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Authors: Bruno Cardeñosa Juan Antonio Cebrián

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Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy (18 page)

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Rosslyn, ¿el último enigma templario?

Según narra una vieja tradición masónica francesa, en alguna fecha desconocida de la primera década del siglo XIV, nueve barcos llegaron a la isla de Mey, el fiordo de Forth, en Escocia. Eran parte de la flota templaría de La Rochelle —la otra mitad fue a Portugal—. Se decía que transportaban las riquezas materiales y documentales de la proscrita orden de Caballeros del Templo de Jerusalén: los templarios. Buscaban el apoyo del excomulgado monarca Roberto I Bruce y de algunas familias nobles que estaban vinculadas a la orden. El apoyo del rey lo obtuvieron en seguida y se dice que los caballeros templarios jugaron un papel destacado en la victoria sobre los ingleses en Bannockburn (1314), que iba a garantizar la independencia de Escocia. Entre los nobles escoceses que estuvieron al lado de su monarca había tres caballeros de una importante familia, los Saint Clair.

Uno de los nobles más poderosos de la Escocia de principios del siglo XV fue sir William Saint Clair, tercer príncipe de las Oreadas y líder de una familia de origen noruego, los More, que en el siglo X habían adoptado al establecerse en lo que hoy es Normandía el nombre de
Sanctus Clarus
—Luz Santa—, que en francés se convirtió en Saint Clair. Esta familia se labró una importante posición en los reinos del norte de Europa, especialmente en Escocia, donde llegaron a ser soberanos de las Oreadas. Este hombre poderoso decidió a mediados del siglo XV levantar la capilla de Rosslyn, a unos quince kilómetros de Edimburgo, y cuya aparición en la obra de Dan Brown
El Código Da Vinci
le ha dado fama mundial, si bien desde hace muchos años era un lugar enigmático.

Extrañas construcciones y símbolos no descifrados han convertido a los caballeros templarios en los protagonistas de multitud de novelas y ensayos.

En principio la idea de sir William era levantar una colegiata que reprodujese el templo de Salomón, en Jerusalén, pero su proyecto quedó reducido a una pequeña capilla, dada la complejidad de su decoración y la escasez de maestros artesanos de la calidad de los que se requerían para llevar a cabo el diseño original, y eso que hasta la remota Escocia llegaron de toda Europa carpinteros, canteros y especialistas en la talla de la piedra. Cuarenta años fueron necesarios para construir lo que aún hoy puede apreciarse, pues la obra continuó hasta la muerte de sir William, en 1484.

Escenas bíblicas como la expulsión del jardín del Edén, el ángel caído o la crucifixión aparecen mezcladas con esculturas paganas, relacionadas con tradiciones templarías y masónicas como el mítico pilar del Aprendiz, uno de los tres pilares que separan el coro del ala central de la capilla. Para unos, el pilar del Aprendiz simboliza el
Ygdrasil
, el árbol de los mitos nórdicos que sustentaba los cielos sobre la tierra. Para otros, es el árbol de la vida o el árbol de la ciencia del bien y del mal, situado en el jardín del Edén. Su simbología ha dado origen a todo tipo de conjeturas sobre lo que alberga en su interior. Casi todas ellas apuntan a la posibilidad de que sea el mítico Grial, la copa en la que bebió Jesucristo durante la Última Cena.

En 1992, Andrew Sinclair, un americano interesado por el pasado de su apellido, publicaba
The Sword and the Grail
—La Espada y el Grial—, como resultado de sus investigaciones en Escocia. A lo largo de las páginas de su libro, Sinclair intenta demostrar que sus antepasados tuvieron relación con la orden del Temple, el Santo Grial y una serie de viajes a América casi un siglo antes que Colón.

La pieza clave de su argumentación es una losa conservada en Rosslyn, donde aparecen talladas las figuras de una espada, un Grial y los escalones del templo de Salomón. La espada hablaría de un primer descubrimiento y desembarco en América del Norte, los escalones, tallados en la base del Grial, serían la prueba del legendario tesoro que hallaron los primeros templarios durante los años que permanecieron en las ruinas del templo. Para quien albergase dudas, Sinclair demostró que además en Rosslyn aparecen tallados en la piedra mazorcas de maíz y ágave, plantas que sólo se daban en el siglo XV en América. Sinclair incluso consiguió la autorización del actual conde de Rosslyn para realizar algunos estudios. Así, empleando las más modernas técnicas de radar, exploró toda la capilla, con la intención de detectar formas y objetos metálicos a través de la piedra, con resultados negativos. No obstante, Christopher Knight y Robert Lomas, autores de
best sellers
relacionados con los orígenes de la masonería y sus conexiones templarías, apuntaban la posibilidad de que en el pilar del Aprendiz no sólo se encontrase el Santo Grial, sino también determinados manuscritos, llegando incluso a afirmar que Rosslyn había sido construida como lugar sagrado para preservar los evangelios apócrifos. Estas teorías fueron el argumento de sus dos obras más conocidas,
The Hiram Key
(1996) y
The Second Messiah
(1998). Knight y Lomas creen que los manuscritos se encuentran bajo la capilla de Rosslyn y en los subterráneos de construcciones anteriores a la edificación de la capilla.

Los intentos para comprobar las afirmaciones de Sinclair han ido tropezando estos últimos años con crecientes dificultades. En abril de 1996, uno de los administradores de Rosslyn aceptó iniciar las excavaciones con la condición de que fuesen realizadas por expertos. En octubre, Knight y Lomas convencieron al doctor Jack Miller, un geólogo de gran reputación de la Universidad de Cambridge, y al doctor Fernando Neves, de la Escuela de Minas de Colorado. El proyecto era realizar una cata no invasiva cerca de la capilla, pero cuando los trabajos estaban a punto de iniciarse los administradores de Rosslyn denegaron el permiso, si no se firmaba un pacto de silencio, algo a lo que los investigadores se negaron. De nuevo lo intentaron a comienzos de 1998, esta vez con el profesor James Charlesworth, jefe del proyecto de los manuscritos del mar Muerto en la Universidad de Princeton. Tras dos reuniones con los administradores de Rosslyn, la propuesta de excavación arqueológica quedó, una vez más, en el olvido.

Más sorprendente, señala la investigadora española Mar Rey, buena conocedora de Rosslyn, es la teoría planteada por el antropólogo Keith Laidler, que afirma en
The Head of God: the Lost Treasure of The Templars
(1998) que bajo el pilar del Aprendiz se encuentra la cabeza momificada de Cristo, rescatada por los templarios durante su estancia en Jerusalén y trasladada a Escocia tras la supresión de la orden. La base de su teoría estaría en una inscripción de dicho pilar que dice:
«Here heneath this pillar lies the head of God»
(«Tras este pilar se encuentra la cabeza de Dios»). Laidler cree que el culto a la cabeza es propio de Canaán y perduró durante siglos entre el pueblo judío. Así, tras la Pasión de Jesucristo, su cabeza habría sido separada del tronco y embalsamada. Esta cabeza embalsamada sería el famoso Baphomet, supuesto ídolo que los templarios adoraban, según las declaraciones que ellos mismos hicieron al ser torturados por la Inquisición, algo que Jacques de Molay, su ultimo maestre, negó poco antes de morir en la hoguera.

¿Quiénes fueron los cátaros?

Construido a 1.060 metros de altura, en un lugar casi inexpugnable, se alza en el Languedoc la impresionante fortaleza de Montsegur, que en los años 1243 y 1244 se convertiría en el último núcleo de resistencia del catarismo. Enfrentados a miles de hombres, sus defensores resistieron diez meses en este bastión hasta el límite de sus fuerzas y tras la toma del mismo por los cruzados, unos doscientos veinte hombres, mujeres y niños fueron abrasados vivos en el
Prat deis Cremats
el 16 de marzo de 1244.

Durante los años siguientes los legados papales y los hombres de armas franceses que habían combatido la herejía catara desde hacía décadas acabaron sistemáticamente con los últimos restos de la herejía, hasta extirpar completamente sus creencias y ritos. Fue un trabajo arduo, que duró hasta bien entrado el siglo XIV, cuando con el apresamiento de Belibaste, el último perfecto, en Morella, y su ejecución en Francia en 1321, puede decirse que acabó el movimiento cátaro. Los esfuerzos para borrar todo rastro de ellos fue tan intenso que se han convertido en uno de los mayores enigmas de la Edad Media.

Pero ¿quiénes eran en realidad los cátaros? El nombre —cátaro, del griego, significa puro, «perfecto»— es un cultismo que se les aplicó después de haber sido exterminados, pues ellos sólo se reconocían a sí mismos como «los buenos hombres» y «las buenas mujeres», o «los buenos cristianos». Aparentemente, tienen alguna relación con la secta de los bogomilos de Bosnia —masivamente convertidos al islam a partir del siglo XIV—. De alguna forma no bien conocida, sus creencias se propagaron por los puertos del Danubio y del Rin hasta el norte de Francia, y de ahí a Lombardía y al Languedoc francés, donde arraigaron con enorme fuerza. Con el apoyo de la nobleza de Toulouse y Albi, ciudad esta última tan importante para su movimiento que se les conoce también con el nombre de «albigenses», sus creencias se extendieron rápidamente. A finales del siglo XII, sus sacerdotes se denominaban «perfectos»; llevaban una vida austera y recta, y por medio de la ascesis pretendían mantenerse alejados del mundo material. Se convertían en iniciados mediante un ritual particular, el
consolamentum
, que consistía en prepararse para la aparición del Espíritu Santo como consolador. Predicaron un dualismo inflexible: hay dos mundos y dos dioses, un Dios del Bien y un Dios del Mal. El Antiguo Testamento representaba el Mal, porque era obra del creador de la materia, el Dios malvado. Nuestro mundo creado por Satanás había surgido del mal. El reino de Dios, lleno de justicia y bondad, no puede existir en nuestro mundo, pues el diablo obliga a los ángeles a encarnarse en hombres y a poblar el mundo, pero al cabo de varias encarnaciones, llevando una vida pura y recta, el hombre puede llegar a ser perfecto, con lo que su alma escaparía del diablo y entraría en el reino divino.

Estas creencias, que demostraban una notable influencia oriental, fueron usadas por la Iglesia a partir del siglo XII para predicar contra el catarismo. En II79 fueron excomulgados y en II80, durante la primera campaña pública contra ellos, se les acusó de asesinar niños, pues consideraban que toda la carne humana era producto del demonio. En cualquier caso, alarmados por lo que veían, los cátaros buscaron la ayuda de familias poderosas de Languedoc y contaron con el apoyo —por interés político— del rey de Aragón, que veía en los herejes la forma de apoyar a sus vasallos de allende los Pirineos y consolidar un reino desde el Ebro a los Alpes. La riqueza de las tierras de la Provenza y el Languedoc a principios del siglo XIII, ambicionadas por el rey de Francia y los nobles guerreros del norte del Loira, más el miedo de la Iglesia a la pérdida de poder e influencia en la región, provocaron su destrucción.

En 1208 el papa Inocencio II proclamó la Cruzada contra ellos, a la que se sumaron millares de aventureros y nobles codiciosos del norte de Francia. A la cabeza de ellos, Simón de Monfort, el mejor guerrero de su época, que en 1209 no vacilaría en matar a cientos de herejes en la iglesia de Beziers. Una ola de fuego y sangre recorrió los campos y ciudades donde los cátaros eran ya una minoría significativa. Dispuesto a ayudar a sus feudatarios, el rey Pedro II de Aragón trató de detener a Monfort y a sus cruzados, que, aunque superados en una proporción de casi dos a uno, infligirán una espantosa derrota en Muret (1213) al rey de Aragón, que muere en la batalla, y a los nobles del Languedoc y Provenza. Acosados y perseguidos, situados a la defensiva, los cátaros se refugiarán en sus castillos roqueros. En 1233, la Iglesia de Roma confía a los dominicos la extirpación de la herejía, a los que se encarga la dirección de los tribunales inquisitoriales. La campaña contra los cátaros toma de nuevo fuerza a partir de esa fecha y en sólo diez años millares de cátaros son enviados a la hoguera y exterminados sin piedad. Quinientos de ellos se refugian en la fortaleza de Montsegur, dirigidos por el obispo cátaro de Tolosa Bertrand Marti. Los campesinos de los alrededores colaboran con ellos, por lo que su supervivencia está garantizada. Pero, para su desgracia, el rey Luis IX de Francia —más tarde san Luis— consideró esto un ultraje y envió un gigantesco ejército de casi diez mil hombres contra ellos, acompañados de varios inquisidores. Esta enorme fuerza sitió la fortaleza y la tomó. Sin embargo, algo no fue bien. De forma insistente se había hablado de un tesoro cátaro, pero las riquezas encontradas eran muy inferiores a lo esperado. ¿Dónde estaba el resto?

Los agentes del rey de Francia sabían que los cátaros habían guardado toda su fortuna en Montsegur, que se había calculado en unas cien mil libras de oro o plata, una suma gigantesca. Un testigo dijo a la Inquisición que la noche anterior a la rendición del castillo varios perfectos y algunos de sus hombres de confianza consiguieron descolgarse de los riscos de la fortaleza llevando una parte importante de su tesoro. Tras atravesar las montañas y alcanzar el Sabarthès, lo escondieron en una red de grutas que existen cerca de la localidad de Tarascón. Otra teoría, que ganó fuerza en los medios ocultistas a partir del siglo XIX, era que en realidad lo que se había custodiado en Montsegur era ni más ni menos que el cáliz con la sangre de Cristo: el Santo Grial, y señalaron la relación entre el nombre de la fortaleza y el Monsalvat de las leyendas griálicas, elaborándose complejas teorías que intentaban relacionar a los protagonistas de las mismas con los protagonistas principales de la herejía cátara. Esta posibilidad atrajo a la zona a una multitud de buscadores de tesoros que querían seguir el rastro de la leyenda, como el alemán Otto Rahn, convencido de que estas historias ocultaban una increíble historia.

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