Elegidas (6 page)

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Authors: Kristina Ohlsson

Tags: #Intriga

BOOK: Elegidas
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—¿Cómo se solucionó el tema de la custodia? —le preguntó a Fredrika al tiempo que se echaba hacia atrás en la silla con las manos detrás de la cabeza.

—Según las declaraciones de Sara Sebastiansson, ella y el marido no se pelearon por esa cuestión, pero la abuela paterna de la niña aprovechó para declarar su consternación por el hecho de que su hijo no la viera más a menudo. Me dio la impresión de que estaba al día de lo que hacía su hijo. Por ejemplo, señaló que la noche en que Gabriel llamó a Sara cien veces estaba, y cito textualmente, «completamente fuera de sí de inquietud por la niña». Afirmó que Sara se había llevado a Lilian de viaje sin decírselo.

—De modo que se peleaban por la niña, al menos antes —comentó Alex, despacio—. ¿Hay algún motivo para creer que Sara Sebastiansson mintiera y que nunca haya sufrido maltratos ni haya sido acosada por su esposo?

Fredrika negó, decidida, con la cabeza.

—No —aseguró con énfasis—. No veo cómo sería posible, teniendo en cuenta los daños que se pudieron confirmar.

—¿No os parece que hay gato encerrado? —preguntó Peder mirando a Alex, que asintió con la cabeza.

—Claro que sí, es evidente. Pero no veo dónde. —Miró a Fredrika—. ¿Has hablado con Sara Sebastiansson sobre el tema del maltrato?

—No, no he visto las denuncias hasta volver aquí. Pero pienso hablar con ella más tarde, y entonces lo sabré.

Un repiqueteo interrumpió el silencio que siguió a las palabras de Fredrika. El antiquísimo aparato de aire acondicionado hacía mucho ruido en relación con lo poco que enfriaba.

—En cualquier caso —insistió Peder sin dejar de mirar a Alex—, el padre debe ser nuestra pista principal… si es una persona tan horrible como asegura Sara, quiero decir.

Alex vio que el semblante de Fredrika se endurecía cuando Peder insinuó que Sara Sebastiansson quizás hubiera mentido a la policía.

—Sin duda —dijo—. Independientemente de lo que Sara opine del padre, debe ser una pista prioritaria en esta investigación hasta que tengamos motivos para descartarlo como sospechoso.

Fredrika sintió cierto alivio y sus hombros se relajaron un poco. Alex había pensado no pocas veces en que era muy atractiva cuando sonreía y estaba relajada. Lástima que no ocurriera a menudo.

—De acuerdo —prosiguió—. Has dicho que la madre de la niña tiene un nuevo amor. ¿Hay algo de interés por esa vía?

—De momento no tengo información concreta sobre su identidad. Se llama Anders Nyström y la amistad es tan reciente que Sara no sabía mucho más que la fecha de nacimiento y dónde vive. No está empadronado en la dirección donde Sara lo ha visitado y su número de móvil es de tarjeta prepago sin registrar. No contesta y no tiene conectado el buzón de voz.

—Pero ¿con qué tipo de gente se relaciona esta mujer? Hombres que le pegan o a los que no conoce, por Dios —exclamó Peder con un suspiro, y se deslizó en la silla.

Fredrika le miró, pero no dijo nada.

Alex le hizo un gesto para que continuara.

—Cuando Sara lo llamó desde el andén, acordaron verse por la noche, después de que Lilian se acostara, es decir, a eso de las diez y media. He anotado tres posibles Anders Nyström que han nacido el mismo año que el amigo de Sara, todos sin antecedentes. Cuando lo vea en casa de Sara esta noche, tendré más detalles.

—Así que vas a verlo esta noche —observó Alex, pensativo.

No duró mucho su ensimismamiento, porque Fredrika le hizo una discreta señal desde donde estaba sentada.

Alex ahogó un suspiro.

—¿Sí? —la atendió, paciente.

—La mujer del perro —respondió Fredrika igual de paciente.

—¿Sí? —repitió Alex.

Fredrika suspiró.

—¿Dónde encaja la mujer con el perro, si partimos de la base de que es el padre quien se ha llevado a la niña?

Alex esbozó una sonrisa forzada.

—Si es el padre el que ha secuestrado a la niña, entonces la mujer del perro se convierte en una casualidad. —Le dirigió una mirada escrutadora a Fredrika y añadió, resuelto—: No nos olvidamos de la mujer de Flemingsberg, Fredrika. Pero, en estos momentos, debemos dar prioridad a otra información. Hay motivos. —Miró de nuevo al grupo y se aclaró la garganta—. Me gustaría acompañarte a casa de Sara —añadió señalándola con la cabeza.

Ella arqueó las cejas. Peder reaccionó también de inmediato, irguiéndose en la silla.

—No es que cuestione tu capacidad —se apresuró a decir Alex—. Pero hay una buena razón para que compartas la responsabilidad de este interrogatorio. El nuevo novio de Sara puede ser peligroso, y en ese caso será mejor que vayamos dos.

Peder miraba radiante a Alex. Por un momento, éste pensó que le daría una palmadita en la espalda. Aquella investigación sería dura y penosa si no conseguían crear un buen ambiente de grupo.

Fredrika no dijo nada. Tampoco era necesario. Su impenetrable rostro expresaba con absoluta claridad lo que pensaba.

Ellen interrumpió la reunión llamando a la puerta.

—Sólo quería deciros que han empezado a pasar llamadas desde la centralita —anunció con concisión.

—Bien —asintió Alex—, bien.

Dentro de poco, si la niña no aparecía, tendría que sopesar la opción de solicitar ayuda a la policía nacional para gestionar las pistas. Dio por terminada la reunión.

—A pesar de los antecedentes —comentó mientras salía de la Leonera—, debo deciros que tengo buenas vibraciones con este caso, y que la niña aparecerá. Sólo es cuestión de tiempo.

9

En cuanto el paquete estuvo envuelto, el Hombre lo metió en una discreta bolsa de papel y dejó a Jelena sola en el piso.

—Volveré después —se limitó a decir.

Jelena sonrió para sí misma. Impaciente, iba de la cocina a la sala de estar evitando acercarse al cuarto de baño.

El televisor estaba encendido. Con unas rápidas frases emitieron la noticia de que una niña había desaparecido de un tren. Jelena casi se irritó.

«Ya veréis —pensó—. Dentro de poco os daréis cuenta de que eso no es una noticia cualquiera.» Se pasó la mano por los cabellos, nerviosa. Al Hombre no le gustaba que lo hiciera, lo habría tomado como una muestra de desconfianza en su capacidad de planificar y llevar a cabo sus proyectos. Aun así… Había mucho en juego, tanto, que tenía que salir bien.

Jelena fue a la cocina y decidió prepararse un bocadillo. Al abrir la puerta de la nevera fue cuando las vio, en el suelo, junto a la mesa. Notó cómo la sangre empezaba a fluir a gran velocidad por sus venas mientras el pulso se le aceleraba. El corazón le palpitaba tan fuerte que creyó que se le iba a salir del pecho cuando se agachó para recoger las braguitas.

—No, no —susurró presa de pánico—. No, no. ¿Cómo he podido hacerlo?

Era como si el cerebro hubiera puesto el piloto automático y funcionara mecánicamente. Debía deshacerse de las bragas, enseguida. Las instrucciones del Hombre habían sido inequívocas: toda la ropa tenía que estar dentro del paquete. Toda. Jelena casi se echó a llorar de miedo mientras hacía una pequeña bola con las bragas y las metía en una vieja bolsa de comida. «Ojalá no se pare por el camino para asegurarse de que está todo en el paquete.» Reaccionó a la velocidad del rayo y salió del apartamento. Bajó hasta el cuarto comunitario de las basuras, ubicado en la planta baja del bloque de pisos de alquiler. La puerta estaba atrancada, como siempre, y le costó abrirla. Retiró la tapa de uno de los cubos y echó la bolsa dentro; luego subió las escaleras de dos en dos con el corazón desbocado hasta llegar al apartamento.

Cerró con un portazo y echó el cerrojo a tientas. Tuvo que respirar hondo varias veces para evitar que las palpitaciones se convirtieran en un ataque de angustia. Después se dirigió a paso ligero al cuarto de baño y tragó saliva antes de abrir la puerta. El alivio que sintió al encender la luz del techo fue indescriptible.

En el baño todo estaba como debía. La niña yacía desnuda en la bañera, donde la habían dejado.

10

Peder Rydh hojeaba distraído su pequeño bloc de notas. Apenas era capaz leer lo que había escrito. Se abanicó un poco con la libreta en el ambiente opresivo del despacho y dejó volar los pensamientos. Lo cierto era que la vida te podía sorprender de la forma más inesperada y aburrida posible. Así había ocurrido con la madre de Lilian Sebastiansson. Y Peder estaba de acuerdo con la conclusión de Alex: aquél sería un caso relativamente fácil de resolver para el grupo.

El sonido del móvil interrumpió sus reflexiones. Sonrió al ver que era su hermano. Jimmy solía llamarle al menos una vez al día.

—¿Me escuchas? —preguntó la voz irritada del teléfono tras unas primeras frases banales.

—Te escucho, te escucho —se apresuró a responder Peder.

Oyó cómo reía su hermano, casi con la risa apagada de un niño.

—Me estás engañando, Pedda. No me escuchas.

Peder no pudo sino sonreír. No, no escuchaba. No tan atentamente como solía hacer cuando hablaba con su hermano.

—¿Vendrás pronto, Pedda?

—Sí —prometió Peder—. Nos veremos el fin de semana.

—¿Falta mucho?

—No, no falta mucho. Sólo unos días.

Después acabaron la conversación como acostumbraban a hacerlo, con grandes promesas de besos y abrazos y tarta de mazapán cuando se vieran. Jimmy parecía contento. Al día siguiente lo iban a visitar sus padres.

«Podrías haber sido tú, Peder —le había dicho su madre más veces de las que podía recordar. Cuando era pequeño, solía ponerle las manos calientes en la cara mientras le hablaba—. Podrías haber sido tú. Podrías haber sido tú el que se cayó del columpio aquel día.» Peder recordaba perfectamente las imágenes del día en que su hermano se cayó del columpio que su padre había montado en uno de los abedules que tenían en el jardín. Recordaba la sangre derramándose sobre las piedras donde cayó, el olor intenso del césped recién cortado. Jimmy quedó tumbado en el suelo, como si estuviera durmiendo. Y también recordaba lo deprisa que corrió hacia él con la intención de sujetarle la cabeza, que no dejaba de sangrar.

—No te mueras —le gritó pensando en el conejo que con gran tristeza habían enterrado hacía unos meses—. No te mueras.

En cierta manera sus súplicas habían sido oídas, porque Jimmy permaneció con ellos. Pero nada volvió a ser como antes, y a pesar de que su cuerpo creció igual de deprisa que el de Peder, siguió siendo un niño.

Volvió a hojear su bloc de notas. Lo dicho, uno nunca sabía qué sorpresas te reservaba la vida. Peder creía saber más sobre ello que la mayoría de la gente, no sólo por lo que le había ocurrido a su hermano, sino también por la amarga experiencia por la que tuvo que pasar más adelante. En realidad hacía poco. Pero ahora prefería no pensar en eso.

Los pasos de Fredrika en el pasillo lo sacaron de sus cavilaciones.

Hacía algunas semanas que Alex le había contado, en confianza, que a Fredrika le faltaba tacto e intuición para la profesión. Peder no podría haberlo explicado mejor. Hablando claro, Fredrika era el clásico muermo. Además, parecía necesitar un hombre de verdad que le echara un buen polvo de vez en cuando. Claro que esto prefirió no decírselo a Alex, ya que éste no sentía ningún interés por este tipo de comentarios. Sólo hablaba de trabajo. Quizá, con el tiempo, una tarde podrían salir a tomar una cerveza. Sintió un cosquilleo en el estómago. Eran contados los policías que habían tenido el privilegio de salir a tomar una cerveza con Alex Recht.

Le irritaba profundamente que Fredrika no viera, y por tanto tampoco reconociera, la grandeza de Alex dentro del cuerpo. Ella se sentaba allí con su americana —siempre con americana— y su oscuro pelo recogido en una larguísima trenza que le caía como un látigo por la espalda, con un aire de escepticismo que a Peder le daba náuseas. Había algo en su porte y en esa risa de autosuficiencia que no podía soportar. No, Fredrika no era policía, sino académica. Pensaba demasiado y actuaba poco. Ningún policía trabajaba así.

Peder maldijo de nuevo que Fredrika recibiera el encargo de hablar con Sara Sebastiansson. También maldijo no disponer nunca de tiempo extra para dedicarle al trabajo. Su vida privada le exigía mucha energía y le impedía trabajar de forma efectiva.

De todos modos, Alex estaba seguro de que aquel caso se resolvería pronto. ¿Cuántas veces había ocurrido que un hombre humillado por su mujer la castigaba utilizando a los hijos? Desde esta perspectiva, el caso de Lilian no parecía particularmente difícil. He aquí la razón de que fuera Fredrika quien le acompañara a casa de Sara, pues era ella y no Peder quien necesitaba aprender.

Pero había algo que era incapaz de admitir: a pesar de todas sus críticas, Fredrika le resultaba atractiva. Tenía la piel perfecta, los ojos grandes, bonitos y azules. Éstos, en contraste con el cabello oscuro, causaban un efecto dramático. Su cuerpo parecía el de una mujer que acababa de cumplir los veinte, mientras que el porte y la mirada eran propios de una mujer más madura. Como su pecho. Peder empezó a fantasear e imaginó situaciones eróticas con Fredrika. Estaba convencido que los clubes universitarios y los bares de estudiantes convertían a muchas jóvenes alumnas en amantes realmente buenas. Y sospechaba que Fredrika era una de ellas. Peder cerró la boca al verla avanzar por el pasillo. Evitó mirarla a los ojos cuando ella, de forma automática, desvió la vista hacia su despacho mientras pasaba por delante de su puerta. Se preguntó cómo sería en la cama. Probablemente nada mala.

11

En un ático de Östermalm, Fredrika Bergman concluía su intensa jornada en compañía de su amante. Fredrika y Spencer Lagergren llevaban bastantes años viéndose, y aunque a ella no le gustaba calcular cuántos, en las raras ocasiones que se permitía recordarlo empezaba a contar desde la primera vez que pasaron una noche juntos. Entonces Fredrika tenía veintiún años y Spencer, cuarenta y seis.

En realidad, su relación no era especialmente complicada. A lo largo de los años, había habido intervalos en que Fredrika estaba sola y a veces había tenido pareja, y entonces evitaba ver a Spencer. Si bien muchos hombres y mujeres eran capaces de estar con dos personas a la vez, Fredrika no era una de ellos.

Sin embargo, Spencer sí, y Fredrika era plenamente consciente de ello. Spencer y su mujer se habían casado un día soleado de hacía casi treinta y cinco años, y nunca iba a dejarla por otra. Sólo alguna que otra noche a la semana. Para Fredrika era un acuerdo totalmente satisfactorio. Spencer tenía veinticinco años más que ella, y el sentido común le decía que una ecuación así no podía resolverse. Era una simple cuestión de cifras: si entregaba su vida a Spencer, si elegía vivir con él, no pasaría mucho tiempo antes de que se encontrara sola de nuevo.

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