El vuelo del dragón (3 page)

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Authors: Anne McCaffrey

BOOK: El vuelo del dragón
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—Desde luego. Tengo varios arpistas adiestrados —dijo Fax, tensando sus hombros.

F'lar fingió no haber comprendido.

—El Señor Fax es el soberano de otros seis Fuertes —le recordó F'nor a su jefe.

—Desde luego —asintió F'lar, con exactamente la misma inflexión que Fax había utilizado un momento antes.

Fax se dio perfecta cuenta de la imitación, pero dado que no podía considerar como un insulto deliberado una inocente afirmación, echó a andar por los iluminados pasillos. Los dragoneros le siguieron.

—Resulta agradable ver cómo el Señor de un Fuerte conserva tantas costumbres antiguas —le dijo F'lar a F'nor en tono de aprobación, pero a la intención de Fax, mientras pasaban al Fuerte interior—. Hay muchos que han abandonado la seguridad de la roca sólida y han ampliado sus Fuertes exteriores en proporciones peligrosas. No puedo aprobar ese riesgo.

—Su riesgo, Señor F'lar, representa ganancia para otros —replicó Fax desdeñosamente, moderando su paso.

—¿Ganancia? ¿Cómo es eso?

—Cualquier Fuerte exterior es invadido fácilmente, caballero bronce, con fuerzas adiestradas, mando experto y estrategia cuidadosamente elaborada.

El hombre no era un fanfarrón, decidió F'lar. Ni, en aquellos días de paz, dejaba de montar guardias en la Torre. Sin embargo, se mantenía dentro de su Fuerte, no en obediencia a las antiguas Leyes, sino por prudencia. Mantenía arpistas por ostentación y no porque lo exigiera la tradición. Pero permitía que los pozos quedaran inutilizados; permitía que creciera la hierba. Por una parte se mostraba cortésmente hospitalario con los dragoneros, y por otra les insultaba veladamente. Un hombre al que no había que perder de vista.

Los alojamientos de las mujeres en el Fuerte de Fax habían sido trasladados desde los tradicionales pasillos más interiores a los situados en la fachada del acantilado. La luz del sol penetraba allí a través de las tres ventanas provistas de persianas dobles y profundamente encajadas en la muralla exterior. F'lar observó que los goznes de bronce estaban muy bien engrasados. Las paredes tenían el espesor requerido: Fax no había incurrido en la reciente práctica de adelgazar la muralla protectora.

La cámara estaba adornada con lujosos tapices que reproducían escenas adecuadamente simpáticas de mujeres ocupadas en toda clase de tareas femeninas. A ambos lados de la cámara principal se abrían varias puertas a unas alcobas más pequeñas, y de ellas, a una orden de Fax, surgieron sus mujeres con paso vacilante. Fax dirigió un gesto severo a una mujer que llevaba una bata azul, con los cabellos veteados de blanco, el rostro arrugado por decepciones y amarguras y el vientre hinchado por el embarazo. La mujer avanzó torpemente, deteniéndose a varios pasos de distancia de su señor. Por su actitud, F'lar dedujo que no se acercaba a Fax más de lo absolutamente necesario.

—La Dama de Crom, madre de mis herederos —dijo Fax, sin orgullo ni cordialidad.

—Mi Dama... —vaciló F'lar, esperando que le informaran de su nombre.

Ella miró tímidamente a su señor.

—Gemma —dijo Fax de mala gana. F'lar se inclinó profundamente.

—Mi Dama Gemma, el Weyr está en viaje de Búsqueda y solicita la hospitalidad del Fuerte.

—Mi señor F'lar —replicó la Dama Gemma en voz baja—, aceptad mi mejor bienvenida.

A F'lar no le pasó por alto el hecho de que Gemma, que le había llamado por su nombre, le había dado la bienvenida a título personal. Su sonrisa fue más cálida de lo que la cortesía exigía, cálida de gratitud y simpatía. A juzgar por el número de mujeres reunidas allí, Fax tenía una vida sexual intensa. Posiblemente habría algunas de las que Dama Gemma se despediría sin el menor pesar.

Fax empezó con las presentaciones, murmurando indistintamente nombres hasta que se dio cuenta de que aquella estrategia no daría resultado. F'lar le rogaba cortésmente que repitiera el nombre de la dama. F'nor, ensanchando su sonrisa mientras tomaba nota mentalmente de las damas que Fax prefería mantener en el anonimato, permanecía en actitud indolente junto al umbral. Más tarde, F'lar compararía sus respectivas anotaciones, aunque a simple vista no parecía que entre aquellas mujeres hubiese alguna digna de la Búsqueda. Fax las prefería bajitas y rollizas. No había una sola mujer decidida, o al menos dicharachera, en todo el lote. Tal vez lo habían sido en otro tiempo, pero ahora habían cambiado. Fax, sin duda, era un semental, no un amante. Algunas de ellas no habían hecho mucho uso del agua en todo el invierno, a juzgar por la cantidad de aceite oloroso que se había enranciado en sus cabellos. De todas ellas, si estaban todas allí, la Dama Gemma era la única que valía la pena, y era demasiado vieja.

Terminadas las presentaciones, Fax empujó casi literalmente a sus mal acogidos huéspedes hacia el exterior. F'lar autorizó a F'nor para que fuera a reunirse con los otros dragoneros. Y Fax acompañó al caballero bronce al alojamiento que le había asignado.

La cámara se encontraba a un nivel más bajo que la suite de las mujeres, y era ciertamente adecuada a la dignidad de su ocupante. Los tapices multicolores reproducían aquí batallas sangrientas, combates a espada individuales, dragones de tonos brillantes en vuelo, pedernales ardiendo sobre los espolones, y todo lo que la historia teñida de escarlata de Pern ofrecía.

—Un cuarto agradable —reconoció F'lar, despojándose de los guantes y de la túnica de piel de wher y arrojándolos descuidadamente sobre la mesa—. Tengo que ver a mis hombres y a los animales. Todos los dragones han sido alimentados recientemente —comentó, poniendo de relieve con ello la desatención de Fax al no haberlo preguntado—. Solicito libertad de movimientos a través del Fuerte.

Fax concedió de mala gana lo que era tradicionalmente privilegio de un dragonero.

—No me interferiré más en tus obligaciones, Señor Fax, que deben ser muy numerosas, con siete Fuertes que supervisar...

F'lar inclinó su cuerpo ligeramente hacia el soberano, como un gesto de despedida. Pudo imaginar la expresión enfurecida del rostro de Fax mientras se alejaba ruidosamente. Esperó largo rato para asegurarse de que Fax estaba fuera del pasillo, y entonces se dirigió al Gran Vestíbulo.

Las bulliciosas sirvientas interrumpieron su tarea de instalar mesas adicionales de caballete para contemplar de reojo al dragonero. F'lar las saludó amablemente, observando si alguna de aquellas hembras poseía el material del que están hechas las mujeres Weyr. Gastadas por el trabajo, mal alimentadas, marcadas por el látigo y las enfermedades, no eran más que lo que eran: sirvientas, aptas únicamente para rudos trabajos manuales.

F'nor y los hombres se habían instalado en un barracón vaciado apresuradamente. Los dragones estaban cómodamente posados sobre los rocosos espolones encima del Fuerte. Se habían situado de modo que pudieran vigilar el ancho valle en toda su extensión. Todos habían sido alimentados antes de abandonar el Weyr, y cada uno de los jinetes cuidaba debidamente de su dragón: en una Búsqueda no podía haber incidentes.

Los dragoneros se pusieron en pie como un solo hombre cuando F'lar entró en el barracón.

—Mantened los ojos bien abiertos, sin provocar disturbios ni crear problemas —dijo F'lar lacónicamente—. Regresad a la puesta del sol, con los nombres de cualesquiera posibles candidatas.

Los hombres asintieron, brillando en sus ojos la comprensión. Confiaban plenamente en el éxito de la Búsqueda, a pesar de que las dudas de F'lar eran mayores ahora que había visto a todas las mujeres de Fax. Lógicamente, lo más selecto de las Altas Extensiones debería encontrarse en el Fuerte principal de Fax, pero no estaba allí. Sin embargo, el Fuerte era muy extenso, y además les quedaban otros seis por visitar...

De tácito acuerdo, F'lar y F'nor salieron del barracón. Los hombres seguirían, discretamente, solos o por parejas, para reconocer la zona de los artesanos y las fincas agrícolas más próximas. Los hombres estaban tan abiertamente deseosos de salir afuera como lo estaba F'lar en su fuero interno. Había habido una época en la que los dragoneros eran frecuentes y apreciados huéspedes en todos los grandes Fuertes de Pern. desde el Nerat meridional hasta el alto Tillek. Esta agradable costumbre había muerto también justamente con otros usos, evidenciando la poca consideración que en la actualidad merecía el Weyr. F'lar se había jurado sí mismo cambiar este estado de cosas.

Se obligó a recordar los insidiosos cambios. Los Archivos, que cada mujer Weyr llevaba, eran una prueba de la gradual pero perceptible decadencia, localizable a través de las últimas doscientas Revoluciones. El conocer los hechos no mejoraba la situación. Y F'lar era de los pocos en. el propio Weyr que prestaba crédito igualmente a los Archivos y a las baladas. Y si podía creerse en las antiguas leyendas, la situación se modificaría radicalmente dentro de muy poco tiempo.

F'lar sentía que había un motivo, una explicación y un propósito para cada una de las Leyes del Weyr, desde la Primera Impresión hasta los Pedernales, desde las alturas libres de hierba hasta los canalones a lo largo de los espolones. Hasta para elementos tan nimios como controlar el apetito de un dragón para limitar los habitantes del Weyr. Aunque F'lar ignoraba por qué habían sido abandonados los otros cinco Weyrs. Se preguntó ociosamente si existirían Archivos, polvorientos y destrozándose, en los Weyrs en desuso. Tenía que comprobarlo la próxima vez que su escuadrón saliera a patrullar. Desde luego, en el Weyr de Benden no había ninguna explicación.

—Hay actividad, pero no entusiasmo —estaba diciendo F'nor, dirigiendo de nuevo la atención de F'lar a su recorrido de la zona artesana.

Habían descendido por la acanalada rampa desde el Fuerte hasta la zona artesana, la ancha carretera con casitas a ambos lados subiendo hasta los imponentes talleres de piedra de los artesanos. Silenciosamente, F'lar observó los canalones llenos de musgo en los tejados, las enredaderas trepando por las paredes. Resultaba doloroso para alguien como él ser testigo de la flagrante omisión de elementales medidas de seguridad. La vegetación estaba prohibida en las proximidades de las viviendas de seres humanos.

—Las noticias viajan con rapidez —rió entre dientes F'nor, al tiempo que saludaba con un gesto a un artesano, que llevaba una bata de panadero y que había pasado apresuradamente junto a ellos, murmurándoles los buenos días—. Ni una sola hembra a la vista.

Su observación era exacta. A esta hora, las mujeres deberían estar en el exterior, trayendo provisiones de las tiendas, lavando en el río en un día tan caluroso, o dirigiéndose a las casas de labor para ayudar en las faenas agrícolas. Pero no había ni una sola a la vista.

—Nosotros solíamos ser compañeros preferidos por cualquier mujer —observó F'nor cáusticamente.

—Visitaremos en primer lugar la Pañería. Si la memoria no me falla...

—Nunca te ha fallado —le interrumpió F'nor alegremente. No se aprovechaba de su parentesco con F'lar, pero se encontraba más a gusto con el caballero bronce que la mayoría de los dragoneros, incluidos los otros caballeros bronce. F'lar era excepcional en una sociedad estrechamente unida en un plano de igualdad. Mandaba un escuadrón muy disciplinado, pero los hombres maniobraban para servir a sus órdenes. Su escuadrón sobresalía siempre en los juegos. Ninguno de sus subordinados tropezó nunca en el
inter
para desaparecer para siempre, y ningún animal de su escuadrón había enfermado, dejando a un hombre en exilio sin dragón del Weyr, con una parte de sí mismo paralizada para siempre.

—L'tol siguió este camino y se estableció en una de las Altas Extensiones —continuó F'lar.

—¿L'tol?

—Sí, un caballero verde del escuadrón de S'lel. Tienes que acordarte.

Un movimiento mal calculado durante los Juegos de Primavera habían situado a L'tol y su animal en el mismo centro de una emisión de fosfina de Tuenth, el bronce de S'lal. Al tratar de eludir la explosión, el dragón había desmontado a su jinete, el cual había sido puesto a salvo por otro compañero de escuadrón; pero el dragón verde, con su ala izquierda quemada y el cuerpo chamuscado, había muerto a causa del choque y por intoxicación de fosfina.

—L'tol nos ayudaría en nuestra Búsqueda —convino F'nor, mientras los dos dragoneros subían hasta las puertas de bronce de la Pañería.

Se detuvieron en el umbral, adaptando sus ojos a la tamizada luz del interior. Unas lámparas puntuaban los nichos de la pared y colgaban en racimos encima de los telares en los que eran tejidos los más delicados tapices y telas por maestros artesanos. El ambiente era de silenciosa y deliberada laboriosidad.

Sin embargo, antes de que sus ojos se hubieran adaptado, una figura se deslizó hasta ellos, murmurando una cortés aunque breve intimación para que la siguieran.

Fueron conducidos a la derecha de la entrada, a una pequeña oficina separada por una cortina del vestíbulo principal. Su guía se volvió hacia ellos, con su rostro visible a la luz de una lámpara. Había en él aquel aire que le señalaba de modo indefinible como un dragonero. Pero su rostro estaba profundamente arrugado, y en uno de los lados mostraba las cicatrices de unas antiguas quemaduras. Sus ojos, enfermos de un hambriento anhelo, dominaban su rostro. Parpadeaba continuamente.

—Soy Lytol, ahora —dijo con voz ronca.

F'lar asintió, reconociéndole.

—Tú debes ser F'lar —dijo Lytol—, y tú F'nor. Los dos tenéis el mismo aire de vuestro padre.

F'lar asintió de nuevo.

Lytol tragó saliva convulsivamente, crispando los músculos de su cara a medida que la presencia de los dragoneros reavivaba su consciencia del exilio. Trató de sonreír.

—¡Dragones en el cielo! La noticia se ha extendido con más rapidez que las Hebras.

—Nemorth ha puesto una hembra.

—¿Y Jora ha muerto? —preguntó Lytol en tono preocupado, con su rostro libre del nervioso movimiento por un instante—. ¿Fue Hath quien la cubrió?

F'lar asintió.

Lytol sonrió amargamente.

—Así que otra vez R'gul, ¿eh? —Permaneció unos instantes silencioso, con aire pensativo, aquietados sus párpados pero con los músculos de su mandíbula en continuo movimiento—. ¿Vais a recorrer las Altas Extensiones? —preguntó finalmente—. ¿Todas ellas? —añadió, poniendo un ligero énfasis en «todas».

—Desde luego —respondió F'lar.

—Habéis visto a las mujeres —dijo Lytol, con visible disgusto. Sus palabras eran una afirmación, no una pregunta, ya que se apresuró a añadir—: Bueno, no las hay mejores en todas las Altas Extensiones.

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