Entra en mi vida (51 page)

La devolvimos andando a la silla y allí la dejamos de cara al sol y al grupo de sor Adelina y las otras hermanas más jóvenes. Se reían alegremente mientras el sol resplandecía sobre sus tocas como para mortificar a sor Rebeca.

Mientras María conducía su tanque hacia Madrid, me prometió que ella se encargaría de lo que quedaba por hacer.

—¿Y Martunis? —pregunté.

—Está de viaje. Hasta que vuelva, Martunis seré yo.

Entendido. Le pedí que me dejara cerca de la nueva casa de Laura. Tenía que acompañarme con el coche al polígono a recoger mercancía. Dentro de poco le darían de alta como vendedora. De momento actuaba como mi ayudante.

Ahora, a la Estaca siempre lo llamaba Valentín, incluso para mí misma. Se lo merecía porque se esforzaba para que Laura fuera feliz y había encontrado un trabajo extra. El piso había cambiado profundamente desde la noche que pasé allí con Mateo. Ahora estaba limpio y pintado de blanco. Debajo de la ventana del salón había varios ficus, un tronco del Brasil y una palmera. Los libros estaban alineados en una estantería de pino en la que descansaba también un marco de plata envejecida con la foto de la pequeña Laura. Me miró y yo la miré. Del techo colgaba una gran lámpara de papel de arroz sobre una mesa vieja de madera que ellos habían lijado y pintado de rojo. Olía bien, y Laura me abrió la puerta con uno de sus modelitos recuperados y el pelo largo, liso y brillante como un lingote de oro. Me dijo entusiasmada que tenía que enseñarme unas sábanas que había comprado por nada de dinero y, mientras la seguía por la casa, me acordé de mi madre y casi me mareé de lo incomprensible y abismal y dolorosa y alegre que es la vida.

— FIN —