Authors: Mandelrot
La historia de Kyro es mucho más que una aventura. Enviado a una misión para la que no está preparado, dejará para siempre su hogar y cruzará incontables mundos en los que se enfrentará a nuevos desafíos a cada paso.
Luchará en duras batallas, se unirá a un clan de cazadores entre montañas nevadas, se convertirá en líder de una manada de animales salvajes en una selva tropical, surcará el mar rodeado de piratas, volará con artefactos mágicos entre islas vivientes que flotan en el aire, será esclavizado en una mina de rocas, descubrirá la verdad sobre su propio destino en un lugar llamado La Tierra donde los últimos humanos resisten escondidos en cuevas, se detendrá en una extraña estación orbital en la que encontrará a un ser sin cuerpo físico que se definirá a sí mismo como "inteligencia artificial", cruzará el espacio y se asombrará con las maravillas del Cosmos... Y más, mucho más.
Conocerá el amor, la amistad, el dolor, la traición, la soledad y la pérdida; dejará atrás riquezas y poder, rechazará todo lo que los demás anhelan para seguir adelante en su camino; aprenderá, madurará y pasará de ser el joven inexperto que comenzó este gran viaje a convertirse en el soldado imparable capaz de sacrificar su vida para cumplir con su misión.
Mandelrot
El viajero
ePUB v1.2
Bercebus06.11.11
En la web de la obra está disponible el libro en papel y formato electrónico para su descarga gratuita; hay noticias, colaboraciones de los lectores, contenidos multimedia y mucho más. http://elviajero.mandelrot.com
© Mandelrot 2008
Depósito legal: GC-795-2010
ISBN-13 (formato papel): 978-84-614-7293-2
ISBN-13 (formato e-book): 978-84-614-7292-5
Cubiertas: Ricardo Díaz y Jose Alemán
El autor permite la reproducción total o parcial del texto, siempre que sea sin ánimo de lucro y citando la web de la obra:
http://elviajero.mandelrot.com
La trilogía de El Viajero es el producto de un proyecto que me ha llevado entre 2000 y 2500 horas de trabajo, desde mediados del año 2006 hasta principios de 2011. No se trata simplemente de sentarse a escribir: hay que pensar, planificar, conseguir la coherencia del proceso creativo y de la historia en sí, y a partir de ese momento viene el trabajo “mecánico” de plasmar las ideas en palabras. Pero esto es sólo el principio, porque luego empieza un interminable proceso de relecturas, correcciones y mejoras, de pulir con cuidado cada detalle para que todo sea lo más perfecto posible, que en el caso de El Viajero me ha llevado casi dos años hasta conseguir el texto final que encontrarás a continuación. A todo esto hay que añadir otras tareas como el diseño de las cubiertas, la página web (elviajero.mandelrot.com), burocracia legal, y más con lo que ahora no me extenderé.
¿Qué impulsa a alguien a pasarse años enteros de su vida dedicándose en cuerpo y alma a semejante trabajo, para luego poner el libro gratis en su web? La respuesta sólo puede ser una: el amor. El amor a lo que haces, la pasión de compartir cosas con los demás y de disfrutarlas juntos. La gran aventura de Kyro ha sido una de las mejores cosas que ha sucedido en mi vida, lo he pasado increíblemente bien viajando con él, y ahora quiero que tú también tengas la oportunidad de unirte a nosotros.
A cambio de estos miles de horas sólo me gustaría pedirte un pequeño favor: ayúdame a que haya muchos otros que conozcan El Viajero. Tus amigos, tu familia, tus conocidos, tus compañeros... El arte es una forma de comunicación entre el creador y la persona que lo consume, y no hay mayor recompensa para un artista que ver que mucha gente aprecia su obra. Yo he dado todo lo que podía, ahora todo está en tus manos.
Es más: El Viajero puede enriquecerse gracias a ti. En la sección “Multimedia” de la web se recogerán aportaciones de lectores, aficionados y amigos que quieran compartir sus obras basadas en este universo: ilustración, escultura, cómics, relatos...
No hay límite y todo esto no ha hecho más que empezar.
Espero que tú también disfrutes con esta aventura. ¡Comienza el viaje!
Mandelrot
Esperaban en medio de aquella gran tormenta de nieve. El grupo de hombres, completamente abrigados para defenderse del frío extremo e inmóviles sobre los fuertes y peludos morks que montaban, miraba a la nada a través del viento y del hielo.
—¡Mi general, tenemos que ir!
El aludido no reaccionó. El hombre que había hablado se acercó para que pudiera escucharlo a pesar de la ventisca.
—¡Mi general...!
—Le he oído, comandante.
—¡Señor, es demasiado peligroso! ¡Y en estas condiciones...!
—No se preocupe, sé lo que hago.
—¡Pero ya han muerto más de doscientos hombres, y él ni siquiera lleva espada! ¡La bestia lo...
El general giró la cabeza y su mirada bastó para silenciar a su subordinado. Un momento después volvió de nuevo la vista hacia la lejanía.
—Si no regresa antes de la noche, usted dirigirá el grupo para acabar con ese monstruo. Yo me encargaré personalmente del cadáver.
El comandante le miró con una mezcla de respeto y temor.
—A sus órdenes, mi general.
Aún pasó largo tiempo antes de que divisaran algo entre el viento blanco. Una silueta se acercaba a pie.
—¡Por Varomm, lo ha conseguido! —exclamó uno de los soldados.
—Increíble —susurró el comandante. El general era el único que mantenía su impasividad, como si no le afectara.
El hombre que se acercaba llegó hasta ellos. Su imagen contrastaba con todo a su alrededor: no era más que un muchacho aterido por el frío, muy pálido y que parecía agotado; estaba completamente desnudo y lleno de heridas que le bañaban en sangre, y sostenía en la mano izquierda lo que parecía ser la negra, enorme, terrible cabeza de algo no humano.
Se detuvo y dejó caer la cabeza ante el general.
—La bestia ha muerto, padre.
—Bien. Nos veremos en el campamento —fue la única respuesta que recibió.
Los soldados giraron sus monturas y siguieron a su jefe alejándose. El chico vio cómo el grupo se movía; algunos de los hombres le miraban con admiración, aunque lo que se percibía en la mayoría era más bien compasión. Unos momentos después, cuando habían desaparecido, comenzó de nuevo a caminar siguiéndoles pesadamente entre la tormenta.
Muchos días más tarde el grupo de jinetes, entre los que ya se encontraba el muchacho, cruzaba bajo el sol del mediodía las gigantescas puertas de la majestuosa ciudad de Vassar'Um, la capital del mundo. Sus ruidosas calles parecían bastante cuidadas y reflejaban prosperidad, y estaban abarrotadas de todo tipo de seres: la mayoría humanos o semihumanos, aunque también otros de aspecto a cuál más distinto. La gente iba de acá para allá; algunos se agrupaban en torno a vendedores ambulantes, adivinos o charlatanes. Al paso de los jinetes, sin embargo, se apartaban y les miraban en silencio salvo por algunas voces aisladas.
—¡Mira, son ellos!
—Dicen que el chico acabó con la bestia de Dhrila con sus propias manos...
—¡Los habitantes llevaban meses aterrorizados!
—¡El general mandó a su propio hijo solo contra el monstruo!
El general marchaba a la cabeza del grupo, que avanzaba despacio debido al gentío. Las miradas se detenían en él un momento antes de centrarse en su hijo, que iba entre los últimos. Uno de sus compañeros le habló en voz baja.
—Parece que ya te has hecho famoso, Kyro.
El muchacho sonrió con cierta timidez, sin decir nada.
Aún tardaron bastante en dejar atrás las zonas más populares; progresivamente, a medida que se iban acercando a Palacio, el aspecto del entorno iba siendo más lujoso a la vez que se veían más guardias de ronda y menos transeúntes. Por fin algo más tarde cruzaban uno de los puentes que separaban la ciudad interior donde vivía el emperador del resto de Vassar'Um.
Los soldados les saludaban a su paso mientras se iban acercando a la zona de los jardines principales. Una vez allí se escuchó una voz que llamaba la atención del muchacho:
—¡Kyro! ¡Kyro, has vuelto!
Era Zadal, una de las doncellas de la emperatriz; estaba con otras mujeres de palacio y le saludaba con la mano. La cara del chico se iluminó con una sonrisa por un instante al igual que la de ella, pero inmediatamente la que parecía dirigir el grupo la cortó:
—Zadal, deja de dar gritos y compórtate como una dama.
—Sí, ama —respondió esta, tras lo cual volvió a mirar a Kyro sonriendo aún en silencio.
Este le hizo un gesto mientras continuaba con la cabeza girada para mirarla. Otro de los soldados habló:
—Cuidado Kyro, parece que aquí te esperan peligros aún mayores que en Dhrila... —Sus compañeros rieron.
—Silencio —les cortó el comandante.
Un sirviente, un glowen de color rojizo y tamaño algo más pequeño que un hombre, se acercó al grupo.
—General Karan, sed bienvenido —dijo con una reverencia—. El emperador os espera, quiere veros y desea que venga también vuestro hijo.
El general bajó de su montura mirando fugazmente al chico.
—Desmonta —ordenó; este lo hizo inmediatamente mientras el general seguía hablando—.
Comandante, quiero un informe con las novedades durante mi ausencia.
—Sí, señor —contestó este.
Mientras los jinetes seguían su camino Kyro siguió a su padre por las escaleras. Ninguno dijo nada hasta llegar al salón del trono. Allí estaba Crodio IV, el emperador, sentado en su asiento de privilegio; a su lado se hallaba su hijo, el joven príncipe Darimam, y tras de ellos en pie un gigantesco zoak, su piel verde oscuro escamosa contrastando con el uniforme de la Guardia Imperial. Un grupo de hombres bien vestidos hablaba con el emperador, pero la presencia del general hizo el silencio y todos se apartaron mientras los dos recién llegados se arrodillaban ante el trono.
—Me alegro de verte de nuevo, Karan. Y a ti también, joven Kyro; ya he tenido noticia de tu proeza. Enhorabuena.
—Muchas gracias, sire —dijo el joven.
—Podéis levantaros. ¿Ha ido todo bien en vuestro viaje por los reinos del norte?
—Tengo un informe completo preparado para vos, sire. Además he traído correspondencia sobre asuntos de estado —contestó el general.
—Bien, muy bien. Tu lugarteniente —hizo un gesto hacia el zoak— ha asumido el mando de la guardia perfectamente, pero echaba de menos tu presencia.
—Padre —dijo el príncipe—. Quizá el joven Kyro quiera acompañarme, y así no os molestaremos.
—No serías molestia, Darimam, los asuntos del imperio serán un día los tuyos. Pero lleva a tu amigo a refrescarse tras el largo viaje, y podréis hablar con tranquilidad.
Kyro se disponía a seguir al príncipe; la voz de su padre le hizo detenerse.
—Cuando su alteza no te necesite ve a ver al maestro Tepulus.
—Sí, padre —contestó Kyro con expresión de agotamiento, antes de abandonar la estancia.
El emperador habló de nuevo.
—Señores, deseo hablar a solas con el general Karan; os mandaré llamar para continuar con estos asuntos en otro momento.
Todos se fueron, dejando solos a los dos hombres; Crodio se levantó de su trono y se acercó a Karan.
—Has llegado en el momento perfecto; estas reuniones en las que todo el mundo no deja de pedir cosas me agotan —palmeó afectuosamente el hombro del soldado—. Ven, caminemos un poco.