Elegidas (30 page)

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Authors: Kristina Ohlsson

Tags: #Intriga

BOOK: Elegidas
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—¿Por qué robaba?

—Porque tenía miedo de cosas muy extrañas —explicó Birgitta—. Era un desastre en las relaciones sociales. Tan pronto se enfadaba con los demás y se aislaba, como al instante siguiente se hundía y se echaba a llorar. Tenía unas pesadillas horribles sobre su pasado, se despertaba a medianoche y gritaba con todas sus fuerzas. Totalmente empapada en sudor. Pero nunca nos contaba qué había soñado y nosotros sólo nos lo podíamos imaginar.

Peder se sentía cansado. Estaba claro que el trabajo de policía tenía una parte mala: casi nunca hablaba con personas sencillas que no tuvieran problemas.

—¿Cuánto tiempo vivió aquí? —quiso saber Peder.

—Dos años —respondió Birgitta—. Después ya no pudimos más. Casi había dejado de ir a la escuela, desaparecía de casa y volvía a aparecer sin explicar dónde había estado. Por lo visto cometía pequeños delitos, como robar y consumir hachís.

—¿Novios? —preguntó Peder.

—Nosotros no conocimos a ninguno, pero sí que los tenía.

Peder frunció el ceño.

—¿Qué tipo de información os hubiera gustado tener cuando os hicisteis cargo de ella?

Birgitta se hundió.

—Que era una niña adoptada —respondió con tranquilidad.

—¿Cómo dices?

—Que la mujer que constaba como su madre en el informe de los servicios sociales que acabas de leer no era la madre biológica de Monika. Monika era adoptada.

—Pero, por el amor de Dios, ¿cómo pudo esa mujer ser aceptada como madre adoptiva? —preguntó Peder sorprendido.

—Es lo que pone en el informe: sus problemas empezaron cuando murió su marido. O, probablemente mucho antes, pero hasta entonces vivía una vida normal con casa, trabajo y coche. Después los acontecimientos se precipitaron. Cuando era joven, había frecuentado ciertos círculos poco aceptados. Y a ellos volvió cuando se quedó sola con la niña y sin trabajo.

—¿De dónde era Monika? —preguntó Peder.

—De algún país del Báltico —respondió Birgitta meneando la cabeza—. No recuerdo cuál y tampoco las circunstancias exactas de la adopción.

El cerebro de Peder gestionaba toda la información lo más rápido posible.

—Pero ¿quién te lo explicó? Lo de que era adoptada.

—Una de las trabajadoras sociales. Pero nunca me dejaron ver ningún papel. En realidad, aquel caso era un verdadero fracaso. Deberían haber hecho algo por aquella niña mucho antes. Podría decirse que fue traicionada dos veces: primero por su madre biológica y luego por su madre adoptiva. —Birgitta vaciló un momento—. Y quizá también por alguna familia de acogida, pero eso no lo sabemos.

Peder releyó el informe de los servicios sociales. Después hojeó el gran álbum de fotos. Las imágenes representaban la pequeña familia en distintas situaciones. Navidad, Pascua, vacaciones y excursiones de fin de semana.

—Lo intentamos —dijo Birgitta Franke con la voz temblorosa—. Lo intentamos pero, simplemente, no funcionó.

—¿Sabes qué pasó con ella? —quiso saber Peder—. ¿Después de que se marchara de aquí?

—Primero vivió en una especie de centro de rehabilitación durante medio año, del que se fugó más de diez veces. Una de ellas llegó hasta aquí. Después intentaron buscarle otra familia, pero tampoco funcionó. Y luego ya alcanzó la mayoría de edad y desde entonces no había oído nada de ella. Hasta que vi la foto en el periódico, quiero decir.

Peder cerró con cuidado el álbum que tenía delante.

—¿Cómo la reconociste? —preguntó—. No puedo negar que tiene cierto parecido con el retrato, pero… —Meneó la cabeza—. ¿Cómo sabes que es la misma chica?

A Birgitta se le humedecieron los ojos.

—El collar. Todavía lleva el collar que le regalamos para su confirmación, justo antes de que se fuera.

Peder sacó el dibujo robot de la mujer de Flemingsberg. No se había dado cuenta antes, pero llevaba una cadena bastante gruesa alrededor del cuello, con un colgante de un león de plata.

Birgitta volvió a abrir el álbum y buscó hasta llegar a la mitad.

—¿Lo ves? —señaló.

Peder miró. Era el mismo collar. Tenía que ser la misma chica.

—Estaba obsesionada con el zodíaco —explicó Birgitta—. Por eso se lo regalamos. Primero se negaba en rotundo a la confirmación, pero después la convencimos con unas agradables colonias en el archipiélago, y le prometimos que le haríamos un bonito regalo. Creíamos que le haría bien tener un poco de compañía, pero en las colonias también hubo peleas. Después nos enteramos de que robaba a los demás.

Birgitta retiró las tazas de café.

—Entonces fue cuando nos hartamos —prosiguió—. A alguien que roba a unos compañeros de confirmación en unas colonias le queda muy poca dignidad en el cuerpo. Aunque dejamos que se quedara con el collar porque le gustaba mucho.

Peder empezó a anotar los datos personales de Monika del informe, pero cambió de idea.

—¿Podría llevarme esto y hacer una copia? —preguntó con el documento en la mano.

—Claro que sí —respondió Birgitta—. Puedes devolvérmelo por correo. Me gusta saber qué ha sido de los niños a los que hemos acogido.

Peder asintió, cogió el papel y se levantó despacio de la silla.

—Si recuerdas alguna cosa más, llámanos —dijo mientras dejaba su tarjeta de visita sobre la mesa.

—Lo prometo —respondió Birgitta. Y añadió—: Nunca imaginamos que se vería involucrada en una situación tan horrible como ésta. ¿Cómo se ha metido en algo así?

Peder se quedó quieto.

—Nosotros también nos lo preguntamos —reconoció—. Nosotros también nos lo preguntamos.

47

Fredrika Bergman llegó a Umeå a última hora de la tarde. Estaba cansada cuando el avión aterrizó. Encendió el móvil y vio que tenía dos mensajes nuevos. Por desgracia, no podría ver a la abuela de Nora ni al profesor de Sara Sebastiansson hasta el día siguiente. Miró el reloj y vio que casi eran las cinco y media. El vuelo había llegado con retraso. Se encogió de hombros; en realidad, no había prisa. Si cumplía con sus citas del día siguiente ya se daría por satisfecha.

Fredrika no había tenido oportunidad de llamar a Peder para explicarle lo del ex de Sara Sebastiansson, como le había prometido a Alex. De todas forma, suponía que le habrían pasado la información necesaria para llevar a cabo el interrogatorio.

A pesar del cansancio, Fredrika se sentía extrañamente eufórica. La investigación se estaba encarrilando y de alguna extraña manera sentía que avanzaban en buena dirección. Pensó dónde debía de estar Gabriel Sebastiansson, que al principio era el primer sospechoso. Probablemente, su madre lo había ayudado a abandonar el país. A Fredrika le entró un escalofrío al recordar la casa de Teodora Sebastiansson. Había algo siniestro en aquella vivienda.

El sol de la tarde acariciaba el asfalto cuando Fredrika dejó la terminal del aeropuerto. Mientras esperaba que Alex contestara al teléfono, se concedió una pausa de tranquilidad y cerró los ojos. Un viento tibio la acarició mientras la luz le infundía calor.

«Primavera —pensó Fredrika—. No hace tiempo de verano. En el aire se respira primavera.»

Ni Alex ni Peder contestaban al teléfono, así que cogió resuelta su maleta y echó a andar hacia el taxi más próximo.

Había reservado habitación en el Stadshotell; a lo mejor incluso se permitiría una copa de vino en la terraza mientras preparaba las tareas que debía afrontar el día siguiente. Quizá también podría dedicar un rato a pensar en el mensaje que los del Centro de Adopción le habían dejado en el contestador automático.

Le entró pánico al recordar la llamada. ¿Era aquello algo que finalmente se vería obligada a enfrentar? ¿De verdad había empezado a planificar una vida como madre soltera? De pronto tuvo unas ganas terribles de llorar.

Se obligó a respirar hondo varias veces. No entendía por qué aquella llamada le afectaba tanto. Su reacción estaba injustificada; era absurdo que justo en ese momento, en una acera delante de la terminal del aeropuerto de Umeå, se lo cuestionara todo. Miró confusa a su alrededor. ¿Había estado antes allí? Creía que no. Al menos, no lo podía recordar.

El teléfono sonó justo cuando paraba un taxi. El taxista y Fredrika metieron el equipaje en el portamaletas y luego se sentó en el asiento de atrás y respondió a la llamada.

—Ha desaparecido otro niño de pocos meses —anunció Alex con la voz tensa.

Fredrika se concentró de golpe. Le faltaba aire y apretó un botón para bajar la ventanilla.

El chófer protestó.

—¡No puede bajar la ventanilla de esa manera! —exclamó, irritado—. El aire acondicionado está encendido.

Fredrika le hizo un gesto para que se callara.

—¿Cómo sabemos que tiene relación con nuestro caso? —preguntó a Alex.

—Más o menos una hora después de la desaparición de la criatura, la policía encontró un paquete junto a unas plantas en la entrada de la casa con la ropa del bebé y un pañal. Le habían cortado un pequeño mechón de pelo, que su madre había prendido con un sujetador de pelo.

Fredrika no sabía qué decir.

—Pero, qué cojones… —empezó a decir, sorprendida por aquel exabrupto—. ¿Qué hacemos ahora?

—Trabajaremos sin descanso hasta que encontremos al culpable —respondió Alex—. En estos momentos Peder debe de estar hablando con el ex de Sara Sebastiansson en Norrköping y después regresará a Estocolmo. Ahora mismo me dirijo al coche para ir a ver a la madre del bebé desaparecido.

Fredrika tragó saliva varias veces.

—Intenta averiguar si tiene alguna conexión con Umeå —pidió con un hilo de voz.

—Naturalmente —respondió Alex.

Fredrika oyó unos ruidos extraños. Alex había llegado a su coche.

—Parece que esta vez va más deprisa, si es que se trata del mismo tipo —señaló ella.

Oyó que Alex se paraba.

—¿Qué quieres decir? —preguntó.

—Sara Sebastiansson recibió en su casa un paquete al día siguiente de la desaparición de su hija. Y ahora han dejado el pelo y la ropa casi al mismo tiempo que desapareció el bebé.

—Joder —susurró Alex.

Fredrika cerró los ojos con el teléfono apretado contra la oreja. ¿Por qué de pronto el asesino tenía tanta prisa? ¿Y por qué había secuestrado a un niño tan poco tiempo después del anterior? Y había dejado la ropa y el pelo. ¿Quería decir entonces que el bebé ya estaba muerto?

«¿Qué lo impulsa a hacer algo así? —pensó Fredrika—. Por el amor de Dios, ¿qué es lo que lo impulsa?»

Peder Rydh volvía a Estocolmo a una velocidad de vértigo. Acababa de llegar a Norrköping cuando Alex le informó de la desaparición de otro niño. Aun así, habían acordado no alterar sus planes y proceder al interrogatorio del ex novio de Sara Sebastiansson. Existía una posibilidad, aunque fuera mínima, de que pudiera estar implicado de un modo u otro en el secuestro de Lilian Sebastiansson y que hubiera secuestrado a otro niño para que pareciera que Lilian había sido víctima de un asesino en serie y no del antiguo novio de su madre.

Pero, en el mismo momento que Peder vio al ex de Sara Sebastiansson, se hundió en el desánimo. En pocas palabras, no había posibilidad alguna en el mundo de que el hombre que Peder conoció en Norrköping pudiera haber secuestrado, rapado y asesinado a una niña pequeña. Cierto que había sido condenado y reconoció la ira que sintió hacia Sara durante mucho tiempo después de la ruptura, pero de ahí a asesinar a su hija después de quince años había una distancia infinitamente larga.

Peder suspiró, exhausto. La verdad era que aquel día no había salido como esperaba. Su felicidad fue casi absoluta cuando le comunicaron que era Fredrika y no él quien viajaría hasta Umeå. En parte porque no podía con su alma y en parte porque Fredrika estaba lejos ahora que la situación adoptaba un giro crucial con aquella nueva desaparición.

Se sentía frustrado con la evolución del caso, que parecía moverse más allá de los límites de su imaginación. Mientras trabajaban con la hipótesis de que el padre de Lilian Sebastiansson era el responsable de su desaparición y posterior muerte, Peder entendía el sentido de su labor: en esos casos, el culpable era casi siempre alguien cercano a la víctima. Casi siempre. Era un hecho incuestionable, grabado en la cabeza de cualquier policía en sus cabales. Y en aquellos momentos no se había producido ninguna otra circunstancia susceptible de tener en cuenta. No había otros niños desaparecidos, no había nadie con quien Sara Sebastiansson tuviera conflictos.

Fredrika pronto había contemplado otras posibilidades. Había señalado a Sara, y no al padre de Lilian, con la idea de que debía de tener una conexión con el asesino y presentó otras alternativas a Gabriel Sebastiansson como autor del secuestro de la niña. El hecho de que nadie hubiera escuchado sus planteamientos había sido negativo para la investigación, ya que se había perdido un tiempo muy valioso. Peder sabía que así eran las cosas, pero nunca lo reconocería en voz alta. Y mucho menos delante de Fredrika.

Al mismo tiempo, dudaba de que en algún momento hubiera existido la posibilidad de salvar la vida de Lilian Sebastiansson. Creía que no. Sara tampoco parecía creer que hubiera alguien en el mundo que la odiara tanto para matar a su hija y de ese modo castigarla a ella.

Y ahora había otro niño desaparecido. Peder sintió cómo le ardía el estómago. Un bebé. ¿Qué persona en su sano juicio sería capaz de hacerle daño a un bebé? La respuesta era sencilla: no había nadie en su sano juicio capaz de matar a una niña o a un bebé.

El mero pensamiento resultaba doloroso, pero por desgracia era probable que el grupo de investigación tampoco encontrara a aquel bebé a tiempo para salvar su vida.

Peder asestó un fuerte puñetazo sobre el volante.

¿Qué cojones estaba pensando? Harían lo imposible por encontrar al bebé. Después, cayó de nuevo en el desánimo. Por desgracia, era obvio que si el asesino pretendía matar a un segundo niño en un plazo inferior a veinticuatro horas, el grupo de investigación no lo encontraría a tiempo.

«Daremos con él cuando él quiera que así sea —pensó—. Lo encontraremos donde él lo deje, cuando quiera enseñárnoslo.» Los policías podían ser héroes pero también sentirse desamparados. Peder repasó lo que había conseguido ese día en realidad. Creía haber identificado a la mujer que ayudó al hombre de los zapatos Ecco, pero ¿cómo relacionarla con él? Se había comportado de una forma un tanto extraña con un perro en la estación de Flemingsberg, quizá con la intención de entretener a Sara Sebastiansson. Había intentado sacarse el carné de conducir, tal vez para trasladar el cuerpo de Lilian a Umeå. Había demasiados «quizá» para agarrarse a nada.

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