijo Mica sin aliento, señalando a una puerta en la estructura—. Creo que puede estar en el parque Tubal.

—Yo esperaba algo más reducido —dijo Qui-Gon. Obi-Wan no sabía si aquello le divertía un poco o le frustraba profundamente.

Obi-Wan alcanzó a Mica mientras se acercaban a la entrada.

—¿Por qué iba a venir aquí? —le preguntó.

—Este parque significa mucho para Lena. Solía venir aquí con Rutin, y siempre viene aquí a pensar —respondió Mica—. O al menos solía hacerlo.

Las titánicas puertas ovaladas se abrieron, y los tres entraron. Cuando las puertas se cerraron tras ellos. Obi-Wan se sintió como si acabaran de salir de una nave en otro planeta. El aire estaba cargado de humedad. El ruido de la ciudad quedó amortiguado, sustituido por las reverberaciones del agua corriente y las voces de unos niños.

Obi-Wan alzó la vista, pero apenas podía distinguir las junturas del techo, más allá de las copas de los gigantescos árboles. Los senderos se entrecruzaban, conduciendo hacia unas plantas brillantes, o serpenteando entre riachuelos y pequeñas cascadas. La gente paseaba por los puentes y se agachaba para entrar en los túneles tejidos a través y alrededor de la espesa vegetación. Había algunos animalillos revoloteando por aquí y por allá, y anfibios todavía más pequeños chapoteando en las charcas.

Obi-Wan entendió perfectamente las razones de Lena para ir a aquel lugar. Le recordó a la Estancia de las Mil Fuentes del Templo Jedi, que también era un santuario y un lugar idóneo al que acudir a pensar.

—¿Sabes adónde suele ir exactamente? —preguntó Qui-Gon.

Mica negó con la cabeza tristemente.

—Yo nunca he venido con ella. Venía sola o con Rutin. Podría estar en cualquier parte.

—Entonces sugiero que nos separemos —dijo Qui-Gon a Obi-Wan—. Mica vendrá conmigo.

Obi-Wan asintió y se dirigió hacia la izquierda. Le vendría bien alejarse un rato de Qui-Gon. Necesitaba un poco de tiempo para pensar.

En cuanto se alejó de su Maestro, su mente se llenó de Lena. A su alrededor, la gente se reunía en pequeños grupos: comían, jugaban y se tumbaban en el césped para contemplar el follaje. Pero Obi-Wan sólo se fijaba en ellos lo justo como para cerciorarse de que no eran Lena.

¿Será que siento algo por ella de verdad?
, se preguntó Obi-Wan. Tras tomar aire varias veces para soltar su ira y su frustración, se dio cuenta de que no podía negarlo. Como siempre, Qui-Gon estaba en lo cierto. Estaba colado por Lena. Pero no era sólo por su belleza. No, era algo más que eso.

Era por su fuerza; la fuerza que sacaba de su propia vulnerabilidad. De eso se había enamorado. Lena era una pobre joven viuda. Había perdido hacía muy poco al marido al que tanto amaba, pero, en lugar de mostrar la cicatriz que eso le había dejado, intentaba sacar partido del dolor. No se ahogaba en ello. negándose a hablar de la pérdida. No como Qui-Gon.

Obi-Wan pensó en su Maestro. Negó con la cabeza mientras ascendía por un puente que se extendía sobre una cascada. Quizá su relación no estaba tan dañada como él creía. Por mucho que lo intentara. Obi-Wan no podía negar que Qui-Gon había percibido correctamente lo que él sentía por Lena, y antes que él mismo.

¿Pero cómo puede ver tan claramente los sentimientos de los demás cuando él no es capaz de desentrañar los suyos propios?
, se preguntó Obi-Wan.

"El tiempo"
, hubiera dicho el Maestro Yoda.
"El
tiempo todo lo cura."

Obi-Wan sintió una nueva energía fluyendo por su interior mientras se relajaba para dejar atrás todo lo que le angustiaba. Había estado a punto de cegarse con sus sentimientos. Y ahora se sentía más seguro.

Aun así. Obi-Wan no pensaba que su Maestro tuviera razón en todo. Apretó el paso y aguzó la vista en busca de Lena, dándose cuenta de que su determinación por encontrarla era mayor que nunca. Tanto si su capacidad de razonamiento se había nublado por lo que sentía por Lena como si no, sabía que ella estaba en el lado correcto.

Por primera vez en horas, Obi-Wan se sintió despejado. Y estaba más seguro que nunca de que Lena estaba haciendo lo correcto. Estaba luchando por la paz y la justicia, y no sólo por su propio bien. Por el bien de todo el planeta. Como Jedi, era su deber ayudar.

Mientras esos pensamientos se agolpaban en su cabeza, uno nuevo comenzó a sobrevolarlos a todos como un nubarrón:

Se estaban quedando sin tiempo.

Capítulo 12

Qui-Gon sacó su intercomunicador del cinturón. Estaba a punto de activarlo y llamar a Obi-Wan, cuando su padawan apareció caminando hacia él por uno de los senderos.

—Ahí está —dijo Mica al momento. Estiró la cabeza para ver lo que Qui-Gon ya sabía. Que Lena tampoco estaba con él. Los tres habían rastreado la mayor parte del enorme parque, pero no encontraron a Lena por ningún lado.

Mica y los Jedi salieron del parque y volvieron al almacén desierto en silencio. Qui-Gon intentó buscar con su percepción, para averiguar si Lena estaba en peligro, si seguía viva, pero no sintió nada.

La sombría luz del anochecer hacía el escondite todavía más inhóspito que la luz de la mañana. Qui-Gon entró el primero en la estancia, y no tardó en discernir una silueta sentada en el sofá, a oscuras.

En un abrir y cerrar de ojos activó su sable láser, cuya hoja verde derramó una estremecedora luz por la sala, iluminando las chispas que salían de los ojos de Lena. Qui-Gon apagó su arma cuando Mica y Obi-Wan entraron.

—Lena —gritó Mica cuando vio a su prima. Corrió hacia ella y se puso de rodillas frente al sillón—. Lena, estábamos muy preocupados. ¿Dónde estabas?

—Siento haber huido así —dijo Lena, mirándoles uno a uno—. No quería preocuparos, pero tenía que asegurarme de que este paquete era de Rutin. Tenía que saber si... —su voz se apagó.

Mica se levantó para encender la luz. De vuelta sobre la mesa, junto al envoltorio, se hallaban los contenidos del paquete: el par de botas de agua, la linterna, la pequeña herramienta y el frasco de barro.

Aquellos objetos le parecían inconexos a Qui-Gon. ¿Qué tenía que averiguar Lena? ¿Y dónde había estado? Qui-Gon se sintió traicionado. No les estaba contando toda la verdad.

Aunque Lena parecía disgustada. Qui-Gon no esperó a que se tranquilizase.

—¿Dónde estabas? —le preguntó. Lena alzó la mirada, sorprendida por el grave tono de voz del Jedi.

—Paseando —respondió ella—. Necesitaba... estar sola.

A Qui-Gon aquello no le bastaba.

—¿Sola? ¿O más bien sin nosotros?

A Lena le temblaban los labios, y Qui-Gon se dio cuenta de que Obi-Wan le estaba mirando iracundo. Bajó el tono, pero no se arredró.

—¿Por qué te llevaste el contenido del paquete?

—El paquete es de Rutin —dijo Lena al cabo de un momento, luchando por que no se le quebrara la voz—. Me lo mandó antes de... —volvió a esforzarse para no venirse abajo—. ¿Pero cómo sabía que iba a morir? ¿Y por qué no me lo dijo?

Lena perdió el combate contra el dolor y la frustración y enterró la cabeza entre las manos.

—Está intentando enviarme un mensaje —dijo al cabo de un rato, tratando de controlar su voz—. ¡Pero yo no lo entiendo! Es como si me estuviera hablando y no le oyera —Lena perdió el combate—. Se ha ido para siempre.

Mica y Obi-Wan se apresuraron a sentarse junto a ella en el sofá, ansiosos por consolarla. Qui-Gon retrocedió hasta que encontró asiento justo delante de los otros tres. Lena parecía mucho más pequeña que antes. Menos capaz de engañar, de alguna manera.

Qui-Gon se sintió empequeñecer a medida que las olas de dolor de Lena le iban llegando, fluyendo con su propio mar de tristeza, que no dejaba de romper contra la roca de su corazón. Sus palabras le llegaron muy hondo, y ya no dudó más de su sinceridad. El también sabía que el hecho aplastante de la ausencia del ser amado era un golpe igual de difícil que la primera vez. El también había pasado por ese momento en el que de repente el futuro parecía vacío e imposible de soportar.

—Los seres que amamos y perdemos están siempre con nosotros —dijo Qui-Gon. Se sorprendió al oírse hablar, al oírse decir esas palabras, pero fueron un consuelo. De repente se sintió como si Tahl no anduviera lejos, y la tormenta en su interior se calmó.

Hubo un momento de silencio reflexivo en la habitación. Obi-Wan miró a su Maestro con los ojos llenos de compasión. Y, por primera vez, Qui-Gon no sintió la necesidad de mirar hacia otro lado.

El dolor de Lena pareció menguar, y luego miró agradecida al Maestro Jedi.

—Eso es cierto —dijo, asintiendo—. Rutin me sigue cuidando. Quizá mandó el paquete hace tiempo y dejó encargado que me lo entregaran hoy. Estoy segura de que es para ayudarme a encontrar pruebas. Él sabía que cualquier información en el ordenador era un objetivo seguro. Y se dio cuenta de que yo necesitaba algo más.

Qui-Gon percibió que Mica palideció al oír hablar a Lena del ordenador. Se preguntó si era por vergüenza de que su plan no hubiera salido bien o por el miedo a la posibilidad de que hubiera más pruebas.

La joven viuda no se fijó en su prima. Había dejado de llorar y ya volvía a hacer gala de su habitual compostura. Cogió las botas de la mesa y se las puso sobre el regazo.

—Todavía no sé adónde me lleva esta pista, pero lo averiguaré —dijo con firmeza.

—Pero, por favor, no vuelvas a marcharte así —le dijo Mica—. Me has dado un susto de muerte. Hemos estado horas buscándote en el parque.

Lena frunció el ceño.

—El parque... —murmuró.

Obi-Wan se quedó mirando los extraños objetos sobre la mesa y tomó la palabra de repente.

—Rutin hizo que te mandaran aquí el paquete. Eso significa que él sabía de la existencia de este escondite.

—Claro —dijo Lena—. Rutin se encargó de la seguridad de este sitio. Su plan era esconderse aquí mientras esperaba a que le sacaran del planeta.

Lena se puso en pie de un salto, dejando caer las botas.

—Casi se me olvida —exclamó, sacando un datapad del bolsillo—. Cuando salí, fui a mi apartamento a ver si había recibido mensaje de Zanita. Me ha mandado esto.

Capítulo 13

Al salir del almacén, vieron que el cielo se había oscurecido, y era de un tono gris lechoso. Qui-Gon miró a su alrededor por los visores que le ocultaban de la mirada de los transeúntes. Estaba anocheciendo y los callejones estaban desiertos.

—Reunirse con Zanita es un riesgo innecesario —afirmó Qui-Gon mientras salían del portal y avanzaban rápidamente. De repente supo que lo mejor que podían hacer era largarse del planeta lo antes posible—. Tenemos las pistas de Rutin, y eso debería bastar. No es necesario ponerte en peligro ni a ti ni a tu suegra.

—Ella está corriendo peligro porque yo se lo pedí —argumentó Lena—. No puedo dejarla plantada.

Frunciendo el ceño. Qui-Gon volvió a mirar el mensaje del datapad.

ESTACIÓN DE CARGA DE TRANSPORTE,

MUELLE 12

A LAS 22 HORAS DE ESTA NOCHE

SOLA

POR RUTIN

—No tenía que haber involucrado a Zanita —se lamentó Lena—, pero ya es demasiado tarde para cambiar eso. Si puedo ir sola, hablaré con ella y la convenceré de que he cambiado de opinión. Le diré que me ha entrado miedo y que he decidido irme del planeta. Así estaremos todos más seguros.

Qui-Gon tuvo que admitir que no era mal plan. Eso les daría algo de tiempo para poder abandonar el planeta más fácilmente. Asintió para mostrar su aprobación.

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