El Vagabundo (2 page)

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Authors: Gibran Khalil Gibran

Tags: #Clásico, Cuentos

BOOK: El Vagabundo
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Y el pueblo se maravilló, y el silencio los cubrió; pues el rey, a quien juzgaran la causa de su descontento, les restituía la corona y el cetro, y se transformaba en uno de ellos.

Luego todos y cada uno siguieron su camino, y el rey se dirigió al prado acompañado por un hombre.

Mas, el Reino de Sadik no marchaba sin un rey, y el velo de descontento aún permanecía sobre la tierra. La gente gritaba en el mercado diciendo que debían ser gobernados y que debían tener un rey que los dirigiera. Y los ancianos y los jóvenes decían al unísono:

—Tendremos nuestro rey.

Y buscaron al rey y lo encontraron afanándose en el campo, y lo llevaron hasta su trono devolviéndole la corona y el cetro. Y así hablaron:

—Ahora gobiérnanos con grandeza y justicia.

Entonces llegaron hasta su presencia hombres y mujeres para hablarle sobre un barón que los maltrataba y de quien eran sólo esclavos. De inmediato el rey llamó al barón ¡unto a él y le dijo:

—La vida de un hombre pesa como la vida de cualquier otro en la escala de Dios. Y porque tú no sabes pesar la vida de quienes trabajan tus tierras y tus viñedos quedas desterrado y abandonarás este reino para siempre.

Al día siguiente llegó otro grupo hasta el rey y habló de la cruel condesa del otro lado de las colinas, y de cómo los había conducido a la miseria. De inmediato la condesa fue traída hasta la corte y el rey también la sentenció al destierro diciendo:

—Aquéllos que labran nuestros campos y cuidan nuestros viñedos son más nobles que nosotros, quienes comemos el pan preparado por ellos y bebemos el vino de sus lagares. Y porque tú no lo sabes, dejarás esta tierra y vivirás lejos de este reino.

Luego vinieron hombres y mujeres diciendo que el obispo les hacía traer piedras y esculpirlas para la catedral, mas no les había pagado pese a que el cofre del obispo se hallaba repleto de oro y plata, mientras ellos mismos se encontraban vacíos y hambrientos.

El rey requirió la presencia del obispo, y cuando lo tuvo frente a sí, dijo:

—Esa cruz que usas sobre tu pecho debería significar dar vida a la vida. Mas, tú has tomado la vida y devuelto nada, por lo que abandonarás este reino para nunca regresar.

Y así cada día, hasta el tiempo de luna llena, hombres y mujeres llegaban hasta el rey para contarle sobre las cargas que pesaban sobre ellos. Y cada día, y todos los días de una luna entera, algún opresor era exiliado de esta tierra.

El pueblo de Sadik estaba maravillado, y había alegría en sus corazones.

Y cierto día los ancianos y los jóvenes rodearon la torre del rey y pidieron por él. El descendió llevando la corona en una mano y el cetro en la otra.

—Y ahora —les dijo—, ¿qué queréis de mí? Tened, os devuelvo lo que vosotros deseasteis que yo tuviera.

— ¡No, no! —gritaron ellos—. Tú eres nuestro legítimo rey. Has limpiado la tierra de víboras y reducidos los lobos a la nada. Hemos venido a cantarte nuestro agradecimiento. La corona es vuestra en majestad y el cetro es vuestro en gloria.

— ¡Yo no! —respondió el rey—. ¡Yo no! Vosotros mismos sois el rey. Cuando me juzgaron incapaz y mal gobernante, vosotros mismos erais incapaces e ingobernables. Y ahora la tierra crece bien porque está en vuestra voluntad el hacerlo. Yo no existo sino en vuestras acciones. No existe una persona gobernante. Existen sólo los que se gobiernan a sí mismos. El rey retornó a la torre con su corona y su cetro. Y los ancianos y los jóvenes tomaron su diferentes caminos sintiéndose felices.

Y cada uno de ellos se imaginó a sí mismo un rey con la corona en una mano y el cetro en la otra.

Sobre la arena

Dijo. un hombre a otro:

—Con la marea alta, hace mucho tiempo, escribí con mi cayado, unas líneas en la arena. Y la gente aún se detiene para leerlas y cuida mucho de que no se borren.

Y el otro hombre dijo:

—Yo también escribí unas líneas en la arena, pero lo hice durante la marea baja. Y las olas del inmenso mar las borraron y breve fue su vida. Pero dime; ¿qué fue lo que tú escribiste?

Y el primer hombre respondió:

—Escribí Soy lo que soy. ¿Y tú, qué escribiste?

Y el otro hombre dijo:

—Escribí esto: Soy sólo una gota de este mar inmenso.

Tres regalos

Cierta vez, en la ciudad de Becharre, vivía un amable príncipe, querido y honrado por todos sus súbditos.

Pero había un hombre, excesivamente pobre, que se mostraba amargo con el príncipe y movía continuamente su lengua, pestilente en sus censuras.

El príncipe lo sabía. Pero era paciente.

Por fin decidió considerar el caso. Y, una noche de invierno, un siervo del príncipe llamó a la puerta del hombre, cargando un saco de harina de trigo, un paquete de jabón y uno de azúcar.

—El príncipe te envía estos presentes como recuerdo —dijo el siervo.

Y el hombre se regocijó, pues creyó que las dádivas eran un homenaje del príncipe. Y, en su orgullo, fue en busca del obispo y le contó lo que el príncipe había hecho, agregando:

—¿No veis como el príncipe desea mi amistad?

—Pero el obispo respondió:

—¡Oh! Qué príncipe sabio y qué poco comprendes. El habla por símbolos. La harina es para tu estómago vacío; el jabón para tu sucia piel y el azúcar para endulzar tu amarga lengua.

Desde aquel día en adelante, el hombre sintió vergüenza hasta de sí mismo y su odio al príncipe se hizo mayor que nunca. Pero, a quien más odiaba era al obispo que interpretó la dádiva del príncipe.

Sin embargo, desde entonces guardó silencio.

Paz y guerra

Tres perros tomaban sol y conversaban.

El primer perro dijo entre sueños:

—Es realmente maravilloso vivir en estos días en que reinan los perros. Consideren la facilidad con que viajamos bajo el mar, sobre la tierra y aún en el cielo. Y mediten por un momento sobre las invenciones creadas para el confort de los perros para nuestros ojos, oídos y narices.

Y el segundo perro habló y, dijo:

—Comprendemos más el arte. Ladramos a la luna más rítmicamente que nuestros antepasados. Y cuando nos contemplamos en el agua vemos que nuestros rostros son más claros que los de ayer.

Entonces el tercero dijo:

—Pero lo que a mí más me interesa y entretiene mi mente es la tranquila comprensión existente entre los distintos estados caninos.

En ese momento vieron que el cazador de perros se acercaba.

Los tres perros se dispararon y se escabulleron calle abajo, y, mientras corrían, el tercer perro dijo:

—¡Por Dios! Corred por vuestras vidas. La civilización viene detrás nuestro.

La bailarina

Había una vez una bailarina que con sus músicos había arribado a la corte del príncipe de Birkaska. Y, admitida en la corte, bailó ante el príncipe al son del laúd y la flauta y la cítara.

Bailó la danza de las llamas, y la danza de las espadas y las lanzas; bailó la danza de las estrellas y la danza del espacio. Y, por último, la danza de las flores al viento.

Luego se detuvo ante el trono del príncipe y dobló su cuerpo ante él. Y el príncipe le solicitó que se acercara, y dijo:

—Hermosa mujer, hija de la gracia y del encanto, ¿desde cuándo existe tu arte? ¿Y cómo es que dominas todos los elementos con tus ritmos y canciones?

Y la bailarina, inclinándose nuevamente ante el príncipe, dijo:

—Poderosa y agraciada Majestad, desconozco la respuesta a tus preguntas. Sólo esto sé: el alma del filósofo habita en su cabeza; el alma del poeta en su corazón; mas, el alma de la bailarina late en todo su cuerpo.

Los dos ángeles

Una tarde dos ángeles se encontraron ante la puerta de una ciudad, se saludaron y conversaron.

—¿Qué estás haciendo en estos días y que trabajo te ha sido asignado? —preguntó un ángel.

—Me ha sido encomendada la custodia de un hombre caído en el pecado —respondió el otro—, que vive abajo en el valle, un gran pecador, el más depravado. Te aseguro que es una importante misión y un arduo trabajo.

—Esa misión es fácil —dijo el primer ángel—. He conocido muchos pecadores y he sido guardián numerosas veces. Mas, ahora me ha sido asignado un buen hombre que habita al otro lado de la. ciudad. Y te aseguro que es un trabajo excesivamente difícil y demasiado sutil.

—Eso no es más que presunción —dijo el otro ángel ¿Cómo puede ser que custodiar a un santo sea más difícil que custodiar a un pecador?

—¡Qué impertinente llamarme presuntuoso! —respondió el primero—. He afirmado sólo la verdad. ¡Creo que tú eres el presuntuoso!

De ahí en más los ángeles riñeron y pelearon, al principio de palabra y luego con puños y alas.

Mientras peleaban apareció un arcángel. Los detuvo y preguntó:

—¿Por qué peleáis? ¿De qué se trata? ¿Acaso no sabéis que es impropio que los ángeles de la guarda se peleen frente a las puertas de la ciudad? Decidme: ¿por qué el desacuerdo?

Ambos hablaron al unísono, cada uno arguyendo que su trabajo era el más difícil y que les correspondía el premio mayor.

El arcángel sacudió la cabeza y meditó.

—Amigos míos,—les dijo—no puedo dilucidar ahora cuál de vosotros es el más merecedor de honor y recompensa. Pero, desde que se me ha dado poder, y en bien de la paz y del buen custodiar, doy a cada uno de vosotros el trabajo del otro, ya que insistís en que la ocupación del otro es la más fácil. Ahora marchaos lejos de aquí y sed felices en vuestros oficios.

Los ángeles, así ordenados, tomaron sus respectivos caminos. Pero cada uno volvía la cabeza mirando con gran enojo al arcángel. Y en sus corazones decían: "Oh, estos arcángeles! ¡Cada día vuelven la vida más y más difícil para nosotros los ángeles!"

Pero el arcángel se detuvo y una vez más se puso a meditar. Y dijo en su corazón: "Debemos en verdad, ser cautelosos y montar guardia sobre nuestros ángeles de la guarda".

La estatua

Cierta vez, entre las colinas vivía un hombre poseedor de una estatua cincelada por un anciano maestro. Descansaba contra la puerta cara al suelo. Y él nunca le prestaba atención.

Un día pasó frente a su casa un hombre de la ciudad, un hombre de ciencia. Y, advirtiendo la estatua, le preguntó al dueño si la vendería.

— ¿Quién desea comprar esa horrible y sucia estatua? —respondió el dueño, riéndose.

—Te daré esta pieza de plata por ella —dijo el hombre de la ciudad.

El otro quedó atónito, pero complacido.

La estatua fue trasladada a la ciudad sobre el lomo de un elefante. Y luego de varias lunas el hombre de las colinas visitó la ciudad y, mientras caminaba por las calles, vio a una multitud ante un negocio, y a un hombre que a voz en cuello gritaba:

—Acercaos y contemplad la más hermosa, la más maravillosa estatua del mundo entero. Solamente dos piezas de plata para admirar la más extraordinaria obra maestra.

Al instante, el hombre de las colinas pagó dos piezas de plata y entró en el negocio para ver la estatua que él mismo había vendido por una sola pieza de ese mismo metal.

El trueque

Una vez en el cruce de un camino, un Poeta pobre encontró a un rico Estúpido, y conversaron. Y todo lo que decían revelaba el descontento de ambos.

Entonces el Ángel del Camino se acercó y posó su mano sobre el hombro de los dos hombres. Y, creedlo, un milagro se produjo; ambos intercambiaron sus posesiones.

Y se alejaron. Pero, cosa difícil de relatar, el Poeta miró y encontró sólo arena seca en sus manos; y el Estúpido cerró sus ojos y sintió nada más que nubes en su corazón.

Amor y odio

Una mujer dijo a un hombre: —Te amo.

Y el hombre respondió: —Mi corazón se cree merecedor de tu amor.

Y la mujer habló: —¿No me amas?

Y el hombre sólo elevó sus ojos hacia ella y calló.

Entonces la mujer gritó: —Te odio.

Y el hombre dijo: —Pues, entonces, mi corazón también es merecedor de tu odio.

Sueños

Un hombre tuvo un sueño y, cuando despertó, visitó a un adivino y quiso que éste lo descifrase.

Y el adivino dijo al hombre:

—Ven a mí con los sueños que contemples en tus momentos despiertos y te explicaré sus significados. Pero los sueños de tu dormir no pertenecen ni a mi sabiduría ni a tu imaginación.

El loco

En el jardín de un hospicio conocí a un joven de rostro pálido y hermoso, allí internado.

Y sentándome junto a él sobre el banco, le pregunté:

—¿Por qué estás aquí?

Me miró asombrado y respondió:

—Es una pregunta inadecuada, sin embargo, contestaré. Mi padre quiso hacer de mí una reproducción de sí mismo; también mi tío. Mi madre deseaba que fuera la imagen de su ilustre padre. Mi hermana mostraba a su esposo navegante como el ejemplo perfecto a seguir. Mi hermano pensaba que debía ser como él, un excelente atleta. Y mis profesores como el doctor de filosofía, el de música y el de lógica, ellos también fueron terminantes, y cada uno quiso que fuera el reflejo de sus propios rostros en un espejo. Por eso vine a este lugar. Lo encontré más sano. Al menos puedo ser yo mismo.

Enseguida se volvió hacia mí y dijo:

—Pero dime, ¿te condujeron a este lugar la educación y el buen consejo?

—No, soy un visitante —respondí.

—Oh, —añadió él— tú eres uno de los que vive en el hospicio del otro lado de la pared.

Las ranas

Cierto día de verano una rana dijo a su compañero:

—Temo que la gente que vive en aquella casa de la costa esté molesta por nuestro canto.

Y su compañero respondió:

—Bueno, ¿acaso no nos molestan ellos con sus conversaciones durante nuestro silencio diurno?

—No olvidemos que a veces cantamos demasiado por la noche —dijo la rana.

—No olvidemos que ellos charlan y gritan mucho más durante el día —respondió su amigo.

Dijo entonces la rana:

—¿Y qué hay del escuerzo que molesta a todo el vecindario con su croar prohibido por Dios?

—Mas —replicó su amigo—, ¿qué me dices del político y el sacerdote y el científico que llegan a estas costas y pueblan el aire con molestos ruidos?

—Bien, —dijo entonces el primero— pero seamos mejores que estos seres humanos. Guardemos silencio por la noche y mantengamos las canciones en nuestros corazones, aún cuando la luna reclame nuestro ritmo y las estrellas nuestra rima. Al menos callemos por una noche, o dos, o aún por tres noches.

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