Ensayo sobre la lucidez (6 page)

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Authors: José Saramago

BOOK: Ensayo sobre la lucidez
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Con el paso de los días, de un modo casi imperceptible al principio, comenzó a notarse que la palabra blanco, como algo que de pronto se hubiese convertido en obsceno o malsonante, estaba dejando de utilizarse, que las personas se servían de rodeos y perífrasis para sustituirla. De una hoja de papel blanco, por ejemplo, se decía que estaba desprovista de color, un mantel que toda la vida había sido blanco pasó a tener el color de la leche, la nieve dejó de ser comparada con un manto blanco para erigirse en la mayor albura de los últimos veinte años, los estudiantes acabaron con eso de estar en blanco, simplemente reconocían que no sabían nada de la materia, pero el caso más interesante de todos fue la inesperada desaparición de la pregunta con la que, durante generaciones y generaciones, padres, abuelos, tíos y vecinos supusieron que estimulaban la inteligencia y el espíritu deductivo de los niños, Blanco es, la gallina lo pone, y esto sucedió porque las personas, con el acto de negarse a pronunciar la palabra, se dieron cuenta de que la adivinanza era absolutamente disparatada, puesto que la gallina, cualquier gallina de cualquier raza, nunca conseguiría, por más que se esforzara, poner otra cosa que no sean huevos. Parecía por tanto que los altos destinos políticos prometidos al ministro del interior se truncaban de raíz, que su suerte, después de casi haber tocado el sol, sería irse ahogando melancólicamente en el helesponto, pero otra idea, repentina como el rayo que ilumina la noche, le hizo levantarse de nuevo. No todo estaba perdido. Mandó que se recogieran en sus bases a los agentes adscritos al trabajo de campo, despidió sin contemplaciones a los contratados temporales, echó un rapapolvo a los secretas de plantilla y se puso manos a la obra.

Estaba claro que la ciudad era un hormiguero de mentirosos, que los quinientos que se encontraban en su poder también mentían con todos los dientes que tenían en la boca, pero existía entre aquéllos y estos una enorme diferencia, mientras unos todavía eran libres para entrar y salir de sus casas, y, esquivos, escurridizos como anguilas, tanto aparecían como desaparecían, para más tarde reaparecer y luego otra vez ocultarse, lidiar con los otros era la cosa más fácil del mundo, bastaba bajar a los sótanos del ministerio, no estaban allí los quinientos, no cabrían, distribuidos en su mayoría por otras unidades de investigación, pero el medio centenar mantenido en observación permanente debería ser más que bastante para una primera aproximación. Aunque la fiabilidad de la máquina hubiese sido puesta en duda muchas veces por los expertos de la escuela escéptica y algunos tribunales se negaran a admitir como prueba los resultados obtenidos en los exámenes, el ministro del interior confiaba en que de la utilización del aparato podría al menos brotar alguna pequeña chispa que lo ayudase a salir del oscuro túnel donde las investigaciones se habían atascado. Se trataba, como ya se habrá comprendido, de que entrara en liza el famoso polígrafo, también conocido como detector de mentiras o, en términos más científicos, aparato que sirve para registrar simultáneamente varias funciones psicológicas y fisiológicas, o, con más pormenor descriptivo, instrumento registrador de fenómenos fisiológicos cuyo trazado se obtiene eléctricamente sobre una hoja de papel húmedo impregnado de yoduro de potasio y amida. Conectado a la máquina por un enmarañamiento de cables, abrazaderas y ventosas, el paciente no sufre, sólo tiene que decir la verdad, toda la verdad y sólo la verdad y, ya puestos, no creerse, él mismo, la aseveración universal que desde el principio de los tiempos nos viene atronando los oídos con la patraña de que la voluntad todo lo puede, aquí vemos, para no ir más lejos, un ejemplo que flagrantemente lo niega, pues esa tu estupenda voluntad, por mucho que te fíes de ella, por tenaz que se haya mostrado hasta hoy, no conseguirá controlar las crispaciones de tus músculos, contener el sudor inconveniente, impedir la palpitación de los párpados, disciplinar la respiración. Al final te dirán que has mentido, tú lo negarás, jurarás que has dicho la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, y tal vez sea cierto, no mentiste, lo que ocurre es que eres una persona nerviosa, de voluntad firme, sí, pero como una especie de trémulo junco que la mínima brisa hace vibrar, volverán a atarte a la máquina y entonces será mucho peor, te preguntarán si estás vivo y tú, claro está, responderás que sí, pero tu cuerpo protestará, te desmentirá, el temblor de tu barbilla dirá que no, que estás muerto, y a lo mejor tienen razón, tal vez, antes que tú, tu cuerpo sepa ya que te van a matar. No es natural que tal acabe sucediendo en los sótanos del ministerio del interior, el único crimen de esta gente fue votar en blanco, no tendría importancia si hubieran sido los habituales, pero fueron muchos, fueron demasiados, fueron casi todos, qué más da que sea tu derecho inalienable si te dicen que ese derecho es para usarlo en dosis homeopáticas, gota a gota, no puedes ir por ahí con un cántaro lleno a rebosar de votos blancos, por eso se te cayó el asa, ya nos parecía que había algo de sospechoso en esa asa, si aquello que podría llevar mucho se satisfizo siempre con llevar poco, es de una modestia digna de toda alabanza, a ti lo que te ha perdido ha sido la ambición, creíste que ibas a subir al astro rey y caíste de boca en los dardanuelos, recuerda que también le dijimos esto al ministro del interior, pero él pertenece a otra raza de hombres, a los machos, los viriles, los de barba dura, los que no doblan la cabeza, a ver ahora cómo te libras de tu cazador de mentiras, qué trazos reveladores de tus pequeñas y grandes cobardías dejarás en la tira de papel impregnada de yoduro de potasio y amida, ves, tú que creías otra cosa, a esto puede quedar reducida la tan nombrada suprema dignidad del ser humano, a tanto como un papel mojado.

Ahora bien, un polígrafo no es una máquina pertrechada con un disco que pueda ir hacia atrás y hacia delante y nos diga, según los casos, El sujeto mintió, El sujeto no mintió, si así fuese no habría nada más fácil que ser juez para condenar o absolver, las comisarías de policía se verían sustituidas por consultorios de psicología mecánica aplicada, los abogados, perdidos los clientes, cerrarían los bufetes, los tribunales se quedarían entregados a las moscas hasta que se les encontrase otro destino. Un polígrafo, íbamos diciendo, no consigue ir a ninguna parte sin ayuda, necesita tener al lado un técnico habilitado que le interprete las rayas trazadas en el papel, pero esto no significa que dicho técnico sea conocedor de la verdad, él sabe aquello que tiene delante de los ojos, que la pregunta realizada al paciente en observación produjo lo que podríamos llamar, innovadoramente, una reacción alergográfica, o, con palabras más literarias aunque no menos imaginativas, el dibujo de la mentira. Algo, sin embargo, se habría ganado. Por lo menos sería posible proceder a una primera selección, trigo a un lado y paja al otro, y restituir a la libertad, a la vida familiar, descongestionando las instalaciones, a aquellos sujetos que, sin que la máquina los desmintiese, hubieran respondido No a la pregunta Votó en blanco. En cuanto al resto, a los que cargaban en la conciencia la culpa de transgresiones electorales, de nada le servirían reservas mentales de tipo jesuítico o espiritualistas introspecciones de tipo zen, el polígrafo, implacable, insensible, denunciaría instantáneamente la falsedad, tanto haciendo que negaran haber votado en blanco como que afirmaran haber votado al partido tal, o tal. Se puede, en circunstancias favorables, sobrevivir a una mentira, pero no a dos. Por si acaso, el ministro había ordenado que, cualquiera que fuese el resultado de los exámenes, nadie sería puesto en libertad por ahora, Déjenlos estar, nunca se sabe hasta dónde puede llegar la malicia humana, dijo. Y tenía razón el condenado hombre. Después de muchas decenas de metros de papel garabateado en el que habían sido registrados los temblores del alma de los sujetos observados, después de preguntas y respuestas repetidas centenares de veces, siempre las mismas, siempre iguales, hubo un agente del servicio secreto, muchacho joven, poco experto en tentaciones, que se dejó enredar con la inocencia de un cordero recién nacido en la provocación lanzada por cierta mujer, joven y guapa, que acababa de ser sometida al examen del polígrafo y por éste categóricamente clasificada de fingidora y falsa. Dijo pues la mata hari, Esta máquina no sabe lo que hace, No sabe lo que hace, por qué, preguntó el agente, olvidándose de que el diálogo no formaba parte del trabajo que le había sido encomendado, Porque en esta situación, con todo el mundo bajo sospecha, bastaría pronunciar la palabra Blanco, sin más, sin ni siquiera pretender saber si el otro votó o no, para provocar reacciones negativas, sobresaltos, angustias, aunque el examinado sea la más perfecta y pura personificación de la inocencia, No lo creo, no puedo estar de acuerdo, protestó el agente, seguro de sí, alguien que viva en paz con su conciencia no dirá nada más que la verdad y por tanto pasará sin problemas la prueba del polígrafo, No somos robots ni piedras parlantes, señor agente, dijo la mujer, en toda verdad humana hay siempre algo de angustioso, de afligido, nosotros somos, y no me estoy refiriendo simplemente a la fragilidad de la vida, una pequeña y trémula llama que en todo momento amenaza con apagarse, y tenemos miedo, sobre todo tenemos miedo, Se equivoca, yo no lo tengo, a mi me han entrenado para dominar el miedo en todas las circunstancias, y, además, por naturaleza, no soy miedica, ni siquiera lo era de pequeño, remachó el agente, seguro de sí, Siendo así, por qué no hacemos un experimento, propuso la mujer, déjese conectar a la máquina y yo le hago las preguntas, Está loca, soy un agente de la autoridad, la sospechosa es usted, no yo, O sea, que tiene miedo, Ya le he dicho que no, Entonces conéctese a la máquina y muéstreme lo que es un hombre y su verdad. El agente miró a la mujer, que sonreía, miró al técnico, que se esforzaba por disimular una sonrisa, y dijo, Muy bien, una vez no son veces, consiento en someterme al experimento. El técnico conectó los cables, apretó las abrazaderas, ajustó las ventosas. Ya está preparado para comenzar, cuando quieran. La mujer inspiró hondo, retuvo aire en los pulmones durante tres segundos y soltó bruscamente la palabra, Blanco. No llegaba a ser una pregunta, no pasaba de una exclamación, pero las agujas se movieron, rayaron el papel. En la pausa que siguió las agujas no llegaron a parar por completo, siguieron vibrando, haciendo pequeños trazos, como si fuesen ondulaciones causadas por una piedra lanzada al agua. La mujer los miraba, no al hombre atado, y después, sí, volviendo hacia él los ojos, preguntó en un tono de voz suave, casi tierno, Dígame, por favor, si votó en blanco, No, no voté en blanco, nunca he votado ni votaré en blanco en mi vida, respondió con vehemencia el hombre. Los movimientos de las agujas fueron rápidos, precipitados, violentos. Otra pausa. Entonces, preguntó el agente. El técnico tardaba en responder, el agente insistió, Entonces, qué dice la máquina, La máquina dice que usted ha mentido, respondió confuso el técnico, Es imposible, gritó el agente, he dicho la verdad, no he votado en blanco, soy un profesional del servicio secreto, un patriota que defiende los intereses de la nación, la máquina debe de estar averiada, No se canse, no se justifique, dijo la mujer, creo que ha dicho la verdad, que no ha votado en blanco ni votará, pero le recuerdo que no era de eso de lo que se trataba, sólo pretendía demostrarle, y creo haberlo conseguido, que no nos podemos fiar demasiado de nuestro cuerpo, La culpa ha sido suya, me ha puesto nervioso, Claro, la culpa es mía, la culpa es de la eva tentadora, pero a nosotros nadie nos pregunta si nos sentimos nerviosos cuando nos vemos atados a ese artefacto, Lo que les pone nerviosos es la culpa, Quizá, pero entonces vaya y dígale a su jefe por qué, siendo usted inocente de nuestras maldades, se ha portado aquí como un culpable, No tengo que decirle nada a mi jefe, lo que ha pasado aquí es como si nunca hubiera ocurrido, respondió el agente. Después se dirigió al técnico, Deme ese papel, y ya sabe, silencio absoluto si no quiere arrepentirse de haber nacido, Sí señor, quédese tranquilo, mi boca no se abrirá, Yo tampoco diré nada, añadió la mujer, pero al menos explíquele a su jefe que las astucias no le servirán de nada, que todos nosotros seguiremos mintiendo cuando digamos la verdad, que seguiremos diciendo la verdad cuando estemos mintiendo, como él, como usted, imagínese que le hubiera preguntado si se quería acostar conmigo, qué respondería, qué diría la máquina.

4

La frase favorita del ministro de defensa, Una carga de profundidad lanzada contra el sistema, parcialmente inspirada en la inolvidable experiencia de un histórico paseo submarino de media hora en aguas mansas, comenzó a tomar cuerpo y a atraer las atenciones cuando los planes del ministro del interior, a pesar de algún que otro pequeño éxito conseguido, aunque sin significado apreciable en el conjunto de la situación, se mostraron impotentes para llegar a lo fundamental, es decir, persuadir a los habitantes de la ciudad, o, con más precisión denominadora, a los degenerados, a los delincuentes, a los subversivos del voto en blanco, para que reconocieran sus errores e implorasen la merced, al mismo tiempo penitencia, de un nuevo acto electoral, al que, en el momento adecuado, acudirían en masa para purgar los pecados de un desvarío que juraban que no volvería a repetirse. Se hizo evidente para todo el gobierno, excepto para los ministros de justicia y de cultura, ambos con sus dudas, la necesidad urgente de dar otra vuelta de tuerca, teniendo en cuenta que la declaración de estado de excepción, del que tanto se esperaba, no había producido ningún efecto perceptible en el sentido deseado, por cuanto, no teniendo los ciudadanos de este país la saludable costumbre de exigir el cumplimiento regular de los derechos que la constitución les otorgaba, era lógico, incluso era natural que no hubiesen llegado a darse cuenta de que se los habían suspendido. Se imponía, por consiguiente, la implantación de un estado de sitio en serio, que no fuese sólo una cosa de apariencias, con toque de queda, cierre de salas de espectáculos, intensivas patrullas de fuerzas militares por las calles, prohibición de reuniones de más de cinco personas, interdicción absoluta de entradas y salidas de la ciudad, procediendo simultáneamente al levantamiento de las medidas restrictivas, si bien que mucho menos rigurosas, todavía en vigor en el resto del país, para que la diferencia de tratamiento, por ostensiva, tornara más pesada y explícita la humillación que se infligía a la capital. Lo que pretendemos decirles, declaró el ministro de defensa, a ver si lo entienden de una vez por todas, es que no son dignos de confianza y que como tal tienen que ser tratados. Al ministro del interior, forzado a encubrir sea como fuere los fracasos de sus servicios secretos, le pareció bien la declaración inmediata de un estado de sitio y, para demostrar que seguía con algunas cartas en la mano y que no se había retirado del juego, informó al consejo de que, tras una exhaustiva investigación, en íntima colaboración con la interpol, se había llegado a la conclusión de que el movimiento anarquista internacional, Si es que existe para algo más que para escribir gracietas en las paredes, se detuvo unos instantes a la espera de las risas condescendientes de los colegas, después de lo cual, satisfecho con ellos y consigo mismo, concluyó la frase, no tuvo ninguna participación en el boicot electoral de que hemos sido víctimas, y que por tanto se trata de una cuestión meramente interna, Con perdón por el reparo, dijo el ministro de asuntos exteriores, ese adverbio, meramente, no me parece el más apropiado, y debo recordar a este consejo que ya no son pocos los estados que me han manifestado su preocupación por que lo que está sucediendo aquí pueda atravesar las fronteras y extenderse como una nueva peste negra, Blanca, ésta es blanca, corrigió con una sonrisa apaciguadora el jefe del gobierno, Y entonces, sí, remató el ministro de asuntos exteriores, entonces podremos, con mucha más propiedad, hablar de cargas de profundidad contra la estabilidad del sistema político democrático, no simplemente, no meramente, en un país, este país, sino en todo el planeta. El ministro del interior sentía que se le estaba escapando el papel de figura principal a que los últimos acontecimientos le habían habituado, y, para no perder pie del todo, después de haber agradecido y reconocido con imparcial gallardía la justeza de los comentarios del ministro de asuntos exteriores, quiso mostrar que también él era capaz de las más extremas sutilezas de interpretación semiológica, Es interesante observar, dijo, cómo los significados de las palabras se van modificando sin que nos apercibamos de ello, cómo muchas veces las usamos para decir precisamente lo contrario de lo que antes expresaban y que, en cierto modo, como un eco que se va perdiendo, todavía siguen expresando, Ése es uno de los efectos del proceso semántico, dijo desde el fondo el ministro de cultura, Y qué tiene eso que ver con los votos blancos, preguntó el ministro de asuntos exteriores, Con los votos en blanco, nada, pero con el estado de sitio, todo, corrigió triunfante el ministro del interior, No entiendo, dijo el ministro de defensa, Es muy simple, Será todo lo simple que usted quiera, pero no lo entiendo, Veamos, veamos qué significa la palabra sitio, ya sé que la pregunta es retórica, no es necesario que me respondan, todos sabemos que sitio significa cerco, significa asedio, no es verdad, Como hasta ahora dos y dos han sido cuatro, Entonces, al declarar el estado de sitio es como si estuviésemos diciendo que la capital del país se encuentra sitiada, cercada, asediada por un enemigo, cuando la verdad es que ese enemigo, si se me permite llamarlo de esta manera, está dentro, no fuera. Los ministros se miraron unos a otros, el primer ministro se hizo el desentendido, removió unos papeles. Pero el ministro de defensa iba a triunfar en la batalla semántica, Hay otra manera de entender las cosas, Cuál, Que los habitantes de la capital, al desencadenarse la rebelión, supongo que no exagero dando el nombre de rebelión a lo que está sucediendo, fueron por eso justamente sitiados, o cercados, o asediados, elija el término que más le agrade, a mi me resulta indiferente, Pido licencia para recordarle a nuestro querido colega y al consejo, dijo el ministro de justicia, que los ciudadanos que decidieron votar en blanco no hicieron nada más que ejercer un derecho que la ley explícitamente les reconoce, luego hablar de rebelión en un caso como éste, además de ser, como supongo, una grave incorrección semántica, espero que me disculpen por internarme en un terreno en el que no soy competente, es también, desde el punto de vista legal, un completo despropósito, Los derechos no son abstracciones, respondió el ministro de defensa secamente, los derechos se merecen o no se merecen, y ellos no los merecen, el resto es hablar por hablar, Tiene toda la razón, dijo el ministro de cultura, realmente los derechos no son abstracciones, tienen existencia incluso cuando no son respetados, Lo que faltaba, filosofías, Tiene algo contra la filosofía el ministro de defensa, Las únicas filosofías que me interesan son las militares y aun así con la condición de que nos conduzcan a la victoria, yo, queridos señores, soy un pragmático de cuartel, mi lenguaje, les guste o no les guste, es al pan, pan y al vino, vino, pero, ya puestos, para que no me miren como a un inferior en inteligencia, apreciaré que se me explique, si no se trata de demostrar que un circulo puede ser convertido en un cuadrado de área equivalente, cómo puede tener existencia un derecho no respetado, Muy sencillo, señor ministro, ese derecho existe en potencia en el deber de que sea respetado y cumplido, Con sermones cívicos, con demagogias de éstas, lo digo sin ánimo de ofender, no vamos a ninguna parte, estado de sitio sobre ellos y ya veremos si les duele o no les duele, Salvo si el tiro nos sale por la culata, dijo el ministro de justicia, No veo cómo, Por ahora tampoco yo, pero será sólo cuestión de esperar, nadie se había atrevido a concebir que alguna vez, en algún lugar del mundo, pudiese suceder lo que ha sucedido en nuestro país, y ahí lo tenemos, como si fuera un nudo ciego que no se deja desatar, nos hemos reunido alrededor de esta mesa para tomar decisiones que, pese a las propuestas presentadas aquí como remedio seguro para la crisis, hasta ahora nada han conseguido, esperemos entonces, no tardaremos en conocer la reacción de las personas al estado de sitio, No puedo quedarme callado después de oír esto, estalló el ministro del interior, las medidas que adoptamos fueron aprobadas por unanimidad por este consejo y, al menos que yo recuerde, ninguno de los presentes sacó a debate diferentes y mejores propuestas, la carga de la catástrofe, sí, lo llamaré catástrofe y lo llamaré carga, aunque a algunos de los ministros les parezca una exageración mía y lo estén demostrando con ese airecito de irónica suficiencia, la carga de la catástrofe, vuelvo a decir, la hemos llevado, en primer lugar, como compete, el excelentísimo jefe de estado y el señor primer ministro, y luego, con las responsabilidades inherentes a los cargos que ocupamos, el ministro de defensa y yo mismo, en cuanto a los demás, y estoy refiriéndome en particular al ministro de justicia y al ministro de cultura, si en ciertos momentos tuvieron la bondad de iluminarnos con sus luces, no he percibido ninguna idea que valiese la pena considerar durante más tiempo que el empleado en escucharla, Las luces con que, según sus palabras, alguna vez habré bondadosamente iluminado a este consejo, no eran mis luces, eran las de la ley, nada más que de la ley, respondió el ministro de justicia, Y en lo que atañe a mi humilde persona y a la parte que me cabe en esta generosa distribución de tirones de oreja, dijo el ministro de cultura, con la miseria de presupuesto que me dan, no se me puede exigir más, Ahora comprendo mejor el porqué de esa inclinación suya hacia los anarquismos, disparó el ministro del interior, más pronto o más tarde siempre acaba sacando su cantinela.

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