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Authors: Anne McCaffrey

El vuelo del dragón (23 page)

BOOK: El vuelo del dragón
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La risita de Lessa le reveló que su indirecta había dado en el blanco.

—Ahora mismo, sin embargo —añadió F'lar, indicándole a Lessa con un gesto que le precediera hacia el weyr—, comería algo. Haremos que lo suban de la cocina.

Habían entrado en el bien iluminado weyr, de modo que F'lar no se perdió la incisiva mirada que Lessa le disparó por encima del hombro. Lessa no perdonaría fácilmente el haber sido dejada fuera del grupo que acudió a la Piedra de la Estrella aquella mañana, ni siquiera con el soborno de volar por el
inter
.

Cuán distinto era este aposento interior ahora que Lessa era la Dama del Weyr, pensó F'lar mientras Lessa encargaba la comida. Durante la incompetente gestión de Jora como Dama del Weyr, los dormitorios habían estado atestados de vajilla sin lavar y platos sucios. El lamentable estado del Weyr y el reducido número de dragones tenían su origen tanto en Jora como en R'gul, ya que ella había estimulado indirectamente la pereza, la negligencia y la glotonería.

Si él, F'lar, hubiese tenido unos cuantos años más cuando falleció F'lon, su padre... Jora había sido desagradable, pero cuando los dragones se remontan en vuelo de apareamiento, la condición de la pareja de uno no cuenta para nada.

Lessa trajo de la plataforma una bandeja de pan y queso y cubiletes de estimulante
klah
. Sirvió a F'lar diestramente.

—¿Tú no has comido, tampoco? —preguntó F'lar. Lessa sacudió la cabeza vigorosamente, agitando a través de sus hombros la trenza en la que había recogido sus finos y oscuros cabellos. El peinado resultaba demasiado severo para su estrecho rostro, pero no desfiguraba, si había sido esa su intención, su feminidad ni la extraña belleza de sus delicadas facciones. F'lar se maravilló de nuevo de que un cuerpo tan frágil contuviera tanta inteligencia y tantos recursos, tanta astucia... sí, esa era la palabra, astucia. F'lar no incurría en el error, que otros habían cometido, de subestimar las facultades de Lessa.

—Manora me llamó para que presenciara el nacimiento del hijo de Kylara.

F'lar mantuvo una expresión de educado interés. Sabía perfectamente que Lessa sospechaba que el niño era suyo, y podía haberlo sido, admitía en su fuero interno, aunque lo dudaba. Kylara había sido una de las diez candidatas de la misma Búsqueda en la que había descubierto a Lessa, hacía tres años. Al igual que otras candidatas que habían sobrevivido a la Impresión, Kylara había descubierto que ciertos aspectos de la vida del Weyr encajaban exactamente con su temperamento. Había pasado del weyr de un caballero a otro. Incluso había seducido a F'lar... no en contra de su voluntad, desde luego. Ahora que era caudillo del Weyr, F'lar juzgaba más prudente ignorar los esfuerzos de Kylara para reanudar aquellas relaciones. T'bor había sido el último en convivir con ella hasta que la retiró a las Cavernas Inferiores, en avanzado estado de gestación.

Aparte de tener las tendencias amorosas de un dragón verde, Kylara era lista y ambiciosa. Sería una Dama del Weyr fuerte, de modo que F'lar había encargado a Manora y a Lessa que imbuyeran la idea en la mente de Kylara. En calidad de Dama del Weyr... de otro Weyr... resultaría útil para Pern. Kylara no había aprendido a mostrarse disimulada y paciente como Lessa, y no poseía una mente tortuosa como la actual Dama del Weyr. Por fortuna, Kylara sentía una especie de terror reverencial hacia Lessa, y F'lar sospechaba que la propia Lessa influenciaba sutilmente esta actitud. En el caso de Kylara, F'lar prefería no formular objeciones a las maniobras de Lessa.

—Un hijo muy hermoso —estaba diciendo Lessa. F'lar sorbió su
klah
. Lessa no se saldría con la suya si pretendía hacerle admitir alguna responsabilidad. Tras una larga pausa, Lessa añadió:

—Kylara le ha puesto el nombre de T'kil. F'lar reprimió una sonrisa ante el fracaso de Lessa en sus tentativas por hacerle salir de su impasibilidad.

—Muy discreto por su parte.

—¿Eh?

—Sí —dijo F'lar tranquilamente—. T'lar podría haber dado lugar a confusiones si ella tomaba la segunda mitad de su nombre como es costumbre. «T'kil», en cambio, indica tanto al padre como a la madre.

—Mientras esperaba que terminara el Consejo —dijo Lessa después de aclararse la garganta—, Manora y yo revisamos las cuevas de suministros. Los convoyes de diezmos, que los Fuertes han sido tan amables en enviarnos —su voz era incisiva—, llegarán en el curso de esta semana. Pronto tendremos pan apto para el consumo —añadió, frunciendo la nariz ante el quebradizo bollo grisáceo sobre el cual intentaba extender una capa de queso.

—Un cambio agradable —convino F'lar.

Lessa hizo una pausa.

—¿Siguió la Estrella Roja la trayectoria prevista? —preguntó finalmente.

F'lar asintió.

—¿Y se han disipado con ello las dudas de R'gul?

—No del todo —dijo F'lar sonriendo, ignorando el sarcasmo de Lessa—. No del todo, pero será más comedido en sus críticas.

Lessa tragó rápidamente a fin de poder hablar.

—Harías bien en cortar sus críticas de raíz —dijo bruscamente, moviendo su cuchillo como si lo hundiera en el corazón de un hombre—. Nunca aceptará tu autoridad de buen grado.

—Necesitamos a todos los caballeros bronce... sólo hay siete, como ya sabes —le recordó F'lar—. R'gul es un buen jefe de escuadrón. Y cambiará de actitud cuando caigan las Hebras. Necesita pruebas para que desaparezcan definitivamente sus dudas.

—¿Acaso la Estrella Roja en el Ojo de Roca no es una prueba? —inquirió Lessa.

En su fuero interno F'lar compartía la opinión de Lessa, en el sentido de que podría resultar más prudente eliminar la obstinada oposición de R'gul. Pero no podía sacrificar a un jefe de escuadrón, necesitando como necesitaba a todos y a cada uno de sus dragones y jinetes.

—No confío en él —añadió Lessa en tono sombrío. Sorbió su
klah
, con aire pensativo, mientras F'lar se preguntaba si aquella desconfianza se extendía a él mismo.

Era indudable que sí, hasta cierto punto. Y F'lar, honradamente, no podía reprochárselo. Lessa reconocía que todas las medidas que tomaba F'lar tenían el mismo objetivo: la seguridad y protección de la dragonería y del Weyr, y consecuentemente la seguridad y protección de Pern. Para alcanzar aquel objetivo, necesitaba la plena colaboración de Lessa. Y cuando se discutían asuntos del Weyr o de la dragonería, Lessa prescindía de la antipatía que F'lar sabía que experimentaba hacia él. En las conferencias le apoyaba incondicional y persuasivamente, aunque F'lar veía siempre una expresión especulativa y suspicaz en sus ojos. El necesitaba no solamente su tolerancia sino también su simpatía.

—Dime —inquirió Lessa después de un prolongado silencio—, ¿tocó el sol el Dedo de Roca antes o después de que la Estrella Roja quedara enmarcada en el Ojo de Roca?

—A decir verdad, no estoy seguro, ya que no lo vi por mí mismo... la coincidencia sólo dura unos instantes... pero se supone que los dos hechos son simultáneos.

Lessa frunció el ceño.

—¿A quién encargaste que lo controlara? ¿A R'gul? Lessa estaba enfurecida, y sus ojos miraban a todas partes menos a F'lar.

—Soy el caudillo del Weyr —la informó F'lar secamente. Lessa se estaba mostrando irrazonable.

Lessa le dirigió una larga y dura mirada antes de inclinarse a terminar su comida. Comía muy poco. Comparada con Jora, en el curso de un día entero no comía lo suficiente como para alimentar a un niño enfermo. Aunque, desde luego, resultaba absurdo comparar a Lessa con Jora en cualquier sentido.

F'lar terminó su propio desayuno, colocando los cubiletes sobre la bandeja vacía con aire ausente. Lessa se levantó silenciosamente y se llevó los platos.

—Saldremos en cuanto el Weyr esté libre —dijo F'lar.

—Como tú digas —Lessa asintió con la cabeza hacia la dormida reina, visible a través del arco—. Pero tendremos que esperar a Ramoth.

—¿No se está despertando? Hace más de una hora que mueve la cola.

—Siempre lo hace a esta hora del día.

F'lar se inclinó a través de la mesa, con las cejas fruncidas pensativamente, mientras contemplaba cómo se movía espasmódicamente de un lado a otro la dorada punta de la cola de la reina.

—Mnementh hace lo mismo. Y siempre al amanecer y a primera hora de la mañana. Como si asociaran esa hora del día con problemas...

—¿O con el remontarse de la Estrella Roja? —le interrumpió Lessa.

Alguna sutil diferencia en el tono de su voz hizo que F'lar le dirigiese una rápida mirada. Ahora no era rabia por haberse perdido el fenómeno matinal. Los ojos de Lessa no estaban fijos en nada concreto; su rostro se había contraído y unas diminutas arrugas poblaban su entrecejo.

—Al amanecer... cuando llegan todas las advertencias —murmuró Lessa.

—¿Qué clase de advertencias? —preguntó F'lar con sincero interés.

—Aquella mañana... unos días antes... antes de que Fax y tú llegarais al Fuerte de Ruatha. Algo me despertó... una especie de presión... la sensación de amenaza de un terrible peligro —Lessa permaneció silenciosa unos instantes—. La Estrella Roja había empezado a remontarse.

Los dedos de su mano izquierda se abrieron y se cerraron. Se estremeció convulsivamente y volvió a fijar su mirada en F'lar.

—Fax y tú llegasteis del nordeste, procedentes de Crom —añadió en tono incisivo, ignorando el hecho, observó F'lar, de que la Estrella Roja se remonta también algo al norte del auténtico este.

—Es cierto —sonrió F'lar, recordando perfectamente aquella mañana—. Aunque —añadió, señalando con un amplio gesto la gran caverna a su alrededor— prefiero creer que aquel día te serví bien. ¿Lo recuerdas con desagrado?

La mirada que Lessa le dirigió era fríamente inescrutable.

—El peligro se presenta con muchos disfraces.

—Estoy de acuerdo —respondió F'lar amablemente, decidido a no caer en la trampa que ella le tendía—. ¿Habías despertado de un modo similar en alguna otra ocasión? —inquirió en tono casual. El silencio absoluto en la estancia atrajo de nuevo la atención de F'lar hacia Lessa. Vio que el rostro de la muchacha había palidecido intensamente.

—El día que Fax invadió el Fuerte de Ruatha. La voz de Lessa era un susurro apenas articulado. Sus ojos, muy abiertos, tenían una extraña fijeza. Sus manos se aferraban al borde de la mesa. Su silencio se prolongó por espacio de tanto tiempo que F'lar empezó a preocuparse. Esta era una reacción inesperadamente violenta a una pregunta casual.

—Cuéntame —sugirió suavemente.

Lessa habló en un tono frío, impersonal, como si estuviera recitando una Balada Tradicional o algo que le había ocurrido a otra persona.

—Yo era una niña. Tenía once años. Desperté al amanecer...

Su voz se apagó. Sus ojos permanecieron fijos en un punto indeterminado, contemplando una escena que había ocurrido hacía mucho tiempo.

F'lar se sintió dominado por un irresistible deseo de consolarla. Le impresionó profundamente, incluso mientras se sentía invadido por aquella desacostumbrada compasión, el hecho de que nunca se le había ocurrido la idea de que Lessa, de entre todas las personas, pudiera sentirse afectada por un terror tan antiguo.

Mnementh informó bruscamente a su jinete que Lessa estaba obviamente trastornada. Lo suficiente para que su angustia mental estuviera despertando a Ramoth. En tono menos acusador, Mnementh informó a F'lar que R'gul se había marchado finalmente con sus jóvenes alumnos. Sin embargo, Hath, su dragón, se hallaba muy desorientado debido al estado de ánimo de R'gul. Por lo visto, F'lar se había propuesto desquiciar a todo el mundo en el Weyr...

—Oh, cállate de una vez —dijo F'lar en voz baja.

—¿Por qué? —inquirió Lessa con su voz normal.

—No hablaba contigo, mi querida Dama del Weyr —le aseguró F'lar, sonriendo agradablemente, como si no se hubiese producido el penoso interludio—. Estos días, Mnementh está lleno de consejos.

—A tal jinete, tal dragón —replicó Lessa en tono mordaz.

Ramoth dejó oír un poderoso bostezo. Lessa se puso en pie de un salto y echó a correr hacia el dragón hembra, su frágil figura empequeñecida por los casi dos metros de la cabeza del animal.

Una expresión de ternura inundó el rostro de Lessa mientras contemplaba los brillantes ojos opalescentes de Ramoth. F'lar apretó los dientes, envidioso del afecto que la muchacha profesaba a su dragón.

En su mente percibió el equivalente a la risa de dragón de Mnementh.

—Ramoth tiene hambre —informó Lessa a F'lar, con un eco de su amor a Ramoth vibrando en la suave línea de su boca, en la ternura de sus ojos grises.

—Ramoth siempre tiene hambre —observó F'lar, y siguió a la pareja fuera del weyr.

Mnementh planeó cortésmente junto al saledizo hasta que Lessa y Ramoth hubieron despegado. Se deslizaron hacia el Cuenco del Weyr, por encima del lago cubierto por una leve bruma, en dirección al comedero situado en el extremo opuesto del largo óvalo que incluía el suelo del Weyr de Benden. Las estriadas paredes estaban taladradas con las negras bocas de las entradas de los weyrs individuales, abandonados a aquella hora del día por los escasos dragones que podían dormitar sobre sus saledizos al sol invernal.

Mientras F'lar se encaramaba al broncíneo cuello de Mnementh, confió en que la nidada de Ramoth sería espectacular, borrando la ignominia de la mezquina docena de huevos que Nemorth había puesto en cada uno de sus escasos apareamientos.

F'lar no tenía serias dudas sobre la mejoría después del notable vuelo de apareamiento de Ramoth con su Mnementh. El dragón bronce murmuró su completo acuerdo con la certidumbre de su jinete, y ambos contemplaron posesivamente a la reina mientras curvaba sus alas para tomar tierra. Su tamaño era dos veces mayor que el de Nemorth, en primer lugar; y sus alas tenían una longitud superior a las de Mnementh, que era el mayor de los siete bronce machos. F'lar pensaba en Ramoth para repoblar los cinco Weyrs vacíos, del mismo modo que pensaba en Lessa y en sí mismo para rejuvenecer el orgullo y la fe de los dragoneros y del propio Pern. Sólo esperaba disponer del tiempo suficiente para hacer lo que era necesario. La Estrella Roja había sido enmarcada por el Ojo de Roca. Las Hebras no tardarían en caer. En alguna parte, en uno de los Archivos de los otros Weyrs, tenía que encontrarse la información que necesitaba para saber cuándo, exactamente, caerían las Hebras.

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