En busca del unicornio (10 page)

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Authors: Juan Eslava Galán

BOOK: En busca del unicornio
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Y con esto quedamos muy inquietos y poco contentos de cómo se iban aparejando las cosas, mas no veíamos mejor remedio que poner. Y como faltaban todavía algunas horas para la tarde acordamos que saldríamos fray Jordi, Paliques y yo a recoger fablas por la ciudad y a poner oído en las cosas cumplideras a nuestro interés. Y salimos y Andrés de Premió quedó otra vez al cargo de la casa mas muy sin enojo, por cerca estar de Inesilla, a lo que barrunté, y mandó luego atrancar la puerta por dentro y dijo a los guardas de la azotea que tuvieran los ojos bien abiertos. Y las mujeres, con todo esto y saber que iban a tierras de negros, quedaron muy afligidas y no hacían más que rezar en su aposento sin osar asomarse al patio.

Salimos los otros con nuestros estoques y broqueles y capas pero a pie, como si solamente fuésemos por ver y visitar la ciudad, y en llegando a la antedicha plaza de la Jemaa el Fna notamos cómo éramos seguidos por algunos moros de ruin aspecto, de lo que temimos que fueran espías del Miramamolín o de cualquiera de los moros notables que andaban pretendiéndonos la ballestería. Mas disimulamos con grande disimulación y seguimos adelante y metímonos por el zoco y mercado siempre con los espías detrás, y había en aquellas callecillas estrechas y oscuras y no bien olientes gran copia de gente, moros los unos y negros o retintos los otros, y de éstos mayormente esclavos de moros principales que iban detrás de sus amos y mayordomos con grandes cestas a comprar comida o por guarda y compañía. Y no se veían mujeres fuera de las viejas que allí vendían sus mercaderías. Y en esto se conocía ser los moros gente de natural celoso y guardador del mujerío, como tan grandes desconfiados que son en todos sus otros asuntos. Y cavilé yo que si también las moras muestran ser tan grandes traidoras como los moros son, el gran recaudo en que sus esposos las tenían sería causa de la mucha cornamenta que ellas solían ponerles, mas no quise comunicar estos pensamientos a los que conmigo iban por temor a decir simpleza y que me tomasen por persona de poco seso y razón, como ya temía que me reputasen al haberme elegido el Rey nuestro señor para tan dificultoso negocio. Y así pasamos adelante viendo paños y tazas y espadillas y ajedreces y las otras mil cosas menudas y pacotillas que los moros vendían y compraban en el zoco, hasta que llegamos a una placilla ruin donde estaban los especieros y donde olía no sabría yo decir si bien o mal de la mucha mezcolanza de humos, sabores, ungüentos y yerbas y pebeteros que allí junta estaba, y fue tal que fray Jordi se arrimó a un tenderete y se puso a discutir en arábigo con el moro que vendía y ya le preguntaba por el menjuí, ya por el ámbar, ya por la algadía o por los mosquetes, o a cuánto estaba el solimán, y como se hacía aquel afeite cocido y para qué servían aquellas cortezas y dónde se criaba el espantalobos y qué clase de lagarto era aquel cuya cola vendían y el precio de las aguas de azahar, del jazmín y de la madreselva, y el uso de las raíces de manzanilla y romero, y de la flor de saúco y de la alheña. Y estando en ésta, vivamente departiendo con el moro, acertó a pasar por la placilla un genovés de los que viéramos en el alcázar del Miramamolín por la mañana y antes que yo diera seña de querer hablarle, vino él a nosotros y muy cortésmente nos saludó y nos convidó a su casa donde su mujer y sus hermanos tendrían gran placer en conocer a cristianos venidos de ultramar.

Y nosotros, con la codicia de saber los asuntos del Miramamolín, que, siendo el que nos convidaba mercader en aquella tierra, forzosamente habría de saberlos, lo acompañamos de muy buen talante y, saliendo con él del zoco, fuimos luego a su casa que estaba no lejos del alcázar del Rey de Marruecos, en una calle donde, según luego nos dijo, vivían todos los mercaderes y cónsules francos y genoveses y venecianos que tenían franquicia y permiso del Miramamolín. Y luego que entramos en la casa mandó criados para que avisaran a algunos otros de su nación, que, como vivían vecinos, pronto comparecieron y, en retirándonos a un aposento reservado, el que parecía de entre los venidos persona de más respeto y mayor, se puso en pie y dijo: "Porque sois cristianos y porque hemos recibido carta de nuestro buen amigo y pariente Francesco Foscari, hemos hecho voto y propósito de ayudaros en lo que en nuestra mano esté, así que podéis confiar plenamente en nosotros y habéis de saber que el Miramamolín no tiene pensamiento de dejaros marchar antes que le sirváis en la batalla que muy pronto habrá de reñir con la gente de Abdamolica. Y que si no fuera por eso bien podría daros guías y pisteros para que cruzaseis el desierto mañana mismo, mas aquí los ballesteros cristianos se tienen en mucha estima en las cosas de la milicia y el Miramamolín cuenta con que pelearéis con su gente. En lo de pagaros bien dice verdad y muy bien lo podrá cumplir, que aún tiene entero todo el oro que trajo la caravana del Sudán va ya para seis meses, porque no ha querido comprar trigo hasta verse más seguro en la silla, lo que bien podemos certificar los que comerciamos con grano.

Esto es lo que hay y vosotros debéis decidir". Entonces hablé yo y dije: "Si nos negamos a combatir con la gente del Miramamolín, ¿qué daño puede venirnos?" A lo que el genovés quedóse una pieza pensando como el que considera un grave asunto, y luego dijo: "Eso nadie puede saberlo porque habéis venido con carta del Rey de Castilla y eso puede refrenarlo de ir contra vosotros por temor a que el Rey haga alianza con Abdamolica para tomar venganza". Y estando en estas razones entró un criado a avisar que a la puerta de la casa había un nuncio del Canciller del Miramamolín, el cual nuncio traía recado para Aldo Manucio, que así se llamaba el genovés que había hablado, y él salió y quedamos los otros haciendo conjeturas sobre lo que habría de ocurrir y lo que yo saqué en limpio es que las opiniones estaban divididas y nadie sabía si finalmente habría de prevalecer el Miramamolín o su enemigo Abdamolica, pero los mercaderes y cónsules estaban tranquilos y descuidados porque otras veces habían pasado por estas alteraciones y mudanzas y siempre había resultado que el vencedor no se metía con los mercaderes cristianos y a lo sumo les imponía una multa si sabía de cierto que habían estado ayudando a su enemigo. Y esto acaecía por una parte porque los moros no pueden pasar sin este comercio que es muy útil a su república y por otra parte porque están temerosos de la enemistad de Génova y de Venecia, tan poderosas son estas repúblicas por mar, y prefieren estar siempre amistados y en buenos términos con su gente.

Se hacía tarde y yo me excusé y regresamos a nuestra posada de la Mamunia donde aquella misma tarde había de venir Abulcasima por la respuesta de su mandado. Y en llegando encontramos a los ballesteros alborotados. Y estaban sentados en medio del patio y discutían muy vivamente sobre lo que habrían de hacer y, en viéndome entrar, vinieron a nosotros tres de ellos que traían la voz de los demás y nos dijeron cómo estaban quejosos por no haber sabido hasta ahora que habrían de cruzar el desierto de arena, pero que, siendo ellos gente bien mandada y fieles vasallos del Rey nuestro señor, habían determinado obedecerme en todo. Lo que me sorprendió un poco hasta que Sebastián de Torres, que era uno de los criados del Condestable que venía de Jaén, pudo llegarme habla, por medio de Inesilla, de que Pedro Martínez, "el Rajado", los había soliviantado para que en llegando a la tierra de los negros lo alzasen a él por su jefe y se dieran al logro del oro, que allí es fácil, no mirando el interés del Rey, con lo que tornarían ricos y honrados a alguna tierra de cristianos aunque nunca más pudieran entrar en Castilla y les pregonaran las cabezas por traición. Y para esto habían trazado llegar al mar y pagar el viaje de tornada en una nao portuguesa. Mas todo esto había de saberlo yo a la noche. Viéndolos tan bien dispuestos les comuniqué el negocio que nos requería el Miramamolín de los moros, sin mencionar la traición de su consejero, para que no se cundiera el secreto, y cuando ellos vieron que tenían la ganancia fácil tornaron a porfiar entre ellos haciendo sus juntas sobre el asunto, pero al final dieron muestras del poco seso y la mucha codicia que tenían cuando me dijeron que antes querían combatir que estarse allí parados criando panzas, porque ya que tan lejos estábamos de Castilla antes querían ganancia que holganza, pero que al final harían lo que yo mandase. Y yo los despedí y me junté en consejo con los míos y con Andrés de Premió y hube parla de Manolito de Valladolid, que venía de mayordomo real al cuidado de los dineros y soldados, y Manolito dijo que las pagas que traíamos venían muy menguadas y que se acabarían a las dos semanas y luego no habría con qué pagar a la ballestería ni aún de qué comer. Esto visto fuimos de un acuerdo de que, si había que aguardar dos meses a la caravana, más nos cumplía dejar que los hombres se alquilaran para guardas del Miramamolín, mas no consintiendo que se hiciera la traición que Abulcasima proponía, puesto que habíamos traído carta de nuestro Rey y señor al Miramamolín y no a su enemigo, y esto valía por decir en qué bando habrían de estar nuestras lealtades. Y los presentes no entraríamos en el trato militar fuera de Andrés de Premió, que pensaba que su obligación era estar con sus ballesteros y dirigirlos en la pelea como buen capitán, y a todos nos pareció razón discreta y nadie quiso estorbárselos. Y esto que habíamos acordado se lo dijimos a los otros, de lo que hubieron gran placer y contento, mas no mencionamos que lo hacíamos porque las soldadas andaban escasas.

Y estas cosas asentadas pasó una bandada de pájaros grandes, negros, de la parte del Poniente, como buscando la mar, lo que tuvimos por un buen agüero y nos afincó más en nuestra postura. Y en viniendo el nuncio del Miramamolín le hicimos saber lo acordado y al otro de Abulcasima le dijimos que no haríamos traición. Y él dijo que lo de la traición había sido para probar nuestras lealtades, de lo que quedamos muy espantados y no sabíamos si decía verdad o si, vista nuestra firmeza de corazón, quería ahora ocultar su yerro y felonía. Mas nosotros determinamos no comunicar nada a nadie y guardar secreto como discretos a los que no iba ni venía nada en aquellas banderías y rencillas de los moros, y el nuncio se retiró con la dobla de oro castellana que era su credencial muy fuertemente apretada en la mano.

Y antes que fuera la noche vinieron hasta diez camellos con sus serones largos cargados de pan y de carne de carnero fresca y de viandas para la tropa y de todas las cosas que para la despensa habíamos menester muy cumplida y abundosamente proveídas. Y aquellos presentes nos los enviaba el Miramamolín, tan complacido quedaba por nuestra buena disposición y respuesta y yo mandé que se repartiera mucho a la gente y todos fueron contentos y satisfechos a su voluntad sino que lamentaban tener que pasar aquella abundancia y buen año sin vino ni aguardiente.

VIII

De allí a cuatro días partió Andrés de Premió con la ballestería y fueron a posar fuera de Marraqués a un lugar que llaman Cuarzazate en la lengua arábiga y que dista media legua de la ciudad y era donde estaban las tropas del Miramamolín comúnmente asentadas en sus reales. Y a la tarde vino Andrés de Premió a decirnos cómo todos quedaban acomodados y contentos, que la comida era mucha y buena y, si no fuera por la mengua de vino que allí se padescía, muchos determinaran quedarse en tal lugar para siempre según de regalados quedaban.

Y dijo Andrés que en el tal Cuarzazate había obra de cinco o seis mil soldados y que había entre ellos muchos que no eran moros sino mayormente negros, retintos esclavos y algunos cristianos francos y genoveses y el furriel que a todos administraba era un catalán. De lo que hubimos mucho placer. Y que allí quedaban los hombres ejercitando tiro de ballesta en los terrenos con gran concurrencia de los moros, que no tienen buenos ballesteros y se admiran mucho del tino de los que lo son.

Y nosotros, como quedamos solos en la Mamunia que era harto grande para tan poca gente y mala de vigilar y guardar por sólo cinco criados que habían quedado, determinamos de mudarnos a mejor lugar y alquilamos dos casillas que eran de Sebastiano Mataccini, el genovés, y que estaban a la espalda del corral de la suya y él las había comprado y las tenía horras y vacías por no tener vecindad de moros que, según dijo, a las fiestas son muy ruidosos y él, como mercader, tenía el sueño muy difícil. Y en mudándonos a estas casillas, luego vinieron los criados de Aldo Manucio y de otros mercaderes de su nación, que nos habían cobrado aprecio, y nos trajeron sillas y sartenes y orzas y tarimas y camas con lo que quedaron nuestras posadas muy bien aderezadas y otra vez me holgué de que mi señora doña Josefina pudiera dormir en gentil cama bien emparamentada.

Con esto quedamos muy servidos de estar tan aposentados y cerca de cristianos y ellos igualmente contentos de tener quien mirara por las casas. Y al otro día, domingo, cuando ya el alba se muestra, nos levantamos y bañamos y emperejilamos y vestimos y fuimos a la casa de Aldo Manucio y todos los otros genoveses también estaban allí concertados y fray Jordi dijo misa en el patio que oímos devotamente y comulgamos todos y quedamos muy consolados y luego, servidas y abastadas las mesas, trajeron bandejas con mucha copia de viandas y unos cubiletes de vino del que hicimos gran fiesta por lo escaso que en tierra de moros es, y, pasado el comer y alzadas las mesas, entraron músicos de los que allí se alquilan y tocaron chirimías y bailamos los unos los bailes de Génova y los otros los de Castilla, con gran esparcimiento y mutuo contento.

Y para esta ocasión vestí yo el jubón de terciopelo morado y la ropa corta de velludo negro y sombrero negro a la cabeza y doña Josefina iba vestida con su brial de rico brocado verde y en somo de otra ropa de damasco negro, tan graciosa y desenvuelta que su mirar era a todos los mirantes muy apacible.

Y venida la oscuridad de la noche, estando yo dormido en mi cuarto sobre una frazada y capa militar, que la noche era calurosa y olía el aire a los jazmines del patio, me chistaron por la ventana que abierta tenía y yo me asomé y vi que era la embozada Inesilla que venía a visitarme y yo pensé que por mengua y ausencia de Andrés de Premió, que estaba lejos, acudía otra vez a mí después de tanto tiempo sin ocasión de juntarnos, y mi primer pensamiento ceñudo fue de despedirla luego diciéndole que yo no quería ser plato de segunda mesa, pero luego lo pensé mejor, que es gran pecado ser tan orgulloso y es mejor dormir en buena compañía que no solo, así que descorrí el cerrojo de la puerta y ella entró muy tapada como las otras veces, y sin querer hablarme ni que yo le hablara, y se desnudó hasta quedar en cueros con aquella belleza suave que yo veía con los ojos de mis dedos, como nunca en tanta hermosura mujer alguna viera, y se vino conmigo al lecho y nos abrazamos e hicimos lo que hombre con mujer muy reciamente y con mucho donaire y en acabando de hacerlo ella se quedó dormida con la cabeza metida por el hueco de mi cuello y yo velaba sintiendo su corazón y pensando en mi señora doña Josefina y entonces salió la luna grande y redonda y blanca y se asomó a la ventana dándonos luz como plata y yo miré para Inesilla y vi que no era ella a quien tenía en mis brazos sino a mi señora doña Josefina, de lo que primero me sentí el hombre más afortunado del mundo y de cuantos sobre la tierra andan o han andado, mas luego lo pensé mejor y hube gran pesar y espanto viendo que ya no era virgen mi amada y no sabía cómo habíamos de cazar al unicornio.

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